Las enfermedades del alma
MONS. BALTAZAR PORRAS | EL UNIVERSAL
sábado 7 de febrero de 2015 12:00 AM
En el encuentro navideño que sostuvo el Papa Francisco con sus más cercanos colaboradores, la Curia romana, señaló quince "enfermedades" que pueden impedir mostrar el rostro auténtico del "pequeño modelo de Iglesia" que debe ser. Las reacciones han sido muy diversas, desde la suspicacia de que "así andarán las cosas" hasta los que creen que estamos ante un discurso demasiado duro y poco diplomático. Quizá, conviene recordar que estamos ante un jesuita para quien los Ejercicios Espirituales de San Ignacio son pauta permanente de conducta. La última meditación de los Ejercicios espirituales, la "contemplación para encontrar el amor", convierte todas las cosas, personas y circunstancias en ocasiones para encontrar a Dios. Se trata de una aventura espiritual que exige una vocación de amor a Dios y al prójimo, no exenta de las limitaciones humanas, aplicable a cualquier persona, sociedad o institución, que si se dice o llama cristiana, no puede eludir las exigencias que ello comporta.
Vale la pena hacer un ejercicio de discernimiento y preguntarnos si esas "enfermedades" son también las que padece nuestra sociedad venezolana. La primera, es ''la enfermedad de sentirse "inmortal", "inmune" o incluso "indispensable", dejando de lado los controles necesarios y normales. Ejercer el poder con pretensiones de eternidad, de exclusión total de cualquier otro porque no pueden volver, lleva a saltarse todos los controles: "es la enfermedad del rico insensato que pensaba vivir eternamente y también de aquellos que se convierten en amos y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos''.
Otro de los males señalados es ''la enfermedad de la esquizofrenia existencial: es la enfermedad de los que viven una doble vida, fruto de la hipocresía típica de los mediocres y del progresivo vacío espiritual". Hablar permanentemente de los pobres y vivir como magnates, recurrir a un mensaje ético que se escandaliza y condena a los demás sin ver la viga que tiene en el ojo; achacar todos los males a fantasmales enemigos sin asumir casi nunca responsabilidad alguna, es "crear así su propio mundo paralelo, donde dejan a un lado todo lo que enseñan con severidad a los demás y empiezan a vivir una vida oculta y, a menudo, disoluta''.
Está muy en boga ''La enfermedad de divinizar a los jefes". Viejo mal que desde la divinización de Bolívar hasta la del comandante eterno, se aprovechan del poder para su propio beneficio. "Son víctimas del arribismo y del oportunismo, honran a las personas y no a Dios. Son personas que viven el servicio pensando sólo en lo que tienen que conseguir y no en lo que tienen que dar. Personas mezquinas, infelices e inspiradas sólo por su egoísmo fatal''.
Un virus letal que corroe a casi todas las instituciones del país, es el de creer que "su propuesta" es la única solución posible. Es ''la enfermedad de la mala coordinación: sucede cuando los miembros pierden la comunión entre sí y el cuerpo pierde la funcionalidad armoniosa y la templanza convirtiéndose en una orquesta que hace ruido porque sus miembros no cooperan y no viven el espíritu de comunión y equipo''. No hay ni habrá una mejora del enrarecido clima social que vivimos si persiste la convicción de no reconocer ni aceptar al otro, con sus defectos y virtudes, pues no hay plataforma democrática posible sin los consensos concertados productos del diálogo y la sensatez.
El Papa Francisco tiene la virtud de partir de la vida cotidiana, iluminada por la fe que ha movido toda su existencia y lo convierte así, en un punto de referencia ineludible para todos en este agitado siglo XXI.
bepocar@gmail.com
Vale la pena hacer un ejercicio de discernimiento y preguntarnos si esas "enfermedades" son también las que padece nuestra sociedad venezolana. La primera, es ''la enfermedad de sentirse "inmortal", "inmune" o incluso "indispensable", dejando de lado los controles necesarios y normales. Ejercer el poder con pretensiones de eternidad, de exclusión total de cualquier otro porque no pueden volver, lleva a saltarse todos los controles: "es la enfermedad del rico insensato que pensaba vivir eternamente y también de aquellos que se convierten en amos y se sienten superiores a todos y no al servicio de todos''.
Otro de los males señalados es ''la enfermedad de la esquizofrenia existencial: es la enfermedad de los que viven una doble vida, fruto de la hipocresía típica de los mediocres y del progresivo vacío espiritual". Hablar permanentemente de los pobres y vivir como magnates, recurrir a un mensaje ético que se escandaliza y condena a los demás sin ver la viga que tiene en el ojo; achacar todos los males a fantasmales enemigos sin asumir casi nunca responsabilidad alguna, es "crear así su propio mundo paralelo, donde dejan a un lado todo lo que enseñan con severidad a los demás y empiezan a vivir una vida oculta y, a menudo, disoluta''.
Está muy en boga ''La enfermedad de divinizar a los jefes". Viejo mal que desde la divinización de Bolívar hasta la del comandante eterno, se aprovechan del poder para su propio beneficio. "Son víctimas del arribismo y del oportunismo, honran a las personas y no a Dios. Son personas que viven el servicio pensando sólo en lo que tienen que conseguir y no en lo que tienen que dar. Personas mezquinas, infelices e inspiradas sólo por su egoísmo fatal''.
Un virus letal que corroe a casi todas las instituciones del país, es el de creer que "su propuesta" es la única solución posible. Es ''la enfermedad de la mala coordinación: sucede cuando los miembros pierden la comunión entre sí y el cuerpo pierde la funcionalidad armoniosa y la templanza convirtiéndose en una orquesta que hace ruido porque sus miembros no cooperan y no viven el espíritu de comunión y equipo''. No hay ni habrá una mejora del enrarecido clima social que vivimos si persiste la convicción de no reconocer ni aceptar al otro, con sus defectos y virtudes, pues no hay plataforma democrática posible sin los consensos concertados productos del diálogo y la sensatez.
El Papa Francisco tiene la virtud de partir de la vida cotidiana, iluminada por la fe que ha movido toda su existencia y lo convierte así, en un punto de referencia ineludible para todos en este agitado siglo XXI.
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