Jesús Antonio Petit da Costa
Compatriotas: No es sólo El Tirano el que está en el ocaso. Es también su proyecto comunista el que se encuentra en vísperas del colapso. Ambos están condenados a desaparecer. El tiempo corre velozmente en su contra. Un inmenso vacío de poder se va formando. Es la ocasión. Hay que aprovecharla.
Todo estaba planeado hasta el 2031. Pero surgió el imprevisto de la enfermedad mortal que ha frustrado el plan original. Lo sorprende cuando no ha preparado la sucesión, prevista para aquella fecha lejana. Ahora hay que inventar por instrucciones del padre anciano, a quien él hizo rey sin corona de Venezuela. Primero simular con el fin de detener las querellas intestinas entre los aspirantes a la herencia. Y, para simular, hay que guapear. Pero el cuerpo lo traiciona. Trota para que los militares crean el cuento de su curación. Pero las fuerzas le fallan, dejando en evidencia lo que su rostro deforme revela, que el mal avanza inexorable. Ya no es el mismo. Es otro. Apenas le queda el alma, con la carga de odio y rencor que no se fue con la figura perdida.
Su padre, no el biológico sino el político, le exige aguantar. Si es posible hasta las elecciones, mejor. Si se ve que no llega, tendrá que elegir el sucesor. El seleccionado por su padre, desde luego, porque debe ser alguien de la confianza de los cubanos, quienes ejercerán la tutela para asegurar la dominación colonial y salvar el proyecto elaborado por Cuba para su colonia venezolana. Por este solo hecho el escogido sería ilegítimo. El engendro de una bastardía por su origen, que justificaría la rebelión de los indignados, entre los cuales habrían muchos de los suyos. Con el lema “abajo el príncipe cubano” podría incendiarse el país de un extremo a otro.
Por si acaso llega a suceder esta previsible reacción contra el príncipe cubano, espera, sacando fuerzas de donde no le queda, la elección primaria de la oposición. Quiere que de allí salga uno ganado para la conciliación. ¿Cómo es eso de la conciliación? Sencillo. Salvar el proyecto del naufragio. No cambiar la Constitución. Aceptar que esta Asamblea Nacional siga hasta el 2015, con lo cual no se podrán derogar las leyes comunistas ni se podrá hacer nada para desmontar el comunismo. Aceptar que todos los poderes públicos sigan hasta el vencimiento de su período, dándole tiempo para asegurar su continuación. Aceptar que nadie sea enjuiciado por corrupción, quedando impune el saqueo al Tesoro Nacional. Aceptar que siga mandando la misma camarilla militar. Y así por consiguiente. La conciliación es el nombre bonito que le han puesto a la capitulación de los opositores. Y de la capitulación hay un recuerdo amargo. El de Miranda. Creyó en las garantías prometidas por Monteverde, olvidando que el tramposo no cumple palabra porque no tiene honor.
Para obligar a la capitulación los cubanos están moviendo sus fichas militares. Y dejan correr los rumores. Primero varios generales en jefe, los más elevados de la cúpula, advierten que no aceptarán la derrota electoral, si acaso falla el fraude. Traducido al lenguaje político significa: sin capitulación no habrá entrega. Capitula primero y después puede ser que te permitamos asumir el cargo. Luego dejan correr el chisme de cónclaves militares en los cuales se ratifica la decisión de no aceptar en la presidencia a ningún extraño al proyecto. Crean así el miedo a un golpe para influir en los cobardes. Quieren uno que pacte la capitulación. Uno que sea la reencarnación de Germán Suárez Flammerich, un abogado de antecedentes democráticos que aceptó ser presidente sin poder. Un pelele de los militares para cubrir las apariencias. Es lo que andan buscando ellos ahora, en un por si acaso. Y para lograrlo usan el partido militar que da una roncada a tiempo y esparce el rumor de que el golpe viene si El Tirano desaparece antes de las elecciones, como ellos creen que puede suceder por como lo ven, y en todo caso si por casualidad no gana el príncipe cubano designado sucesor.
¿Qué demuestra esto? Que tienen miedo de lo que pueda suceder. Sienten que el vacío de poder se aproxima, girando en remolinos como los huracanes de rumbo incierto. Temen que los arrase. Para impedirlo sólo se les ocurre repetir la estupidez de los generales soviéticos que intentaron el golpe para mantener el comunismo. El pueblo en la calle los derrotó. Y hasta uno de los suyos, Boris Yeltsin, se les volteó pasándose al bando opuesto.
El vacío de poder es la mayor amenaza para los comunistas. Y la mejor oportunidad para los demócratas. Aprovecharlo al máximo es la consigna, porque será el momento de los indignados, vale decir de los arrechos. Nada de conciliación. El tiempo corre a nuestro favor.
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