Desabastecimiento moral
El nacional 9 DE JUNIO 2013
Con creciente frecuencia vemos mencionada la posibilidad de un "estallido social" en Venezuela. Muchos observadores dan por hecho que la deriva natural del descontento (debido a la inflación, el desabastecimiento, la inseguridad y la falta de respuesta a las necesidades básicas de la población) sería una explosión de violencia callejera, que eventualmente rebasaría la capacidad de respuesta del Estado.
Desde luego están también los eternos pescadores en río revuelto, abonados permanentes a la tesis según la cual una erupción de malestar social no regulada sería la clarinada de la ingobernabilidad, el definitivo barrido a lo que queda de las instituciones, la pérdida de la ínfima legitimidad del Gobierno y, finalmente, su sustitución brusca.
Cada vez que veo una alusión al supuesto estallido inminente, me pregunto a qué se refieren. Ya conocemos el ritual clásico, que ha variado en varios episodios de la historia contemporánea de Venezuela: saqueos a comercios (por lo general de medianos comerciantes, que ven así perdido el patrimonio de años de trabajo), asedios a sedes de Gobierno y lo vimos luego de la muerte de Gómez y de la caída de Pérez Jiménez asaltos a las residencias de los más conspicuos representantes del régimen depuesto.
En estos brotes, no sólo el Estado ve disminuida su preeminencia (ya vencida en su incapacidad de negociación entre los grupos de poder, y entre éstos y la sociedad), también los liderazgos políticos y de opinión pierden capacidad de convocatoria y de orientar el cauce de la inconformidad. Pero el punto es que un desbordamiento social no suele ser espontáneo, aunque tengan fama de ello, y no surgen cuando se registran picos de descontento sino cuando hay una verdadera oportunidad política de realizarse y cuando alguien va a derivar una ventaja de ello.
En los últimos meses hemos rozado la desesperación colectiva, y las anomalías económicas y sociales han llegado a extremos impensables. Sin embargo, los agravios, tremendos e innegables, no han desembocado en el mentado estallido. Lo que hemos sabido acerca de los sucesos de febrero de 1989 indica que azuzando los violentos reclamos estaban ciertas organizaciones y personajes que sacarían gran ventaja de aquella fisura del orden social. El propio Chávez se jactó en varias ocasiones de haber estado detrás del Caracazo y muchos de sus protagonistas llegaron, con ese currículum, a ejercer altos cargos de gobierno.
En suma, no me cuento entre quienes avizoran una emergencia de masas amorfas, llevadas por la irracionalidad, hija de la ira. La salida a este régimen, que ha demostrado muy claramente su fracaso e inviabilidad, será institucional (lo que no significa idílico). Eso lo ha aprendido la sociedad venezolana con duras lecciones. Pero hay un cambio en el horizonte. Eso también se ve con nitidez. Un cambio cuyo motor no es la depauperación económica sino la moral. En realidad, los estallidos sociales ya los estamos viviendo en los secuestros que, según el presidente puesto por el CNE, son perpetrados por policías; en las humillantes colas para comprar harina de maíz, azúcar e insumos de aseo (eclipse de la dignidad que hemos tomado a chiste para poder mirarnos a la cara); en el montón de cadáveres que cada día se apila en las mesas mal lavadas de la morgue; en las promociones enteras de profesionales egresados de nuestras universidades sin más alternativa que marchar a la emigración; en el caso del obrero Ricardo José Carmona, de 29 años, muerto a mano de policías frente a su hijo de un año y a su mujer embarazada, a quien se llevaron detenida los asesinos para forzar a una declaración que los exculpe. Todo eso configura un estallido social.
Diario. Y no fugaz sino sostenido.
Lo que está horadando los cimientos de la República no es el desabastecimiento en los anaqueles de los mercados sino en la complexión moral de la nación.
Cada "audio" que nos imponen, con su elenco de rufianes, con sus viles revelaciones, con la vergonzosa constatación de la degeneración de las instituciones, con ese castellano de albañal, con esa piara de miserables enseñoreados del país; cada genuflexión ante Cuba, la tiranía que nos ocupa; cada atisbo del macizo excremencial donde estamos parados nos acerca al espasmo final de este horror que Venezuela no merecía.
Desde luego están también los eternos pescadores en río revuelto, abonados permanentes a la tesis según la cual una erupción de malestar social no regulada sería la clarinada de la ingobernabilidad, el definitivo barrido a lo que queda de las instituciones, la pérdida de la ínfima legitimidad del Gobierno y, finalmente, su sustitución brusca.
Cada vez que veo una alusión al supuesto estallido inminente, me pregunto a qué se refieren. Ya conocemos el ritual clásico, que ha variado en varios episodios de la historia contemporánea de Venezuela: saqueos a comercios (por lo general de medianos comerciantes, que ven así perdido el patrimonio de años de trabajo), asedios a sedes de Gobierno y lo vimos luego de la muerte de Gómez y de la caída de Pérez Jiménez asaltos a las residencias de los más conspicuos representantes del régimen depuesto.
En estos brotes, no sólo el Estado ve disminuida su preeminencia (ya vencida en su incapacidad de negociación entre los grupos de poder, y entre éstos y la sociedad), también los liderazgos políticos y de opinión pierden capacidad de convocatoria y de orientar el cauce de la inconformidad. Pero el punto es que un desbordamiento social no suele ser espontáneo, aunque tengan fama de ello, y no surgen cuando se registran picos de descontento sino cuando hay una verdadera oportunidad política de realizarse y cuando alguien va a derivar una ventaja de ello.
En los últimos meses hemos rozado la desesperación colectiva, y las anomalías económicas y sociales han llegado a extremos impensables. Sin embargo, los agravios, tremendos e innegables, no han desembocado en el mentado estallido. Lo que hemos sabido acerca de los sucesos de febrero de 1989 indica que azuzando los violentos reclamos estaban ciertas organizaciones y personajes que sacarían gran ventaja de aquella fisura del orden social. El propio Chávez se jactó en varias ocasiones de haber estado detrás del Caracazo y muchos de sus protagonistas llegaron, con ese currículum, a ejercer altos cargos de gobierno.
En suma, no me cuento entre quienes avizoran una emergencia de masas amorfas, llevadas por la irracionalidad, hija de la ira. La salida a este régimen, que ha demostrado muy claramente su fracaso e inviabilidad, será institucional (lo que no significa idílico). Eso lo ha aprendido la sociedad venezolana con duras lecciones. Pero hay un cambio en el horizonte. Eso también se ve con nitidez. Un cambio cuyo motor no es la depauperación económica sino la moral. En realidad, los estallidos sociales ya los estamos viviendo en los secuestros que, según el presidente puesto por el CNE, son perpetrados por policías; en las humillantes colas para comprar harina de maíz, azúcar e insumos de aseo (eclipse de la dignidad que hemos tomado a chiste para poder mirarnos a la cara); en el montón de cadáveres que cada día se apila en las mesas mal lavadas de la morgue; en las promociones enteras de profesionales egresados de nuestras universidades sin más alternativa que marchar a la emigración; en el caso del obrero Ricardo José Carmona, de 29 años, muerto a mano de policías frente a su hijo de un año y a su mujer embarazada, a quien se llevaron detenida los asesinos para forzar a una declaración que los exculpe. Todo eso configura un estallido social.
Diario. Y no fugaz sino sostenido.
Lo que está horadando los cimientos de la República no es el desabastecimiento en los anaqueles de los mercados sino en la complexión moral de la nación.
Cada "audio" que nos imponen, con su elenco de rufianes, con sus viles revelaciones, con la vergonzosa constatación de la degeneración de las instituciones, con ese castellano de albañal, con esa piara de miserables enseñoreados del país; cada genuflexión ante Cuba, la tiranía que nos ocupa; cada atisbo del macizo excremencial donde estamos parados nos acerca al espasmo final de este horror que Venezuela no merecía.
¿Colapsa la estrategia autoritaria?
El PSUV es una organización de masas claramente fracturadas entre sectores civiles y militares
JUAN MARTIN ECHEVERRÍA | EL UNIVERSAL
domingo 9 de junio de 2013
El oficialismo durante muchos años ha mantenido una constante ofensiva contra la sociedad y las organizaciones partidistas, es a partir del 14A donde la oposición asume la agenda política, porque tiene razón en el reconteo que solicita y por los repetidos errores de todos los Poderes que están bajo control del Ejecutivo. Estamos viviendo un déficit democrático, ya que más de la mitad de la población, representada por la oposición, no tiene ni siquiera un modus vivendi para exigir su derecho más elemental a ser reconocido como un ciudadano a tiempo completo: los de primera son una seudo elite que va rotando y dirige la burocracia estatal, los de segunda los seguidores del socialismo radical y los de tercera todos los demás.
El régimen rechaza cualquier acercamiento con quienes disienten de lo que está ocurriendo, y la sociedad se encuentra arrinconada por el Estado. El sistema político genera un movimiento circulatorio doble, con flujos de la sociedad para las autoridades y de éstas para la sociedad a través de las políticas públicas; se trata de un proceso de retroalimentación, donde la sociedad es la que debe supervisar al sector público, exigir rendiciones de cuenta, solicitar el inicio de investigaciones y exigir resultados, en fin, ejercer la labor de vigilancia que corresponde a los ciudadanos en una democracia, pero los hechos reconfirman que es el Poder Ejecutivo el que pretende adueñarse de la sociedad y se apodera del escenario.
La oposición, de manera sensata, quiere un diálogo que fortalezca a la democracia representativa y a las leyes de mercado, mientras la revolución quiere más radicalización tomando para sí postulados desechados hace más de medio siglo: Cuba intenta reformas económicas que se transformarán inevitablemente en reformas políticas, la "isla" se cansó de la pobreza y se decidió por el pragmatismo, los hoteles de lujo, el reconocimiento del mundo y la incorporación de una nueva generación que no participó en Sierra Maestra: Cuba avanza con lentitud y desesperación hacia el capitalismo y nuestro régimen abraza como un condenado al comunismo.
La oposición aun en sus peores oportunidades obtuvo el 40% de los votos y ahora, hasta los sectores moderados del oficialismo reconocen que somos más del 50% del país. La disidencia es parte de la democracia, constituye un indispensable gobierno a la sombra y la opinión pública está tan sensibilizada con la destrucción del país que nadie puede ignorarla. Todas las victorias fundamentales de la izquierda y los gobiernos socialistas, han sido siempre el resultado de una alianza con densos sectores de la clase media, cuyos intereses deben estar articulados con los anhelos y necesidades del pueblo: el sector privado sigue siendo el motor y el gran empleador.
El PSUV es una organización de masas claramente fracturadas entre sectores civiles y militares, radicales y moderados, con una tendencia a la dispersión, porque las distintas fracciones del oficialismo logran conservar a duras penas el poder, pero definitivamente no están en capacidad de gobernar.
juanmartin@cantv.net
El régimen rechaza cualquier acercamiento con quienes disienten de lo que está ocurriendo, y la sociedad se encuentra arrinconada por el Estado. El sistema político genera un movimiento circulatorio doble, con flujos de la sociedad para las autoridades y de éstas para la sociedad a través de las políticas públicas; se trata de un proceso de retroalimentación, donde la sociedad es la que debe supervisar al sector público, exigir rendiciones de cuenta, solicitar el inicio de investigaciones y exigir resultados, en fin, ejercer la labor de vigilancia que corresponde a los ciudadanos en una democracia, pero los hechos reconfirman que es el Poder Ejecutivo el que pretende adueñarse de la sociedad y se apodera del escenario.
La oposición, de manera sensata, quiere un diálogo que fortalezca a la democracia representativa y a las leyes de mercado, mientras la revolución quiere más radicalización tomando para sí postulados desechados hace más de medio siglo: Cuba intenta reformas económicas que se transformarán inevitablemente en reformas políticas, la "isla" se cansó de la pobreza y se decidió por el pragmatismo, los hoteles de lujo, el reconocimiento del mundo y la incorporación de una nueva generación que no participó en Sierra Maestra: Cuba avanza con lentitud y desesperación hacia el capitalismo y nuestro régimen abraza como un condenado al comunismo.
La oposición aun en sus peores oportunidades obtuvo el 40% de los votos y ahora, hasta los sectores moderados del oficialismo reconocen que somos más del 50% del país. La disidencia es parte de la democracia, constituye un indispensable gobierno a la sombra y la opinión pública está tan sensibilizada con la destrucción del país que nadie puede ignorarla. Todas las victorias fundamentales de la izquierda y los gobiernos socialistas, han sido siempre el resultado de una alianza con densos sectores de la clase media, cuyos intereses deben estar articulados con los anhelos y necesidades del pueblo: el sector privado sigue siendo el motor y el gran empleador.
El PSUV es una organización de masas claramente fracturadas entre sectores civiles y militares, radicales y moderados, con una tendencia a la dispersión, porque las distintas fracciones del oficialismo logran conservar a duras penas el poder, pero definitivamente no están en capacidad de gobernar.
juanmartin@cantv.net
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