Elías Pino Iturrieta: “Los pronósticos sobre la permanencia del liderazgo de Chávez no se cumplieron”
El nuevo editor adjunto de El Nacional no trae un proyecto de revolución, pero sí advierte que la actual situación de Venezuela obliga a mirar con más cautela y más profundidad los acontecimientos cotidianos: “La reflexión y el análisis son muy importantes”
Elías Pino Iturrieta es el nuevo editor adjunto de El Nacional y ya sabe que tendrá problemas, que su hábito de fumar un cigarrillo tras otro se contradice con la normativa que exige el ambiente 100% libre de humo de tabaco. Buena pluma y buen conversador, es dueño de un estilo mordaz y de un humor de fino estilete que administra en dosis justas y sorpresivas.
—El periodismo no es para tumbar ni para poner gobiernos, pero sí para señalar las situaciones que se viven.
Nacido en Maracaibo, pero natural de Boconó, se considera un pueblerino, y así define sus mañas y sus sensibilidades. Su vínculo con la tierra del sol amado fue accidental, problemas de parto de la mamá, y duró una semana. Después permaneció en su pueblo hasta cumplir los 17 años de edad, cuando lo mandaron interno a Mérida a terminar el bachillerato, en Humanidades, en un colegio de jesuitas. Vino a Caracas a estudiar Derecho, pero el primer semestre lo desencantó y se inscribió en la Escuela de Historia. En 1966, cuatro meses después de recibir el título de licenciado, se fue al Colegio Nacional de México a doctorarse en Historia. Su tesis fue el libro La mentalidad venezolana de la emancipación, con un prólogo del filósofo Leopoldo Zea. Durante 26 años su carrera como investigador e historiador transcurrió en la Facultad de Humanidades de la UCV, donde dirigió el Instituto de Investigaciones Hispanoamericanas y fue decano. Ahora está al frente del Instituto de Investigaciones Históricas de la UCAB y es miembro numerario de la Academia Nacional de la Historia.
—No esperaba este cargo ni estaba en mis cálculos. Cuando Miguel Henrique Otero me hizo la propuesta y le dije que yo no era periodista, me contestó que por eso había pensado en mí, que confiaba en mi buen criterio. Soy historiador y profesor universitario, académico, mi relación con el periodismo se ha limitado a ser columnista, hasta ahí.
—Arturo Uslar Pietri, J. F. Reyes Baena, José Ramón Medina, Oscar Palacios Herrera, Alberto Quirós Corradi no eran periodistas…
—Entonces, El Nacional se mantiene en la tradición. Si los propietarios del diario se fijaron en esas personas, y ahora se fijan en mí, me confirma que soy muy afortunado y, a la vez, me siento comprometido.
—¿Qué planes trae?
—Tengo la fortuna de haber hablado mucho con Simón Alberto Consalvi, que a veces me contaba de su actividad como editor adjunto de El Nacional. La primera intención es seguir esa huella; la otra, es empaparme del diario y de sus productos y ver en qué medida se debe mantener una tradición o hacer cosas nuevas. No traigo ningún proyecto de innovación ni de revolución. No sé si la obligación del periodismo es la inmediatez a la fuerza, pero pienso que la reflexión y el análisis también son importantes, que la situación del país nos obliga a mirar con más cautela y profundidad. En la medida en que aumenta el control del Gobierno sobre los medios audiovisuales, los periódicos tendrán que mirarse distinto en cuanto a lo que le dan a un lector que espera recibir la información que antes encontraba en otros medios. Será un desafío atender ese reclamo.
—El régimen empieza a conjugar el verbo producir…
—Hay que seguirle la pista a esa realidad y apoyarla, en la medida en que signifique un cambio para el país. No es un secreto que, en términos generales, de política, seguridad y economía, la situación nacional es muy delicada. Publicar la realidad diaria es obligación de un periódico, y la realidad es que las cosas cambiaron y no hay vuelta atrás. Un fenómeno que no puede escapar al quehacer periodístico. El país tiene una nueva referencia: la presencia de la oposición, cuya fortaleza parece indiscutible, y de Henrique Capriles Radonski, que cada día es más masiva, invasiva y evidente, mientras que la de Nicolás Maduro se reduce a lo que llama Gobierno de Calle, a transmisiones encadenadas de radio y televisión, y muy escuálidas. La debilidad de Maduro es evidente. Antes había un liderazgo aplastante, casi apabullante, pero ya no. El país de hoy no es comparable con el que existió hasta el 14 de abril.
Pausa con tos. Salta a los cambios y a ciertos fracasos que se mantienen de bajo perfil o invisibilizados:
—Los pronósticos sobre la permanencia eterna del liderazgo espiritual de Chávez no se cumplieron. No prosperó la idea de valerse de la religiosidad popular para crear, desde la cúpula, un mito que se mantuviera generación tras generación. Este pueblo no se mete en esas capillas ni funciona en esas basílicas, una peculiaridad de nuestra sociedad que debe reflejarse en la actividad periodística. Vivimos una situación distinta, que no dependerá de la debilidad de Maduro ni de la fortaleza de Capriles, sino de cómo la sociedad arme su rompecabezas y encuentre su manera de matar pulgas. La referencia a elementos del pasado podría ser útil. Sin convertir el periódico en una enciclopedia histórica, pienso que mirar lo peculiar, lo exclusivamente venezolano, lo republicano y democrático del país, ayudaría a entender el presente. Somos republicanos y democráticos desde 1811. Mientras Cuba dependía del imperio español y desde allí mandaban tropas para combatirnos, nosotros peleábamos por ser republicanos y democráticos. La lucha por la independencia fue un trabajo venezolano, nunca un trabajo cubano. Estados Unidos le hizo la independencia a Cuba, Teodoro Roosevelt los liberó de España. Es la verdad. Ahora proponen una nueva independencia, pero dependiente de Cuba. Una cosa de locos y contraria a las ejecutorías de la sociedad venezolana. Eso se tiene que mostrar y se tiene que decir.
—Maduro anunció que va a cobrar las casas repartidas en la campaña electoral. ¿Significa que se le acabaron los reales o que se ha propuesto una reformulación ideológica?
—No veo en la cabeza de Maduro formulaciones teóricas. Miraría más bien a su bolsillo. Creo que hay problemas de administración, de flujo de caja, que lo obligan a desdecirse. No se le han refrescado las neuronas. Insiste en ser el presidente obrero. Ese discurso lo machaca en su Gobierno de Calle, que no es sino una repetición de lugares comunes. Creo que lo recorren temores más inminentes. La grabación de Mario Silva pone en evidencia las espinas que lo rodean, los alacranes que están a su alrededor y el peligroso zoológico que tiene cerca.
—Personajes que habían desaparecido aparecen mandando ahora…
—Yo los veo y los identifico. Cuando a los gobernadores militares de la actualidad los mandan a amansar el país, veo a Eustoquio Gómez, a Vicencio Pérez Soto, a José María García, a todos esos militares sin uniforme que imponían sin contemplaciones la voluntad del Juan Vicente Gómez. Gente terrible, unos diablos. Cuando estudiaba a Gómez me daba miedo de que hubiese reminiscencias gratas de ese monstruo. Una sociedad que vea con buenos ojos a Gómez o a Marcos Pérez Jiménez está enferma. Cuando no se trata de una reminiscencia, sino que figuras muy parecidas a Pérez Soto o, peor, a Monagas, que asaltó el Congreso en 1848 e impidió la deliberación, dirigen el país, no es que la historia se repite, sino que la historia no se remató y que falta enterrar de veras esos muertos.
Un país de ciudadanos
—¿Usted es un hombre de derecha?
—En comparación con la gente del régimen, soy de extrema izquierda. Sí, hay una derecha que pretende el mantenimiento de una sociedad petrificada, y es el chavismo. Si la propuesta de cambio, la entrada de aires nuevos y que se mire la realidad con ojos diversos es izquierda, tendré que circular allí, aunque me veo más como un liberal del siglo XIX, un librepensador. Yo envidio a los grandes escritores de la prensa venezolana de esa centuria. Admiro el estilo y seriedad de las críticas al gobierno de Antonio Leocadio Guzmán; me digo qué pluma, qué seriedad, qué profundidad, cuando leo las indagaciones de Rafael María Baralt sobre libertad de expresión; me produce una gran envidia la procacidad de la pluma de Juan Vicente González cuando insulta a sus enemigos, y pienso: “Aquí está el espejo en el que debemos mirarnos”. Nuestra prensa de entonces es un tesoro de civilidad, de honradez y de coraje. Hay que revisar esos viejos papeles, ahí está la república, la vida venezolana.
—Ahora existe una versión contemporánea del Correo del Orinoco…
—El Correo del Orinoco fue un proyecto de propaganda en la guerra de la independencia y lo sigue siendo ahora. La diferencia está en los redactores y en lo que podían tener en la cabeza, en el primero se llamó Simón Bolívar. Cuando el Gobierno habla de una segunda Independencia no encuentra nada mejor que editar un periódico con el mismo nombre. Un absurdo y una falta de ideas, pero no sorprende. El ayuno de pensamiento siempre ha estado ahí. El actual Estado es la negación de la dignidad del ciudadano, en lugar de amistad le ofrece alcabalas y trabas. Un Estado que depende de la supervisión, de la vigilancia y de la desconfianza tiene un solo enemigo: la persona consciente y responsable. El hombre que vincula sus necesidades individuales con el bien común aterra a Diosdado Cabello y a Nicolás Maduro, que prefieren la masa uniformada y de conducta previsible. El Gobierno que depende de la obediencia, de la sumisión, de la uniformidad, le tiene pánico a la ciudadanía que reclama y dice “un momento, eso no es así”.
—¿Por eso no dejan hablar a los diputados?
—Sí, y llegan a extremos groseros.
—El periodismo no es para tumbar ni para poner gobiernos, pero sí para señalar las situaciones que se viven.
Nacido en Maracaibo, pero natural de Boconó, se considera un pueblerino, y así define sus mañas y sus sensibilidades. Su vínculo con la tierra del sol amado fue accidental, problemas de parto de la mamá, y duró una semana. Después permaneció en su pueblo hasta cumplir los 17 años de edad, cuando lo mandaron interno a Mérida a terminar el bachillerato, en Humanidades, en un colegio de jesuitas. Vino a Caracas a estudiar Derecho, pero el primer semestre lo desencantó y se inscribió en la Escuela de Historia. En 1966, cuatro meses después de recibir el título de licenciado, se fue al Colegio Nacional de México a doctorarse en Historia. Su tesis fue el libro La mentalidad venezolana de la emancipación, con un prólogo del filósofo Leopoldo Zea. Durante 26 años su carrera como investigador e historiador transcurrió en la Facultad de Humanidades de la UCV, donde dirigió el Instituto de Investigaciones Hispanoamericanas y fue decano. Ahora está al frente del Instituto de Investigaciones Históricas de la UCAB y es miembro numerario de la Academia Nacional de la Historia.
—No esperaba este cargo ni estaba en mis cálculos. Cuando Miguel Henrique Otero me hizo la propuesta y le dije que yo no era periodista, me contestó que por eso había pensado en mí, que confiaba en mi buen criterio. Soy historiador y profesor universitario, académico, mi relación con el periodismo se ha limitado a ser columnista, hasta ahí.
—Arturo Uslar Pietri, J. F. Reyes Baena, José Ramón Medina, Oscar Palacios Herrera, Alberto Quirós Corradi no eran periodistas…
—Entonces, El Nacional se mantiene en la tradición. Si los propietarios del diario se fijaron en esas personas, y ahora se fijan en mí, me confirma que soy muy afortunado y, a la vez, me siento comprometido.
—¿Qué planes trae?
—Tengo la fortuna de haber hablado mucho con Simón Alberto Consalvi, que a veces me contaba de su actividad como editor adjunto de El Nacional. La primera intención es seguir esa huella; la otra, es empaparme del diario y de sus productos y ver en qué medida se debe mantener una tradición o hacer cosas nuevas. No traigo ningún proyecto de innovación ni de revolución. No sé si la obligación del periodismo es la inmediatez a la fuerza, pero pienso que la reflexión y el análisis también son importantes, que la situación del país nos obliga a mirar con más cautela y profundidad. En la medida en que aumenta el control del Gobierno sobre los medios audiovisuales, los periódicos tendrán que mirarse distinto en cuanto a lo que le dan a un lector que espera recibir la información que antes encontraba en otros medios. Será un desafío atender ese reclamo.
—El régimen empieza a conjugar el verbo producir…
—Hay que seguirle la pista a esa realidad y apoyarla, en la medida en que signifique un cambio para el país. No es un secreto que, en términos generales, de política, seguridad y economía, la situación nacional es muy delicada. Publicar la realidad diaria es obligación de un periódico, y la realidad es que las cosas cambiaron y no hay vuelta atrás. Un fenómeno que no puede escapar al quehacer periodístico. El país tiene una nueva referencia: la presencia de la oposición, cuya fortaleza parece indiscutible, y de Henrique Capriles Radonski, que cada día es más masiva, invasiva y evidente, mientras que la de Nicolás Maduro se reduce a lo que llama Gobierno de Calle, a transmisiones encadenadas de radio y televisión, y muy escuálidas. La debilidad de Maduro es evidente. Antes había un liderazgo aplastante, casi apabullante, pero ya no. El país de hoy no es comparable con el que existió hasta el 14 de abril.
Pausa con tos. Salta a los cambios y a ciertos fracasos que se mantienen de bajo perfil o invisibilizados:
—Los pronósticos sobre la permanencia eterna del liderazgo espiritual de Chávez no se cumplieron. No prosperó la idea de valerse de la religiosidad popular para crear, desde la cúpula, un mito que se mantuviera generación tras generación. Este pueblo no se mete en esas capillas ni funciona en esas basílicas, una peculiaridad de nuestra sociedad que debe reflejarse en la actividad periodística. Vivimos una situación distinta, que no dependerá de la debilidad de Maduro ni de la fortaleza de Capriles, sino de cómo la sociedad arme su rompecabezas y encuentre su manera de matar pulgas. La referencia a elementos del pasado podría ser útil. Sin convertir el periódico en una enciclopedia histórica, pienso que mirar lo peculiar, lo exclusivamente venezolano, lo republicano y democrático del país, ayudaría a entender el presente. Somos republicanos y democráticos desde 1811. Mientras Cuba dependía del imperio español y desde allí mandaban tropas para combatirnos, nosotros peleábamos por ser republicanos y democráticos. La lucha por la independencia fue un trabajo venezolano, nunca un trabajo cubano. Estados Unidos le hizo la independencia a Cuba, Teodoro Roosevelt los liberó de España. Es la verdad. Ahora proponen una nueva independencia, pero dependiente de Cuba. Una cosa de locos y contraria a las ejecutorías de la sociedad venezolana. Eso se tiene que mostrar y se tiene que decir.
—Maduro anunció que va a cobrar las casas repartidas en la campaña electoral. ¿Significa que se le acabaron los reales o que se ha propuesto una reformulación ideológica?
—No veo en la cabeza de Maduro formulaciones teóricas. Miraría más bien a su bolsillo. Creo que hay problemas de administración, de flujo de caja, que lo obligan a desdecirse. No se le han refrescado las neuronas. Insiste en ser el presidente obrero. Ese discurso lo machaca en su Gobierno de Calle, que no es sino una repetición de lugares comunes. Creo que lo recorren temores más inminentes. La grabación de Mario Silva pone en evidencia las espinas que lo rodean, los alacranes que están a su alrededor y el peligroso zoológico que tiene cerca.
—Personajes que habían desaparecido aparecen mandando ahora…
—Yo los veo y los identifico. Cuando a los gobernadores militares de la actualidad los mandan a amansar el país, veo a Eustoquio Gómez, a Vicencio Pérez Soto, a José María García, a todos esos militares sin uniforme que imponían sin contemplaciones la voluntad del Juan Vicente Gómez. Gente terrible, unos diablos. Cuando estudiaba a Gómez me daba miedo de que hubiese reminiscencias gratas de ese monstruo. Una sociedad que vea con buenos ojos a Gómez o a Marcos Pérez Jiménez está enferma. Cuando no se trata de una reminiscencia, sino que figuras muy parecidas a Pérez Soto o, peor, a Monagas, que asaltó el Congreso en 1848 e impidió la deliberación, dirigen el país, no es que la historia se repite, sino que la historia no se remató y que falta enterrar de veras esos muertos.
Un país de ciudadanos
—¿Usted es un hombre de derecha?
—En comparación con la gente del régimen, soy de extrema izquierda. Sí, hay una derecha que pretende el mantenimiento de una sociedad petrificada, y es el chavismo. Si la propuesta de cambio, la entrada de aires nuevos y que se mire la realidad con ojos diversos es izquierda, tendré que circular allí, aunque me veo más como un liberal del siglo XIX, un librepensador. Yo envidio a los grandes escritores de la prensa venezolana de esa centuria. Admiro el estilo y seriedad de las críticas al gobierno de Antonio Leocadio Guzmán; me digo qué pluma, qué seriedad, qué profundidad, cuando leo las indagaciones de Rafael María Baralt sobre libertad de expresión; me produce una gran envidia la procacidad de la pluma de Juan Vicente González cuando insulta a sus enemigos, y pienso: “Aquí está el espejo en el que debemos mirarnos”. Nuestra prensa de entonces es un tesoro de civilidad, de honradez y de coraje. Hay que revisar esos viejos papeles, ahí está la república, la vida venezolana.
—Ahora existe una versión contemporánea del Correo del Orinoco…
—El Correo del Orinoco fue un proyecto de propaganda en la guerra de la independencia y lo sigue siendo ahora. La diferencia está en los redactores y en lo que podían tener en la cabeza, en el primero se llamó Simón Bolívar. Cuando el Gobierno habla de una segunda Independencia no encuentra nada mejor que editar un periódico con el mismo nombre. Un absurdo y una falta de ideas, pero no sorprende. El ayuno de pensamiento siempre ha estado ahí. El actual Estado es la negación de la dignidad del ciudadano, en lugar de amistad le ofrece alcabalas y trabas. Un Estado que depende de la supervisión, de la vigilancia y de la desconfianza tiene un solo enemigo: la persona consciente y responsable. El hombre que vincula sus necesidades individuales con el bien común aterra a Diosdado Cabello y a Nicolás Maduro, que prefieren la masa uniformada y de conducta previsible. El Gobierno que depende de la obediencia, de la sumisión, de la uniformidad, le tiene pánico a la ciudadanía que reclama y dice “un momento, eso no es así”.
—¿Por eso no dejan hablar a los diputados?
—Sí, y llegan a extremos groseros.
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