A partir del 8 de diciembre de 2015 hasta el 20 de noviembre de 2016, el papa Francisco nos convoca al Año jubilar de la Misericordia. En nuestra diócesis de Córdoba tenemos la apertura de la Puerta santa este domingo 13 de diciembre, en la Santa Iglesia Catedral de Córdoba. Será un año de gran perdonanza para toda la humanidad, no sólo para la Iglesia.
La misericordia es un atributo divino, como es reconocido en todas las religiones reveladas. Pero en Jesucristo, Dios nos ha amado hasta el extremo. La medida de la misericordia de Dios nos la da el amor de Cristo, que ha cambiado el rumbo de la historia de la humanidad. No se trata sólo de amar, sino de amar sin medida y de amar hasta perdonar a los enemigos, de amar hasta transformar el corazón endurecido del hombre. Un amor así es capaz de ablandar hasta las piedras.
La imagen más frecuente y expresiva es la del padre del hijo pródigo. Cuando el hijo vuelve a casa despojado de todo, se encuentra con el amor de un padre que le perdona y le llena de todos sus dones: le devuelve la dignidad de hijo, le hace partícipe de sus bienes, le viste con traje de fiesta y organiza un banquete para expresar su enorme alegría por el hijo que ha retornado. Y junto a esa imagen, la de Cristo crucificado, “ballesta de amor” (como dice san Juan de Ávila), que desde su corazón traspasado hiere con herida de amor a quien se le acerca.
Nuestro mundo contemporáneo necesita la misericordia. El Año de la misericordia supondrá un bien para toda la humanidad. Guerras, tensiones, persecución religiosa, terrorismo, desorden internacional, alteración del medio ambiente, marginación y pobreza extrema por tantos lugares de la tierra. Este profundo desequilibro mundial, fruto del pecado de los hombres, necesita una sobredosis de amor, necesita el perdón que restaura. Necesitamos mirar a Cristo, el único salvador de todos los hombres, y acoger su amor, que rompe todas las barreras y nos hace hermanos, cumpliendo toda justicia.
Jesucristo no irradia su amor ni por la violencia, ni por chantaje, ni por presión económica, ni por intereses egoístas. El Corazón de Cristo ejerce su atractivo sobre los demás corazones por el simple hecho de amar con amor totipotente. Por otra parte, el amor acumulado en el Corazón de Cristo es capaz de compensar los muchos desamores de toda persona humana para con Dios y de los humanos entre sí. El Año de la misericordia nos traerá permanentemente la memoria de este amor, capaz de transformar el mundo.
Las obras de misericordia nos hacen misericordiosos, y Jesús nos enseña: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Se trata, por tanto, de ponernos a la tarea de ejercer las obras de misericordia, porque este ejercicio abre nuestro corazón para alcanzar la misericordia que deseamos. Las obras de misericordia son siete corporales y siete espirituales. Las corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y las obras de misericordia espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rogar a Dios por los vivos y los difuntos
Junto a las obras de misericordia, acudir al sacramento del perdón, fuente continua de misericordia. Los sacerdotes estén más disponibles para administrar este sacramento, los fieles se acerquen con más frecuencia a este sacramento con corazón arrepentido y propósito de la enmienda. Y complemento del perdón recibido en el sacramento, están las indulgencias, abundantes en este Año de la misericordia, pues la Iglesia madre quiere ayudarnos a restaurar la imagen de Dios en nosotros distorsionada por nuestros pecados.
Año de la misericordia. Año de gracias abundantes. Acerquémonos todos a recibir esta misericordia para poder repartirla en nuestro entorno.
A todos, mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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