Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

viernes, 15 de agosto de 2014

Se cumplieron 500 años de la publicación de "El Principe" de Nicolás Maquiavelo

La maldición de un apellido


Es cierto. La historia registra y nos enseña que hay apellidos que se convierten en un estigma de todo lo vil del género humano. Un particular deseo de que le venga algún daño a quien sus acciones o sus obras lo convirtieron, para sus contemporáneos o para su posteridad, en lo que sin rubor llamamos un sujeto maldito. Es posible para algunos que no haya nadie más maldito que el atormentado autor de La Philosophie dans le boudoir ou Les instituteurs immoraux. El Marqués de Sade deberá soportar aún donde sea que repose su atormentado espíritu, que su genuina indagación por el placer se haya mimetizado con un instinto carnal tan simple y tan ramplón como lo que hoy calificamos “sadismo”.
Pero si hay alguien que ha padecido la maldición de su apellido sin méritos que lo justifiquen fue Nicolás Maquiavelo. El florentino nunca pensó que su pequeño espejo para príncipes bastaría para maldecir su apellido por toda la eternidad, dejando en silencio sus muy republicanas obras políticas, historicas y teatrales. “Maquiavelismo 2. fig. Modo de proceder con astucia, doblez y perfidia”, reza el diccionario de la RAE, haciéndolo sinónimo autorizado de “deslealtad, traición o quebrantamiento de la fe debida”, sea cual sea la acepción que tengamos sobre eso tan viscoso como la “fe debida”. Esa mala fama de Maquiavelo ha rondado la memoria de Occidente desde hace siglos, pero no se crea que es tan antigua como su pequeño libro de consejos de 1513.
Ernest Cassirer estuvo convencido que la leyenda negra de Maquiavelo fue una invención de los ingleses del siglo XVII. Nos recuerda que Eduard Meier y Marlo Prar, en su obra Machiavelli and the Elizabethans de 1928, dan cuenta de unas 329 referencias a Maquiavelo en la literatura isabelina. “Y en todas partes –en las obras dramáticas de Marlowe, de Ben Jonson, de Shakespeare, Webster, Beaumont y Fletcher– el maquiavelismo significa la encarnación de la astucia, la hipocresía, la crueldad y el crimen”, advierte Cassirer. La maldición proferida por los ingleses a ese apellido alcanzaba incluso para usarlo de la mayor diversidad imaginable, en la literatura del siempre citado William Shakespeare cuando de Maquiavelo hablamos. Famosísimo el pasaje de la Tercera Parte del Rey Enrique VI, durante el monólogo de Ricardo, Duque de Gloucester: “Tengo más colores que un camaleón –aventajo a Proteo cambiando de forma– y al sanguinario Maquiavelo puedo enseñarle mucho”. Un pasaje que despierta la ironía del germano Cassirer para asestarle un golpe al gigante anglosajón, cuando con sarcasmo recuerda que el anacronismo de Ricardo III aquí no tiene parangón, aunque no fuera ni siquiera notado por el mismo Shakespeare y su entusiasta auditorio. De esa manera, se inauguraba la rara despersonalización de un apellido que ha perdido todo su onomástico para adquirir el significado universal de maldad.
Sin embargo, hay que reconocer que esa maldición inglesa sobre Maquiavelo ha tenido sus detractores. La historia registra una buena cantidad de ilustrados que han hecho su mejor esfuerzo para comprender mejor su pensamiento, y con ello las intenciones que abrigaba al autor de De Principatibus. En la pesquisa de Cassirer, se le otorga a Herder el honor de ser el primero en defenderlo durante 1739, sin mencionar en ese siglo a un decidido paladín de su dignificación política como lo fue Jean Jacques Rousseau, quien se empeñaba llamarlo el autor de “El libro de los republicanos”. Pero esa tradición de retirar con rigor las máculas inglesas del genio florentino, hay que ubicarla a principios del siglo XIX en la obra de Hegel, cuando inaugura el legado filosófico de leer la obra sin perder de vista la procupación de Nicolás Maquiavelo por la unidad de Italia y su profundo deseo de verla bajo una sola corona.
Desde entonces, Maquiavelo es satanizado y vuelto a santificar, dejando la significación de su apellido en el cajón de palabras que se usan para denostar a personas y acciones, totalmente al margen de su vida y de su obra, padeciendo injustamente la maldición que pesa sobre su apellido. En la historia de esa humanidad que llevamos dentro cada uno de nosostros, la vileza y la perfidia es tan abundante como la antropología que las examina en academias y universidades. Tal vez en Venezuela nos toque clarificar en cuál lado de la leyenda estamos con respecto a Maquiavelo, porque quizás sea el único que puede estar plenamente libre de todo Maquiavelismo. 

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