Alejandro Moreno
Visiones del pueblo (II)
El Nacional 11 DE JUNIO 2013 -
La visión que nuestras élites, de cualquier clase y tendencia, tienen del pueblo venezolano no es de hoy; arrastra una larga e ilustre historia.
Cuando nuestro más serio historiador, Germán Carrera Damas, dicta una conferencia en la UCAB sobre el Discurso de Angostura, la titula: "Proceso al federalismo y al pueblo". Juicio del que ambos salen malparados.
Simón Bolívar, miembro de la élite criolla de la que nunca se desdijo, si por momentos halaga al pueblo, sobre todo cuando lo necesita, muestra en sus discursos y en sus cartas una actitud hacia él muy negativa. Si el pueblo, en el discurso de Angostura aparece como ignorante, "pervertido por las ilusiones del error y por incentivos nocivos", débil de estómago para digerir el alimento de la libertad y por lo mismo sumiso ante la tiranía, al que se le "engaña más fácilmente que...", es visto sobre todo como inclinado por naturaleza a la anarquía. Sin embargo, no todo el pueblo es así.
A lo largo del discurso se puede notar una diferenciación importante entre un pueblo ilustrado, ciudadano, que es la élite, y otro, la masa anónima constituida por indios, esclavos, libertos y pardos, más abundante, para la cual ya en la "Carta de Jamaica", después de haberla paternalistamente halagado, deja claro que no es la libertad pues no sabría qué hacer con ella. Si en ese texto se preguntaba "¿seremos nosotros (los blancos criollos, la élite) capaces de mantener en su verdadero equilibrio la difícil carga de una república?", en el de Angostura se decide repetida y contundentemente por la imposición de instituciones que mantengan a ese pueblo refrenado e impedido de poner en práctica sus díscolas tendencias. No sólo opta por un ejecutivo fuerte, dotado de amplios poderes, sino que propone un Senado hereditario formado por las nuevas élites sobre todo militares (los libertadores), el cual, al ser supuestamente neutro, pues no ha de deber "su origen a la elección del gobierno ni a la del pueblo", "pararía los rayos del gobierno (inclinado a la tiranía por ser ejecutivo fuerte) y rechazaría las olas populares", "se opondría siempre a las invasiones que el pueblo intenta contra la jurisdicción y la autoridad". Dicho senado, como constituido por los "primeros bienhechores" de ese pueblo, "una raza de hombres virtuosos, prudentes y esforzados", merece la gratitud y el honor de la nación. "Y si el pueblo de Venezuela no aplaude la elevación de sus bienhechores, es indigno de ser libre y no lo será jamás". Rotundo.
Podría atribuirse todo esto, como hace Madariaga, al carácter personal del Libertador o a su manera de responder a las circunstancias históricas. El caso es que coincide plenamente con la visión del pueblo que todas las élites de nuestra historia, militares, civiles, eclesiásticas, culturales, etc., han albergado en su constelación de actitudes, alimentado y transmitido por generaciones apoyándose muchas veces en la autoridad del prócer.
Así como a Bolívar le sirvió de argumento para sostener el centralismo y la fortaleza del ejecutivo, en toda la historia de la República esa visión, siempre renovada y enfatizada, ha justificado el sometimiento del pueblo a los poderes de las élites y ha legitimado ideológicamente la negación a nuestras comunidades populares de toda posibilidad de ejercer cualquier poder libre y autónomo.
Hoy, camuflada y encubierta, se mantiene viva, como he señalado en mi artículo anterior. En efecto, según las leyes y disposiciones "comunales" del actual "populismo" revolucionario, toda organización popular está sometida al permiso y al régimen del fuerte ejecutivo que nos gobierna. Del pueblo siempre hay que desconfiar.
Cuando nuestro más serio historiador, Germán Carrera Damas, dicta una conferencia en la UCAB sobre el Discurso de Angostura, la titula: "Proceso al federalismo y al pueblo". Juicio del que ambos salen malparados.
Simón Bolívar, miembro de la élite criolla de la que nunca se desdijo, si por momentos halaga al pueblo, sobre todo cuando lo necesita, muestra en sus discursos y en sus cartas una actitud hacia él muy negativa. Si el pueblo, en el discurso de Angostura aparece como ignorante, "pervertido por las ilusiones del error y por incentivos nocivos", débil de estómago para digerir el alimento de la libertad y por lo mismo sumiso ante la tiranía, al que se le "engaña más fácilmente que...", es visto sobre todo como inclinado por naturaleza a la anarquía. Sin embargo, no todo el pueblo es así.
A lo largo del discurso se puede notar una diferenciación importante entre un pueblo ilustrado, ciudadano, que es la élite, y otro, la masa anónima constituida por indios, esclavos, libertos y pardos, más abundante, para la cual ya en la "Carta de Jamaica", después de haberla paternalistamente halagado, deja claro que no es la libertad pues no sabría qué hacer con ella. Si en ese texto se preguntaba "¿seremos nosotros (los blancos criollos, la élite) capaces de mantener en su verdadero equilibrio la difícil carga de una república?", en el de Angostura se decide repetida y contundentemente por la imposición de instituciones que mantengan a ese pueblo refrenado e impedido de poner en práctica sus díscolas tendencias. No sólo opta por un ejecutivo fuerte, dotado de amplios poderes, sino que propone un Senado hereditario formado por las nuevas élites sobre todo militares (los libertadores), el cual, al ser supuestamente neutro, pues no ha de deber "su origen a la elección del gobierno ni a la del pueblo", "pararía los rayos del gobierno (inclinado a la tiranía por ser ejecutivo fuerte) y rechazaría las olas populares", "se opondría siempre a las invasiones que el pueblo intenta contra la jurisdicción y la autoridad". Dicho senado, como constituido por los "primeros bienhechores" de ese pueblo, "una raza de hombres virtuosos, prudentes y esforzados", merece la gratitud y el honor de la nación. "Y si el pueblo de Venezuela no aplaude la elevación de sus bienhechores, es indigno de ser libre y no lo será jamás". Rotundo.
Podría atribuirse todo esto, como hace Madariaga, al carácter personal del Libertador o a su manera de responder a las circunstancias históricas. El caso es que coincide plenamente con la visión del pueblo que todas las élites de nuestra historia, militares, civiles, eclesiásticas, culturales, etc., han albergado en su constelación de actitudes, alimentado y transmitido por generaciones apoyándose muchas veces en la autoridad del prócer.
Así como a Bolívar le sirvió de argumento para sostener el centralismo y la fortaleza del ejecutivo, en toda la historia de la República esa visión, siempre renovada y enfatizada, ha justificado el sometimiento del pueblo a los poderes de las élites y ha legitimado ideológicamente la negación a nuestras comunidades populares de toda posibilidad de ejercer cualquier poder libre y autónomo.
Hoy, camuflada y encubierta, se mantiene viva, como he señalado en mi artículo anterior. En efecto, según las leyes y disposiciones "comunales" del actual "populismo" revolucionario, toda organización popular está sometida al permiso y al régimen del fuerte ejecutivo que nos gobierna. Del pueblo siempre hay que desconfiar.
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