Meditación sobre el auge y la decadencia de la Compañía de Jesús a la luz del exilio
El próximo 7 de agosto se cumplen 200 años de la Restauración de la Compañía de Jesús, hito en la historia de la orden religiosa fundada por Iñigo de Loyola, a mediados del siglo XVI. Fecha capital, la Universidad Católica Andrés Bello –UCAB– y el Instituto de Investigaciones Históricas Padre Hermann González Oropeza, organizaron un congreso, el pasado mes de junio, para reflexionar sobre aquel momento y sus proyecciones hacia nuestro presente. “Papel Literario” ha querido, además, aprovechar la ocasión para rendir homenaje al Padre José del Rey, autor de una inmensa obra sobre la historia de los jesuitas. Nuestro dossier de hoy incluye textos de Guillermo Briceño Porras, María Soledad Hernández, Francisco Javier Pérez y de José del Rey s.j., que nos aproximan a una comprensión de la presencia y contribución de los jesuitas en Venezuela. Además, le hemos pedido a Francisco Javier Pérez una presentación de la bibliografía de José del Rey s.j., que permitirá al lector valorar una dedicación de décadas a la investigación y la escritura. En adición a lo anterior, se incluye aquí un extenso artículo en formato PDF, de Javier Duplá s.j., titulado “A favor y en contra de los jesuitas”
Venezuela se suma hoy al ciclo de homenajes que en selectos ámbitos del pensamiento y de la cultura se vienen realizando en todo el mundo en los más variados foros, congresos, publicaciones y conferencias sobre la Restauración de la Compañía de Jesús el 7 de agosto de 1814 en la capital de la cristiandad.
Sin lugar a dudas hay encrucijadas que parecen imaginadas para poner a prueba a imaginarios como la tradición, pero también como la corporación que desea pronunciarse a modo de esperanza, a modo de futuro. Ese es el caso de la historia de la Compañía de Jesús y lo trataremos de sintetizar en cuatro grandes hitos.
El primero lo constituye el sueño del fundador. En Iñigo de Loyola se fusionan dos conceptos como son el de viajero y el del peregrino: el esfuerzo humano de la aventura y la psicología del desprendimiento y de la tensión hacia Dios. En última instancia al insertarse en el siglo de los grandes descubrimientos, le hizo sentirse heredero de esa dinámica de sueños, temores y entregas aprendidas en los ejercicios espirituales; y así todos esos compromisos personales estimularon sus iniciativas, le impulsaron a luchar contra el conformismo y propiciaron en él la búsqueda de soluciones originales para problemas inéditos. El camino hacia lo desconocido le obligó a mirar siempre hacia delante y a buscar distinguirse en todas sus acciones.
El segundo hito se refiere a la corporación por él fundada. Dos acciones imprevistas trazarían la historia del éxito de la naciente corporación religiosa y la identificarían con los ideales de los Estados nacionales y con los nuevos espacios del deseo de una sociedad totalmente nueva: las empresas misioneras en los nuevos mundos y el asumir la educación como factor trascendental de cambio.
El embrujo de la “Misión” (1) los dotó de energías y proyectos ilusorios encuadrados todos ellos en lo que Alfonso Alfaro denomina la cuaterna paradójica. En primer lugar, el compromiso adquirido en la interioridad de la experiencia religiosa. En segundo término, la obediencia que suponía una total disponibilidad de sus personas para la misión y la adquisición de un espíritu de cuerpo, todo lo cual implicaba una sintonía con los ideales de la Orden así como también con los mandatos de los superiores. Como tercer requisito se buscaba una preparación “élite” que facultaba al jesuita para hacer frente a situaciones sin precedentes y sin posibilidad de consulta y deliberación ya que en medio de tantas encrucijadas había que aportar soluciones a retos inesperados. Y finalmente la adaptación, que debía aprender las reglas del juego ajenas, penetrar lo más profundamente posible en el laberinto de imágenes y símbolos desconocidos y de esta forma tratar de precisar lo que divide para poder acentuar lo que une. (2)
Por otro lado, a través de la educación emprendieron los ignacianos el camino de la nueva ciencia y por ello se convirtieron en miembros activos de la República de las letras, de las artes y de las ciencias e hicieron acto de presencia como una empresa de “capitalización intelectual” y de organización institucional, conducida a escala internacional. (3)
El aporte de los seguidores del hombre de Loyola al Renacimiento se centra en el gran reto que suponía crear “el deber de la inteligencia” (4), que consistía en enseñar y en crear ciencia. El descubrimiento del “capital humano” prendió como fuego en las nuevas sociedades renacentistas y de esa forma legitimó su demanda.
En efecto, la disponibilidad del jesuita de los siglos XVI, XVII y XVIII para participar e integrarse en todos los frentes de la ciencia y la cultura hizo que dejaran honda huella en la historia de las gentes. Pero como anota Rafael Olaechea: “Huellas y efectos que causaban, por igual, la admiración y el odio, la oposición y el respeto, la reticencia, la apología o la calumnia (pero nunca la indiferencia) como jamás los ha producido ninguna agrupación católica, al igual que tampoco ninguna ha recibido tantos ataques por parte de los adversarios de la Iglesia católica, ni ha conocido en el interior de ésta tantos sinsabores y humillaciones, incluida la mayor de todas: su supresión en 1773” (5).
En el caso del continente colombino, la acción de los seguidores de Ignacio de Loyola en la educación de las juventudes americanas, su influjo en la formación del pensamiento criollo, su cooperación a la gestación de economías creativas y abiertas, su inserción en la historia de los pueblos aborígenes esparcidos en las que se consideraron zonas marginales de las tierras descubiertas por Colón, su inspiración para plasmar en el arte un barroco criollizado y su ingente producción científica y literaria sobre un mundo nuevo en hombres y libertad, consagran y definen el aporte de la Orden de Ignacio de Loyola a la biografía de este gran Continente.
Y con respecto a las Misiones del Paraguay el escritor judío Fritz Hochwälder (6) plantea que el fin de la utopía nunca puede ser previsto. El núcleo del escritor vienés gira en torno al establecimiento de la justicia y la paz en la tierra.
“La verdad y la paz no son nada si no se encarnan; pero, tan pronto como lo hacen, se ven perseguidas y tienen que refugiarse en el desierto. El hombre aspira sin cesar al reinado de la justicia, pero desde el momento en que éste se perfila en el horizonte, tiene que sacar la espada para defenderlo; entonces la mística, al convertirse en política, se degrada y reniega de sí misma”. (7)
Con el tercer hito nos asomamos a los horizontes que generaron las festividades que hoy celebramos: la muerte y resurrección de la Compañía de Jesús. Dos sentencias de muerte creyeron poner fin a la obra de Ignacio de Loyola.
La primera fue civil y la decretó el absolutismo borbónico al condenar a la pena máxima a la orden fundada por el más universal de los vascos en 1540, pues, deseaba reiterar al mundo que el poder absoluto era incompatible con otros poderes que pudieran socavar los principios sagrados del Estado.
De este modo, a partir de 1759 hasta 1768, los tres grandes océanos serían testigos asombrados del trasiego de centares de hombres, considerados por los funcionarios que los expatriaban como “mercancía no deseada y sin gran valor”, que habían levantado una de las empresas trasnacionales más admiradas en Asia, África, América y Europa.
En el caso de Hispanoamérica el historiador sueco Magnus Mörner conceptualizará: “La expulsión de los jesuitas de la América portuguesa en 1759 y de la América española en 1767 fueron medidas oficiales que sacudieron profundamente la sociedad colonial. Es difícil encontrar otro suceso de la misma magnitud en el curso de la historia de Latinoamérica entre la conquista y la independencia.” (8)
La segunda carta de defunción fue eclesiástica y la firmó en 1773 la máxima autoridad de la Iglesia católica y significaba el entierro definitivo de la institución jesuítica y su consiguiente erradicación de la memoria de sus historias civiles y eclesiásticas.
El 21 de julio de 1773 Clemente XIV sentenció a muerte legal a 22.847 jesuitas (9) dispersos por todo el mundo. De esta formala máxima autoridad de la iglesia católica les expoliaba los bienes materiales y les sentenciaba a pérdida de su identidad religiosa. En verdad sepultaron a la Compañía de Jesús pero no pudieron sepultar ni a sus hombres ni a la cultura jesuítica.
Sin embargo, aquellos proscritos expatriados en los Estados Pontificios se constituyeron el “centro más denso de todo el americanismo europeo” (10) y así se construyeron los fundamentos del tránsito de la conciencia criolla al nacionalismo emergente. De esta suerte se abrieron nuevos caminos para la historia natural, la geografía, la historia e incluso para incursionar la filosofía de la historia (11) y así se levantaron las bases para los estudios científicos de las realidades naturales, sociales e históricas de América elaboradas desde el exilio. (12)
En este contexto es curioso verificar que a través de la obra escrita (13) del Precursor de la Independencia de Venezuela, Francisco de Miranda (14), unos doscientos noventa jesuitas colaborarían en las tareas de la emancipación de las nuevas naciones hispanoamericanas. (15)
El cuarto hito se abre a una nueva historia el día 7 de agosto de 1814. Pío VII restituía la carta de ciudadanía eclesiástica a seiscientos (16) sobrevivientes de aquel ejército deexcombatientes que, aunque náufragos, supieron resistir a todas las fuerzas adversas hasta alcanzar las orillas de la restauración.
Y en el caso concreto de los miembros de la Provincia del Nuevo Reino de los doscientos veintiocho que expatrió Carlos III en 1767 de su lar americano únicamente pudieron ver la aurora de la restauración catorce sobrevivientes.
La “Compañía restaurada” se reinsertaba en el mundo occidental fragmentada, acomplejada y con serios problemas para recuperar su identidad y por ello tuvieron que pasar “por una experiencia dolorosa, ansiosa y difícil” (17). Y hasta el presidente de lo que fue aquella república espiritual y cultural de la “Compañía primigenia” se sentía ahora lejano del centro del poder de la cristiandad con su humilde base de operaciones en la Rusia blanca casi como un rehén del imperio ruso.
Y a partir de ese momento se radicalizaría la posición de los regímenes liberales pues su criterio sería la supresión y no la mera expulsión.
Ciertamente, para los pueblos ibéricos serían las cortes de Cádiz las que fijarían la ruta política del liberalismo contra los jesuitas en el mundo hispánico. Como afirma Manuel Revuelta no fue la Compañía de Jesús la que rechazó al liberalismo, “fue más bien el régimen liberal el que sofocó en España, desde el principio, los brotes de una Compañía que ya había renacido en otras partes. De ese modo parecía establecerse la incompatibilidad entre la Compañía y el régimen liberal, en el que no pocos de los jesuitas supervivientes habían puesto su esperanza, pensando que encontrarían la igualdad y la justicia que les había negado Carlos III”. (18) Y a partir de ese momento se radicalizaría la posición de los regímenes liberales pues su criterio sería la supresión y no la mera expulsión.
El siglo XIX lo podemos describir como un largo trayecto histórico en que se dieron cita la añoranza y la fuerza implacable de la persecución.
Es altamente significativo que los seguidores de Ignacio de Loyola tuvieran que esperar 149 años para reingresar a la patria de Bolívar.
En octubre de 1916 regresaban los jesuitas a Caracas tras 149 años de exilio (18) y de esa forma se superaba el dogma cultural de que el destino común del devenir humano es el olvido y se rompía la teoría de la ley del exilio sin retorno y la de la fatalidad que es la historia de las decepciones, que es tan vieja como Homero.
Una meditación final. Es necesario asumir la conciencia de que las historias interpretadas por los vencidos necesitan de una doble lectura: la primera, debe tener el valor de desentrañar de forma crítica las experiencias vitales a la hora de hacer frente a los poderes constituidos bien civiles, bien eclesiásticos; la segunda, debe erigirse en la clave iluminadora para los resucitados a fin de que no regresen a las huellas que les condujeron a la muerte, pues la quiebra de la memoria histórica permite repetir la derrota de los que perdieron la auténtica carta de navegar.
REFERENCIAS
1. Michael Sievernich comprueba que la voz “Misión” corresponde a la primera generación de jesuitas pues recoge el profundo simbolismo que constituyó para los ignacianos empeñados en dar respuestas a los retos globales que les propiciaba el mundo nuevo. Michael Sievernich, “La Misión de la Compañía de Jesús: inculturación y proceso”, en: José Jesús Hernández Palomo y Rodrigo Moreno Jeria (Coord.). La Misión y los jesuitas en la América española, 1566-1767.Sevilla, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, pp. 265-287, 2005. También en el mundo actual tiene vigencia el referente al espacio mítico que levanta la palabra “Misión” pues apunta a una acción mesiánica, a colonización ideológica o espiritual pues es un modo de exploración. Pero también pueden convertirse en modos de peregrinación, formas de prédica e instrumentos transitorios de colonización (Se sugiere ver el texto de Sandra Pinardi. “De misiones”, publicado el Papel Literario de El Nacional el sábado 15 de julio de 2006).
2. Alfonso Alfaro, “Hombres paradójicos”, 16-17.
3. Luce Giard, “Le devoir d’intelligence ou l’insertion des jésuites dans le monde du savoir”, XIII.
4. Luce Giard. “Le devoir d’intelligence ou l’insertion des jésuites dans le monde du savoir”, en: Luce Giard (dir.). Les jésuites à la Renaissance. Système éducatif et production du savoir. Paris, Presses Universitaires de France, 1995) XI-LXXIX.
5. Rafael Olaechea, “Historiografía ignaciana del siglo XVIII”, en: Juan Plazaola (edit.), Ignacio de Loyola y su tiempo. Bilbao, p.66, 1992.
6. Fritz Hochwälder, Das heilige Experiment. Zurich, 1941. Sur la terre comme au ciel. París, 1952.
7. Charles Moeller. Literatura siglo XX y Cristianismo. Madrid, Editorial Gredos, IV, p. 516, 1958.
8. Magnus Morner. The Expulsion of the Jesuitas from Latin America. New York, p. 3, 1965.
9. Ricardo García Villoslada. Manual de Historia de la Compañía de Jesús. Madrid, Compañía Bibliográfica Española S. A, p. 558, 1954.
10. Miguel Batllori. La cultura hispano-italiana de los jesuitas expulsos. Españoles-hispanoamericanos-filipinos. Madrid, Editorial Gredos, p. 590, 1966.
11. Miguel Batllori. “Presencia de España en la Europa del siglo XVIII”. En: Historia de España. Tomo XXXI. La época de la ilustración. Vol., I: El Estado y la cultura, 1759-1808. Madrid, Espasa-Calpe, 1988, XXV. Antonello Gerbi. La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica 1750-1900. México, Fondo de Cultura Económica, 1982.
12. Miguel Batllori. La cultura hispano-italiana de los jesuitas expulsos: Españoles-Hispanoamericanos-Filipinos, 1767-1814. Madrid, Gredos, 1966.
13. Francisco de Miranda. Archivo del General Miranda. Caracas, Gobierno Nacional, 1929-1938, 24 vols.
14. José Luis Salcedo-Bastardo. “Miranda, Francisco de”, en:Fundación Polar. Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas, Fundación Polar, III, pp. 173-179, 1997.
15. Archivo del General Miranda, XV, 98-102.
16. William V. Bangert. Historia de la Compañía de Jesús. Santander, Editorial Sal Terrae, p. 526, 1981.
17. Bangert. Historia de la Compañía de Jesús, 523.
18. Manuel Revuelta, “Las Cortes de Cádiz y los jesuitas: encrucijada entre la Antigua y la Nueva Compañía”, en: Martínez Millán, José, Henar Pizarro Llorente, Esther Jiménez Pablo (coord.), Los Jesuitas. Religión, Política y Educación (Siglos XVI-XVIII). Madrid, Universidad Comillas, III (2012)1859-1906.
19. José del Rey Fajardo. La biografía de un exilio (1767-1916). Los jesuitas en Venezuela: siglo y medio de ausencia.Caracas, Universidad Católica Andrés Bello, 2014.
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