En la fiesta de la Sagrada Familia, el papa Francisco rezó este domingo la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro. Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice les dijo después de escuchar un tradicional villancico italiano:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Que bien cantan estos chicos, ¿eh? Son buenos.
En el clima de alegría que es propio de la Navidad, celebramos en este domingo la fiesta de la Sagrada Familia. Vuelvo a pensar en el gran encuentro de Filadelfia, en septiembre pasado; en las muchas familias encontradas en los viajes apostólicos, y en las de todo el mundo. Quisiera saludarlas a todas con afecto y reconocimiento, especialmente en este tiempo nuestro, en el que la familia está sometida a incomprensiones y dificultades de varios tipos que la debilitan.
El Evangelio de hoy invita a las familias a acoger la luz de esperanza que proviene de la casa de Nazaret, en la cual se ha desarrollado en la alegría la infancia de Jesús, el cual --dice san Lucas-- “crecía en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres”. El núcleo familiar de Jesús, María y José es para todo creyente, y en especial para las familias, una auténtica escuela del Evangelio. Aquí admiramos el cumplimiento del plan divino de hacer de la familia una especial comunidad de vida y de amor. Aquí aprendemos que todo núcleo familiar cristiano está llamado a ser “iglesia doméstica”, para hacer resplandecer las virtudes evangélicas y llegar a ser fermento de bien en la sociedad. Los rasgos típicos de la Sagrada Familia son: recogimiento y oración, mutua comprensión y respeto, espíritu de sacrificio, trabajo y solidaridad.
Del ejemplo y del testimonio de la Sagrada Familia, cada familia puede extraer indicaciones preciosas para el estilo y las opciones de vida, y puede sacar fuerza y sabiduría para el camino de cada día. La Virgen y san José enseñan a acoger a los hijos como don de Dios, a generarlos y educarlos cooperando de forma maravillosa con la obra del Creador y donando al mundo, en cada niño, una sonrisa nueva. Es en la familia unida donde los hijos alcanzan la madurez de su existencia, su personalidad, viviendo la experiencia significativa y eficaz del amor gratuito, de la ternura, del respeto recíproco, de la comprensión mutua, del perdón y de la alegría.
Quisiera detenerme sobre todo en la alegría. La verdadera alegría que se experimenta en la familia no es algo casual y fortuito. Es una alegría que es fruto de la armonía profunda entre las personas, que hace gustar la belleza de estar juntos, de sostenernos mutuamente en el camino de la vida. Pero en la base de la alegría está la presencia de Dios, su amor acogedor, misericordioso y paciente hacia todos. Si no se abre la puerta de la familia a la presencia de Dios y a su amor, la familia pierde la armonía, prevalecen los individualismos y se apaga la alegría. Sin embargo, la familia que vive la alegría de la vida, la alegría de la fe, la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para toda la sociedad.
Que Jesús, María y José bendigan y protejan a todas las familias del mundo, para que en ellas reinen la serenidad y la alegría, la justicia y la paz, que Cristo naciendo ha traído como don para la humanidad.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...
Al concluir la plegaria, Francisco recordó el sufrimiento de numerosos emigrantes cubanos:
Queridos hermanos y hermanas,
Mi pensamiento se dirige en este momento a los numerosos emigrantes cubanos que se encuentran en dificultades en Centroamérica, muchos de los cuales son víctimas del tráfico de seres humanos. Invito a los países de la región a renovar, con generosidad, todos los esfuerzos necesarios para encontrar una solución oportuna a este drama humanitario.
A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Papa:
Un cordial saludo va ahora a las familias presentes en la plaza. ¡A todas! Gracias por vuestro testimonio. Que el Señor os acompañe con su gracia y os sostenga en vuestro camino cotidiano.
Os saludo a todos vosotros, peregrinos provenientes de todas las partes del mundo. En especial a los jóvenes de la diócesis de Bérgamo que han recibido la Confirmación.
También agradezco a todos los chicos y niños que han cantado tan bien y seguirán haciéndolo... Una canción de Navidad en honor de las familias.
El Obispo de Roma terminó su intervención diciendo:
A todos os deseo un feliz domingo. Os agradezco una vez más vuestras felicitaciones y vuestras oraciones. Y por favor, continuad rezando por mí ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
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