Lanza en ristre
El Nacional 23 DE MARZO 2014 - 00:01
Como para mirarnos desde otro lado del mundo tenía escritas unas líneas sobre el discurso de Putin minutos antes de firmar la anexión de Crimea, palabras destinadas a figurar en la selección de textos que ilustran las sombras de las décadas iniciales de este siglo. El presidente de la Federación Rusa se extendió en referencias instrumentales al Derecho Internacional, de modo que la ocupación militar que después de un apresurado referendo se ha transformado en anexión, ha sido una acción de solidaridad para no abandonar a los crimeos y su derecho a la libre determinación, derecho rápidamente reconducido a la natural reunificación, según Putin. Ha advertido que “Rusia se vio en un punto del que no podría retroceder. Si se aprieta un resorte hasta el fondo, terminará por saltar”. Así que no es jurídica la cuestión –que por supuesto tiene sus razones de política interior–, es fundamentalmente de poder y geopolítica, lanza en ristre
Luego me devolví a las declaraciones del presidente de Colombia, que con mucha franqueza, decía palabras más palabras menos, que la oferta de su gobierno para mediar en Venezuela era asunto a tratar con mucho cuidado: en primer lugar, porque estaba sujeta a la aceptación del gobierno y de la oposición pero, además, porque sería nefasto para los dos países y el proceso de paz con la guerrilla de las FARC “provocar al gobierno venezolano para que se venga en lanza en ristre contra Colombia”. Sinceridad que se agradece, tanto más cuando la representación de Colombia en la sesión del Consejo Permanente del viernes pasado fue una de las 11 que votó por mantener a puertas abiertas la sesión en la que estaba contemplada la consideración de la situación venezolana con la intervención de la diputada, en trance de arbitrario allanamiento, María Corina Machado.
En la franqueza colombiana hay verdades de fondo, imposible negarlo. El gobierno venezolano ha dado muestras de su disposición a dificultar el proceso de paz que se negocia en La Habana, como sucedió cuando, en medio de las tensiones por el encuentro de Santos con Capriles, en lugar de llamar al embajador en Bogotá retiró al representante venezolano en las negociaciones de La Habana. Fue apenas un gesto, con otros mensajes de fondo, lanza en ristre. Quizá Colombia se juega más que Panamá; con todo, votó por la sesión abierta y ha insistido en que un ejercicio de mediación debe contar con la conformidad y presencia del gobierno y de la oposición.
Y así llegué al viernes, a mirar la sesión del Consejo Permanente de la OEA con la violencia represiva de la semana venezolana a cuestas, violencia que ahora pasó al apresamiento y desplazamiento de alcaldes de la oposición.
Fue lamentable, por decir lo menos, ver las estratagemas procedimentales para aprobar una sesión a puertas cerradas sin ventilar ninguna argumentación, o con razones tardías y pobres ante una circunstancia que amerita trato serio, respetuoso, con razones sustantivas. Y eso que dejó tan mala impresión se amplifica con la decisión posterior de sacar de la agenda el punto sobre Venezuela para impedir una exposición que quedaría allí, entre las cuatro paredes del recinto y, por sobre todo, cualquier intercambio de ideas o propuestas ante nuestra debacle.
La OEA se está quedando en manos de quienes están trabajando o dejando hacer, lanza en ristre, para desmontarla y con ella a los compromisos más serios para la protección de la democracia y los derechos humanos con los que contábamos los latinoamericanos.
Luego me devolví a las declaraciones del presidente de Colombia, que con mucha franqueza, decía palabras más palabras menos, que la oferta de su gobierno para mediar en Venezuela era asunto a tratar con mucho cuidado: en primer lugar, porque estaba sujeta a la aceptación del gobierno y de la oposición pero, además, porque sería nefasto para los dos países y el proceso de paz con la guerrilla de las FARC “provocar al gobierno venezolano para que se venga en lanza en ristre contra Colombia”. Sinceridad que se agradece, tanto más cuando la representación de Colombia en la sesión del Consejo Permanente del viernes pasado fue una de las 11 que votó por mantener a puertas abiertas la sesión en la que estaba contemplada la consideración de la situación venezolana con la intervención de la diputada, en trance de arbitrario allanamiento, María Corina Machado.
En la franqueza colombiana hay verdades de fondo, imposible negarlo. El gobierno venezolano ha dado muestras de su disposición a dificultar el proceso de paz que se negocia en La Habana, como sucedió cuando, en medio de las tensiones por el encuentro de Santos con Capriles, en lugar de llamar al embajador en Bogotá retiró al representante venezolano en las negociaciones de La Habana. Fue apenas un gesto, con otros mensajes de fondo, lanza en ristre. Quizá Colombia se juega más que Panamá; con todo, votó por la sesión abierta y ha insistido en que un ejercicio de mediación debe contar con la conformidad y presencia del gobierno y de la oposición.
Y así llegué al viernes, a mirar la sesión del Consejo Permanente de la OEA con la violencia represiva de la semana venezolana a cuestas, violencia que ahora pasó al apresamiento y desplazamiento de alcaldes de la oposición.
Fue lamentable, por decir lo menos, ver las estratagemas procedimentales para aprobar una sesión a puertas cerradas sin ventilar ninguna argumentación, o con razones tardías y pobres ante una circunstancia que amerita trato serio, respetuoso, con razones sustantivas. Y eso que dejó tan mala impresión se amplifica con la decisión posterior de sacar de la agenda el punto sobre Venezuela para impedir una exposición que quedaría allí, entre las cuatro paredes del recinto y, por sobre todo, cualquier intercambio de ideas o propuestas ante nuestra debacle.
La OEA se está quedando en manos de quienes están trabajando o dejando hacer, lanza en ristre, para desmontarla y con ella a los compromisos más serios para la protección de la democracia y los derechos humanos con los que contábamos los latinoamericanos.
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