Nuestro pequeño fin del mundo
Reconstruir es la tarea y la empresa es colectiva. Seguimos a tiempo
JONATHAN REVERÓN | EL UNIVERSAL
martes 29 de septiembre de 2015 12:00 AM
A Diana García,
cocinera.
Hasta el año 2033 no volveremos a ver un eclipse como el del domingo pasado. Las voces agoreras, las palabras de los adivinos y videntes, hablaron: "correrá sangre", "... llegó, ahora sí, el principio del fin" y todo eso que siempre dice la cultura de la derrota, la forma de pensar que tanto seduce a mujeres y hombres asomados ligeramente a la realidad sin aportar más que su resignación ante un mundo y países que confrontan cada ciertas vueltas alrededor del sol cambios radicales.
Esas voces pesimistas también son las del pensamiento que prefiere ver al Papa condenando a Fidel Castro, usando su cruz como Gandalf, el mago de El señor de los anillos, y que sueña con que el jerarca de la Iglesia grite a un pueblo lleno de esperanza que destruirá el mal con un rayo que acabe con todo aquel que piense contrario a una manera de mirar su existencia. Pero ni Francisco I es Gandalf, ni está puesto allí por espíritus de la cosmogonía de Tolkien. Creo que está allí por la voluntad de una institución religiosa obligada a entender y mirar mejor el presente de sus seguidores, para afrontar el planeta que se nos viene encima. Porque la tierra tampoco se abrirá en dos y tragará toda la maldad. Con lo que llamamos "la maldad" hay que sentarse a escuchar, descartar mitos, negociar y saber perdonar.
En el mundo, del que Venezuela sigue formando parte, no existen más ladrones que gente honesta. No, me disculpan pero no. En mi ciudad se mueven a diario millones de personas con la esperanza puesta en que de esta vamos a salir. Sobre y debajo de mi ciudad se mueven cientos de miles de ciudadanos que a diario, con lo poco que tienen, salen a la calle a cumplir sus tareas, buscar el pan y resolver el destino de sus hijos.
Mi ciudad no es Moscú, ni La Habana, ni Santiago de Chile. Mi ciudad es Caracas con habitantes que pasan "trabajo y roncha", o lo que es lo mismo, que luchan por sobrevivir mientras diversas fuerzas económicas y políticas intentan coexistir (y terminarán coexistiendo gracias a una masa profundamente conmocionada por una razón común). Nuestro país tiene más y mejores ciudadanos con acceso a mucha información. Nuestro país es el de una sociedad que está recibiendo una de las lecciones más importantes de los últimos 50 años, mientras que sus vecinos miran hacia arriba tomando nota de los errores en el ejemplo que Caracas dio. Estamos y estaremos siempre bajo la mirada de una buena parte del planeta porque esta tierra, en la lista del fin del mundo, es una de las más fuertes y fértiles para combatir la miseria humana.
En el ártico, al mero norte del globo terráqueo, en algún lugar de ese enorme vacío helado, hay un búnker donde existe una suerte de Arca de Noé que conserva semillas con toda la variedad que una tierra puede cosechar. Se creó hace siete años para que en caso de una catástrofe mundial podamos volver a sembrar. El viernes pasado los noticieros anunciaron que un país ya pidió abrir las puertas de esa bóveda para recuperar lo devastado en una de sus zonas campesinas.
Venezuela no es Siria, el país de donde viene el llamado de auxilio por semillas. Pero es bueno recordar que Siria llegó a ese espantoso extremo por una ideología que clama venganza. Cuatro años de guerra civil, cuatro años sin lunas de sangre han bastado para acabar con todo.
Mientras más compartamos hechos y menos creamos en cuentos, el miedo será enfrentado, nos llevará a aceptar los cambios que vienen y el camino de la paz se hará menos largo. Reconstruir es la tarea y la empresa es colectiva. Seguimos a tiempo.
@elreveron
elreveron@gmail.com
cocinera.
Hasta el año 2033 no volveremos a ver un eclipse como el del domingo pasado. Las voces agoreras, las palabras de los adivinos y videntes, hablaron: "correrá sangre", "... llegó, ahora sí, el principio del fin" y todo eso que siempre dice la cultura de la derrota, la forma de pensar que tanto seduce a mujeres y hombres asomados ligeramente a la realidad sin aportar más que su resignación ante un mundo y países que confrontan cada ciertas vueltas alrededor del sol cambios radicales.
Esas voces pesimistas también son las del pensamiento que prefiere ver al Papa condenando a Fidel Castro, usando su cruz como Gandalf, el mago de El señor de los anillos, y que sueña con que el jerarca de la Iglesia grite a un pueblo lleno de esperanza que destruirá el mal con un rayo que acabe con todo aquel que piense contrario a una manera de mirar su existencia. Pero ni Francisco I es Gandalf, ni está puesto allí por espíritus de la cosmogonía de Tolkien. Creo que está allí por la voluntad de una institución religiosa obligada a entender y mirar mejor el presente de sus seguidores, para afrontar el planeta que se nos viene encima. Porque la tierra tampoco se abrirá en dos y tragará toda la maldad. Con lo que llamamos "la maldad" hay que sentarse a escuchar, descartar mitos, negociar y saber perdonar.
En el mundo, del que Venezuela sigue formando parte, no existen más ladrones que gente honesta. No, me disculpan pero no. En mi ciudad se mueven a diario millones de personas con la esperanza puesta en que de esta vamos a salir. Sobre y debajo de mi ciudad se mueven cientos de miles de ciudadanos que a diario, con lo poco que tienen, salen a la calle a cumplir sus tareas, buscar el pan y resolver el destino de sus hijos.
Mi ciudad no es Moscú, ni La Habana, ni Santiago de Chile. Mi ciudad es Caracas con habitantes que pasan "trabajo y roncha", o lo que es lo mismo, que luchan por sobrevivir mientras diversas fuerzas económicas y políticas intentan coexistir (y terminarán coexistiendo gracias a una masa profundamente conmocionada por una razón común). Nuestro país tiene más y mejores ciudadanos con acceso a mucha información. Nuestro país es el de una sociedad que está recibiendo una de las lecciones más importantes de los últimos 50 años, mientras que sus vecinos miran hacia arriba tomando nota de los errores en el ejemplo que Caracas dio. Estamos y estaremos siempre bajo la mirada de una buena parte del planeta porque esta tierra, en la lista del fin del mundo, es una de las más fuertes y fértiles para combatir la miseria humana.
En el ártico, al mero norte del globo terráqueo, en algún lugar de ese enorme vacío helado, hay un búnker donde existe una suerte de Arca de Noé que conserva semillas con toda la variedad que una tierra puede cosechar. Se creó hace siete años para que en caso de una catástrofe mundial podamos volver a sembrar. El viernes pasado los noticieros anunciaron que un país ya pidió abrir las puertas de esa bóveda para recuperar lo devastado en una de sus zonas campesinas.
Venezuela no es Siria, el país de donde viene el llamado de auxilio por semillas. Pero es bueno recordar que Siria llegó a ese espantoso extremo por una ideología que clama venganza. Cuatro años de guerra civil, cuatro años sin lunas de sangre han bastado para acabar con todo.
Mientras más compartamos hechos y menos creamos en cuentos, el miedo será enfrentado, nos llevará a aceptar los cambios que vienen y el camino de la paz se hará menos largo. Reconstruir es la tarea y la empresa es colectiva. Seguimos a tiempo.
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