Mérida: en el centro de la protesta estudiantil venezolana
Viernes, 28 de marzo de 2014
El encapuchado se agarraba los
genitales en una señal de desafío a las fuerzas del Estado, que estaban a
unos 150 metros. Les gritaba cosas, les mostraba su arma de fuego.
La imagen ilustra la faceta más violenta de las
protestas antigubernamentales que azotan a Venezuela hace 45 días y ya
se cobran 36 muertos, cientos de heridos y poco menos de 2.000 detenidos
en todo el país.A 1.600 metros sobre el nivel del mar, Mérida está rodeada por las montañas nevadas de Los Andes y unos páramos que la hicieron un enclave turístico de Venezuela.
Pero durante las últimas semanas, Mérida no da para hacer turismo. Es una de las ciudades que más ha sufrido por la violencia que se desprende de las protestas nacionales que se originaron en el movimiento estudiantil de Mérida y San Cristóbal, otra ciudad andina que ha sido foco de violencia.
Los enfrentamientos tienen a la ciudad parcialmente paralizada: las clases no se reanudan hace mes y medio, los negocios marchan a media máquina y los taxistas no entran a las zonas de violencia por miedo a que les quemen el vehículo, como le ocurrió a un bus el sábado pasado.
Encima, como en el resto del país, la escasez de productos básicos se muestra en las kilométricas filas al pie de los supermercados.
Zonas paralizadas
Aunque el gobernador -el oficialista Alexis Ramírez- asegura que el 90% del Estado opera con normalidad, admite que hay zonas de la capital -en el municipio Libertador, donde está la Universidad- que están tomadas por la lógica de la violencia.A la urbanización El Campito, por ejemplo, hoy por hoy no entran vehículos, se ven encapuchados con radioteléfonos custodiando las calles y las pancartas contra el gobierno decoran las paredes.
Se trata de zonas de mayoría opositora donde se producen enfrentamientos casi a diario entre encapuchados -armados con morteros, bombas molotov y a veces armas de fuego- y las fuerzas oficiales -armadas de perdigones, gases lacrimógenos y también a veces armas de fuego-.
Hay dos razones para la profundización de la violencia en estos sectores: la que da el gobernador, quien dice que ahí se ha "infiltrado el fascismo", y la de los opositores, que aseguran ser atacados por fuerzas del Estado "apoyadas por paramilitares armados".
"Aquí puede llegar a morir demasiada gente si levantamos las barricadas", le dijo a BBC Mundo uno de los encapuchados en El Campito, donde ellos calculan hay entre 200 o 300 militantes. "Estamos luchando por un país unido y un futuro mejor; esto es de resistencia, de aguantar", concluyó otro.
Las barricadas son también conocidas como "guarimbas", que para el gobernador son "alcabalas que aterrorizan al pueblo" y para los encapuchados, un arma de defensa en una "lucha contra un gobierno que nos oprime".
En las zonas de Mérida paralizadas por las guarimbas se vive una tensa calma hasta que se reanudan los enfrentamientos; allí se escuchan los pájaros porque la falta de carros y motos permite oírlos; los transeúntes hacen malabares cada cien metros para cruzar las barricadas compuestas por vallas, postes de luz, basura, muebles y alambres de púas.
En el piso, se ven mangueras con puntillas y aceite para que las motos no puedan pasar.
Los residentes de estas zonas parecen apoyar en su mayoría la campaña de los opositores. Incluso, muchos les llevan comida, bebidas y dinero a los militantes que resguardan las barricadas 24 horas al día.
Ciudad de militancia
Es difícil saber si los encapuchados son en su mayoría estudiantes. Algunos de ellos se identificaron como tal en conversación con BBC Mundo. Y los líderes estudiantiles dicen tener contacto con ellos a pesar de no ser parte del frente militante.Para describir su ciudad, los merideños suelen decir que es "una universidad con una ciudad por dentro", una expresión que no solo se apoya en los 45.000 inscritos en la ULA, sino en que al menos la mitad de los 200 mil habitantes tienen algún vínculo con la Universidad.
"Acá", dice el profesor, "siempre ha habido plomo", en referencia a los constantes y a veces violentos choques de los estudiantes con la fuerza pública desde hace décadas.
Algunos profesores -como los médicos que participan en las enfermerías improvisadas por los encapuchados- apoyan a los estudiantes involucrados en la violencia; otros, entre ellos los decanos de facultades, rechazan la violencia.
Tradicionalmente, los profesores de la ULA también han sido una fuente de militancia en la ciudad.
El año pasado, el profesorado logró un aumento de salarios tras una protesta de tres meses que fue apoyada por los estudiantes. Algunos de ellos hicieron huelga de hambre. Unos cuantos se ataron los labios con hilo en forma de protesta.
"Que haya tanta gente con formación intelectual en una ciudad tan pequeña ha propiciado que la militancia política sea muy profunda", sostiene el profesor y decano de Economía, Raúl Huizzi, quien mantiene un diálogo constante con los líderes estudiantiles.
A oscuras
Es un futuro que bien podría esperarle a Liliana Guerrero, una de las promotoras de las actuales protestas, presidenta de la Federación de Centros Universitarios y militante del partido -de centro izquierda- Un Nuevo Tiempo.Algunos líderes estudiantiles de línea oficialista la califican de "encapuchada", y de alentar la violencia.
Ella lo niega, pero dice apoyar las barricadas: "¿Cómo voy a estar en contra de un mecanismo de defensa cuando sabemos y somos testigos de las represiones, además brutales, bien sea por los motorizados (motociclistas armados), la policía o la Guardia (Nacional)?"
La estudiante recibió a BBC Mundo en Paseo de la Feria, un barrio al que solo se podía acceder caminando, porque las calles estaban trancadas con barricadas.
Ella habló por teléfono con una compañera del movimiento estudiantil, que le dijo que el apagón -prolongado por toda la región andina- era una movida de la Guardia Nacional para desmantelar las barricadas.
Salimos del barrio y entramos al centro, donde la vida a oscuras seguía como si los apagones fueran cuestión de todos los días.
Los únicos lugares donde se veían luces eran las estaciones de comida rápida, muy frecuentados por estudiantes, que sirven hamburguesas en mesas con sombrilla sobre el andén prácticamente en cada cuadra del centro.
Ya más entrada la noche, la teoría de que la Guardia Nacional estaba por lanzar una operación para erradicar las barricadas tomó sentido, porque vimos Guardias quemando y removiendo objetos de una barricada en el barrio Santa Bárbara.
Hacia la medianoche, las redes sociales merideñas estallaron por el nerviosismo de la inminente arremetida. Sonaron detonaciones en las calles, muchas de petardos en señal de alerta y algunas, apartemente de disparos de armas de fuego. También sonaban los gritos de la gente desde sus apartamentos. Y las cacerolas.
A pesar de la frecuencia de noches como esta durante mes y medio, los merideños aún se sorprenden y se agitan: algunos dedican el tiempo a seguir los eventos por Twitter, o se comunican con los vecinos para comprobar informaciones. Otros graban videos desde sus ventanas.
Un muerto
Al día siguiente del apagón, el lunes, los enfrentamientos entre opositores encapuchados y fuerzas del gobierno en El Campito dejaron un muerto, el sargento de la Guardia Nacional Miguel Antonio Parra, de 42 años, por una bala que lo impactó en el cuello.
Es el cuarto muerto en Mérida desde que arrancaron las protestas.
El gobernador del estado, Ramírez, negó a BBC Mundo que le Guardia hubiese cortado la luz para comenzar un asalto, y repitió la explicación del gobierno central de que había sido producto de un incendio.
"Yo informé que a partir de las 7AM íbamos a limpiar la zona", dijo el gobernador, encargado de la seguridad del Estado y vínculo más cercano con la Policía Nacional y Guardia Nacional.
Pero los opositores lo tomaron como un ataque más en su lucha de resistencia.
Horas después, aquel encapuchado volvía a gesticular sus desafíos a la policía. La dinámica de la violencia no parecía haberse apaciguado