La libertad religiosa: una gracia que cuando falta se siente
Entrevista al director italiano de Ayuda a la Iglesia Necesitada
Por Luca Marcolivio
RIMINI, 28 de agosto de 2013 (Zenit.org) - El Meeting de Rimini para la Amistad entre los Pueblos que se realizó en Italia del 19 al 23 de octubre, ha concluido a la luz de la esperanza, al hablar sobre la libertad religiosa. Al terminar la conferencia, ZENIT ha encontrado a uno de los relatores, el director de Ayuda a la Iglesia Necesitada, Italia (AIN), Massimo Ilardo, que ha ilustrado el pasado, presente y futuro de la asociación que tiene 65 años de actividad.
¿Cuál ha sido la contribución de Ayuda a la Iglesia Necesitada en este Meeting?--Máximo Ilardo: Hemos tenido la posibilidad, de participar en la conferencia sobre Siria, ilustrando todas las problemáticas que los sirios hoy enfrentan y lo que AIN está haciendo en tal sentido. El año pasado hemos hablado de Irán y en particular las minorías cristianas y su sufrimiento en aquel país y lo que AIN ha hecho por ellos. En el 1987 nuestro fundador vino al Meeting contando la actividad de AIN, y siete mil personas estuvieron en su conferencia. Cuando llegó, todo el público se puso de pie.
El sector italiano de AIN (Aiuto alla Chiesa che Sofre) está desarrollando actualmente un trabajo para hacer conocer su labor, no tanto porque sea una “voz entre las voces” pero para que siga siendo, como lo ha sido durante 65 años, la voz que lleva el tema religioso con una ayuda concreta, gracias a la colaboración de los benefactores, todos privados.
¿Cómo cambia la percepción de la libertad religiosa? ¿Qué ocasiones ha ofrecido este Mitin sobre el tema?--Máximo Ilardo: La libertad religiosa, con respecto al 1998, cuando publicamos la primera relación sobre el tema, es cada vez más entendida por la gente, sea por parte de las instituciones, que por la prensa y también está llegando al hombre de la calle.
Por cuánto concierne el Meeting hemos escuchado una intervención extraordinaria del cardenal Tauran, aunque todas lo han sido. El tema determinante es siempre del diálogo y este necesita tiempo: no hay grandes novedades, pero lo que se advierte es la existencia de un recorrido que no debe detenerse.
Hay momentos críticos como ahora en Siria y en Egipto, pero no nos olvidamos nunca de otros países en dificultad, como Nigeria.
¿La libertad religiosa es un problema de los países asiáticos o africanos, o es un problema universal?--Máximo Ilardo: Es un hecho relacionado con la conciencia. Este derecho no tiene que ser concedido por los potente, es algo natural, como la vida. Se inicia a tener más conciencia de este derecho cuando inicia a faltar.
Por cuánto concierne la libertad religiosa, nosotros los cristianos que vivimos en Italia, no nos damos cuenta de la gracia que hemos recibido, porque vivir nuestra fe significa no tener que "alterar" particularmente nuestra vida.
Ser crisitano en un país como Egipto, Pakistán, Irak o Nigeria, significa cambiar estilo de vida. En un país como Pakistán, la mujer no puede decidir la educación de sus hijos, no puede manejar, tiene que caminar un paso atrás del marido, no puede acercarse al marido sino en un cierto modo, etc.
Dos años atrás hemos publicado un texto titulado ¿Por qué me persigues?, y hemos iniciado a difundir un resumen del mismo en las escuelas, en los centros culturales, en las asociaciones, en las parroquias. Hemos difundido 4.500 copias y estamos preparando una nueva edición de manera que nos permita entrar más entre la población.
Hay países como Rusia y otros de la Europa ex comunista que han reconquistado la libertad religiosa después de décadas de persecuciones: ¿ACN ha trabajado en estos países?--Máximo Ilardo: En Europa del este, nuestro padre Werenfried ha trabajado mucho. Los resultados conseguidos en Rusia y en otras naciones que han padecido las mismas opresiones, empiezan dar frutos por lo que se refiere a las vocaciones.Hay un continuo surgir de nuevas vocaciones, Europa del este está dando grandes resultados. Seguimos siempre lo que sucede en estos países, aunque con una atención un poco menor respecto a la de otros lugares del mundo pero siempre estamos atentos.
En particular en Bosnia y el resto de la ex Yugoslavia. Son países donde ya difícilmente suceden cosas espantosas y por tanto casi no si habla, pero hay fieles huyeron de aquellos lugares y que aún tienen que volver: también estamos trabajando con ellos.
Además tenemos una sección dedicada a la Iglesia ortodoxa y esto es importante por lo que se refiere al diálogo ecuménico e interreligioso. Una Iglesia hermana ayuda otra Iglesia hermana, creo que sea una de las cosas más bellas. Fue una de las intuiciones de nuestro fundador a inicio de los años 90.
¿Cuál ha sido la contribución de Ayuda a la Iglesia Necesitada en este Meeting?--Máximo Ilardo: Hemos tenido la posibilidad, de participar en la conferencia sobre Siria, ilustrando todas las problemáticas que los sirios hoy enfrentan y lo que AIN está haciendo en tal sentido. El año pasado hemos hablado de Irán y en particular las minorías cristianas y su sufrimiento en aquel país y lo que AIN ha hecho por ellos. En el 1987 nuestro fundador vino al Meeting contando la actividad de AIN, y siete mil personas estuvieron en su conferencia. Cuando llegó, todo el público se puso de pie.
El sector italiano de AIN (Aiuto alla Chiesa che Sofre) está desarrollando actualmente un trabajo para hacer conocer su labor, no tanto porque sea una “voz entre las voces” pero para que siga siendo, como lo ha sido durante 65 años, la voz que lleva el tema religioso con una ayuda concreta, gracias a la colaboración de los benefactores, todos privados.
¿Cómo cambia la percepción de la libertad religiosa? ¿Qué ocasiones ha ofrecido este Mitin sobre el tema?--Máximo Ilardo: La libertad religiosa, con respecto al 1998, cuando publicamos la primera relación sobre el tema, es cada vez más entendida por la gente, sea por parte de las instituciones, que por la prensa y también está llegando al hombre de la calle.
Por cuánto concierne el Meeting hemos escuchado una intervención extraordinaria del cardenal Tauran, aunque todas lo han sido. El tema determinante es siempre del diálogo y este necesita tiempo: no hay grandes novedades, pero lo que se advierte es la existencia de un recorrido que no debe detenerse.
Hay momentos críticos como ahora en Siria y en Egipto, pero no nos olvidamos nunca de otros países en dificultad, como Nigeria.
¿La libertad religiosa es un problema de los países asiáticos o africanos, o es un problema universal?--Máximo Ilardo: Es un hecho relacionado con la conciencia. Este derecho no tiene que ser concedido por los potente, es algo natural, como la vida. Se inicia a tener más conciencia de este derecho cuando inicia a faltar.
Por cuánto concierne la libertad religiosa, nosotros los cristianos que vivimos en Italia, no nos damos cuenta de la gracia que hemos recibido, porque vivir nuestra fe significa no tener que "alterar" particularmente nuestra vida.
Ser crisitano en un país como Egipto, Pakistán, Irak o Nigeria, significa cambiar estilo de vida. En un país como Pakistán, la mujer no puede decidir la educación de sus hijos, no puede manejar, tiene que caminar un paso atrás del marido, no puede acercarse al marido sino en un cierto modo, etc.
Dos años atrás hemos publicado un texto titulado ¿Por qué me persigues?, y hemos iniciado a difundir un resumen del mismo en las escuelas, en los centros culturales, en las asociaciones, en las parroquias. Hemos difundido 4.500 copias y estamos preparando una nueva edición de manera que nos permita entrar más entre la población.
Hay países como Rusia y otros de la Europa ex comunista que han reconquistado la libertad religiosa después de décadas de persecuciones: ¿ACN ha trabajado en estos países?--Máximo Ilardo: En Europa del este, nuestro padre Werenfried ha trabajado mucho. Los resultados conseguidos en Rusia y en otras naciones que han padecido las mismas opresiones, empiezan dar frutos por lo que se refiere a las vocaciones.Hay un continuo surgir de nuevas vocaciones, Europa del este está dando grandes resultados. Seguimos siempre lo que sucede en estos países, aunque con una atención un poco menor respecto a la de otros lugares del mundo pero siempre estamos atentos.
En particular en Bosnia y el resto de la ex Yugoslavia. Son países donde ya difícilmente suceden cosas espantosas y por tanto casi no si habla, pero hay fieles huyeron de aquellos lugares y que aún tienen que volver: también estamos trabajando con ellos.
Además tenemos una sección dedicada a la Iglesia ortodoxa y esto es importante por lo que se refiere al diálogo ecuménico e interreligioso. Una Iglesia hermana ayuda otra Iglesia hermana, creo que sea una de las cosas más bellas. Fue una de las intuiciones de nuestro fundador a inicio de los años 90.
SANTOS Y BEATOS: EPOPEYAS DE AMOR. EJEMPLO DEL DÍA
San Agustín
«Obispo de Hipona, Padre y Doctor de la Iglesia. En medio de otros afanes persiguió incansablemente la verdad hasta que dio con ella, encarnada en Cristo. Su excepcional legado es insuperable»
Por Isabel Orellana Vilches
MADRID, 28 de agosto de 2013 (Zenit.org) - Le guió siempre una sed insaciable por la verdad, y no admitió cualquiera. Es uno de los grandes Padres de la Iglesia; ha dejado tal estela en ella con su vida y con su ingente obra, que continúa siendo inigualado. Es un referente que hallan en la intersección de un mismo camino Oriente y Occidente. Nació en Tagaste el 13 de noviembre de 354. Tenía un hermano y una hermana. Educado en la fe por su madre santa Mónica, hasta sus 32 años no se convirtió. Antes de cumplir los 17 había emprendido un sendero peligroso que marcó varias décadas de su vida. Engendró un hijo en una relación irregular, defendió las herejías maniqueas, y se aferró a las glorias de este mundo. Su madre jamás claudicó, y al final obtuvo para él la gracia de la santidad. En las emblemáticas y profundas Confesiones de Agustín se detecta la grandeza de alma y la pureza de corazón que tenía, así como el alcance de su conversión que le confirió una extraordinaria sensibilidad para reflexionar en su pasado confrontándolo con la nueva visión de la vida y del mundo que le dio la fe. Veía el equívoco de ciertos castigos o tácticas pedagógicas recibidas en sus años de formación que luego se tornaron sombríos para su acontecer porque, al menos en su caso, surtieron un efecto contrario al perseguido.
Cuando partió a Cartago a finales del año 370 ya era un experto conocedor del latín. En su nuevo destino, la ambición y la vanidad estimularon más si cabe sus afanes por el estudio, y destacó en la retórica y en otras disciplinas. Allí se apasionó por el Hortensius de Cicerón que comenzó a abrir un sendero de luz en su búsqueda de la verdad. Fue también una época en la que cedió las puertas de su corazón a otras pasiones. Al tiempo que leía y estudiaba con denuedo formándose en la filosofía, las perniciosas compañías le iban conduciendo al abismo. Una de las preocupaciones que le acuciaban es el conocido «problema del mal», y entre la influencia maniquea y la oscuridad en la que malvivía no pudo hallar la respuesta óptima a esta antigua cuestión. No obstante le convenía mantenerse vinculado a esta corriente errónea por distintos motivos en parte relacionados también con su futuro profesional, pero también le permitía justificar la vida irregular que llevaba siguiendo las reglas del placer. Tras la muerte de su padre enfermó, y temiendo seguir sus pasos pensó en hacerse católico; hasta recibió instrucción para ello. Pero en cuanto sanó, se involucró con los maniqueos y prosiguió dando tumbos. Durante nueve años rigió la Escuela de Gramática y retórica que abrió en Tagaste y después retornó a Cartago. En el 383 se estableció en Roma temporalmente; el maniqueísmo, que no colmó sus aspiraciones dejándole insatisfecho, había quedado atrás.
De allí se trasladó a Milán para ocuparse de la cátedra de retórica que había obtenido. Era el lugar elegido por la providencia para dar respuesta a la insistente súplica de su madre por su conversión. Un prelado le aseguró: «es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas»; le creyó a pies juntillas. Agustín fue fiel a la mujer con la que convivía hasta el año 385. Luego se desembarazó de ella. Al no querer desposarse con él, antes de marcharse a África su compañera dejó bajo su custodia al hijo común, Adeodato, nacido en el 372. Cuando conoció a san Ambrosio se suscitó en su corazón una profunda admiración por la sabiduría y rigor del obispo, y poco a poco fue adentrándose en el misterio del amor de Dios. Pese a todo, la virtud de la castidad se le resistía, y no terminaba de dar el paso hacia su conversión. Trataba de dilatarlo, diciendo: «Lo haré pronto, poco a poco; dame más tiempo». Al conocer la vida de san Antonio vio que no tenía sentido demorar su respuesta a Cristo: «¿Qué estamos haciendo? –le decía a su estimado Alipio–. Los ignorantes arrebatan el Reino de los Cielos y nosotros, con toda nuestra ciencia, nos quedamos atrás cobardemente, revolcándonos en el pecado. Tenemos vergüenza de seguir el camino por el que los ignorantes nos han precedido, cuando por el contrario, deberíamos avergonzarnos de no avanzar por él».
Releyó con otra óptica el Nuevo Testamento, particularmente las cartas paulinas, y en doloroso e intenso debate interior rogaba la gracia de la conversión y su perdón. Un día oyó la voz de un niño que decía en una casa contigua: «toma y lee, toma y lee». Interpretando que debía acudir al Evangelio, lo abrió y leyó el pasaje de Rom 13,13-14. Instantáneamente se disiparon todas las tinieblas y se dio de bruces con esa verdad tan ansiada que había perseguido; comprendió que era Cristo. Después, henchido de amor, diría a ese Dios al que ya había entrañado: «Demasiado tarde, demasiado tarde empecé a amarte […]. Me llamaste a gritos y acabaste por vencer mi sordera». El año 387 fueron bautizados Alipio, Agustín y su hijo Adeodato, que murió más tarde.
Tras la muerte de Mónica, que supuso un duro golpe para él, el santo vivió en África tres años entregado a la oración, al ayuno y la vida de penitencia, estado que mantuvo hasta el final. Fue ordenado sacerdote el año 391, y en el 395 lo designaron obispo de Hipona. Fundó un monasterio dedicado a los varones y otro a las mujeres. Predicaba y escribía defendiendo con bravura la fe católica. Humilde y desprendido, con toda sencillez reconocía que no era fácil la misión: «Continuamente predicar, discutir, reprender, edificar, estar a disposición de todos, es una gran carga y un gran peso, una enorme fatiga». Fue azote de los herejes y dio una inmensa gloria a la Iglesia en sus treinta y cuatro años como prelado. Ha dejado un legado excepcional e insuperable con obras como Sobre la Ciudad de Dios y las Retractationes, entre otras. Poco antes de morir, estalló la guerra en el norte de África y atravesó momentos difíciles. Llegado el fin, escribió: «Quien ama a Cristo, no puede tener miedo de encontrarse con Él». Falleció el 28 de agosto del 430. El 20 de septiembre de 1295 Bonifacio XIII lo proclamó Doctor de la Iglesia.
Cuando partió a Cartago a finales del año 370 ya era un experto conocedor del latín. En su nuevo destino, la ambición y la vanidad estimularon más si cabe sus afanes por el estudio, y destacó en la retórica y en otras disciplinas. Allí se apasionó por el Hortensius de Cicerón que comenzó a abrir un sendero de luz en su búsqueda de la verdad. Fue también una época en la que cedió las puertas de su corazón a otras pasiones. Al tiempo que leía y estudiaba con denuedo formándose en la filosofía, las perniciosas compañías le iban conduciendo al abismo. Una de las preocupaciones que le acuciaban es el conocido «problema del mal», y entre la influencia maniquea y la oscuridad en la que malvivía no pudo hallar la respuesta óptima a esta antigua cuestión. No obstante le convenía mantenerse vinculado a esta corriente errónea por distintos motivos en parte relacionados también con su futuro profesional, pero también le permitía justificar la vida irregular que llevaba siguiendo las reglas del placer. Tras la muerte de su padre enfermó, y temiendo seguir sus pasos pensó en hacerse católico; hasta recibió instrucción para ello. Pero en cuanto sanó, se involucró con los maniqueos y prosiguió dando tumbos. Durante nueve años rigió la Escuela de Gramática y retórica que abrió en Tagaste y después retornó a Cartago. En el 383 se estableció en Roma temporalmente; el maniqueísmo, que no colmó sus aspiraciones dejándole insatisfecho, había quedado atrás.
De allí se trasladó a Milán para ocuparse de la cátedra de retórica que había obtenido. Era el lugar elegido por la providencia para dar respuesta a la insistente súplica de su madre por su conversión. Un prelado le aseguró: «es imposible que se pierda el hijo de tantas lágrimas»; le creyó a pies juntillas. Agustín fue fiel a la mujer con la que convivía hasta el año 385. Luego se desembarazó de ella. Al no querer desposarse con él, antes de marcharse a África su compañera dejó bajo su custodia al hijo común, Adeodato, nacido en el 372. Cuando conoció a san Ambrosio se suscitó en su corazón una profunda admiración por la sabiduría y rigor del obispo, y poco a poco fue adentrándose en el misterio del amor de Dios. Pese a todo, la virtud de la castidad se le resistía, y no terminaba de dar el paso hacia su conversión. Trataba de dilatarlo, diciendo: «Lo haré pronto, poco a poco; dame más tiempo». Al conocer la vida de san Antonio vio que no tenía sentido demorar su respuesta a Cristo: «¿Qué estamos haciendo? –le decía a su estimado Alipio–. Los ignorantes arrebatan el Reino de los Cielos y nosotros, con toda nuestra ciencia, nos quedamos atrás cobardemente, revolcándonos en el pecado. Tenemos vergüenza de seguir el camino por el que los ignorantes nos han precedido, cuando por el contrario, deberíamos avergonzarnos de no avanzar por él».
Releyó con otra óptica el Nuevo Testamento, particularmente las cartas paulinas, y en doloroso e intenso debate interior rogaba la gracia de la conversión y su perdón. Un día oyó la voz de un niño que decía en una casa contigua: «toma y lee, toma y lee». Interpretando que debía acudir al Evangelio, lo abrió y leyó el pasaje de Rom 13,13-14. Instantáneamente se disiparon todas las tinieblas y se dio de bruces con esa verdad tan ansiada que había perseguido; comprendió que era Cristo. Después, henchido de amor, diría a ese Dios al que ya había entrañado: «Demasiado tarde, demasiado tarde empecé a amarte […]. Me llamaste a gritos y acabaste por vencer mi sordera». El año 387 fueron bautizados Alipio, Agustín y su hijo Adeodato, que murió más tarde.
Tras la muerte de Mónica, que supuso un duro golpe para él, el santo vivió en África tres años entregado a la oración, al ayuno y la vida de penitencia, estado que mantuvo hasta el final. Fue ordenado sacerdote el año 391, y en el 395 lo designaron obispo de Hipona. Fundó un monasterio dedicado a los varones y otro a las mujeres. Predicaba y escribía defendiendo con bravura la fe católica. Humilde y desprendido, con toda sencillez reconocía que no era fácil la misión: «Continuamente predicar, discutir, reprender, edificar, estar a disposición de todos, es una gran carga y un gran peso, una enorme fatiga». Fue azote de los herejes y dio una inmensa gloria a la Iglesia en sus treinta y cuatro años como prelado. Ha dejado un legado excepcional e insuperable con obras como Sobre la Ciudad de Dios y las Retractationes, entre otras. Poco antes de morir, estalló la guerra en el norte de África y atravesó momentos difíciles. Llegado el fin, escribió: «Quien ama a Cristo, no puede tener miedo de encontrarse con Él». Falleció el 28 de agosto del 430. El 20 de septiembre de 1295 Bonifacio XIII lo proclamó Doctor de la Iglesia.
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