Y para cerrar esta serie de artículos dedicados a la reflexión del
arte perdido de sacralizar la vida, llegamos al séptimo de los
Sacramentos, la Unción de los Enfermos o Extremaunción.
La acción de preparar al bien morir de quienes sienten su final.
Quizás debido a nuestro a nuestro cultural terror a la muerte; nos
suene este sacramento tétrico, pavoso, o lúgubre, por aquello del
final y el misterio que la muerte lleva consigo. Sin embargo, este
sacramento constituye el registro humano y permanente a aquello
que se agota, que se acaba, que cumple su tempo sagrado y que
le toca, inevitablemente, transformarse.
Esos momentos en que sentimos que las formas no dan más, y con
el corazón hecho trizas decidimos el cambio, el fin de algo, esto, es
marcado por esa unción que determina que, no importa lo que suceda,
nunca más será igual, nunca lo viviremos de la misma manera.
Seguramente quien sabe honrar los inicios, enaltece y vive con
grandeza y agradecimiento los finales. Quienes no nos detenemos
en el camino, somos incapaces de reconocer en qué etapa estamos y
de qué se trata el transformarnos.
¿Acaso no tienen gran similitud el bautismo con la extremaunción, no se
le entrega al objeto del proceso una unción que lo prepara, lo inicia hacia
un proceso nuevo? La culebra se muerde la cola de nuevo.
Quien toma consciencia de este sacramento es porque ha tocado, aunque
sea sutilmente, el resto de ellos, y se ha permitido ver lo inevitable, aquello
que es inherente a lo vivo: la transformación.
Decían los griegos, padres inevitables de nuestra cultura que para bajar al
Hades, era necesario hacerlo solo, desnudo y con la cabeza gacha, de lo
contrario, el proceso no se llevaría a cabo, y se referían a lo único que puede
ocurrir en ese infierno humano, el transformarnos.
Cuando llega ese momento de lo inevitable, quizás necesitamos de quien nos
de la unción, aquí la soberbia es una necedad, y esa humildad desvalida,
pide ayuda divina y humana, para que alguien nos termine de preparar para
ese proceso desconocido, pero inevitable.
Cabe destacar que la Tanatología, ciencia que estudia el morir como hecho
transformador, nos regala la oportunidad de darle al morir, un color humano y
un tono sensible, entendiéndolo, en definitiva, como ese acto que nos conecta
con lo intangible, con lo que nadie realmente conoce porque, por lo menos
conscientemente, nadie se devuelve.
Una vida rica y sensible, se detiene en los procesos, se ubica en los
caminos, y con rendición honra los finales.
Hasta la próxima sonrisa.
Carlos Fraga
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