Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

martes, 20 de agosto de 2013

“La felicidad es una página en blanco” (Rushdie), que cada uno tiene que rellenar con ilusión y coherencia.



CÓMO LUCHAR CONTRA EL VACÍO EXISTENCIAL



CÓMO LUCHAR CONTRA EL VACÍO EXISTENCIAL




Ningún hombre tiene vocación de náufrago, ni de Robinsón Crusoe.
Sólo 
luchando con los fuertes se llega a ser fuerte. Para vivir una vida que
valga 
la pena, no basta flotar a la deriva. El hombre no es un tronco en la
superficie 
del agua, llevado de aquí para allá por la corriente, sin rumbo fijo. Y
el simple 
pasar del tiempo lo envejece, lo agita y lo golpea. Pero no lo hace mejor. 
Quien no se empeña en descubrir quién es y en decidir a dónde va;
quien no 
fija el timón y empuña los remos de su libertad para seguir su camino, acaba 
viendo como el flujo de su vida le arrastra… a donde no quería llegar.
La vida
no es cuestión de estar vivo y dejarse llevar por la corriente, como un pelele 
roto e inútil. “La felicidad es una página en blanco” (Rushdie), que cada uno 
tiene que rellenar con ilusión y coherencia.



Leyendo un libro de reciente aparición, me he acordado de la obra más
célebre
 del preso tal vez más conocido del campo nazi de Auschwitz, “El hombre 
en busca de destino”, del psiquiatra austríaco Viktor Frankl, discípulo de 
Freud y fundador del método psiquiátrico curativo de la logoterapia. Él 
piensa que nuestro mundo padece de un vacío existencial caracterizado 
por la falta de sentido.



En otra de sus obras, hablando del sentido del sufrimiento, Frankl citaba
la carta que le escribieron algunos presos del penal de Florida, después de 
leer sus libros: “He encontrado el sentido de mi vida ahora, cuando estoy 
en la cárcel, y sólo tengo que esperar algún tiempo, hasta que tenga la
ocasión 
de repararlo todo, de hacerlo todo mejor”. (..) Y el preso número 552-022 
me escribe: “Querido doctor: Durante los dos últimos meses un grupo de 
presos hemos leído sus libros y escuchado sus cintas. ¡Qué cierto es que 
también en el sufrimiento se puede encontrar un sentido…! De alguna
forma, 
mi vida ha comenzado ahora. (..) Aquí, en la prisión, rodeados de las más 
severas medidas de seguridad de toda Florida –aquí, a unos cientos de
metros 
de la silla eléctrica- precisamente aquí son nuestras lágrimas sinceras. 
Estamos cerca de la Navidad. Pero para nosotros la logoterapia es
la resurrección. 
Desde el Gólgota de Auschwitz se levanta, en esta mañana de resurrección, 
el sol del amanecer. ¡Qué nuevo día llega hasta nosotros!.



Como también me trajo a la cabeza a las cuatro protagonistas de otro 
libro reciente –“Yo he sobrevivido a un aborto”-, que coinciden en
señalar que 
si lograron salvarse es porque Dios tenía alguna misión prevista para
ellas. 
Esta obra es un ejemplo de esa “llamada” a hacer algo especial en
la vida. 
Algo a lo qué dedicar su existencia, salvada milagrosamente.



En la trama del mundo, la vida de cada hombre es como un sendero,
una 
gran aventura, que supone un crecimiento hacia lo máximo del ser:
una 
maduración pero, al mismo tiempo paradas, crisis y disminuciones.
Es un 
camino en pos del sentido último de las cosas, en el que el hombre
tiene que 
abrirse paso por sí mismo, tomar decisiones por su cuenta y luchar
batallas 
por su propio brazo. Sintiendo en los ojos el reto de los colores y
en el rostro 
la llamada de los vientos.



El sentido vocacional de la vida significa, por supuesto, que en el
mismísimo 
punto de partida hay una propuesta paradójica: para llegar a ser
uno mismo 
es preciso romper la soledad del ensimismamiento. Hay que tener
el arrojo 
de aventurar la vida. Salir del propio caparazón, abrirse a Dios y a
los demás: 
“Alguien me quiere en tus ‘te quiero’, …”, ha escrito el poeta
Miguel D’ors. 
Porque estamos proyectados a ser “gente-llamada-a-estar-unida”.
Sí, hay que 
asumir de manera personal el protagonismo de la propia vida; pero
en primera 
personal del plural. De esa manera se evita el mirar a tientas,
casualmente, 
sólo a la propia libertad. Un gurú americano de esos que enseña
el manejo 
de las cosas para que le salgan bien al que las usa, afirma que
“el mejor 
modo de predecir el futuro es crearlo”.



Hay que arriesgarse, hay que perder el miedo a vivir. Hay que lanzarse,
como 
decía antes Stephen R. Covey. Lo decía también Juan Pablo II, al
asomarse 
por primera vez al balcón de San Pedro, recién ser elegido Papa:
“¡No tengáis 
miedo. Abrid las puertas a Cristo!”. Y en ese amor de totalidad que
Él nos 
pide están incluidos todos los demás amores humanos nobles que
podemos 
tener en la tierra: a los padres, a la novia, a los hermanos, a los amigos,
la esposa y madre, etc.



Porque Dios es el coprotagonista estelar y socio mayoritario en la
empresa de vivir apasionadamente. No se puede hablar del hombre
sin hablar de Dios: si el 
Cielo se vacía, la tierra se llena de ídolos. Y hay que contagiar esa alegría 
de vivir, esa esperanza, a los que nos rodean. Para eso tenemos que saber 
hablar de lo que creemos y de por qué creemos. Que estamos aquí con un 
destino concreto, demasiado emocionante como para dejarlo pasar de largo. 
Como para no compartirlo a manos llenas.



Hay que ser optimistas, como lo eran los hombres de la Ilustración:
pensaban 
que el espíritu humano tiene un poder enorme, que le hace ir siempre hacia 
delante. ¿No hemos suprimido la esclavitud, una vieja institución que hunde 
sus raíces en tiempos arcaicos y que sirvió de base a todo el modo de 
producción esclavista? ¿No se ha llegado a eliminar la pena de muerte en 
la mayoría de los países desarrollados? Oscar Wilde, que no era ningún
 revolucionario, decía que “la historia era un desembarco en sucesivas utopías”.



Si a esto le añadimos que Dios, que nos ha creado, es bueno, el resultado 
no puede ser verlo todo negro. Los problemas –nuestras limitaciones personales, 
que son reales-, están para ser enfrentadas y superadas. “Vivir es eso: estar 
todavía a tiempo”, comentaba el famoso guitarrista Narciso Yepes. Si nuestros 
antepasados se hubieran rendido, pensando en un destino ciego o sólo en 
porvenires negativos, no estaríamos nosotros aquí. No hay que amargarse la 
vida y pasar el tiempo sufriendo. Es preciso aceptarnos como somos, de frágil 
barro cocido. Tenemos que cambiar de actitud, pensando que hasta un objeto 
con un mecanismo tan sencillo tiene una gran utilidad para el hombre. 
Simplemente con cambiar de actitud, la vida puede ser feliz o ser un desastre. 
Si se puede vivir feliz, ¿por qué no hacerlo?



Hay que perder el miedo a vivir, aunque sea yendo en contra de la corriente. 
No hay que temer el mañana, como si sólo nos fueran a acontecer catástrofes. 
Hay que tener la mentalidad del corcho que, pase lo que pase, siempre flota. 
Por el río. Y, al final, como dice el poeta, “… todos los ríos van a dar a la mar”, 
y se convierten en océanos sin fin, anchos y plenos de vida. La muerte es el 
único pórtico de nuestra inmortalidad.



Autor Desconocido

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