Razón del nombre del blog

Razón del nombre del blog
El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

lunes, 28 de septiembre de 2015

Encuentro con los obispos invitados al Encuentro Mundial de las Familias en el Seminario St. Charles Borromeo en Filadelfia.Santa Misa para clausurar el octavo Encuentro Mundial de las Familias en el B. Franklin Parkway en Filadelfia. y discurso completo del Santo Padre en la cárcel Curran-Fromhold de Filadelfia, en la que se dirigió a unos cien presos y a las autoridades y empleados de la estructura.

Viaje del Papa a Estados Unidos - Programa en Filadelfia, domingo 27 de septiembre
Último día del viaje apostólico en Estados Unidos, clausura el Encuentro Mundial de las Familias 
Por Redacción
Roma, 27 de septiembre de 2015 (ZENIT.org)
Domingo, 27 de septiembre
-- 9:15 Encuentro con los obispos invitados al Encuentro Mundial de las Familias en el Seminario St. Charles Borromeo en Filadelfia. (15:15 hora central europea)
-- 11:00 Visita a los presos del Instituto Correccional Curran-Fromhold en Filadelfia. (17:10 hora central europea)
-- 16:00 Santa Misa para clausurar el octavo Encuentro Mundial de las Familias en el B. Franklin Parkway en Filadelfia. (22:00 hora central europea)
-- 19:00 Encuentro con el Comité organizador, los voluntarios y benefactores 
    en el Aeropuerto Internacional de Filadelfia. (01:00 hora central europea)
-- 19:45 Ceremonia de despedida y regreso a Roma. (01:45 hora central europea)

Texto completo de la homilía del Papa en la misa de clausura del Encuentro Mundial de las Familias
El Santo Padre invita a que 'nuestros hijos encuentren en nosotros hombres y mujeres capaces de unirse a los demás para hacer germinar todo lo bueno que el Padre sembró'
Por Redacción
Ciudad del Vaticano, 27 de septiembre de 2015 (ZENIT.org)
Publicamos a continuación la homilía del Santo Padre en la misa de clausura del Encuentro Mundial de las Familias en Filadelfia.
               
Hoy la Palabra de Dios nos sorprende con un lenguaje alegórico fuerte que nos hace pensar. Un lenguaje alegórico que nos desafía pero también estimula nuestro entusiasmo.
En la primera lectura, Josué dice a Moisés que dos miembros del pueblo están profetizando, proclamando la Palabra de Dios sin un mandato. En el Evangelio, Juan dice a Jesús que los discípulos le han impedido a un hombre sacar espíritus inmundos en su nombre. Y aquí viene la sorpresa: Moisés y Jesús reprenden a estos colaboradores por ser tan estrechos de mente. ¡Ojalá fueran todos profetas de la Palabra de Dios! ¡Ojalá que cada uno pudiera obrar milagros en el nombre del Señor.                    
Jesús encuentra, en cambio, hostilidad en la gente que no había aceptado cuanto dijo e hizo. Para ellos, la apertura de Jesús a la fe honesta y sincera de muchas personas que no formaban parte del pueblo elegido de Dios, les parecía intolerable. Los discípulos, por su parte, actuaron de buena fe, pero la tentación de ser escandalizados por la libertad de Dios que hace llover sobre «justos e injustos» (Mt 5,45), saltándose la burocracia, el oficialismo y los círculos íntimos, amenaza la autenticidad de la fe y, por tanto, tiene que ser vigorosamente rechazada.
 Cuando nos damos cuenta de esto, podemos entender por qué las palabras de Jesús sobre el escándalo son tan duras. Para Jesús, el escándalo intolerable es todo lo que destruye y corrompe nuestra confianza en este modo de actuar del Espíritu.
Nuestro Padre no se deja ganar en generosidad y siembra. Siembra su presencia en nuestro mundo, ya que «el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero» (1Jn 4,10). Amor que nos da una certeza honda: somos buscados por Él, somos esperados por Él. Esa confianza es la que lleva al discípulo a estimular, acompañar y hacer crecer todas las buenas iniciativas que existen a su alrededor. Dios quiere que todos sus hijos participen de la fiesta del Evangelio. No impidan todo lo bueno, dice Jesús, por el contrario, ayúdenlo a crecer. Poner en duda la obra del Espíritu, dar la impresión que la misma no tiene nada que ver con aquellos que «no son parte de nuestro grupo», que no son «como nosotros», es una tentación peligrosa. No bloquea solamente la conversión a la fe, sino constituye una perversión de la fe.              
La fe abre la «ventana» a la presencia actuante del Espíritu y nos muestra que, como la felicidad, la santidad está siempre ligada a los pequeños gestos. «El que les dé a beber un vaso de agua en mi nombre –dice Jesús– no se quedará sin recompensa» (Mc 9,41). Son gestos mínimos que uno aprende en el hogar; gestos de familia que se pierden en el anonimato de la cotidianidad pero que hacen diferente cada jornada. Son gestos de madre, de abuela, de padre, de abuelo, de hijo, de hermanos. Son gestos de ternura, de cariño, de compasión. Son gestos del plato caliente de quien espera a cenar, del desayuno temprano del que sabe acompañar a madrugar. Son gestos de hogar. Es la bendición antes de dormir y el abrazo al regresar de una larga jornada de trabajo. El amor se manifiesta en pequeñas cosas, en la atención mínima a lo cotidiano que hace que la vida tenga siempre sabor a hogar. La fe crece con la práctica y es plasmada por el amor. Por eso, nuestras familias, nuestros hogares, son verdaderas Iglesias domésticas. Es el lugar propio donde la fe se hace vida y la vida crece en la fe.
Jesús nos invita a no impedir esos pequeños gestos milagrosos, por el contrario, quiere que los provoquemos, que los hagamos crecer, que acompañemos la vida como se nos presenta, ayudando a despertar todos los pequeños gestos de amor, signos de su presencia viva y actuante en nuestro mundo.                   
Esta actitud a la que somos invitados nos lleva a preguntarnos hoy aquí, en el final de esta fiesta: ¿Cómo estamos trabajando para vivir esta lógica en nuestros hogares, en nuestras sociedades? ¿Qué tipo de mundo queremos dejarle a nuestros hijos? (cf. Laudato si’, 160). Pregunta que no podemos responder sólo nosotros. Es el Espíritu el que nos invita y desafía a responderla con la gran familia humana. Nuestra casa común no tolera más divisiones estériles. El desafío urgente de proteger nuestra casa incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, porque sabemos que las cosas pueden cambiar (cf. ibid., 13). Que nuestros hijos encuentren en nosotros referentes de comunión, no de división. Que nuestros hijos encuentren en nosotros hombres y mujeres capaces de unirse a los demás para hacer germinar todo lo bueno que el Padre sembró.                   
De manera directa, pero con afecto, Jesús dice: «Si ustedes, pues, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Lc 11,13) Cuánta sabiduría hay en estas palabras. Es verdad que en cuanto a bondad y pureza de corazón nosotros, seres humanos, no tenemos mucho de qué vanagloriarnos. Pero Jesús sabe que, en lo que se refiere a los niños, somos capaces de una generosidad infinita. Por eso nos alienta: si tenemos fe, el Padre nos dará su Espíritu.                    
Nosotros los cristianos, discípulos del Señor, pedimos a las familias del mundo que nos ayuden. Somos muchos los que participamos en esta celebración y esto es ya en sí mismo algo profético, una especie de milagro en el mundo de hoy que está cansado de inventar nuevas divisiones, nuevos quebrantos, nuestros desastres. Ojalá todos fuéramos profetas. Ojalá cada uno de nosotros se abriera a los milagros del amor para el bien de su propia familia todas las familias del mundo, y estoy hablando de milagro de amor y poder así superar el escándalo de un amor mezquino y desconfiado, encerrado en sí mismo e impaciente con los demás.
Les dejo como pregunta para que cada uno responsa, porque dije la palabra impaciente. En mi casa  ¿se grita? ¿o se habla con amor y ternura? Es una buena manera de medir nuestro amor.
Qué bonito sería si en todas partes, y también más allá de nuestras fronteras, pudiéramos alentar y valorar esta profecía y este milagro. Renovemos nuestra fe en la palabra del Señor que invita a nuestras familias a esa apertura; que invita a todos a participar de la profecía de la alianza entre un hombre y una mujer, que genera vida y revela a Dios que nos ayude a participar de la profecía de la paz, de la ternura y del cariño familiar. Que nos ayude a participar del gesto profético de cuidar con ternura, con paciencia y con amor a nuestros niños y a nuestros abuelos.
Todo el que quiera traer a este mundo una familia, que enseñe a los niños a alegrarse por cada acción que tenga como propósito vencer al mal –una familia que muestra que el Espíritu está vivo y actuante– encontrará gratitud y estima, no importando el pueblo, la región o la religión a la que pertenezca.
Que Dios nos conceda a todos ser profetas del gozo del Evangelio, del Evangelio de la familia, del amor de la familia. Ser profetas como discípulos del Señor y nos conceda la gracia de ser dignos de esta pureza de corazón que no se escandaliza del Evangelio. Que así sea.
                
 
Texto completo del papa Francisco con los obispos en el seminario San Carlos Borromeo
A los obispos que participan al Encuentro Mundial de las Familias les exhortó a una alianza con las familias, a no estigmatizar a los jóvenes e invitarlos a tomar estado
Por Redacción
Roma, 27 de septiembre de 2015 (ZENIT.org)
 El santo padre Francisco este domingo por la mañana tras haber anunciado su encuentro con personas que en su infancia fueron abusadas por sacerdotes o personas de Iglesia, y de haber asegurado que los responsables deberán rendir cuenta, entró en el tema que quería tratar con los obispos que han participado en el Encuentro Mundial de las Familias. Lo hizo este domingo en el seminario de San Carlos Borromeo en Filadelfia. A continuación las palabras textuales del Santo Padre.
“Hermanos Obispos: Me alegro de tener la oportunidad de compartir con ustedes este momento de reflexión pastoral en el contexto gozoso y festivo del Encuentro Mundial de las Familias.
Hablo en castellano porque me dijeron que todos ustedes hablan castellano.
En efecto, la familia no es para la Iglesia principalmente una fuente de preocupación, sino la confirmación de la bendición de Dios a la obra maestra de la creación. Cada día, en todos los ángulos del planeta, la Iglesia tiene razones para alegrarse con el Señor por el don de ese pueblo numeroso de familias que, incluso en las pruebas más duras, mantiene las promesas y conserva la fe.
Pienso que el primer impulso pastoral que este difícil período de transición nos pide es avanzar con decisión en la línea de este reconocimiento. El aprecio y la gratitud han de prevalecer sobre el lamento, a pesar de todos los obstáculos que tenemos que enfrentar. La familia es el lugar fundamental de la alianza de la Iglesia con la creación de Dios. Sin la familia, tampoco la Iglesia existiría: no podría ser lo que debe ser, es decir, signo e instrumento de la unidad del género humano (cf. Lumen gentium, 1).
Naturalmente, nuestro modo de comprender, modelado por la integración entre la forma eclesial de la fe y la experiencia conyugal de la gracia, bendecida por el matrimonio, no nos debe llevar a olvidar la transformación del contexto histórico, que incide en la cultural social –y lamentablemente también jurídica– de los vínculos familiares, y que nos involucra a todos, seamos creyentes o no creyentes. El cristiano no es un 'ser inmune' a los cambios de su tiempo y en este mundo concreto, con sus múltiples problemáticas y posibilidades, es donde debe vivir, creer y anunciar.
Hasta hace poco, vivíamos en un contexto social donde la afinidad entre la institución civil y el sacramento cristiano era fuerte y compartida, coincidían sustancialmente y se sostenían mutuamente. Ya no es así. Si tuviera que describir la situación actual tomaría dos imágenes propias de nuestras sociedades. Por un lado, los conocidos almacenes, pequeños negocios de nuestros barrios y, por otro, los grandes supermercados o shopping.
Algún tiempo atrás uno podía encontrar en un mismo comercio o almacén todas las cosas necesarias para la vida personal y familiar –es cierto que pobremente expuesto, con pocos productos y, por lo tanto, con escasa posibilidad de elección–. Había un vínculo personal entre el dueño del negocio y los vecinos compradores. Se vendía fiado, es decir, había confianza, conocimiento, vecindad. Uno se fiaba del otro. Se animaba a confiar. En muchos lugares se lo conocía como «el almacén del barrio».
En estas últimas décadas se ha desarrollado y ampliado otro tipo de negocios: los shopping center. Grandes superficies con un gran número de opciones y oportunidades. El mundo parece que se ha convertido en un gran shopping, donde la cultura ha adquirido una dinámica competitiva. Ya no se vende fiado, ya no se puede fiar de los demás. No hay un vínculo personal, una relación de vecindad. La cultura actual parece estimular a las personas a entrar en la dinámica de no ligarse a nada ni a nadie. No fiar ni fiarse. Porque lo más importante de hoy parece que es ir detrás de la última tendencia o actividad. Inclusive a nivel religioso. Lo importante hoy lo determina el consumo. Consumir relaciones, consumir amistades, consumir religiones, consumir, consumir... No importa el costo ni las consecuencias. Un consumo que no genera vínculos, un consumo que va más allá de las relaciones humanas. Los vínculos son un mero 'trámite' en la satisfacción de 'mis necesidades'. Lo importante deja de ser el prójimo, con su rostro, con su historia, con sus afectos.
Esta conducta genera una cultura que descarta todo aquello que ya «no sirve» o «no satisface» los gustos del consumidor. Hemos hecho de nuestra sociedad una vidriera pluricultural amplísima, ligada solamente a los gustos de algunos 'consumidores' y, por otra parte, son muchos –¡tantos!– los otros, los que solo «comen las migajas que caen de la mesa de sus amos» (Mt 15,27).
Esto genera una herida grande. Me animo a decir que una de las principales pobrezas o raíces de tantas situaciones contemporáneas está en la soledad radical a la que se ven sometidas tantas personas. Corriendo detrás de un like, corriendo detrás de aumentar el número de followers en cualquiera de las redes sociales, así van –vamos– los seres humanos en la propuesta que ofrece esta sociedad contemporánea. Una soledad con miedo al compromiso en una búsqueda desenfrenada por sentirse reconocido.
¿Debemos condenar a nuestros jóvenes por haber crecido en esta sociedad? ¿Debemos anatematizarlos por vivir en este mundo? ¿Deben ellos escuchar de sus pastores frases como: 'Todo pasado fue mejor', 'El mundo es un desastre ¿y si esto sigue así, no sabemos a dónde vamos a parar?'. 'Esto me suena a un tango argentino. No, no creo que este sea el camino.
Nosotros, pastores tras las huellas del Pastor, estamos invitados a buscar, acompañar, levantar, curar las heridas de nuestro tiempo. Mirar la realidad con los ojos de aquel que se sabe interpelado al movimiento, a la conversión pastoral. El mundo hoy nos pide y reclama esta conversión. 'Es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie» (Evangelii gaudium, 23).
El Evangelio no es un producto para consumir, no entra en esta cultura del consumismo.
Nos equivocaríamos si pensáramos que esta «cultura» del mundo actual sólo tiene aversión al matrimonio y a la familia, en términos de puro y simple egoísmo. ¿Acaso todos los jóvenes de nuestra época se han vuelto irremediablemente tímidos, débiles, inconsistentes? No caigamos en la trampa. Muchos jóvenes, en medio de esta cultura disuasiva, han interiorizado una especie de miedo inconsciente, y tienen miedo, es un miedo inconsciente y no siguen los impulsos más hermosos, más altos y también más necesarios. Hay muchos que retrasan el matrimonio en espera de unas condiciones de bienestar ideales. Mientras tanto la vida se consume sin sabor. Porque la sabiduría del verdadero sabor de la vida llega con el tiempo, fruto de una generosa inversión de pasión, de inteligencia y de entusiasmo.
En el Congreso (de Estados Unidos ndr) hace pocos días atrás decía que estamos viviendo una cultura que empuja y convence a los jóvenes a no fundar una familia. Unos por falta de medios materiales y otros porque tienen tantos medios que están muy bien así. Y esta es la tentación: no fundar una familia.
Como pastores, los obispos estamos llamados a aunar fuerzas y relanzar el entusiasmo para que se formen familias que, de acuerdo con su vocación, correspondan más plenamente a la bendición de Dios. Tenemos que emplear nuestras energías, no tanto en explicar una y otra vez los defectos de la época actual y los méritos del cristianismo, sino en invitar con franqueza a los jóvenes a que sean audaces y elijan el matrimonio y la familia.
En Buenos Aires cuantas mujeres se lamentaban:
-- 'Tengo mi hijo de 30, 32, 34 años que no se casa no se que hacer'.
-- 'Señora no el planche más las camisas'.
Hay entusiasmar a los jóvenes que corran este riesgo, porque éste es un riesgo de fecundidad y de vida.
También aquí se necesita una santa parresía, de los obispos:
-- '¿Por qué no te casas?'
-- 'Sí, tengo una novia, pero no sabemos, sí, no, estamos ahorrando para la fiesta'.
La santa parresía de acompañarlos y hacerlos madurar hacia el empeño del matrimonio.
​Un cristianismo que 'se hace' poco en la realidad y 'se explica' infinitamente en la formación está peligrosamente desproporcionado; diría que está en un verdadero y propio círculo vicioso. El pastor ha de mostrar que el 'Evangelio de la familia' es verdaderamente una 'buena noticia' para un mundo en que la preocupación por uno mismo reina por encima de todo. No se trata de fantasía romántica: la tenacidad para formar una familia y sacarla adelante transforma el mundo y la historia. Son las familias que transforman el mundo y la historia.
El pastor anuncia serena y apasionadamente la palabra de Dios, anima a los creyentes a aspirar a lo más alto. Hará que sus hermanos y hermanas sean capaces de escuchar y practicar las promesas de Dios, que amplían también la experiencia de la maternidad y de la paternidad en el horizonte de una nueva 'familiaridad' con Dios (cf. Mc 3,31-35).
El pastor vela el sueño, la vida, el crecimiento de sus ovejas. Este «velar» no nace del discursear, sino del pastorear. Solo es capaz de velar quien sabe estar 'en medio de', quien no le tiene miedo a las preguntas, al contacto, al acompañamiento. El pastor vela en primer lugar con la oración, sosteniendo la fe de su pueblo, transmitiendo confianza en el Señor, en su presencia.
El pastor siempre está en vela ayudando a levantar la mirada cuando aparece el desgano, la frustración y las caídas. Sería bueno preguntarnos si en nuestro ministerio pastoral sabemos 'perder' el tiempo con las familias. ¿Sabemos estar con ellas, compartir sus dificultades y sus alegrías?
Naturalmente, el rasgo fundamental del estilo de vida del Obispo es en primer lugar vivir el espíritu de esta gozosa familiaridad con Dios, y en segundo lugar difundir la emocionante fecundidad evangélica, rezar y anunciar el Evangelio (cf. Hch 6,4).
Siempre me ha llamado la atención y golpeó cuando al inicio, en el primer tiempo de la Iglesia los helenistas fueron a lamentarse porque las viudas y los huérfanos no estaban bien atendidos, los apóstoles no daban abasto, entonces los descuidaban, y se reunieron e inventaron a los diáconos. El Espíritu Santo les inspiró a constituir los diáconos. Y cuando Pedro explica: vamos a elegir 7 hombres para que se ocupen de este problema. Y a nosotros nos toca dos cosas, la oración y la predicación. Cuál es la primera tarea del obispo es rezar, rezar; y el segundo trabajo, predicar. Nos ayuda esta definición dogmática... y si mi equivoco cardenal, usted... Porque define el rol del obispos, que está constituido para pastorear, pero antes de todo pasa por la oración y el anuncio. Y después todo el resto, si queda tiempo.
Nosotros mismos, por tanto, aceptando con humildad el aprendizaje cristiano de las virtudes domésticas del Pueblo de Dios, nos asemejaremos cada vez más a los padres y a las madres –como hace Pablo (cf. 1 Ts 2,7-11)–, procurando no acabar como personas que simplemente han aprendido a vivir sin familia.
Alejarnos a la familia nos lleva a ser personas que aprenden a vivir sin una familia. Nuestro ideal no no es la carencia de afectos. El buen pastor renuncia a unos afectos familiares propios para dedicar todas sus fuerzas, y la gracia de su llamada especial, a la bendición evangélica de los afectos del hombre y la mujer, que encarnan el designio de Dios, empezando por aquellos que están perdidos, abandonados, heridos, devastados, desalentados y privados de su dignidad.
Esta entrega total al agape de Dios no es una vocación ajena a la ternura y al amor. Basta con mirar a Jesús para entenderlo (cf. Mt 19,12). La misión del buen pastor al estilo de Dios –solo Dios lo puede autorizar, no su presunción– imita en todo y para todo el estilo afectivo del Hijo con el Padre, reflejado en la ternura de su entrega: a favor, y por amor, de los hombres y mujeres de la familia humana.
En la óptica de la fe, este es un argumento muy válido. Nuestro ministerio necesita desarrollar la alianza de la Iglesia y la familia. Lo subrayo, desarrollar la alianza de la Iglesia con la familia. De lo contrario, se marchita, y la familia humana, por nuestra culpa, se alejará irremediablemente de la alegre noticia evangélica dada por Dios, e irá al supermercado de moda a comprar los productos que en ese momento les gusta más.
Si somos capaces de este rigor de los afectos de Dios, cultivando infinita paciencia y sin resentimiento en los surcos a menudo desviados en que debemos sembrar, realmente tenemos que sembrar muchas veces en estos surcos desviados, también una mujer samaritana con cinco 'no maridos' será capaz de dar testimonio. Y frente a un joven rico, que siente tristemente que se lo ha de pensar todavía con calma, un publicano maduro se apresurará a bajar del árbol y se desvivirá por los pobres en los que hasta ese momento no había pensado nunca.
Hermanos, que Dios nos conceda el don de esta nueva projimidad entre la familia y la Iglesia. Lo necesita la familia, lo necesita la Iglesia, y lo necesitamos los pastores.
La familia es nuestra aliada, nuestra ventana al mundo, la familia es la evidencia de una bendición irrevocable de Dios destinada a todos los hijos de esta historia difícil y hermosa de la creación, que Dios nos ha pedido que sirvamos".  
(Texto completo transcrito desde el audio por ZENIT)  



Texto completo del discurso del Papa en la cárcel de Filadelfia
El Santo Padre se ha dirigido a 100 presos a quienes recordó que reclusión nunca ha sido y nunca será sinónimo de expulsión
Por Redacción
Ciudad del Vaticano, 27 de septiembre de 2015 (ZENIT.org)
Publicamos a continuación el discurso completo del Santo Padre en la cárcel Curran-Fromhold de Filadelfia, en la que se dirigió a unos cien presos y a las autoridades y empleados de la estructura.
"Queridos hermanos y hermanas:
Gracias por recibirme y darme la oportunidad de estar aquí con ustedes compartiendo este momento. Un momento difícil, cargado de tensiones. Un momento que sé es doloroso no solo para ustedes, sino para sus familias y para toda la sociedad. Ya que una sociedad, una familia que no sabe sufrir los dolores de sus hijos, que no los toma con seriedad, que los naturaliza y los asume como normales y esperables, es una sociedad que está «condenada» a quedar presa de sí misma, presa de todo lo que la hace sufrir. Yo vine aquí como pastor pero sobre todo como hermano a compartir su situación y hacerla también mía; he venido a que podamos rezar juntos y presentarle a nuestro Dios lo que nos duele y también lo que nos anima y recibir de Él la fuerza de la Resurrección.
Recuerdo el Evangelio donde Jesús lava los pies a sus discípulos en la Última Cena. Una actitud que le costó mucho entender a los discípulos, inclusive Pedro reacciona y le dice: «Jamás permitiré que me laves los pies» (Jn 13,8).
En ese tiempo era habitual que, cuando uno llegaba a una casa, se le lavara los pies. Toda persona siempre era recibida así. No existían caminos asfaltados, eran caminos de polvo, con pedregullo que iba colándose en las sandalias. Todos transitaban los senderos que dejaban el polvo impregnado, lastimaban con alguna piedra o producían alguna herida. Ahí lo vemos a Jesús lavando los pies, nuestros pies, los de sus discípulos de ayer y de hoy.
Todos sabemos que vivir es caminar, vivir es andar por distintos caminos, distintos senderos que dejan su marca en nuestra vida.
Por la fe sabemos que Jesús nos busca, quiere sanar nuestras heridas, curar nuestros pies de las llagas de un andar cargado de soledad, limpiarnos del polvo que se fue impregnando por los caminos que cada uno tuvo que transitar. Jesús no nos pregunta por dónde anduvimos, no nos interroga qué estuvimos haciendo. Por el contrario, nos dice: «Si no te lavo los pies, no podrás ser de los míos» (Jn 13,9). Si no te lavo los pies, no podré darte la vida que el Padre siempre soñó, la vida para la cual te creó. Él viene a nuestro encuentro para calzarnos de nuevo con la dignidad de los hijos de Dios. Nos quiere ayudar a recomponer nuestro andar, reemprender nuestro caminar, recuperar nuestra esperanza, restituirnos en la fe y en la confianza. Quiere que volvamos a los caminos, a la vida, sintiendo que tenemos una misión; que este tiempo de reclusión nunca ha sido y nunca será sinónimo de expulsión.
Vivir supone ensuciarse los pies por los caminos polvorientos de la vida, de la historia. Todos tenemos necesidad de ser purificados, de ser lavados. Todos, yo el primero. Todos somos buscados por este Maestro que nos quiere ayudar a reemprender el camino. A todos nos busca el Señor para darnos su mano. Es penoso constatar sistemas penitenciarios que no buscan curar las llagas, sanar las heridas, generar nuevas oportunidades. Es doloroso constatar cuando se cree que solo algunos tienen necesidad de ser lavados, purificados no asumiendo que su cansancio y su dolor, sus heridas, son también el cansancio y el dolor, las heridas de toda una sociedad. El Señor nos lo muestra claro por medio de un gesto: lavar los pies y volver a la mesa. Una mesa en la que Él quiere que nadie quede fuera. Una mesa que ha sido tendida para todos y a la que todos somos invitados.
Este momento en la vida de ustedes solo puede tener una finalidad: tender la mano para volver al camino, tender la mano para que ayude a la reinserción social. Una reinserción de la que todos formamos parte, a la que todos estamos invitados a estimular, acompañar y generar. Una reinserción buscada y deseada por todos: reclusos, familias, funcionarios, políticas sociales y educativas. Una reinserción que beneficia y levanta la moral de toda la comunidad y la sociedad.                     
Quiero animarlos a tener esta actitud entre ustedes, con todas las personas que de alguna manera forman parte de este Instituto. Sean forjadores de oportunidades, sean forjadores de camino, de nuevos senderos.
Todos tenemos algo de lo que ser limpiados y purificados. Todos. Que esa conciencia nos despierte a la solidaridad con todos, a apoyarnos y buscar lo mejor para los demás.
Miremos a Jesús que nos lava los pies, Él es el «camino, la verdad y la vida», que viene a sacarnos de la mentira de creer que nadie puede cambiar, la mentira de creer que nadie puede cambiar. Jesús que nos ayuda a caminar por senderos de vida y de plenitud. Que la fuerza de su amor y de su Resurrección sea siempre camino de vida nueva.
Y así como estamos, cada uno en su sitio sentado, en silencio, pedimos al Señor que nos bendiga. Que el Señor los bendiga y los proteja, haga brillar su rostro sobre ustedes y les muestre su gracia, les descubra su rostro y les conceda la paz. Gracias".      

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