LUNES 31 DE OCTUBRE DE 2011
Nuestros Santos
tomado del blog "`POR CRISTO CON EL Y EN EL
DEL PADRE BEDA HORNUNG.osb
Pero Jesús no nos pidió que defendiéramos nuestra fe, sino que fuéramos sus testigos. Porque, en la fe, no se trata de un sistema de creencias que satisfaga mis intereses personales, sino que se trata de una relación personal; y ésta simplemente se vive, se es fiel al otro. Por eso somos testigos de lo que el Otro, Dios, ha hecho, y sigue haciendo, por nosotros. Este testimonio puede costar incluso la vida, la vida del testigo, no del otro que tiene otros pareceres, contrarios al testigo.
Testigo, en griego antiguo, significa “mártir”. Es el testimonio de que Dios es fiel en su amor a nosotros incluso más allá de la muerte. Por eso hay una diferencia abismal entre el mártir cristiano y el mal llamado “mártir” terrorista, que no muere para dar vida, sino para arrastrar consigo a otros hacia la muerte y la destrucción.
Entre “defender” y “ser testigo”, por lo tanto, hay una gran diferencia. El defensor tiene la tendencia de ponerse violento cuando se da cuenta de que está perdiendo lo que le es precioso. El testigo pone su vida y sus intereses en las manos de Dios quien, al fin y al cabo, es el que da la vida.
En este contexto habrá que ver también otro rasgo de los Santos: ellos no son perfectos; son santos. La perfección es normalmente el intento del hombre de quedar bien delante de Dios y el mundo, con la trágica consecuencia de que puede llevar al orgullo. Mientras que la santidad es obra de Dios. Él llama al hombre, y éste responde y colabora. Así se muestra la grandeza de Dios que, en medio de nuestras deficiencias, muestra las maravillas de su obra.
Muchas veces, los santos son una respuesta a una tendencia inconsciente, una mentalidad, que rige en una región o época determinadas, y que nos desvía de Dios.
Es por eso que los santos nos estimulan con su ejemplo, no necesariamente a hacer lo que ellos han hecho, sino a responder al llamado de Dios en medio de nuestra época que nos toca vivir.
MIÉRCOLES 2 DE NOVIEMBRE DE 2011
Nuestra Muerte
Hace poco encontré en un periódico estas palabras: “Recordar que voy a morir es la herramienta más importante que haya encontrado para tomar las grandes decisiones de mi vida, porque prácticamente todo, las expectativas de los demás, el orgullo, el miedo al ridículo o al fracaso se desvanece ante la muerte, dejando sólo lo verdaderamente importante. Recordar que vas a morir es la mejor forma que conozco de evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder… Nadie quiere morir. Ni siquiera la gente que quiere ir al cielo quiere morir para llegar allí. Y sin embargo la muerte es el destino que todos compartimos. Nadie ha escapado de ella. Y así tiene que ser, porque la muerte es posiblemente el mejor invento de la vida. Es el agente de cambio de la vida. Retira lo viejo para hacer sitio a lo nuevo” (http://www.eluniversal.com/vida/111007/los-mordiscos-de-un-genio-la-noticia-steve-jobs-hablo-sobre-su-muerte-).
Como pueden ver, estas palabras no fueron dichas por un santo; fue Steve Jobs, muerto hace poco, quien las pronunció en su famoso discurso de Stanford. No conozco su afiliación religiosa, ni sus creencias o prácticas. No sé lo que él entendía por “las grandes decisiones de mi vida”. Pero lo que dice, puede compararse con aquel instrumento del arte espiritual que recomienda San Benito de Nursia a los monjes cuando escribe en su Regla: “Tener la muerte presente ante los ojos cada día”– en latín es más fuerte todavía: “sospechar la muerte ante los ojos cada día“ (Regla de Benito 4,47).
Vemos la muerte como algo macabro, algo que queremos eliminar de nuestra consciencia. Por eso tanta distracción de todo tipo, sólo para aferrarnos a algo que, en todo caso, vamos a perder. "¿Quién vivirá sin ver la muerte? ¿Quién sustraerá su vida a la garra del abismo?" (Salmo 88,48). El sepulcro es su morada perpetua…, aunque hayan dado nombre a países.Cuando muera, no se llevará nada, su fasto no bajará con él(Salmo 48,11.17). Pero parece que nos gusta apostar al caballo perdedor.
Y es verdad: ¿qué son “las expectativas de los demás, el orgullo, el miedo al ridículo o al fracaso” ante el hecho de la muerte? Y en la muerte, ¿qué nos queda? ¿A dónde vamos? ¿Dónde terminamos? Como cristianos sabemos, que terminamos en las manos de Dios, un Dios que nos ha amado desde toda la eternidad, un Dios que nos acoge como a los que regresan a casa, un Dios que nos tiene preparado su banquete donde Él mismo nos servirá la mesa. Frente a la realidad de este amor tan íntimo, ¡qué importa lo demás! Sólo tiene valor lo que sirve a encaminarnos a esta intimidad, y a enseñarles a otros el camino que va a Dios.
Así, la muerte pone nuestra vida en perspectiva, nos ayuda a encontrar su sentido. La muerte nos invita a una relación íntima con Dios, y a facilitar esta relación a nuestros hermanos.
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