El desmontaje de un mito
ROBERTO GIUSTI | EL UNIVERSAL
martes 12 de enero de 2016 12:00 AM
No hay nada más políticamente incorrecto que atizar la ahora denominada "guerra de los retratos" para insistir en el tema cuando, como bien lo advierte el Chuo Torrealba y asienta un nutrido grupo de venezolanos de oposición, la Asamblea Nacional no debe caer en la trampa de un debate inútil y concentrar todos sus esfuerzos en la superación de una crisis que demanda soluciones de urgencia ya. Tarea que adquiere ribetes de epopeya si consideramos que el gobierno, lejos de comprender la necesidad de un cambio de modelo económico, persiste en repetir la misma receta fracasada, luego de 17 años de intentos fallidos, aunque ahora con otros actores al frente de su aplicación.
Ignoramos si esa terquedad ya patológica obedece a una retorcida maniobra urdida para acelerar el proceso de radicalización, algo que nos puede colocar al borde de una verdadera catástrofe porque el tiempo apremia o si, por el contrario, estamos ante un gobierno que no termina de asimilar la realidad política surgida a partir del 6D y sigue manejándose como si tuviera el apoyo de la mayoría. Mayoría que sí comprendió, aun cuando a un precio muy alto en privaciones y disminución galopante de su nivel de vida, la necesidad de un cambio radical en la conducción del país. Así planteadas las cosas uno pensaría que la solución pacífica es la única salida aceptable si no queremos caer en lo impensable y eso implica agotar los esfuerzos de un diálogo, por imposible que parezca, porque de no pactarse un acuerdo de convivencia entre poderes la Asamblea Nacional, en cumplimiento del mandato popular, tendrá que intentar, por la vía constitucional, un cambio de gobierno antes que un cambio de modelo.
Ahora bien, en descargo de Henry Ramos debemos acotar que, más allá de las consideraciones jurídicas y políticas expuestas por él para ordenar la mudanza de los retratos, se imponía la necesidad de comenzar la tarea de desmontar el mito de Chávez y su presunta dimensión histórica y heroica de hombre de Estado a quien asistía un espíritu indoblegable a la hora de reivindicar a los oprimidos. La verdad es que a causa de su ambición desmedida de poder y la aplicación de un modelo empobrecedor, llegamos a esta situación de crisis terminal en que nos deja el denominado socialismo del siglo XXI.
Entiendo que tal apreciación y el consiguiente desenmascaramiento del personaje puede caer mal dentro de un segmento de la población que reclama un cambio y al mismo tiempo sigue siendo chavista, pero una realidad como esa, construida sobre la base del culto a la personalidad y un aparato propagandístico que costó miles de millones de dólares, no puede ignorarse por un interés meramente político-electoral. Ahora bien, ante un eventual conflicto de poderes ciertamente debería importarnos poco la suerte corrida por un retrato de Chávez ubicado en la frontera que separa a lo naif de lo kitsch y otro de Bolívar ajustado a lo deseos estéticos, de emulación narcisistas por alguien que quiso montarse en el caballo blanco de su "padre eterno" y no pudo porque llegó con 200 años de retraso.
@rgiustia
Ignoramos si esa terquedad ya patológica obedece a una retorcida maniobra urdida para acelerar el proceso de radicalización, algo que nos puede colocar al borde de una verdadera catástrofe porque el tiempo apremia o si, por el contrario, estamos ante un gobierno que no termina de asimilar la realidad política surgida a partir del 6D y sigue manejándose como si tuviera el apoyo de la mayoría. Mayoría que sí comprendió, aun cuando a un precio muy alto en privaciones y disminución galopante de su nivel de vida, la necesidad de un cambio radical en la conducción del país. Así planteadas las cosas uno pensaría que la solución pacífica es la única salida aceptable si no queremos caer en lo impensable y eso implica agotar los esfuerzos de un diálogo, por imposible que parezca, porque de no pactarse un acuerdo de convivencia entre poderes la Asamblea Nacional, en cumplimiento del mandato popular, tendrá que intentar, por la vía constitucional, un cambio de gobierno antes que un cambio de modelo.
Ahora bien, en descargo de Henry Ramos debemos acotar que, más allá de las consideraciones jurídicas y políticas expuestas por él para ordenar la mudanza de los retratos, se imponía la necesidad de comenzar la tarea de desmontar el mito de Chávez y su presunta dimensión histórica y heroica de hombre de Estado a quien asistía un espíritu indoblegable a la hora de reivindicar a los oprimidos. La verdad es que a causa de su ambición desmedida de poder y la aplicación de un modelo empobrecedor, llegamos a esta situación de crisis terminal en que nos deja el denominado socialismo del siglo XXI.
Entiendo que tal apreciación y el consiguiente desenmascaramiento del personaje puede caer mal dentro de un segmento de la población que reclama un cambio y al mismo tiempo sigue siendo chavista, pero una realidad como esa, construida sobre la base del culto a la personalidad y un aparato propagandístico que costó miles de millones de dólares, no puede ignorarse por un interés meramente político-electoral. Ahora bien, ante un eventual conflicto de poderes ciertamente debería importarnos poco la suerte corrida por un retrato de Chávez ubicado en la frontera que separa a lo naif de lo kitsch y otro de Bolívar ajustado a lo deseos estéticos, de emulación narcisistas por alguien que quiso montarse en el caballo blanco de su "padre eterno" y no pudo porque llegó con 200 años de retraso.
@rgiustia
Ibsen Martínez: La leyenda del Bolívar zambo
(Caracas, Venezuela. Sumarium.com).- El periodista venezolano Ibsen Martínez redactó un artículo para El País con la mordacidad a la que nos tiene acostumbrados en el que relata la historia tras el cuadro de Simón Bolivar generado tras su exhumación y cuestiona la relevancia que tiene en un panorama político y económico como el que vive el país en la actualidad.
LA LEYENDA DEL BOLÍVAR ZAMBO
A los venezolanos que buscan comprar comida les importa un carajo cómo era su rostro
Ibsen Martínez
La novela Gorky Park, del estadounidense Martin Cruz-Smith, sitúa en la antigua Unión Soviética las aventuras del investigador Arkady Renko. Para esclarecer unos asesinatos, Renko pide a un excéntrico antropólogo forense que reconstruya los rostros desollados de tres cadáveres que el deshielo ha dejado al descubierto en el Parque Gorki de Moscú.
Cruz-Smith podría haberse inspirado en el trabajo del antropólogo ruso Mijáil Gerásimov, padre de la llamada “escultura forense”. Juntando disciplinas como la estadística demográfica, la paleontología forense y la antropometría, Gerásimov recuperó, a partir de su calavera, el rostro del emperador Iván El Terrible, por orden de Stalin.
Hugo Chávez halló su Gerásimov en Philippe Froesch, artista francoalemán que se dedica a reconstruir el rostro de figuras históricas. En entrevista concedida por Froesch a la periodista venezolana Valentina Lárez y publicada en El Tiempo de Bogotá, en 2012, Froesch narra haber sido contratado por Chávez para obtener, con tecnología digna de la serie CSI: Cyber el “verdadero rostro” de Simón Bolívar, a partir de tomografías de su osamenta.
Un vídeo, disponible en Youtube, registra la exhumación de los restos del Libertador, requeridos por Froesch para su trabajo. Es un grotesco documento de la demencial necrofilia que anima el culto a la personalidad de Chávez. Un equipo de patólogos forenses, embutidos en trajes blancos que evocan a los astronautas de 2001. Odisea en el espacio, de Stanley Kubrick, abren un sarcófago y exponen el esqueleto de Bolívar, quien murió en 1830 y yacía en el Panteón Nacional desde 1876. La banda sonora de esta operación encaminada al análisis de ADN y la imagenología es el himno nacional de Venezuela. Chávez mostró, muy ufano, el tétrico videoclip en su programa Aló, presidente.
El propósito de Chávez era verificar que los restos exhumados fuesen, en verdad, los de Bolívar y, de ser así, corroborar o invalidar la hipótesis de que el Padre de la Patria no murió tuberculoso, como me enseñaron en la escuela, sino que fue envenenado. El autor intelectual del magnicidio habría sido el prócer independentista neogranadino Francisco de Paula Santander, rival vitalicio de Bolívar y, según Chávez, diabólica prefiguración de Álvaro Uribe Vélez.
El espectrógrafo de masas, sin embargo, no mostró trazas de arsénico. La hagiografía chavista sugiere, además, que Bolívar pudo ser hijo de una esclava negra y por eso, de grande, se convirtió en un abolicionista muy chévere.
IMAGEN AFROANTILLANA
Bolívar fue, nadie lo duda, aristócrata y rico: un gran cacao, un blanco criollo descendiente directo de vascos llegados a Venezuela en el s. XVII. En 1825, posó en Lima para el retratista Gil de Castro, y dictaminó que el resultado era “de la mayor exactitud”. En ese retrato, las peninsulares facciones del Héroe son el cruce perfecto entre un José María Aznar, narigudo, con bigotazo, y un Imanol Arias chaparrito y de incipiente calva.
Sorprendentemente, el Bolívar de Froesch muestra pronunciados arcos superciliares y labios gruesos, afroantillanos: un Bolívar zambo, palabra esta que, me apresuro a decir, no entraña desdén de castas ni racismo. Designa, llanamente, al mestizo de negro e indio que somos casi todos en Venezuela.
El retrato “oficial” de Bolívar que Henry Ramos Allup, nuevo presidente de la Asamblea Nacional, ha desalojado del Capitolio para indignación de Maduro guarda tan protochavista parecido con Chávez que solo se echa de menos la verruga en la frente.
¿Cómo era el rostro de Bolívar? No lo sé. Y a los venezolanos que hoy hacen fila para comprar comida y medicamentos inexistentes, o retirar de la morgue el cadáver de un ser querido, asesinado por el hampa, tampoco parece importarles un carajo.
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