Discurso en el Panteón Nacional
Jóvito Villalba
[1928]
Discurso pronunciado por el Br. Villalba (estudiante) ante Beatriz I, reina de los estudiantes, y el monumento que guarda los restos del Libertador Simón Bolívar en el Panteón Nacional.
¡Majestad! ¡Compañeros!:
Desde la atalaya altísima de una tribuna, donde se forjó la redención, todavía no cumplida de un pueblo, José Martí dijo cierta vez, como trompetazo de orgullo vidente, que al Libertador le faltaba mucho por hacer en América. Hoy, compañeros, en este día de la ofrenda, venimos ante el Libertador, porque ha llegado para él precisamente, inminentemente, la hora de volver a ser.
Ante la conciencia libre de América, surge íntegro, encendido de fuerza, en el grito de una protesta unánime, el mismo ideal de fraternidad latinoamericano, que cien años antes cupo holgado en la mirada visionaria del Libertador; y en todos los espíritus de esta América española nuestra, ese ideal es lo bastante generoso, para servir de causa, donde se sostiene y donde se llena de horizonte, frente a la absurda pretensión imperialista de otra raza, el destino altísimo de nuestra raza sudamericana.
Al propio tiempo, en tierras de Venezuela, reduciéndole al límite de la patria, la afirmación de que ha vuelto a sonar el momento del héroe, se revela también, como nueva campanada para esta tumba gloriosa, en la inquietud de nosotros, que es la inquietud del gesto que ha de venir.
Por eso lo buscamos aquí, donde se halla incontaminado del ambiente, como soterráneo hontanar de idealismo para las generaciones de la patria, a fin de incorporarle en la recta cruzada de que es lírica y juvenil anunciación esta fiesta; y a fin de que volviéndose luminoso su recuerdo, en la oscuridad de esta hora , les alimente la pupila a todos los que en la patria venezolana la conserven intacta, diáfana, transparente de haber estado de cara al sol durante veinte años.
Incorporándola a nosotros, su obra que es de todos. Él se difundirá en nuestras almas, como un soplo siempre nuevo de juventud eterna, «Divino tesoro» que al través de cien años se nos guarda incólume, sin que la extinga, en el eslabón de las generaciones patrias, el brusco vacío de quienes renunciaron dolorosamente en la claudicación. Virtualidad de él es precisamente ésa de poder renacer sin resentirse de anacronismo, aquí entre nosotros en la Universidad como un súbdito más de Beatriz Primera. Porque entre el fondo de su obra se encuentra como título de nacionalidad para nuestro venezolanísimo reinado universitario, el mismo comprensivo amor hacia la patria, que todos los días diafaniza de ideal el alma lírica del estudiante, porque él no fue sólo el Libertador, el hombre que condujo invicto un ejército, ante el asombro inédito de un continente. Todo eso, y sobre todo eso, algo más: un hijo de América que forjó ese ideal, que fue hasta ayer demasiado alto, para contarse como un número más, junto a doctrinas oportunistas en el programa teatral de conferencias panamericanas.
Como tal, como verdadero hijo de América, supo comprender y sentir en honda belleza de sacrificio y de promesa, la angustia de esta raza americana nuestra, que había de buscar en la explicación de un siglo, el sentido total de su destino para el porvenir.
¡Libertador!: Ha llegado de nuevo la hora de que tu acción coincide pare nosotros en ese momento de definirnos ante el destino y ante nosotros mismos. Sentado estás, como te vio Martí, en la roca de crear, con la Federación de Estudiantes, en esta fiesta de la Primavera Universitaria, con el reinado de esta reina integral. ¡Oh! Samaritana de la siembra, de cuya belleza trasciende hasta ti, como en una parábola de lirismo el viejo dolor de tu pueblo: con todo eso, arraigo del futuro. Y propiciado el surco, pedimos a tu serenidad, con esta ofrenda, la palabra que ha de gestar el milagro bíblico de una nueva creación.
Habla ¡oh, Padre! ante la Universidad, donde se forjó la patria hace años. Pueda oírse otra vez, tu voz rebelde de San Jacinto. En este sitio, cuando Beatriz Primera de Venezuela, te haya ofrendado la nueva ternura de estas flores; dinos el secreto de tu orgullo, que es el mismo secreto de trescientos años, revelado ayer por el Ávila, por el viejo monte caraqueño a Maria de 1783.
Padre nuestro, Simón Bolívar
Padre nuestro, Libertador
Cómo han puesto los esbirros
Tu Santiago de León.
Padre nuestro, Libertador
Cómo han puesto los esbirros
Tu Santiago de León.
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