AMOS OZ - LA MUJER DE LA VENTANA
Discurso del escritor Amos Oz, premio a las letras 2007,
en la ceremonia de apertura de los premios Príncipe de Asturias
La mujer de la ventana
DISCURSO DE AMOS OZ
Si adquieres un billete y viajas a otro país, es posible que veas las montañas, los palacios y las plazas, los museos, los paisajes y los enclaves históricos. Si te sonríe la fortuna, quizá tengas la oportunidad de conversar con algunos habitantes del lugar. Luego volverás a casa cargado con un montón de fotografías y de postales.
Pero, si lees una novela, adquieres una entrada a los pasadizos más secretos de otro país y de otro pueblo.
La lectura de una novela es una invitación a visitar las casas de otras personas y a conocer sus estancias más íntimas.
Si no eres más que un turista, quizá tengas ocasión de detenerte en una calle, observar una vieja casa del barrio antiguo de la ciudad y ver a una mujer asomada a la ventana. Luego te darás la vuelta y seguirás tu camino.
Pero como lector no sólo observas a la mujer que mira por la ventana, sino que estás con ella, dentro de su habitación, e incluso dentro de su cabeza.
Cuando lees una novela de otro país, se te invita a pasar al salón de otras personas, al cuarto de los niños, al despacho, e incluso al dormitorio. Se te invita a entrar en sus penas secretas, en sus alegrías familiares, en sus sueños.
Y por eso creo en la literatura como puente entre los pueblos. Creo que la curiosidad tiene, de hecho, una dimensión moral. Creo que la capacidad de imaginar al prójimo es un modo de inmunizarse contra el fanatismo.
La capacidad de imaginar al prójimo no sólo te convierte en un hombre de negocios más exitoso y en un mejor amante, sino también en una persona más humana.
Parte de la tragedia árabe-judía es la incapacidad de muchos de nosotros, judíos y árabes, de imaginarnos unos a otros. De imaginar realmente los amores, los miedos terribles, la ira, los instintos. Demasiada hostilidad impera entre nosotros y demasiada poca curiosidad.
Los judíos y los árabes tienen algo en común: ambos han sufrido en el pasado bajo la pesada y violenta mano de Europa.
Los árabes han sido víctimas del imperialismo, del colonialismo, de la explotación y la humillación.
Los judíos han sido víctimas de persecuciones, discriminación, expulsión y, al final, el asesinato de un tercio del pueblo judío.
Cabría suponer que dos víctimas, y sobre todo dos víctimas de un mismo perseguidor, desarrollarían cierta solidaridad entre ellas. Desgraciadamente las cosas no son así, ni en las novelas ni en la vida real. Por el contrario, algunos de los conflictos más terribles son aquellos que se producen entre dos víctimas de un mismo perseguidor.
Los dos hijos de un progenitor violento no tienen por qué amarse necesariamente.
Con frecuencia ven reflejada el uno en el otro la imagen del cruel progenitor.
Exactamente así es la situación entre judíos y árabes en Oriente Medio: mientras los árabes ven en los israelíes a los nuevos cruzados, la nueva reencarnación de la Europa colonialista, muchos israelíes ven en los árabes la nueva personificación de nuestros perseguidores del pasado: los responsables de los pogroms y los nazis.
Esta realidad impone a Europa una especial responsabilidad en la solución del conflicto árabe-israelí: en lugar de alzar un dedo acusador hacia una u otra de las partes, los europeos deberían mostrar afecto y comprensión y prestar ayuda a ambas partes. Ustedes no tienen por qué seguir eligiendo entre ser pro- íes o pro-palestinos. Deben estar a favor de la paz.
La mujer de la ventana puede ser una mujer palestina de Nablus y puede ser una mujer israelí de Tel Aviv. Si desean ayudar a que haya paz entre las dos mujeres de las dos ventanas, les conviene leer más acerca de ellas. Lean novelas, queridos amigos, aprenderán mucho.
Las cosas irían mejor si también cada una de esas dos mujeres leyese acerca de la otra, para saber, al menos, qué hace que la mujer de la otra ventana tenga miedo o esté furiosa, y qué le infunde esperanza.
No he venido esta tarde a decirles que leer libros vaya a cambiar el mundo. Lo que he sugerido es que creo que leer libros es uno de los mejores modos de comprender que, en definitiva, todas las mujeres de todas las ventanas necesitan urgentemente la paz.
Quiero agradecer a los miembros del jurado del premio Príncipe de Asturias que me hayan otorgado este maravilloso premio.
Muchas gracias y mis mejores deseos a todos ustedes..... Shalom u-brajá
Este texto me llegó por gentileza de Daniel Castro
http://danielcastroaniyar.over-blog.com
EL NIÑO DE LA VENTANA
Un niño mira por una ventana y el amanecer se le clavetea en los ojos como una ofrenda de luz. Él nada sabe de ventanas. Sólo mira todo lo que pasa a su alrededor. Y lo hace suyo con la frescura con la que toma una flor. No sabe ni se plantea la existencia de otras ventanas, y mucho menos de ventanas cerradas.
Allí sueña con que muchos niños ingresen a sus pupilas para jugar. Y contempla con fino detenimiento a los pájaros mientras pasean su canto de un árbol a otro. Es tan lúcido su mirar que distingue aun lo que no se distingue. Puede a la distancia advertir el combate de un insecto atrapado en la red de una araña, tan sólo para asegurar el vivir de ambos. Se asombra de encontrar entre las nubes, rostros que ríen.
Descubre en el pasto una hoja reluciente y única. Y otra que en su vuelo parece danzar al ritmo de su pulso. Revisa con cuidado si hay indicios de lluvia y desde arriba advierte que su columpio lo aguarda. Y le pide a la madre salir a conquistarlo.
Ese niño que nada sabe de literatura piensa que el mundo está hecho de parques y ni siquiera se imagina que detrás de las ventanas hay personas que no se reconocen. Eso lo averiguará después, no sin asombro. Por ahora el hijo del vecino, el niño que recorre la calle con un carrito de cartón o el que devora un helado son todos sus amigos y a todos los invita a jugar.
Pero que pronto se pierde esa armonía natural y espontánea. Porque ese niño que se asoma a la ventana del vivir es igual a cualquier niño ubicado en cualquier geografía. Hasta que comienzan a estrecharse los espacios para mirar y para vivir, y entonces, ya se anula el niño y aparece el hombre de hoy.
Y allí cada uno de nosotros se construye una ventana propia y en ella se encierra no sin antes desplegar gruesas cortinas y colocar poderosas cerraduras para amurallar la vista del otro que pudiera hallar, entre esos espacios, alguna común tristeza o alegría.
¿Qué las vidas son diferentes, anchas y ajenas, al decir de Ciro Alegría? No se podría negar. Pero hay algo en común en cada ser humano, que por lo general preferimos ignorar, porque no nos gusta parecernos a nadie, sino más bien cultivar una individualidad que a la final queda anulada, porque significa la interacción con una parte de la humanidad, demasiada diminuta para otorgarle al hombre la esencia de su propia condición.
A la final las fronteras siempre nos habrán de servir para aislarnos o lo que es peor, para desdeñar todo aquello que está fuera de ellas. Es el territorio del hombre escindido.
La globalización fracturó las fronteras. Eso es absolutamente cierto. Pero no desaparecieron las fronteras o las murallas. Habría que decir que más bien crecieron. Lo que está por encima y más allá incluso de nuestro más sano raciocinio, es algo tan escandalosamente abstracto como el capital, el dinero, esa entidad misteriosa y secreta que ha convertido el ser humano en una especie prescindible.
Como si una vez extinguida la especie, alguien en algún planeta lejano pudiera con esos capitales, venderlos quien sabe a quien y a cambio de qué, para fundar de nuevo la misma vieja historia de asesinos que conocemos hasta ahora.
Y qué bueno fuera que en verdad cada uno de nosotros insistiera en lo que nos es común y no en lo que nos han inventado para disgregarnos, separarnos, dividirnos hasta convertirnos en minúsculos átomos de una materia que ni siquiera se reconoce, con el perdón del átomo que sí sabe reconocerse a sí mismo como creador de toda especie.
Este texto habla de la mujer en la ventana. Una mujer múltiple como múltiples son las ventanas que las encierran. Es el niño que ya no está. Es el hombre que ha perdido la capacidad de reconocerse en el otro, de buscar ese cauce común que nos hace todos frutos de una misma especie.
En la tristeza, es posible que se llore callado o con gritos estruendosos, pero el sabor salobre de las lágrimas es idéntico en cualquier rostro en el cual se asoma. Y el concierto melodioso de la risa es el mismo, cualquiera sea el labio que la emita.
Lo que ha sido diferente es el objeto de nuestra tristeza y nuestra alegría. Hay quienes se alegran al matar a alguien y quienes lloran porque no han podido alcanzar objetivos insignificantes.
Que bueno fuera que cada uno de nosotros sintiera alegría por la vida que nace infinitamente en cada espacio del planeta y el universo y que se entristeciera con el color de las lágrimas que elija, cada vez que alguien es atropellado, herido, maniatado, violentado o muerto sin otras razones que las que nos hemos creado para ir permanentemente unos contra otros.
Ay si el planeta riera al unísono por una sola vez. Ay si el planeta llorara al unísono hasta que desaparecieran las guerras, los crímenes, los vejámenes y la apropiación.
Ay, si esa paz que se invoca fuese algo que realmente hermanara a los hombres y no otra forma de la misma guerra.
Ay si a través de las ventanas lanzáramos florerías, confituras, cantos y mesas servidas de abrazos, en vez de lanzar racimos de bombas y proyectiles.
Ay, si volviera florecer en cada hombre otra vez el niño.
¿Será en verdad tan difícil reencontrarnos en el otro? ¿Será que en verdad no habrá espacio en el mundo para todos? ¿Será que no podemos soñar un tiempo de casas sin puertas ni ventanas por donde el aire amoroso de la vida se cuele dejando su aromas en cada rincón?
Dejo estas preguntas aquí en estas Embusterías que es un inmenso ventanal sostenido sobre el aire. Por él he visto ya demasiadas cosas pero también he sembrado en los suspiros que de él se desbordan, multitud de esperanzas.
Tal vez sea tiempo de convertirnos en abridores de ventanas y tratar de ser como los pájaros, de libre vuelo por sobre todos los territorios de los árboles, que aún no hemos talado.
mery sananes
03 de noviembre del 2011
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