¿Que aprendimos en el 2015?
Banalidad del mal
ANTONIO LÓPEZ ORTEGA
EL NACIONAL 31 DE DICIEMBRE 2015 - 12:01 AM
Navidad es apócope de Natividad, que en la tradición cristiana es celebración de la vida, renovación del milagro de existir. No es inútil recordarlo cuando nuestra peste mayor es el número de muertes violentas, que en 2015 cierra con 24.980 víctimas. La secuencia de venezolanos que se entrematan –esa imagen silenciosa que nos niega como sociedad– se constituye en un rastro de imposibilidad y dolor. Esta negación de la vida bastaría para encender las alarmas sobre la falta de políticas públicas y, sobre todo, sobre la decadencia moral que nos atenaza. En estos días, hay casos de venezolanos que han venido desde el exterior a pasar la nochebuena con sus familiares y han terminado acribillados; como también casos de balas perdidas que han acabado con infantes. Si en algunos hogares se logra montar el tradicional pesebre, en otros el ambiente será fúnebre, sin Niño Jesús que pueda celebrarse. Quien se ensaña matando a su semejante a puñaladas le plantea a la sociedad y a las instituciones no sólo un reto de comprensión –¿por qué se repiten horrores de estas dimensiones?–sino también de reconstitución: ¿qué revisión profunda debemos emprender para que la insania cese? Quizás lo más bochornoso sea la ligereza con la que recibimos estas noticias mortuorias, como quien ve un cadáver tirado en la vía pública y sigue de largo. La banalidad del mal quizás sea el peor de nuestros malestares sociales.
Estas muertes ocurren mientras las autoridades se dedican a otros propósitos: aprobar leyes como chorizos, revocar resultados electorales, despojar a taxistas de los vehículos que se les ha entregado. Es como si la existencia se viviera en dos niveles: los que parecen verdaderos problemas (las muertes violentas) se soslayan, y lo que parece normalidad (unas elecciones dignamente ganadas) se altera por todos los medios al alcance. En definitiva, las autoridades no gobiernan; sólo les interesa mantenerse en el poder. Frente a esta lógica perversa, la vida humana poco vale, está fuera del círculo de intereses que mueve al poder. Lo que en otras sociedades podría paralizar de asombro a la opinión pública, en la nuestra es una cifra más de la contabilidad que ni siquiera las autoridades reconocen; esto es tarea de organizaciones no gubernamentales, las únicas que se desvelan frente a algo que nunca podría admitirse como normalidad. ¿O es que la sangría social debe formar parte de nuestra cotidianidad?
La “banalidad del mal” fue un concepto acuñado por Hanna Arendt al examinar la conducta habitual de ciertos criminales nazis. El horror formaba parte de una cierta psicología burocrática, que no diferenciaba entre sembrar hortalizas y abrir una llave de gas. Me temo que algo de esta psicología planea sobre la mente de nuestros gobernantes, que nunca se detienen a lamentar ninguna muerte. Pero más preocupante sería que ese sentimiento de indiferencia se esté internalizando en nuestra propia conducta social, hasta el extremo de lamentar sólo la muerte de nuestros familiares más próximos. A la sombra de tanto acoso mortuorio, en la intimidad de cada quien sólo se valora salvar el pellejo propio.
Tristemente, no es tiempo de celebrar la renovación de la vida, a la que los tiempos invitan, sino de ser cónsono con un sentimiento dominante, que es el de la orfandad. En los pesebres escasean los pastores, los reyes viajeros y hasta las mulas. Un cierto aire de recato, de respeto a las víctimas que este 2015 se ha llevado, es lo que el momento aconseja. La banalidad del mal se va tragando a la vida misma, arrinconada como una posibilidad o un recuerdo. Nadie podría dudar, sin embargo, que la sociedad venezolana en su conjunto, para despedir el año, se ha celebrado a sí misma al decidir otra conducción de los asuntos públicos, pero esto es apenas el comienzo de un ciclo, cuya reversión costará más esfuerzo y más vidas. Confiemos en que este acto soberano sea el comienzo de una afirmación colectiva: aquélla que desea apartar el mal de nuestros actos y recuperar la fe en la vida. El Niño que tiembla bajo la estrella de Belén sigue a la espera de una celebración.
Texto de la audiencia del Papa del 29 de diciembre de 2015
En la última audiencia del año el Santo Padre recordando al Niño Jesús invita a dedicar tiempo a los niños renunciando para ello a nuestra pretensión de autonomía
El santo padre Francisco realizó este miércoles, la última catequesis del año en la plaza de San Pedro, delante de miles de fieles y peregrinos, en la cual recordando las fiestas navideñas y la infancia del Niño Jesús. Invitó a cuidar a los pequeños, a dedicarles tiempo, poniendo de lado nuestra pretensión de autonomía.
"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! Es un día un poco frío...
En estos días navideños nos encontramos delante al Niño Jesús. Estoy seguro que en las casas tantas familias han hecho el pesebre, llevando adelante esta bella tradición que se remonta a san Francisco de Asís y que mantiene en nuestro corazón vivo el misterio de Dios que se hace hombre.
La devoción al Niño Jesús es muy difundida. Muchos santos y santas la han cultivado en su oración cotidiana, y han deseado modelar la propia vida con aquella del Niño Jesús.
Pienso en particular a santa Teresita de Lisieux, que como monja carmelita tomó el nombre de Teresa del Niño Jesús y del Santo Rostro.
Ella que es también doctora de la Iglesia, ha sabido vivir y dar testimonio de aquella 'infancia espiritual' que se asimila justamente meditando --siguiendo la escuela de la Virgen María-- la humildad de Dios que por nosotros se ha hecho pequeño. Y esto es un misterio grande. Dios es humilde. Nosotros somos orgullosos, llenos de vanidad y nos creemos una gran cosa, somos nada. Él es grande, es humilde y se hace niño. Esto es un verdadero misterio, Dios es humilde. Esto es hermoso.
Hubo un tiempo en el cual, en la persona divina-humana de Cristo, Dios ha sido un niño, y esto debe tomar un significado peculiar para nuestra fe. Es verdad que su muerte en la cruz y su resurrección son la máxima expresión de su amor redentor, pero no nos olvidemos que toda su vida terrena es revelación y enseñanza.
En el período navideño recordemos su infancia. Para crecer en la fe tendremos necesidad de contemplar con más frecuencia al Niño Jesús.
Claro, no conocemos nada de este período de su vida. Las raras indicaciones que tenemos se refieren a la imposición del nombre después de ocho días de su nacimiento, la presentación en el Templo, y después la visita de los Reyes Magos con la siguiente fuga a Egipto.
Después hay un salto hasta los doce años, cuando con María y José, Jesús va en peregrinación a Jerusalén para la Pascua y en cambio de regresar con sus progenitores se detiene en el Templo para hablar con los doctores de la ley.
Como se ve, sabemos poco del Niño Jesús, pero podemos aprender mucho sobre él si miramos la vida de los niños. Es una hermosa costumbre de los papás, de los abuelos que miran a los niños y saben que es lo que hacen.
Descubrimos, sobretodo que los niños quieren tener nuestra atención. Ellos tienen que estar en el centro, ¿por qué? ¿Porque son orgullosos? No, sino porque necesitan sentirse protegidos. Es necesario también que nosotros pongamos a Jesús en el centro de nuestra vida y saber que, aunque parezca paradójico, tenemos la responsabilidad de protegerlo. Quiere estar en nuestros brazos, desea ser acudido y poner su mirada en la nuestra.
Además, hacer sonreir al Niño Jesús para demostrarle nuestro amor y nuestra alegría porque él está en medio de nosotros.
Su sonrisa es el símbolo del amor que nos da la certeza de que somos amados. A los niños, además, les gusta jugar. Entretanto hacer jugar a un niño significa abandonar nuestra lógica para entrar en la suya. Si queremos que se divierta es necesario entender lo que a él le gusta.
Es una enseñanza para nosotros. Delante de Jesús estamos llamados a abandonar nuestra pretensión de autonomía --y este es el centro del problema, nuestra pretensión de autonomía-- para acoger en cambio la verdadera forma de libertad que consiste en conocer a quien tenemos adelante y servirlo. Él es el Hijo de Dios que viene a salvarnos. Ha venido entre nosotros para mostrarnos el rostro del Padre rico de amor y misericordia. Estrechemos por lo tanto entre nuestros brazos al Niño Jesús y estemos a su servicio: Él es fuente de amor y de serenidad. Y será una hermosa cosa si hoy, cuando volvamos a casa, ir cerca del pesebre y besar al Niño Jesús y decirle: "Jesús, quiero ser humilde como tu, humilde como Dios", y pedirle esta gracia".
"Invito a rezar por las víctimas de los desastres que en estos días han afectado a Estados Unidos, Gran Bretaña y Sudamérica, especialmente Paraguay, donde han causado desgraciadamente víctimas, muchos desplazados e ingentes daños. Que el Señor consuele a aquellos pueblos y que la solidaridad fraterna los auxilie en sus necesidades.