Razón del nombre del blog

Razón del nombre del blog
El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

viernes, 28 de marzo de 2014

¿Cuál es la raiz de problema social y estrucural que desde hace mucho tiempo vivimos en Venezuela y Hugo Chávez lo alimento y sacó de las profundidades del colectivo nacional, tanto que el pueblo se sintió identificado con él?

En entrevista dada al periódico "Granma" de Cuba en el año 2004, Hugo Chávez declaró que somos los venezolanos una sociedad de hijos "sin padre", de ahi que él se cobijó bajo las alas de su "padre" Fidel Castro, de forma tan brutalmente servil, tanto que le entrega en bandeja de plata a su país: Venezuela al sátrapa de Cuba que si estaba consciente de la debilidad del venezolano Chávez, y compensa esa carencia con la habilidad que lo ha caracterizado desde hace más de medio siglo...Hugo Chávez muere justamente víctima de si mismo y su relación con los Castro ¿Cuál es la raíz entonces de la fidelidad de muchos venezolanos a la memoria de Chávez aunque sus seguidores en el Gobierno sean lo más ineficaz del mundo? Lean este trabajo de Laura Gutman y reflexionen...Laura Gutman es escritora. Lleva publicados varios libros sobre infancia, maternidad, paternidad, adicciones, violencia social y sobre la metodología de construcción de la “biografía humana”.

Dirige una Institución con base en la ciudad de Buenos Aires que cuenta con una Escuela de capacitación Profesional y un Equipo de Profesionales que asisten a hombres y mujeres adultos.

"El Hambre Emocional".

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Cuando un niño no es suficientemente nutrido emocionalmente durante la infancia, 
de adulto va a seguir necesitando eso que pidió, 
aunque modificará el modo en que formulará el pedido.
Si hemos atravesado nuestra infancia poco amparados o poco protegidos, haciendo grandes esfuerzos para sobre adaptarnos, es posible que en la actualidad entremos en competencia con los niños desde el hambre emocional.
Grandes y pequeños nos pelearemos por un trozo de mirada, quejándonos de que nuestros hijos “están terribles”, son muy “demandantes”, estamos hartos de que “se enfermen”, o que “no respeten a los mayores”.
Nos parece inaceptable que abandonen la escuela o que se droguen o que no coman o que se escapen o que tengan sexo sin protegerse.
Cuando un niño no es suficientemente nutrido emocionalmente durante la infancia, va a seguir necesitando eso que pidió, aunque modificará el modo en que formulará el pedido.
La edad no calma la sed. La edad sólo disfraza las necesidades primarias  en otras más presentables en sociedad. El niño necesitado se convertirá en un joven desesperado, ávido, feroz.
Por eso, no importa con cuánta comida se atosigue, cuánta droga lo calme, cuánta agresión drene o cuántas pastillas lo duerman…no va a obtener cuidados maternos.  Esto es consecuencia de una gran equivocación.
Porque toda droga va a requerir más dosis. Toda relación dependiente lo va a llevar a relaciones aún más destructivas. Toda dieta lo va a arrojar a un circuito de  restricciones. Todo acceso al alcohol lo va a dejar más prisionero de sus borracheras. Y toda distancia emocional lo va a colocar cada vez más lejos en su propio desierto.
Amar concretamente a los hijos todos los días y todas las noches requiere comprender de dónde venimos, para entender las contradicciones profundas que sentimos cuando nuestros hijos pequeños nos demandan atención, presencia, conexión y amparo.
Si nos sentimos desbordados o exigidos, es urgente emprender un camino de conocimiento personal, haciéndonos cargo de las improntas básicas que tenemos grabadas bajo la falta de cuidado o de palabras. Esas necesidades infantiles no nos fueron satisfechas en el pasado.
Ahora nos corresponde  reconocer qué es lo que nos ha acontecido, para decidir qué haremos hoy, es decir, cómo alimentaremos a nuestro niño herido y hambriento, para no trasladar esa hambre sobre nuestros hijos.
Laura Gutman. 

Los recuerdos que conservamos de nuestra infancia están configurados por las palabras con las que nuestros padres nombraron los acontecimientos. Incluso aquello que manifestábamos, habitualmente era “interpretado” por los adultos y “eso” era lo que considerábamos la “verdad”. De hecho, hoy en día nos recordamos a nosotros mismos con los adjetivos con los que nos definían mamá o papá, por ejemplo: “yo era muy llorón” (en lugar de comprender la soledad y el aislamiento en el que vivíamos), “yo era buenísima” (en lugar de describir la obligación de satisfacer a una madre infantil), “yo era pésima en la escuela” (en lugar de reconocer que nadie registraba nuestras dificultades). Así es como se organizó el discurso del “yo engañado”, junto al personaje que nos han adosado desde nuestro nacimiento y que hemos adoptado como un disfraz que luego se convirtió en parte de nuestra piel. Acostumbrados a nombrar las cosas según el cristal a través del cual mira el individuo en quien proyectamos el saber, continuamos la vida adulta bajo el mismo sistema: el de creer que la realidad “es” según la interpretación de otro. Asimismo, despreciamos nuestras percepciones, intuiciones y saberes originales basados en sensaciones personales, creyendo todo lo que el otro -sea quien sea ese “otro”- afirme con énfasis. Luego, somos muchos los individuos que seguimos “corrientes de pensamiento” basados en opiniones ajenas muy discutibles. Que la gripe A es peligrosa, que se cura con Tamiflú, que hay que lavarse las manos para no contagiarse… por nombrar sólo algunas opiniones tomadas como “verdades” en Argentina, y que desde mi punto de vista (mío, es decir, ¡nadie tiene por qué creerme! si no les “suena” en el corazón) son totalmente falsas. Claro que parapensar con autonomía, hay que estar dispuestos a pagar el precio de la “no pertenencia”. Al fin de cuentas, si aún estamos emocionalmente inmaduros, elegiremos creer lo que sea, con tal de “ser parte” del grupo. Pero si en lugar de creer cualquier cosa ciegamente, maduramos, reconocemos que el miedo es infantil y sabemos que la verdad reside en nuestro interior, entonces asumiremos un pensamiento autónomo y libre.

En lugar de tribu hay sólo un padre

  • 2 noviembre, 2013
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Todas las madres con niños pequeños necesitamos sostén, acompañamiento, solidaridad, comprensión y resguardo de otros miembros de nuestra tribu. Pero claro, en el mundo occidental -especialmente en las grandes ciudades- nos hemos quedado sin tribu. Emprendemos la búsqueda solicitando apoyo y lo que encontramos más cerca es al señor que duerme en nuestra cama, que en la mayoría de los casos ha sido nombrado padre oficial del niño. Llamativamente suponemos entonces que toda la compañía, el cobijo, la ayuda, la disponibilidad y la empatía que una tribu entera nos hubiera prodigado, ahora debería provenir de una sola persona: el padre del niño. Tomemos en cuenta que una cosa es la inmensa necesidad de ser amparadas frente a la desesperación, la locura y las vivencias confusas que estamos experimentando desde el nacimiento de nuestros hijos, y otra es lo que un solo individuo puede ofrecer, reemplazando los roles de muchos.
Cuando no vislumbramos nuestra realidad en forma global, creemos que las cosas se solucionarían si el varón regresara más temprano a casa, si cambiara los pañales de vez en cuando o si ganara más dinero. Es tiempo de admitir que somos sólo dos personas -nada más que dos- y que tanto las madres como los padres estamos demasiado solos en la compleja tarea de acunar a nuestros hijos. Si la realidad es tan desventajosa, compartamos lo que nos pasa, conversemos y decidamos juntos a quiénes pedir ayuda. Inventemos una red amorosa donde haya un lugar destacado para los niños. Ofrezcamos una sonrisa, un libro, un dato valioso a otras madres. Abramos nuestras casas, cocinemos algo delicioso, invitemos a otros adultos con niños a visitarnos. Si participamos en la construcción de una tribu moderna, dejaremos de culpar a nuestra pareja. Y aparecerá la virilidad que estábamos reclamando.

Toda escena dolorosa necesita palabras de amor

  • 11 septiembre, 2013
  • Escenas dolorosas, casi todos hemos atravesado. Si revisamos nuestras infancias, encontraremos más de una: la muerte de un ser muy querido, el divorcio controvertido de nuestros padres, el accidente de un hermano, la enfermedad interminable de nuestra madrina o el cambio brusco de residencia perdiendo el contacto con amigos y vecinos. Creemos que nuestras vidas han estado signadas por esos hechos dolorosos o como mínimo, que han sido determinantes en nuestro devenir. Sin embargo muchas veces, lo más traumático no ha sido el acontecimiento en sí, sino la falta de palabras que han inundado con silencio esas situaciones sufrientes. Puede suceder que recordemos la muerte de nuestra propia madre y supongamos que todos nuestros problemas provienen de esa pérdida. Sin embargo, lo peor fue el desamparo y la soledad con el que hemos atravesado ese período, o que nadie nos haya hablado ni explicado qué es lo que sucedía, o las mentiras en las que las personas grandes se refugiaban, o la tergiversación de la realidad que nos dejaba desprovistos de comprensión y resguardo.
El aislamiento al que nos han sometido siendo niños, la dejadez y la falta de contacto emocional, es lo que verdaderamente nos ha dejado huérfanos.
No es terrible que alguien se muera. Lo terrible es dejar a un niño solo, tremendamente solo con su soledad.
Por otra parte, no hay acontecimientos totalmente negativos. Desde nuestra subjetividad, un hecho doloroso lo podemos vivir como “negativo”, pero no es verdad que objetivamente sea así. Por eso, es imprescindible que los adultos busquemos el sentido amplio y perfecto que cada suceso lleva implícito. Y ofrezcamos a los niños toda nuestra comprensión, toda la lógica e incluso toda la alegría que una pérdida trae consigo, si aprendemos a esperar. Las palabras que nombran lo que pasa, el cariño que el niño recibe aún en medio del dolor, el cuidado y la escucha;  se convierten en tesoros. Al punto tal que en el futuro, el niño podrá recordar ese momento de pérdida, como el de mayor riqueza espiritual de su historia.

Laura Gutman


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