Concurso de Investigación Literaria: Primer Premio
Hoy presentamos al lector el ensayo ganador del Concurso de Investigación Literaria celebrado en las VII Jornadas Estudiantiles de Investigación Literaria en la ULA durante el mes de agosto. Entre estos jóvenes críticos, Julio César Gabaldón quien es Licenciado en Idiomas Modernos y ha cursado varios posgrados, entre ellos uno en Análisis del Discurso en Francia, para este trabajo se centra en el discurso de poder presente en “El Diario del Enano”, la novela de Eduardo Liendo
Tratamiento y discurso del poder en Diario del enano (1995) de Eduardo Liendo o una historia más de tiranía con ritmo latino
De la mano de muchos escritores ibero-latinoamericanos han nacido obras transcendentales, cuyos temas han estado ligados estrechamente con el tópico de regímenes dictatoriales o tiránicos. El giro dado a estas historias, basadas –¿será posible?– sobre realidades, nos permite a nosotros, los apartados seres de nuestra cotidiana existencia, recibir un trago de brebaje distinto pero certero; nos sumerge como diría Barthes en “el efecto de lo real”. En casos de textos de autores como Roa Bastos, García Márquez, Vargas Llosa, Asturias, Valle-Inclán, Otero Silva, Uslar Pietri entre otros, hemos percibido una representación verosímil de una historia imbuida en los territorios de la tiranía siempre ficticia con relación a sus fuentes. Todo ello dentro del ambiente en el cual una novela o un relato pudiera intentar expresar muy intrínsecamente aquello que Foucault denomina “la voluntad de poder” y que, en nuestro caso, no serviría más que para trazar una buena historia del poder en este tipo de escritura ficcional. Tema que sería apropiado desenvolver en un trabajo de mayor extensión e índole. Sin embargo, en el caso de nuestro estudio mínimo, nos parece que la novela de Liendo, aun cuando se erige como un aporte más a este cuadro de tiranías hechas literatura, se aleja de ellas en tanto que no trata en lo absoluto ningún reordenamiento de lo “real”, sino que recrea una posible tiranía en un universo cuyas leyes son regidas por lo fantástico y/o maravilloso. Posiblemente, el único indicio que trasluce verdad es el del comportamiento del individuo humano ante la sima del poder, ese abismo donde “él, con los medios a su alcance trata de obtener algún aparente bien futuro” (Hobbes, 1991). (1) Emprende así Eduardo Liendo una descripción característica de un ser embebido en el poder, crea una tipología somera de éste y recrea la vida de un personaje que, disfrazado de gobernante dictador, bien pudiese reflejarnos en su espejo si el poder tocara a nuestras puertas.
En Diario del enano (1995), Eduardo Liendo recrea la vida de un personaje curioso, saltimbanqui de la existencia, Julián (finalmente José Niebla, “el tipo duro”), quien al igual su destino de aventurero intermitente también cambia de apellidos sin parar, hasta que en definitiva adquiere (o asume) la existencia de José Niebla, quien habrá de ser el regente autocrático de Tacalma, contando para su propósito divino con un séquito, cual monarca, ayudantes y colaboradores incondicionales, curiosamente todos compañeros de sus andanzas como aventurero y personaje circense, curiosamente, todos advenedizos e inexpertos en cuestiones propias del arte de gobernar. En esta obra, Liendo nos regala una visión satírica e irónica sobre el problema del poder ostentado por una sola persona, el endiosamiento al que se encamina la figura del gobernante, la obligada necesidad de servidumbre del pueblo o “soberano”, la decadencia de las instituciones y para rematar la finitud de la gloria del poder concentrado en uno solo.
Al respecto, nos advierte Hobbes en su Leviathan (1651) que “el más grande de los poderes humanos es aquél que está compuesto por los poderes de muchos hombres y unificados por consenso, en una sola persona, natural o civil, quien tiene el uso de todos estos dependiendo de su voluntad.” (2) El poder no está sino en manos de los hombres; el poder construye Únicos, Supremos, Magnánimos y hasta dioses, que paradójicamente no pueden contra el poder en sí: serpientes mordisqueándose sus colas. El poder ubica a quien lo posee en la escala más encumbrada de la pirámide, es decir, aporta las rayas necesarias de la jerarquía así como también el establecimiento de un orden donde lo concebido no tiene mayor importancia que lo otorgado por quien ejerce esa fuerza divina. Comprendiendo la relación política como una específica entre dos sujetos de los cuales uno tiene el derecho de mandar y otro, el deber de obedecer, el problema del gobierno puede ser tratado fundamentalmente desde el punto de vista del gobernante o desde el punto de vista del gobernado.
En realidad, por una tradición que va desde Platón a Maquiavelo, Jenofonte a Erasmo, los escritores políticos han tratado el problema del gobernar principalmente desde el punto de vista de los gobernantes, planteando horizontes de estudios precisos como el gobierno como un arte, distinción entre buen y mal gobierno, las varias formas de gobierno, la tiranía como fenómeno, las virtudes, habilidades o capacidades que se piden al buen gobernante, las diferentes funciones del Estado y los poderes necesarios para desempeñarlos correctamente, etc., “todos los cuales se refieren a uno solo (de los dos sujetos de la relación, al que está arriba y que de tal manera se vuelve el verdadero sujeto activo de la relación; el otro es tratado como el sujeto pasivo” (Bobbio, 2006: 42); el que está abajo. Existe, al fin y al cabo, un solo poseedor de este poder, y en torno a quien no existe orden sino por él instaurado. Así expresado por José Niebla, nuestro tirano Liendo: “Nadar en el poder, embriagarse con el rugido de sus olas, ver cómo todos ponen sus pies mendigantes en la orilla para que los bauticen sus aguas. El poder es más excitante que la más seductora de las hembras, porque esta misma sucumbe ante el resplandor de aquél. No hay frase más sublime que susurrar frente al espejo: ‛el poder soy YO.” (p. 76).
El poder en sí siempre existe de forma concentrada. En cualquier organización es inevitable que un pequeño grupo maneje las cuerdas. Y a menudo no son los que llevan los títulos. En el juego del poder, sólo el tonto va por ahí sin fijarse un propósito. Caso de Julián/José Niebla, quien de menos a más se enquista en el poder. De allí que generalmente, el poder como espejismo y como agua para el sediento del desierto, construya y destruya a quien se le confiere (si es que ha sido dado) o, en mayor parte de situaciones, el poder sea “dado” o ejercido por la fuerza, lo cual convierte a quien lo tiene en el detentador, ya que no lo merece pero lo ejerce. De tal modo que dentro del imaginario de la figuración tiránica, el detentador para mantener su “orden”, precise de dos grandes formas: la sumisión y el control. Someterá a su voluntad aquello que se niegue a ser suyo y obtendrá para sí todo lo que considere deba ser poseído en beneficio del mantenimiento estricto del orden en el cual se enmarca su ideal manera de gobierno; el desprecio de sus gobernados es un síntoma de ansia de sumisión y dominio: “Yo soy el Único. No quiero convencer a los pocos inteligentes, si los hay, sino subyugar a millones de necios. Ese es mi secreto. Son los necios los que me sustentan. Los necios quienes ruegan por mi protección. Los necios los que me idolatran. Amo a esos necios cándidos y fieles (…) son como las reses amaestradas dentro de un corral, sumisas, resignadas. Yo marco con el hierro de mis palabras o el mordisco de mis silencios. Así llevarán tatuado para siempre el nombre José niebla. Los castigo o les ofrezco un terrón de azúcar en mi mano: es la táctica del domador.” (pp. 76-77).
Muy al son maquiavélico, el detentador no puede permitirse la pérdida del espacio de su orden, la ruptura de la armonía de su sistema; para ello, todos los medios de preservación de éste serán indispensables y justificados. La voz del Único, de quien detenta el poder, se eleva por entre los aires convirtiéndose en el YO todopoderosos e infinito que se dirige a un TÚ, el cual es perceptible siempre y cuando esté dominado y sea sumiso: se declara, entonces, un nexo de individuo dominante e individuo dominado, usual representación de un colectivo, e. g. el pueblo en dictaduras. Tal como afirma Bravo (1997), el TÚ es imposibilitado para convertirse en YO: “En los gobiernos ‘fuertes’, el colectivo es el otro a quien se le negará la posibilidad de la expresión, mientras que el gobernante, ‘dictador’, es aquél que se apropia del lenguaje en términos absolutos.” (p. 38): “Yo mando porque me da la gana, por obsceno placer, porque me sale de los testículos (…) Una energía vigorosa invade mis pulmones y acelera la circulación de mi sangre cuando mis adorados imbéciles rugen de entusiasmo en la plaza que se extiende frente al balcón. Extasiados con cada uno de mis gestos. Penetrados por cada frase certera salida de mi boca como un dardo. Conmovidos por mi emoción, aún pronunciado siempre el mismo soliloquio. Porque la más inútil de las palabras se ilumina como centella en mi boca, retumba como un trueno en sus corazones atemorizados y envilecidos.” (pp. 81-82).
O como diría Matatías, el enano, cuando en sueños se le aparece Don Lope de Vega: “…es un tirano, es un tirano cruel, pero nadie, ni yo puedo decirlo.” (p. 113). Vemos aquí el ludismo del lenguaje tiránico y su recibimiento en la grey, tratamiento discursivo del silenciar o silenciarse. El discurso del poder, en fin.
Ahora bien, ante este sueño de grandeza y poderío, el gobernante tiende a realizar un complejo movimiento de aislamiento, el cual teniendo su motor en el hecho de no perder de vista que su orden sea ‘respetado’, acaba convirtiendo todo lo que a sus ojos sea antagónico, en un rival; aquello que no sea territorio del YO, sustancialmente terreno del TÚ, es decir, poder de lo que no es por sí dominado y sometido. Este aislamiento conduce irremediablemente a su soledad y principio de ocaso: el tirano vive, como lo expresa Cioran “un drama puramente individual; el sentimiento del abandono para sobrevivir en el cuadro natural más espléndido” (1990: 75). El tirano entiende de este modo que su mundo, su reino, su orden, dado por legitimación divina, no es esfuerzo para misericordia hacia lo que le perturba mas su aislamiento sólo le hace creer en una negación amplia hacia quienes bien pudieran sustentar su orden. En efecto, el detentador absoluto del poder, enjuagaría su boca con estas perlas de Cioran: “¡No tengo necesidad de ningún apoyo, de ningún aliento, de ninguna compasión, puesto que, decepcionado como estoy, me siento poderoso, duro, feroz!” (1956: 87). A pesar de su estado en el absoluto aislamiento, como absoluto su poder, el tirano emprende un viaje de regreso a sí mismo, al estado anterior a su poder, indicio este de su caída y declive dentro de su propio orden interior: “Cierto que alguna vez sentí la sensación de sollozar por algo, desfallecer por algo, dejarme atrapar en los invisibles hilos de la melancolía, pero recuerdo la intolerancia del personaje que represento y le grito a la roca: ¿Qué carajo te ocurre, José Niebla? ¿Te estás mariconeando? ¿Tienes espanto de la muerte? Ten presente que no habrá juicio de Dios para ti, tú mismo eres Dios.” (p.114).
El poder del tirano se ve resquebrajado, tambaleándose ante la vacuidad de su fortaleza; se desprende de sí mismo para dejar escapar la fragmentación de todo su orden. Fragmentación prevista en la sublevación del TÚ, del colectivo sumiso y dominado; no en balde, cuando Don Lope de Vega, en sueños a Matatías se le presenta, comenta disgustado: “La próxima vez volveré con la espada vengadora de Fuenteovejuna.” (p. 114). Este profético evento señala el desenlace de la tiranía Niebla, asistimos en esta cita, a un fatídico muestrario de la destrucción del orden dictatorial ejercido por otro poder impulsado por éste: el poder del pueblo, la fuerza del colectivo oprimido. Cercano a su muerte y, por supuesto, con su negativa al reconocimiento de su humana debilidad, de su imposible divinidad; el tirano persiste en hacerse Dios a posteriori, en pasantías por el reino de los muertos, resolviéndose a transfigurarse en otro tirano: “Sentí como se aproximaban, impacientes por devorarme, las lenguas de fuego. Yo volveré. En otro lugar, en algún otro tiempo, mi alma inmortal volverá a erguirse. En otro punto del planeta mis queridos imbéciles esperan mi llegada. Yo, José Niebla, resurgiré desde el fondo del oscuro sueño del poder, en su eterna metamorfosis.” (p. 124). Por si acaso, en cualquier país de nuestro continente latinoamericano, dejaremos la puerta abierta para que le conozcamos, Sr. Niebla.
Para concluir este breve estudio del poder en la novela de Liendo, bastaría agregar lo siguiente: “El poder desprecia las transformaciones, tiende a enraizarse en la fijeza de un orden, propiciando los procesos identificatorios, y excluyendo lo que lo perturba o niega, pero la fuerza de lo colectivo lo obliga a la transformación, a la redistribución, al límite.” (3)
Tal parece que Dios también puede ser destronado.
NOTAS
1. La traducción es nuestra. “The power of a man, to take it universally, is his present means to obtain some future apparent good.” (p.71).
2. “The greatest of human powers is that which is compounded of the powers of most men, united by consent, in one person, natural or civil, that has the use of all their powers depending on his will (…)” (p. 73)
3. Canetti, 1960: p.40 citado por Bravo (op. cit)
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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