Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

sábado, 31 de enero de 2015

El texto que sigue a continuación está extraído de mi libro por publicar Zapata y la caricatura: un ejercicio de libertad: La insurrección de febrero de 1992

La insurrección de febrero de 1992


(El texto que sigue a continuación está extraído de mi libro por publicar Zapata y la caricatura: un ejercicio de libertad)
Para ese momento, las relaciones entre el alto mando militar eran patéticas: el comandante del Ejército hablaba mal del Director de Inteligencia Militar (DIM); este último lo hacía igual con respecto al primero, así como del inspector y contralor de las Fuerzas Armadas; el contralor tampoco se quedaba atrás y tenía desconfianza del director de Inteligencia Militar y del jefe del Ejército y del inspector; y el inspector, por su parte, estaba enfrentado al director general del Ministerio de la Defensa que, a su vez, parecía aliado con el director de la DIM –en contra del inspector y del jefe del Ejército- en su carrera por el Ministerio de la Defensa. Unos a otros se descuartizaban. Lo anterior explica los hechos que se escenificaron a partir de la noche del 2 de febrero, como veremos de seguida.
El capitán René Gimón Álvarez, oficial de planta de la Academia Militar, fue contactado por dos sediciosos (los capitanes Ronald Blanco la Cruz y Antonio Rojas Suárez) para informarle que el levantamiento militar tendría lugar el lunes 3 de febrero. Su misión era detener al general Manuel Delgado Gainza, director de la Academia Militar, e insurreccionar al Batallón de Cadetes. La acción a ejecutar no se le planteaba fácil al oficial de planta, toda vez que el general Delgado Gainza era el padre de su novia. Al final no se sabe si se impuso el corazón o el sentido del honor o ambas cosas a la vez. En la mañana del día 3, el capitán Gimón Álvarez se trasladó a la Dirección de la Academia Militar e informó al director de la misma de la acción que se produciría en horas de la noche de ese día y de la intención de tomar el Aeropuerto Internacional de Maiquetía para impedir la entrada del Presidente de la República. De inmediato, el general Delgado Gainza se comunicó con el comandante del Ejército, general Pedro Rangel Rojas, para informarle la novedad y el último pidió que se trasladara con el denunciante para oír su versión antes de tomar medidas. Adicionalmente, el general Delgado Gainza se puso en contacto con el director de Inteligencia del Ejército para enterarlo de los hechos. Este último ordenó redactar un radiograma de alerta a todas las unidades del Ejército. Más tarde, en una reunión en el Comando General del Ejército, se descartó la recomendación del director de Inteligencia del Ejército respecto al envío del radiograma redactado y sólo se decidió adoptar algunas medidas dentro del Fuerte Tiuna. Inexplicablemente, el general Rangel Rojas no transmitió al Ministro de la Defensa, general Fernando Ochoa Antich, la información recibida.
En la mañana del 3 de febrero, el Ministro de la Defensa se trasladó a Maracaibo para reunirse con el gobernador Oswaldo Álvarez Paz. En dicho viaje lo acompañó Pastor Heydra. A las 7:00 p.m. tomó el avión de regreso a Caracas junto con Heydra y el coronel Marcelino Rincón Noriega quien prestaba servicios en la Primera División de Infantería, en la capital zuliana. Al salir de Maiquetía rumbo a Caracas, Ochoa se comunicó con el general Freddy Maya Cardona, comandante de la Guardia Nacional y éste le informó los rumores de un posible atentado en contra de CAP, en el aeropuerto de Maiquetía, a su regreso de Davos. Ya la Casa Militar y el Comando Regional No. 5, responsables de la seguridad del Presidente y del Aeropuerto de Maiquetía estaban alertados. Heydra quedó encargado de llevar al coronel Rincón a su destino. El general Ochoa tomó algunas medidas de reforzamiento de la seguridad del Presidente y se trasladó más tarde a Maiquetía para recibirlo y enterarlo de las novedades. A las 10:00 p.m. aterrizó el avión presidencial y minutos después el Ministro de la Defensa informó a Pérez de los rumores que circularon ese día. La respuesta del jefe de Estado fue: “Ministro, rumores y más rumores. Esos rumores son los que le hacen daño al Gobierno. Lo espero a las 7:00 a.m. en Miraflores para iniciar una investigación”. Más allá de la molestia de CAP, el hecho es que, gracias a las medidas adoptadas por la Casa Militar, la Disip y el destacamento No. 53 de la Guardia Nacional, así como la presencia del mismo ministro de la Defensa en Maiquetía, se había impedido que oficiales de la Guardia de Honor, comprometidos en el alzamiento, pudieran detener al Presidente. Ochoa entonces se dirigió a su casa y allí recibió una llamada de Pastor Heydra, quien le dijo que el coronel Rincón deseaba hablarle con urgencia. Una vez en el teléfono el oficial le comentó que había llamado por teléfono a su esposa que se encontraba en Fuerte Mara y ésta le informó que una compañía del Batallón “Aramendi” se insurreccionó y se dirigía hacia Maracaibo.
El presidente Pérez, por su lado, llegó a La Casona, la residencia presidencial, apenas habló con su hija Carolina y se dirigió a su cuarto a descansar. Una hora más tarde, fue despertado por la llamada del ministro Ochoa que le comunicó lo del alzamiento en Maracaibo. De inmediato se vistió y partió hacia Miraflores, en compañía de su chofer, un edecán y el jefe de su escolta civil, en el único carro que estaba a mano, pues no quiso esperar a que sacaran los vehículos blindados del estacionamiento. Cinco minutos más tarde empezó un despiadado ataque contra La Casona, donde se encontraban la esposa del presidente, su hija menor (Carolina), dos de sus nietos, una tía –de ochenta años- y algunos empleados. Al llegar al Palacio de Miraflores, el Presidente llama a La Casona y su hija Carolina le informa la situación que se vive allí. Pérez le promete enviarles refuerzos. Sin dilación, se comunica con el general Ochoa que ya se encuentra en el Ministerio de la Defensa y le pide enviar hombres leales al Gobierno a la residencia presidencial. El ministro le promete que lo hará aunque está en cuenta que no tenía ningún control sobre la situación.
El lúgubre redoble de los tambores de la lluvia comenzó a sonar para la democracia venezolana el día 3 de febrero y no el 4, como lo registra la historia oficial. A las 9:00 de la mañana se inició la movilización -en autobuses y unos camiones del batallón de transporte-, de una columna del batallón Briceño que comandaba el teniente coronel Hugo Chávez Frías. El propósito era apoyar la logística de la insurrección. A la 1:00 de la tarde, Chávez se reunió con el general Efraín Visconti Osorio, de la Base Libertador, y éste le pidió posponer las acciones por un tiempo. Ante la imposibilidad alegada por Chávez, pues el levantamiento ya estaba en marcha, Visconti le prometió una “neutralidad activa”, es decir, “si salen aviones a bombardearlos, nosotros iremos contra esos aviones”. Visconti también exigió que no entraran paracaidistas a la Base Aérea, que sólo permitiría que la rodearan.  En horas de la noche, los insurrectos ya tenían control sobre la base de paracaidistas, el cuartel Páez y el cuartel San Jacinto, en Maracay. El capitán Edgar Hernández Behrens lo tenía sobre el Fuerte Conopoimaen San Juan de los Morros, ya que el comandante de esa plaza se encontraba de comisión en Caracas. El teniente coronel Francisco Arias Cárdenas estaba al mando de su cuartel, en Maracaibo, reuniéndose a las 10:30 p.m. con sus oficiales para plantearles los objetivos políticos y militares del alzamiento. A las 11:30 p.m., el teniente coronel Jesús Urdaneta Hernández tenía bajo su mando al comando de la Cuarta División de Infantería. Chávez y sus soldados, por su lado, comenzaron a las 10:00 de la noche el avance hacia Caracas, a bordo de autobuses civiles. Su destino era comandar las operaciones desde el Museo Histórico (Museo Militar). También hacia Caracas partió el Batallón de Paracaidistas “José Leonardo Chirinos”, comandado por el teniente coronel Joel Acosta Chirinos. Su propósito: atacar la Base Francisco de Miranda y el Comando General de la Aviación. Una compañía de paracaidistas, al mando del capitán Carlos Rodríguez Torres, atacaría la residencia presidencial. Joel Acosta Chirinos alcanza inicialmente sus objetivos, pero no así el capitán Rodríguez que al ver la caravana oficial (los vehículos blindados que partieron minutos más tarde detrás del Presidente) salir de La Casona, pensó que ahí se le escapaba el jefe de Estado. A pesar de eso, llevó a cabo un despiadado ataque contra la residencia presidencial, lanzando una gran cantidad de morteros, muchos de los cuales no estallaron, lo que salvó la vida a la familia del presidente Pérez. En un momento de la refriega, el teniente coronel Luciano Bacalao von Shambert, a cargo de la defensa de La Casona, propuso a la primera dama rendirse para evitar un derramamiento de sangre, a lo cual ésta se negó.
A las 11:45 p.m. de ese 3 de febrero, un grupo de oficiales y cuarenta soldados insurrectos, a bordo de doce unidades del Batallón de Tanques “Ayala”, salieron de Fuerte Tiuna rumbo al Palacio de Miraflores. Cuarenta minutos después llegan a su objetivo y son recibidos a tiros. Perciben que no había presencia de paracaidistas. Uno de los oficiales, Antonio Rojas Suárez, trató de comunicarse con Chávez para pedirle urgentemente refuerzos de infantería con armas de apoyo, pues no querían disparar los cañones de los tanques y provocar muertes de soldados inocentes. Pero no detienen sus acciones golpistas. Dos de los tanques se estrellaron contra las rejas del Palacio Blanco. Otro lo hizo contra la verja del Palacio de Miraflores. De este último se baja un capitán con un fusil al hombro y se dirige al despacho presidencial. Allí se encuentra con un edecán del Presidente y el jefe de la escolta civil. De inmediato comienzan los disparos de parte y parte. Luego se oyeron detonaciones de bazucas. En cuenta de la situación, el Presidente llamó al ministro de la Defensa para ponerlo al tanto de tales hechos y éste le prometió enviarle refuerzos. Desde una de las tanquetas ametrallan la oficina de Pérez pero los vidrios blindados soportan la descarga. Allí se encontraba CAP armado de una subametralladora, acompañado por varios de sus escoltas. En ese momento el Palacio de Miraflores es defendido por diez y seis funcionarios de la escolta civil que se encontraba de guardia, más el jefe de la unidad; cinco soldados, un sargento de la Guardia Nacional, un oficial de la Fuerza Aérea, dos edecanes, el subjefe y el jefe de la Casa Militar. Del lado de los atacantes hay cuarenta soldados dirigidos por cuatro capitanes y un sargento segundo. Los atacantes debían ser reforzados por la gente de Chávez pero eso no ocurre. Ambos bandos desconocen la situación que el oponente maneja. En un determinado momento se produjo un fuerte intercambio de disparos, hasta que dos soldados insurgentes cayeron heridos por unas de las ráfagas que disparaban desde las oficinas de la Casa Militar. Eso desmoralizó a los atacantes y permitió a las fuerzas leales al Gobierno controlar la parte interna de Miraflores.
Mientras tanto, el ministro Ochoa se ponía en contacto con los diferentes comandantes de Fuerza y obtenía información detallada acerca de las unidades que se habían rebelado. Recibe además una llamada de un puesto de la Guardia Nacional de la autopista Regional del Centro y le informan que acaba de pasar una columna de tanques hacia Caracas. Se comunica entonces con el jefe del Comando Logístico del Ejército y le ordena establecer una posición defensiva en la autopista Regional del Centro para impedir el acceso de los tanques a Caracas, y si es necesario debe volar con armas antitanques la salida de los túneles de Los Ocumitos. Luego recibe una llamada telefónica de otro puesto de la Guardia Nacional, ubicado en la Encrucijada y le advierten que una unidad misilística se dirigía hacia Caracas. En ese momento a Ochoa le preocupa que la conspiración pueda extenderse sino había alguna demostración de éxito por parte de los militares aliados al Gobierno. Decide llamar al presidente Pérez:

-Presidente, es necesario que usted se dirija a los venezolanos.
-Ochoa, estoy totalmente rodeado en el Palacio de Miraflores. Sería imposible salir. Me detendrían de inmediato o me dispararían.
-Es verdad Presidente, pero la situación es de tal gravedad que tiene que hacerlo. Si usted no se dirige al país, el Gobierno está derrocado.
-¿Es tan delicada la situación?
-Sí Presidente, la situación es de inmensa gravedad.
-¿Y por dónde salgo, Ochoa?
-Por los túneles, presidente. Debe haber alguna puerta sin control.
-Lo haré Ochoa. Es mi responsabilidad.

Carmelo Lauría (1936-2010), enterado del asalto a La Casona, llama al Presidente y éste le pide verificar cuál televisora no está custodiada por los rebeldes. Lauría se pone entonces en contacto con Marcel Granier quien le indica que en RCTV hay tropas. Se comunica luego con Ricardo Cisneros y éste le dice que en Venevisión no hay nadie. Inmediatamente le transmite la información a Pérez. Con Lauría se encuentra Reinaldo Figueredo Planchart y éste hace contacto con la Disip y la Policía Metropolitana para que custodien la televisora. Lauría por su lado habla con el comandante de la Guardia Nacional, Freddy Maya Cardona y se entera que ese cuerpo respalda al Gobierno. También llama al comandante del Regional 5 de la Guardia Nacional y éste le ratifica el apoyo al Gobierno. Lauría está consciente de que, por las funciones que cumple la Guardia Nacional, su respaldo es fundamental para la estabilidad democrática; además, es la única fuerza de tropas profesionales. Toma entonces la decisión de trasladarse hasta Venevisión.
Después de hablar con Ochoa y Lauría, CAP llamó al contralmirante Iván Carratú Molina, jefe de la Casa Militar para que planificara su salida del palacio. Procede a comunicarse con La Casona y habla con su esposa, doña Blanca, y ésta le dice: “Carlos Andrés, tiene que irse de ahí, tiene que irse. Acuérdese de Rómulo, acuérdese de que usted tiene que salir por televisión”. El Presidente le responde: “Sí, Blanca, no se preocupe, voy en camino”. Pérez aprovecha el momento en que ya hay completo control de la parte interna de Miraflores y, a bordo de un vehículo blindado, acompañado de Carratú, Virgilio Ávila Vivas y una pequeña escolta civil, sale por una puerta que da a la calle que pasa por el Liceo Fermín Toro y se dirige hacia la Avenida Baralt para luego tomar la Cota Mil. Por segunda vez logra burlar a los rebeldes. A los pocos minutos llega a Venevisión, donde le tienen ya preparado el estudio en el que pronuncia una breve alocución, transmitida en vivo a todo el país, a la 1:30 a.m. Ese corto mensaje fue fundamental para torcer el rumbo de la situación:

Un grupo de militares traidores a la democracia, liderando un movimiento antipatriota, pretendieron tomar por sorpresa al gobierno. Me dirijo a todos los venezolanos para repudiar este acto. En Venezuela el pueblo es quien manda. Su presidente cuenta con el respaldo de las Fuerzas Armadas y de todos los venezolanos. Esperamos que en las próximas horas quede controlado este movimiento. Cuando sea necesario volveré a hablar.

Poco después, Eduardo Fernández y Teodoro Petkoff también se dirigieron al país rechazando la asonada militar. Y una hora más tarde, el presidente Pérez volvió a dirigirse al país. Para ese momento ya había recibido llamadas de varios jefes de Estado del continente, quienes le manifestaron que jamás reconocerían una dictadura militar. Tan importante respaldo fue hecho del conocimiento de todos los venezolanos. A las 4:00 a.m., CAP regresó a Miraflores, después que las tanquetas del Regional 5 de la Guardia Nacional apoyaron en el rescate de Miraflores. Su desplazamiento fue ordenado por el mismo Presidente, a sugerencia de Carmelo Lauría, en virtud de que los tanques del Batallón Bolívar y algunos del Batallón Ayala no aparecían.
Chávez dice que llegó al Museo Militar entre las 00:30 y 01:00 a.m. para comandar desde allí las operaciones. Esperaba que el lugar estuviera tomado por fuerzas insurgentes. Pero para su sorpresa, el lugar estaba controlado por gente afecta al Gobierno. El jefe bolivariano da dos versiones acerca de lo que ocurrió inmediatamente después. A Agustín Blanco Muñoz le dice: “Cuando yo llego al Museo Histórico, y entro, nos reciben con una ráfaga de ametralladora que por poco nos barre. Éramos cinco hombres y el resto aún permanecía en el autobús”. Y a Ángela Zago le expresa que al llegar a la Planicie, con un oficial y tres soldados, se generó “una confusión que degeneró en un nutrido intercambio de disparos”. En su primera versión sólo es amedrentado con una ráfaga de ametralladora; y en la segunda se produce un intercambio de disparos. Por los desarrollos de los acontecimientos en ese lugar, pareciera que hay otra variante. En realidad, Chávez trata de convencer al responsable de la custodia del Museo Histórico y les dice que él viene a reforzarlo. En eso llegó un oficial insurrecto con más apoyo en dos autobuses, lo cual es aprovechado por el jefe de la asonada militar para exigir la rendición del lugar, lo que es aceptado por el oficial a cargo del museo. De ese modo se apoderan del puesto casi a las 2:00 de la madrugada. A esta versión, sin embargo, se contrapone otra que introduce un pequeño pero significativo cambio: la del coronel Marcos Yánez Fernández, director del Museo Militar. Este oficial afirma lo siguiente:

A las 11:50 p.m. del 3 de febrero de 1992 se empezaron a escuchar disparos en los alrededores de Miraflores. El guardia de comando me llamó para informarme lo que ocurría. De inmediato salí de mi casa (…) A las 00:15 a.m. del 4 de febrero se acercó un convoy precedido por un automóvil Malibú verde y dos Jeeps de comunicaciones. Detrás venían varios autobuses con personal de tropa. El oficial superior que los comandaba se identificó como el teniente coronel Hugo Chávez Frías, le informó al sargento segundo Yajure Álvarez, oficial del día, que venía a reforzar la seguridad del Museo Militar por los hechos que estaban ocurriendo.
El sargento Álvarez no estuvo de acuerdo con permitir la entrada del personal de tropa, aduciendo que no tenía instrucciones mías al respecto. De repente, en medio de la discusión, el teniente coronel Chávez sacó la pistola y lo obligó a abrir la reja de entrada (…) El teniente coronel Chávez se hizo conducir por el sargento Álvarez hasta la fachada del edificio. En ese momento exclamó: “¡Perfecto! Yo sabía que era el Museo Militar y no el Observatorio el mejor sitio para ubicar mi puesto de comando. Desde aquí puedo observarlo todo”. 

A las 00:40 a.m., el coronel Yánez Fernández se presentó en el Museo Militar y habló con Chávez. Éste le explicó las razones del movimiento. Más tarde, cuando Pérez apareció en pantalla (01:30 a.m.), Yánez llamó a Chávez para que lo viera. Después de oír al Presidente, el comandante rebelde se retiró molesto. Poco después, Yánez salió hasta donde se encontraba Chávez y lo vio observando con sus binóculos los combates que se llevaban a cabo en Miraflores, sin tomar ninguna decisión. Al darse cuenta Yánez que el jefe bolivariano se encontraba en estado de shock, se retiró hasta su oficina. De acuerdo con esta versión, Chávez tuvo tiempo de reforzar a su gente en Miraflores y –quizás- impedir la salida de Pérez. Surge entonces una pregunta: ¿son los hechos anteriores lo que explican que Francisco Arias Cárdenas le haya expresado después a Zago que: “No me atrevo a decir lo que debió o no debió hacer el comandante porque sé y lo saben muchos, que en estas situaciones pasan cosas inexplicables”? Es cierto: a veces el miedo inmoviliza. Y eso es lo que da a entender Urdaneta Hernández cuando comenta la experiencia vivida por el grupo de los comandantes, primero en los calabozos de la Dirección de Inteligencia Militar y luego en la cárcel:

Cuando nos sacaban a cada uno, no nos podíamos ver, pero pasando por las ventanitas uno le podía decir al compañero cualquier cosa muy rápidamente. La primera vez que me sacaron, pasé por al lado de Chávez y le digo: oye vale, qué rápido te entregaste, ¡qué maravilla!, en tono irónico. Recuerdo que tenía los chicharrones [los cabellos] todos alborotados, así grandísimos, y me impresionó porque nunca lo había visto así. Llega él y me dice: “Bueno compadre es que me sentí solo”. Le dije: ¿Ah, te sentiste solo? Pero es que yo también andaba solo. Andaba con mi batallón y mis oficiales, no tenía a diez tenientes coroneles al lado mío. Tú también andabas con tu batallón y tus oficiales. ¿Qué querías tú? Y me responde: “Bueno, me sentí solo”. Lo mismo le dijo a Arias. Ya en la cárcel, un día caminando Hugo y yo tomados de los hombros, le dije: “cónchale, Hugo, ¿qué te pasó, por qué no lanzaste ni siquiera un cañonazo? Y me contestó: “Coño, me quedé solo, sin comunicaciones (…)  me hiciste mucha falta”. 

Lo cierto es que, de acuerdo con el Plan de Acción definitivo elaborado por Arias Cárdenas, Chávez tenía que llegar al Palacio de Miraflores. Eso lo sabía muy bien el capitán Ronald Blanco, uno de los atacantes de Miraflores; por esa razón, a la 1:00 de la madrugada llama por teléfono a Herma Marksman, la amante de Chávez que ha colaborado con los insurrectos, y le dijo: “¿qué sabes tú de mi comandante Chávez? Él también sabía que tenía que estar aquí, y aquí estamos nosotros solos cayéndonos a plomo”.Lo anterior explica que Urdaneta Hernández llegara después a una triste y definitiva conclusión: “Hugo siempre supo hacia donde iban las cosas, él no arriesgó, pero utilizó a los demás como carne de cañón”. Por su lado, Pérez expresó también su parecer en estos términos:

Chávez demostró su falta de condiciones, que no tenía valor ni integridad ni capacidad técnica para la acción, porque estoy absolutamente convencido de que si él, en lugar de irse a La Planicie, va con los hombres que tenía allí y los tanques que rodeaban a Miraflores, era inevitable la toma del Palacio, pues el regimiento presidencial había sido aislado en su sede. Yo sólo estaba con 19 hombres mal armados, sin municiones. De modo que la toma de Miraflores no ocurrió debido a su indecisión, a su falta de coraje y de capacidad. 

Lo señalado por Pérez es ratificado también por un colaborador del Movimiento Bolivariano Revolucionario-200 (MBR-200), el profesor de la Universidad de Los Andes Pedro Solano (alias Camilo), cercano a Arias Cárdenas y enlace con los sectores civiles. Al pedírsele sus reflexiones sobre el 4 de febrero, dijo sin asomo de duda:

En primer lugar un planteamiento que ya es casi un lugar común, y se relaciona con la pregunta de por qué el comandante Chávez no participó en la toma de Miraflores, dejándole esa función a un capitán, cuando teníamos claro que la captura de Miraflores, independientemente de que se hiciera o no preso al Presidente, era fundamental para demostrar que ya se disponía del poder. Pienso que ese fue un error táctico y de logística que tuvo mucho que ver con el fracaso militar. 

Sin embargo, Chávez ha querido siempre cambiar esa página oscura de su gesta golpista. En ese afán él no ha perdido oportunidad de aludir a los hechos de ese día en términos que borren para siempre la verdad de su actuación en tan crucial momento. En la conversación que sostuvo con Heinz Dieterich, el 23 de marzo de 1999, Hugo habla acerca de los soldados que murieron en la toma del Palacio de Miraflores. Dieterich le pregunta que dónde estuvo cuando cayeron los muchachos y el entonces Presidente responde:

…yo llegué de Maracay directamente al puesto de comando, pero no estuve en este sitio específicamente. Aquí estuvo parte de las tropas de Caracas, un batallón de tanques y un batallón de infantería. Eran a las tropas de Caracas que les correspondía este objetivo. (Las negrillas son nuestras).

Así pues, toda posibilidad de victoria por parte de los insurrectos se perdió desde muy temprano, entre las fisuras del nuevo día. A partir de las 0:15 a.m. las fichas del dominó comenzaron a caer una a una. Primero fue la compañía de paracaidistas del Batallón José Leonardo Chirinos que tenía la misión de tomar las distintas alcabalas del Fuerte Tiuna; después siguió la unidad que atacó la Comandancia General de la Armada (1:45 a.m.); más adelante le tocó el turno a los oficiales y soldados  que atacaron Miraflores (2:45 a.m.); luego vino la compañía que mantuvo rodeado al Ministerio de la Defensa y la Comandancia General del Ejército (2:45 a.m.); después la compañía de tanques que llegó hasta Tazón (3:30 a.m.); y luego se rindió Arias Cárdenas, en Maracaibo (10:30 a.m.). Las conversaciones con la cabeza del movimiento arrancaron desde tempranas horas de la madrugada pero la rendición se concretó a las 6:30 a.m., después que aviones F16 sobrevolaron el Museo Militar. Hugo Chávez fue trasladado armado, por el general Ramón Santeliz, al Ministerio de la Defensa, pero antes se le permitió que se bañara, afeitara y cambiara el uniforme militar (sudado pero con poca acción efectiva), en las instalaciones de la Proveeduría de las Fuerzas Armadas, ubicada en la Avenida Sucre, a la entrada de la autopista Caracas-La Guaira. Se ha señalado que en ese trayecto se destruyeron importantes documentos.
A pesar del evidente fracaso, algunos oficiales rebeldes no aceptan deponer las armas. Entonces, con el fin de evitar mayor derramamiento de sangre, el Alto Mando Militar consideró que era conveniente presentar al jefe rebelde ante los medios de comunicación social para lograr un cambio de actitud en los militares alzados que aún se mantenían en la lucha. La propuesta fue presentada a la consideración del ministro Ochoa y éste, a su vez, se la comunicó al presidente Pérez, quien luego de pensarlo dijo: “Ochoa, lo autorizo, pero antes graben el mensaje”. El ministro transmitió la instrucción al Alto Mando pero éste alegó que era importante actuar con rapidez, pues la crítica situación así lo ameritaba. Ante esa situación, el ministro dio la autorización para que se presentara a Chávez ante los medios, sin grabarlo previamente. A nadie se le ocurrió que el llamado para deponer las armas, dirigido al resto de los oficiales aún insurrectos, lo hiciera un miembro del Alto Mando, con Chávez detenido a su lado. Así las cosas, a las 11 de la mañana, cuando el cielo ya había renacido de nuevo con su esplendorosa luz, el teniente coronel habló:

Compañeros: lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital. Es decir, nosotros acá en Caracas no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de reflexionar y vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor. Así que oigan mi palabra. Oigan al comandante Chávez, quien les lanza este mensaje para que por favor reflexionen y depongan las armas porque ya, los objetivos que nos hemos trazado a nivel nacional es imposible que los logremos. Compañero: oigan este mensaje solidario. Les agradezco su lealtad, les agradezco su valentía, su desprendimiento, y yo, ante el país y ante ustedes asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano.

El mensaje no se transmitió en directo, a través de microondas. Los diferentes medios de comunicación presente grabaron la declaración y llevaron el material informativo a sus respectivas estaciones de televisión y radio para su difusión. Los efectos fueron los previstos. Poco después se rindieron el teniente coronel Jesús Urdaneta Hernández y los demás insurgentes que aún no lo habían hecho. Con un saldo de veinte muertos, la partida había concluido para los rebeldes. Ganó la democracia. Sin embargo, la suerte de Pérez quedó echada con la fallida acción militar. García Márquez hizo después la siguiente valoración del mensaje de Chávez: “muchos partidarios como no pocos enemigos han creído que el discurso de la derrota fue el primero de la campaña electoral que lo llevó a la Presidencia de la República menos de nueve años después”.
Un último capítulo se registró como anécdota singular, como algo consustancial con las logias. No olvidemos que los miembros de esas organizaciones se protegen y apoyan entre sí. Ni qué decir del buen trato que se dan. Lo anterior explica que las consideraciones que recibió Chávez de parte del general Santeliz no se detuvieran ahí. Luego de la declaración del jefe rebelde, Ochoa se trasladó hasta el Ministerio de la Defensa y habló un rato con él. Llegada la hora del almuerzo, el ministro lo invitó a comer, en su comedor privado, en compañía de varios de sus generales. Como era de esperarse, durante la comida se habló de los acontecimientos ocurridos en las últimas horas. No sabemos si para justificar un trato tan especial, en el libro que después escribió el ministro Ochoa sobre la rendición de Chávez, se recoge el siguiente episodio:

En un momento determinado intervine para hacerle ver su responsabilidad en los hechos ocurridos: “Chávez, usted es responsable de los muertos y heridos que ocurrieron durante la insurrección. Son jóvenes venezolanos que perdieron injustamente la vida. Muchos de ellos fueron conducidos al combate engañados por usted y por los oficiales que se alzaron”. Su respuesta me pareció cínica: “Mi general es imposible hacer historia sin utilizar la violencia”. Molesto le respondí con dureza: “Chávez, usted no sólo incumplió sus deberes militares traicionando a sus superiores sino que lo hizo también con sus subalternos. Usted se rindió sin combatir. Por el contrario la mayoría de los oficiales insurrectos honraron su palabra hasta el último momento. Algunos murieron, otros están heridos. Los demás sólo rindieron sus armas  después que usted lo hizo. Estaban dispuestos a morir por sus ideales. Definitivamente, usted no lo estaba”. Chávez no respondió. Observé que mis palabras lo habían afectado profundamente. Se puso pálido. Bajo los ojos y guardó silencio.

De acuerdo con análisis posteriores, la asonada militar fue vencida por tres motivos: mal diseño del golpe, ejecución incoherente de las acciones en Caracas y falta de apoyo de la población civil. Respecto a lo primero, resulta inconcebible –tratándose de una operación militar que fue planificada por muchos años- que los insurrectos no definieran como objetivo vital la toma de las estaciones principales de televisión y de radio, limitándose a tomar tan solo el Canal 8, de mínima cobertura nacional. Cualquier manual sobre el golpe de estado moderno establece como acción primordial el control de todos los medios de comunicación masiva electrónicos. En cuanto a lo segundo, Hugo Chávez delegó el mando de la toma del Palacio de Miraflores, alejándose así del puesto de combate fundamental para la insurrección. Por si fuera poco, comprometió negativamente el asedio al centro de poder, desplazando a centenares de soldados bien apertrechados hacia un lugar carente de toda importancia táctica (el Museo Militar). Y para colmo, los encargados del sitio del palacio no controlaron con efectividad las vías de salida y acceso del mismo. Finalmente, pese la impopularidad del régimen, el pueblo desplegó su vocación democrática al no apoyar activamente al golpe militar. Esto último pone de manifiesto la falacia de Chávez y sus seguidores al querer presentar su acción militarista como una “rebelión cívico-militar”.
@EddyReyesT

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