Bimilenario de la muerte de Augusto
MARIANO NAVA CONTRERAS | EL UNIVERSAL
viernes 22 de agosto de 2014 12:00 AM
El pasado martes el mundo entero (no solo los europeos, no solo los latinistas) recordó el aniversario número dos mil de la muerte de un hombre que efectivamente cambió el curso de la historia, uno sin el que el mundo hubiera sido muy diferente.
Fue en efecto Cayo Julio César Augusto de esos hombres que cambiaron el mundo que les rodeó y el venidero más allá de lo que ellos mismos hubieran podido imaginar. Nacido de familia noble y emparentado con la élite romana, Cayo Octaviano Turino (que así era su nombre de familia) quedó huérfano de padre con solo cuatro años. Habiendo contraído su madre segundas nupcias con el exgobernador de Siria, Lucio Marcio Filipo, la educación del pequeño fue confiada a su abuela materna, nada menos que hermana del gran Julio César. Como cabría esperar, el pequeño Octaviano demostró muy pronto una precoz madurez e inclinación para los asuntos públicos. A los 17 años se le permitió unirse a la campaña que libraba su tío abuelo Julio César en Hispania. Suetonio, en su Vida de Augusto, cuenta que el barco que lo trasladaba naufragó. Octaviano llegó a nado a tierra, y aún cruzó andando territorio hostil hasta llegar al campamento de César. Éste, impresionado por el valor de su sobrino, lo convirtió en su favorito. Incluso Veleyo, en su Historia romana, cuenta que le permitía viajar con él en su carroza. Lo que no estaba por saber el joven Octaviano es que su tío abuelo, al volver a Roma, lo habría de adoptar y nombrar sucesor por testamento.
Obviamente los sucesos del 15 de marzo del 44 cambiarían de modo radical la vida del futuro emperador. Al joven Octaviano la muerte de su tío lo agarró en Apolonia de Iliria, en la actual Albania, donde se encontraba de entrenamiento militar. Sin embargo, la noticia del asesinato lo trajo de prisa a Roma. Dicen que fue justo al pasar el Adriático cuando se enteró del contenido del testamento de su tío. Julio César no había dejado hijos legítimos y había convertido a su sobrino en heredero único de su patrimonio y sucesor político. A partir de entonces, la historia de su ascenso al poder nos muestra cuán poco han cambiado algunas cosas en política. Lo primero que hizo Octaviano fue adoptar el nombre de su tío. Lo segundo, ganarse el apoyo de un ejército de veteranos mediante el pago de generosos salarios. Al llegar a Roma, debió deshacerse uno a uno de los enemigos que pretendían aprovecharse del vacío de poder que César había dejado, bien a través de negociaciones, bien a través de la fuerza. Nombrado Senador el 1 de enero del 43, Octaviano conformaría una dictadura militar, conocida como Segundo Triunvirato, junto con dos generales que fueron partidarios de César, Marco Antonio y Lépido. Sin embargo, las intenciones de Octaviano estaban lejos de mantener esta alianza, y poco a poco se fue deshaciendo también de ambos triunviros. Primero llegó el turno a Lépido. Enfrentados los tres en una larga guerra civil, éste fue vencido en Sicilia y condenado al exilio. Más cruel fue el destino de Marco Antonio. Vencido en la batalla de Accio el 2 de septiembre del año 31, se quitó la vida con su propia espada, cayendo en brazos de su amante Cleopatra, quien a su vez -cómo olvidarlo- se suicidó dejándose picar por una serpiente. A partir de entonces Julio César Octaviano quedaba como dueño y señor de Roma, después de tantos años de lucha por el poder. Fue entonces cuando el Senado le concedió el título de Princeps, "príncipe", y Augustus, o sea "bendecido por los augures", "el de los buenos augurios", y por tanto "venerable".
Ahora solo restaba deshacerse de los senadores para terminar de hacerse con todo el poder, y eso lo habría de conseguir a través de una política habilísima que consistía, básicamente, en acumular todo el poder efectivo mientras nominalmente lo atribuía al Senado. Ciertamente resulta complicado conjugar una constitución republicana con una autocracia como la que practicaba Augusto, pero este paradójico régimen existió de veras, y hoy es conocido como el "Principado". Lo primero que hizo fue devolver al Senado el control de las provincias y del ejército, mientras se aseguraba la lealtad efectiva de los soldados y el dominio absoluto de las finanzas. Así, construyó una sólida estructura clientelar, a la vez que un sistema de generosas subvenciones y subsidios que le ganaron el apoyo irrestricto de la plebe. Dueño de las armas y del dinero, al Senado no le quedó más que rogar a Augusto que asumiera de nuevo el control de las provincias, el imperium, lo que aceptó, aparentemente a su pesar. A estas alturas, el Senado iba quedando más y más como un cuerpo decorativo, mientras Augusto iba acumulando más y más poderes efectivos, religiosos, militares y políticos, de Pontifex maximus e Imperator maximus aPater patriae.
Dicen que Augusto fue el gobernante romano que permaneció más tiempo en el poder. Nosotros, a todas estas, podríamos preguntarnos ¿qué tiene de especial la vida de un hombre consagrado a acumular poder? Alcanzada la paz, que se conoce como Pax romana o Pax augusta, Roma se convirtió en un imperio cuyas fronteras, que Augusto contribuyó a ensanchar, por fin se consolidaron. A esto ayudó la importante red de caminos que se construyó, gracias a la cual Europa conoció su primera unificación. Por su parte, Roma alcanzó un esplendor nunca visto (él mismo se enorgullecía de haberla encontrado de ladrillo y dejado de mármol) y se conocieron inéditos niveles de civilidad y progreso. Se creó el primer cuerpo de policía, el primer cuerpo de bomberos, se construyeron templos, puentes, acueductos y teatros no solo en Roma sino en todo el Imperio. Se desarrollaron la arquitectura, la ingeniería, las ciencias, el pensamiento, las artes y las leyes, y se emprendieron reformas económicas y sociales decisivas. Las letras florecieron y surgieron poetas que compusieron canciones que nuestros abuelos llegaron a memorizar, mientras el latín se expandía por toda Europa dando origen al idioma que usted y yo hablamos hoy, en el que están escritas estas palabras.
Esto y no aquello es lo que hoy, dos mil años después, recordamos.
@MarianoNava
Fue en efecto Cayo Julio César Augusto de esos hombres que cambiaron el mundo que les rodeó y el venidero más allá de lo que ellos mismos hubieran podido imaginar. Nacido de familia noble y emparentado con la élite romana, Cayo Octaviano Turino (que así era su nombre de familia) quedó huérfano de padre con solo cuatro años. Habiendo contraído su madre segundas nupcias con el exgobernador de Siria, Lucio Marcio Filipo, la educación del pequeño fue confiada a su abuela materna, nada menos que hermana del gran Julio César. Como cabría esperar, el pequeño Octaviano demostró muy pronto una precoz madurez e inclinación para los asuntos públicos. A los 17 años se le permitió unirse a la campaña que libraba su tío abuelo Julio César en Hispania. Suetonio, en su Vida de Augusto, cuenta que el barco que lo trasladaba naufragó. Octaviano llegó a nado a tierra, y aún cruzó andando territorio hostil hasta llegar al campamento de César. Éste, impresionado por el valor de su sobrino, lo convirtió en su favorito. Incluso Veleyo, en su Historia romana, cuenta que le permitía viajar con él en su carroza. Lo que no estaba por saber el joven Octaviano es que su tío abuelo, al volver a Roma, lo habría de adoptar y nombrar sucesor por testamento.
Obviamente los sucesos del 15 de marzo del 44 cambiarían de modo radical la vida del futuro emperador. Al joven Octaviano la muerte de su tío lo agarró en Apolonia de Iliria, en la actual Albania, donde se encontraba de entrenamiento militar. Sin embargo, la noticia del asesinato lo trajo de prisa a Roma. Dicen que fue justo al pasar el Adriático cuando se enteró del contenido del testamento de su tío. Julio César no había dejado hijos legítimos y había convertido a su sobrino en heredero único de su patrimonio y sucesor político. A partir de entonces, la historia de su ascenso al poder nos muestra cuán poco han cambiado algunas cosas en política. Lo primero que hizo Octaviano fue adoptar el nombre de su tío. Lo segundo, ganarse el apoyo de un ejército de veteranos mediante el pago de generosos salarios. Al llegar a Roma, debió deshacerse uno a uno de los enemigos que pretendían aprovecharse del vacío de poder que César había dejado, bien a través de negociaciones, bien a través de la fuerza. Nombrado Senador el 1 de enero del 43, Octaviano conformaría una dictadura militar, conocida como Segundo Triunvirato, junto con dos generales que fueron partidarios de César, Marco Antonio y Lépido. Sin embargo, las intenciones de Octaviano estaban lejos de mantener esta alianza, y poco a poco se fue deshaciendo también de ambos triunviros. Primero llegó el turno a Lépido. Enfrentados los tres en una larga guerra civil, éste fue vencido en Sicilia y condenado al exilio. Más cruel fue el destino de Marco Antonio. Vencido en la batalla de Accio el 2 de septiembre del año 31, se quitó la vida con su propia espada, cayendo en brazos de su amante Cleopatra, quien a su vez -cómo olvidarlo- se suicidó dejándose picar por una serpiente. A partir de entonces Julio César Octaviano quedaba como dueño y señor de Roma, después de tantos años de lucha por el poder. Fue entonces cuando el Senado le concedió el título de Princeps, "príncipe", y Augustus, o sea "bendecido por los augures", "el de los buenos augurios", y por tanto "venerable".
Ahora solo restaba deshacerse de los senadores para terminar de hacerse con todo el poder, y eso lo habría de conseguir a través de una política habilísima que consistía, básicamente, en acumular todo el poder efectivo mientras nominalmente lo atribuía al Senado. Ciertamente resulta complicado conjugar una constitución republicana con una autocracia como la que practicaba Augusto, pero este paradójico régimen existió de veras, y hoy es conocido como el "Principado". Lo primero que hizo fue devolver al Senado el control de las provincias y del ejército, mientras se aseguraba la lealtad efectiva de los soldados y el dominio absoluto de las finanzas. Así, construyó una sólida estructura clientelar, a la vez que un sistema de generosas subvenciones y subsidios que le ganaron el apoyo irrestricto de la plebe. Dueño de las armas y del dinero, al Senado no le quedó más que rogar a Augusto que asumiera de nuevo el control de las provincias, el imperium, lo que aceptó, aparentemente a su pesar. A estas alturas, el Senado iba quedando más y más como un cuerpo decorativo, mientras Augusto iba acumulando más y más poderes efectivos, religiosos, militares y políticos, de Pontifex maximus e Imperator maximus aPater patriae.
Dicen que Augusto fue el gobernante romano que permaneció más tiempo en el poder. Nosotros, a todas estas, podríamos preguntarnos ¿qué tiene de especial la vida de un hombre consagrado a acumular poder? Alcanzada la paz, que se conoce como Pax romana o Pax augusta, Roma se convirtió en un imperio cuyas fronteras, que Augusto contribuyó a ensanchar, por fin se consolidaron. A esto ayudó la importante red de caminos que se construyó, gracias a la cual Europa conoció su primera unificación. Por su parte, Roma alcanzó un esplendor nunca visto (él mismo se enorgullecía de haberla encontrado de ladrillo y dejado de mármol) y se conocieron inéditos niveles de civilidad y progreso. Se creó el primer cuerpo de policía, el primer cuerpo de bomberos, se construyeron templos, puentes, acueductos y teatros no solo en Roma sino en todo el Imperio. Se desarrollaron la arquitectura, la ingeniería, las ciencias, el pensamiento, las artes y las leyes, y se emprendieron reformas económicas y sociales decisivas. Las letras florecieron y surgieron poetas que compusieron canciones que nuestros abuelos llegaron a memorizar, mientras el latín se expandía por toda Europa dando origen al idioma que usted y yo hablamos hoy, en el que están escritas estas palabras.
Esto y no aquello es lo que hoy, dos mil años después, recordamos.
@MarianoNava
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