Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

viernes, 7 de junio de 2013

Hoy viernes 7 de junio del 2013 la Iglesia Católica celebra la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús el viernes posterior al II domingo de Pentecostés. Todo el mes de junio está, de algún modo, dedicado por la piedad cristiana al Corazón de Cristo.

Autor: Guillermo Juan Morado
El Sagrado Corazón de Jesús
Adoramos el Corazón de Cristo porque es el corazón del Verbo encarnado, del Hijo de Dios hecho Hombre.
Viernes 7 de junio de 2013
El Sagrado Corazón de Jesús
El Sagrado Corazón de Jesús

Una devoción permanente y actual 

La Iglesia celebra la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús 






el viernes posterior al II domingo de pentecostés. Todo el mes de junio está, de algún 
modo, dedicado por la piedad cristiana al Corazón de Cristo.

Hay quien podría pensar que la devoción al Sagrado Corazón es algo trasnochado, propio de 
otras épocas, pero ya superado en el momento actual. Sin embargo, el Papa Juan 
Pablo II, en la carta entregada al Prepósito General de la Compañía de Jesús, P. Kolvenbach, 
en la Capilla de San Claudio de la Colombière, el 5 de octubre de 1986, en Paray-le-Monial, 
animaba a los Jesuitas a impulsar esta devoción:

"Sé con cuánta generosidad la Compañía de Jesús ha acogido esta admirable misión y con 
cuánto ardor ha buscado cumplirla lo mejor posible en el curso de estos tres últimos siglos: 
ahora bien, yo deseo, en esta ocasión solemne, exhortar a todos los miembros de la Compañía 
a que promuevan con mayor celo aún esta devoción que corresponde más que nunca a las 
esperanzas de nuestro tiempo".

Esta exhortación a promover con mayor celo aún esta devoción que corresponde más que 
nunca a las esperanzas de nuestro tiempo, se fundamenta, según el pensamiento del Papa, 
en dos motivos, principalmente:

1) Los elementos esenciales de esta devoción "pertenecen de manera permanente a la 
espiritualidad propia de la Iglesia a lo largo de toda la historia", pues, desde siempre, la 
Iglesia ha visto en el Corazón de Cristo, del cual brotó sangre y agua, el símbolo de los 
sacramentos que constituyen la Iglesia; y, además, los Santos Padres han visto en el 
Corazón del Verbo encarnado "el comienzo de toda la obra de nuestra salvación, fruto del 
amor del Divino Redentor del que este Corazón traspasado es un símbolo particularmente 
expresivo".

2) Tal como afirma el Vaticano II, el mensaje de Cristo, el Verbo encarnado, que nos amó 
"con corazón de hombre", lejos de empequeñecer al hombre, difunde luz, vida y libertad 
para el progreso humano y, fuera de Él, nada puede llenar el corazón del hombre (cf Gaudium 
et spes, 21). Es decir, junto al Corazón de Cristo, "el corazón del hombre aprende a conocer 
el sentido de su vida y de su destino".

Se trata, por consiguiente, de una devoción a la vez permanente y actual.

Esta exhortación de Juan Pablo II enlaza con la enseñanza de sus predecesores. Como es 
sabido, existe un rico magisterio pontificio dedicado a explicar los fundamentos y a 
promover la devoción al Corazón de Jesús: desde las encíclica “Annum Sacrum” y "Tametsi 
futura", de León XIII; pasando por "Quas primas" y "Miserentissimus Redemptor", de Pío XI; 
hasta "Summi Pontificatus" y "Haurietis aquas", del Papa Pío XII. Igualmente, Pablo VI dirigió 
en 1965 una Carta Apostólica a los Obispos del orbe católico, "Investigabiles divitias". 
En ella animaba a:

"actuar de forma que el culto al Sagrado Corazón, que - lo decimos con dolor - se ha debilitado 
en algunos, florezca cada día más y sea considerado y reconocido por todos como una forma 
noble y digna de esa verdadera piedad hacia Cristo, que en nuestro tiempo, por obra del Concilio 
Vaticano II especialmente, se viene insistentemente pidiendo..."

Al honrar el corazón de Jesús, la Iglesia venera y adora, en palabras de Pío XII, "el símbolo y 
casi la expresión de la caridad divina" . Poco después del Gran Jubileo de los 2000 años 
del nacimiento de Jesucristo, meditar sobre la devoción al Corazón de Jesús es un 
medio propicio para secundar la iniciativa del Papa que nos invitaba a contemplar el acontecimiento 
de la Encarnación del Hijo de Dios, misterio de salvación para todo el género humano.

El fundamento del culto al Corazón de Jesús: la Encarnación

El fundamento del culto al Corazón de Jesús lo encontramos precisamente en el misterio de 
la Encarnación del Verbo, quien, siendo "consustancial al Padre", "por nosotros los hombres 
y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la 
Virgen, y se hizo hombre".

Adoramos el Corazón de Cristo porque es el corazón del Verbo encarnado, del Hijo de Dios 
hecho hombre, de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad que, sin dejar de ser Dios, 
asumió una naturaleza humana para realizar nuestra salvación. El Corazón de Jesús es un corazón 
humano que simboliza el amor divino. La humanidad santísima de Nuestro Redentor, unida 
hipostáticamente a la Persona del Verbo, se convierte así para nosotros en manifestación 
del amor de Dios. Sólo el amor inefable de Dios explica la locura divina de la Encarnación: 
"tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que el que crea en él no 
muera, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3, 16). Es el misterio de la condescendencia divina, 
del anonadamiento de Aquel que "a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su 
categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, 
pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta 
someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz" (Flp 2, 6 ss).

El Corazón de Cristo transparenta el amor del Padre

En la vida de Jesucristo se transparenta el amor del Padre: "Quien me ve a mí, ve al Padre" 
(Jn 14, 9): "Él, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, 
sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva 
a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino..." (“Dei Verbum”, 4).

Toda su existencia terrena remite al misterio de un Dios que es Amor, comunión de Amor, 
Trinidad de Personas unidas por el recíproco amor, que nos invita a entrar en la intimidad de su vida.

La ternura de Jesús

El Evangelio deja constancia de la ternura de Jesús. Él es "manso y humilde de corazón". Es 
compasivo con las necesidades de los hombres, sensible a sus sufrimientos. Su amor 
privilegia a los enfermos, a los pobres, a los que padecen necesidad, pues "no tienen necesidad 
de médico los sanos, sino los enfermos".

La parábola del hijo pródigo resume muy bien su enseñanza acerca de la misericordia de Dios. 
El Señor, con su actitud de acogida con respecto a los pecadores, da testimonio del Padre, que 
es "rico en misericordia" y está dispuesto a perdonar siempre al hijo que sabe reconocerse 
culpable. "Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, ha 
podido revelarnos el abismo de su misericordia de una manera a la vez tan sencilla y tan 
bella" (Catecismo de la Iglesia Católica, 1439).

La parábola del hijo pródigo es, a la vez, una profunda enseñanza acerca de la condición humana. 
El hombre corre el riesgo de olvidarse del amor de Dios y de optar por una libertad ilusoria. Por 
el pecado se aleja de la casa del Padre, donde era querido y apreciado, para ir a vivir entre 
extraños. El mal seduce prometiendo una felicidad a corto plazo. El hombre sigue así un camino 
que lleva a la esclavitud y a la humillación.

Nuestra época constituye un testimonio claro de este engaño. Vivimos en una cultura 
que margina positivamente lo religioso, que, dejando a Dios de lado, prefiere rendir culto a los 
ídolos falsos del poder, del placer egoísta, del dinero fácil.

Es importante - lo recordaba el Papa - ayudar a descubrir en la propia alma la "nostalgia de 
Dios". En el fondo de todo hombre resuena una llamada del Amor; una llamada que no debe 
ser desoída. Quizá el ruido externo no permite captarla y por eso es urgente crear espacios 
que no ahoguen la dimensión espiritual que todo ser humano posee en tanto que creado por 
Dios y llamado a la comunión de vida con Él.

Nuestras iglesias, nuestras comunidades, pueden ser uno de estos espacios propicios para 
escuchar la brisa en la que Dios se manifiesta. Al entrar en una iglesia, el hombre de 
nuestro tiempo debe tener aún la posibilidad de preguntarse sobre el motivo que anima a 
quienes la frecuentan. La vida de los cristianos debe ser para todos un indicador que apunta 
hacia Dios, una señal de que por encima de todo está Él.

El misterio de la Cruz

"Con amor eterno nos ha amado Dios; por eso, al ser elevado sobre la tierra, nos 
ha atraído hacia su corazón, compadeciéndose de nosotros" (Antífona 1 de las I Vísperas del 
Sagrado Corazón).

La Cruz del Señor es el momento supremo de la manifestación de su inmenso amor al Padre 
en favor nuestro. El Señor nos "amó hasta el extremo"(Jn 13,1), ya que "nadie tiene un amor 
más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).

Su Corazón es un corazón traspasado a causa de nuestros pecados y por nuestra salvación. 
Un corazón que nos ama personalmente a cada uno. Toda la humanidad está incluida en ese 
corazón infinitamente dilatado. Ya nadie puede sentirse solo o desamparado, pues al ser 
amado por Cristo es amado por Dios.

No hay fronteras ni límites que contengan el alcance de la redención: Él se ha puesto en nuestro 
lugar, ha cargado con todo el pecado y la culpa de la humanidad, para expiar con su muerte 
nuestro alejamiento de Dios. Él es el Cordero Inmaculado que con su entrega obediente repara 
nuestra desobediencia.

En el sufrimiento y en la muerte, "su humanidad se convierte en el instrumento libre y 
perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres. De hecho, Él ha aceptado 
libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere 
salvar: `Nadie me quita la vida, sino que yo la doy voluntariamente´ (Jn 10, 18)" (Catecismo 
de la Iglesia Católica, 609) .

En la Cruz se expresa la "riqueza insondable que es Cristo". En la Cruz se comprende "lo 
que trasciende toda filosofía": el amor cristiano, un amor que, muriendo, da la vida.

Una inagotable abundancia de gracia

En la oración colecta de la Misa del Corazón de Jesús se pide a Dios todopoderoso que, al 
recordar los beneficios de su amor para con nosotros, nos conceda recibir de la fuente 
divina del Corazón de su Unigénito "una inagotable abundancia de gracia". Del Corazón 
traspasado de Cristo muerto en la Cruz brotan el agua y la sangre, dando nacimiento a la 
Iglesia y a los sacramentos de la Iglesia.

La Iglesia, Esposa de Cristo, es hoy presencia viva en el mundo del amor compasivo de 
Dios. A imagen de su Señor, la Iglesia debe hacerse obediente hasta la muerte, sirviendo 
a los hombres para que puedan "acercarse al corazón abierto del Salvador" y "beber con 
gozo de la fuente de la salvación".

El motor que mueve a la Iglesia no es otro que el amor. Lo expresó bellamente T
eresa de Lisieux en sus “Manuscritos autobiográficos”:

"Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, un corazón ardiente de Amor. Comprendí que 
sólo el Amor impulsa a la acción a los miembros de la Iglesia y que, apagado este 
Amor, los Apóstoles ya no habrían anunciado el Evangelio, los Mártires ya no habrían 
vertido su sangre... Comprendí que el Amor abrazaba en sí todas las vocaciones, que 
el Amor era todo, que se extendía a todos los tiempos y a todos los lugares... en 
una palabra, que el Amor es eterno" (“Manuscritos autobiográficos”, B 3v).

Los sacramentos

Los sacramentos que edifican la Iglesia son los cauces de gracia a través de los cuales 
nos llega la vida nueva de la redención.

El agua del bautismo nos purifica y nos hace miembros del Cuerpo de Cristo. Dios infunde 
en nuestra alma las virtudes teologales para que podamos conocerle por la fe, amarle por 
la caridad, tender hacia Él como meta de nuestra existencia por la esperanza.

Dios es el que nos otorga, por pura gracia, la posibilidad de amarle sobre todas las cosas 
y de amar a los hermanos por amor a Él. Si somos dóciles y no obstaculizamos la acción 
del Espíritu Santo, la caridad irá poco a poco informando nuestra vida, animándola con 
un principio nuevo que unificará nuestra acción, a fin de que nuestro corazón se vaya 
asimilando progresivamente al de Cristo.

De este modo será un corazón engrandecido en el que todos tendrán cabida, pues nos 
dolerán las almas y desearemos ardientemente que todos conozcan el amor de Dios.

La Eucaristía nos alimenta con el pan de la inmortalidad. Dentro de poco celebraremos la 
Solemnidad del Corpus Christi. En este "sacramento admirable" el Señor quiso dejarnos 
el "memorial de su Pasión". La Eucaristía es una muestra excelsa de los "beneficios del amor 
de Dios para con nosotros". El Señor quiso dejarnos esta prueba de su amor, quiso 
quedarse con nosotros, realmente presente bajo las especies del pan y del vino, para hacernos 
partícipes de su Pascua.

La Penitencia renueva nuestra alma para que podamos presentarnos ante Dios, cuando Él 
nos llame, limpios de nuestros pecados. Igualmente, el sacerdocio es un don del Corazón de Jesús.

El envío del Espíritu Santo

Acerquémonos al Corazón de Cristo. Respondamos con amor al Amor. Que nuestra vida sea 
un homenaje - callado y humilde - de amor y de cumplida reparación. "Quiero gastarme 
sólo por tu Amor", escribía Santa Teresita del Niño Jesús.

También nosotros le pedimos al Señor la gracia de corresponder - en la medida de nuestras 
pobres fuerzas - a su infinita compasión para con el mundo. Señor, ¡qué nos gastemos sólo 
por tu Amor". Qué prendamos en las almas el fuego de tu Amor.

La primera señal del amor del Salvador es la misión del Espíritu Santo a los discípulos, después 
de la Ascensión del Señor al cielo, recuerda Pío XII (“Haurietis aquas”, 23). El Espíritu Santo 
es el Amor mutuo personal por el que el Padre ama al Hijo y el Hijo al Padre, y es enviado 
por ambos para infundir en el alma de los discípulos la abundancia de la caridad divina. 
Esta infusión de la caridad divina brota también del Corazón del Salvador, en el cual "están 
encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col 2, 3).

Al Espíritu Santo se debe el nacimiento de la Iglesia y su admirable propagación. Este amor 
divino, don del Corazón de Cristo y de su Espíritu, es el que dio a los apóstoles y a los mártires la 
fortaleza para predicar la verdad y testimoniarla con su sangre.

A este amor divino, que redunda del Corazón del Verbo encarnado y se difunde por obra del 
Espíritu Santo en las almas de los creyentes, San Pablo entonó aquel himno que ensalza 
el triunfo de Cristo y el de los miembros de su Cuerpo: "¿Quién podrá separarnos del amor 
de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el riesgo?, ¿la 
persecución?, ¿la espada?... Mas en todas estas cosas triunfamos soberanamente por obra 
de Aquel que nos amó. Porque estoy seguro de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni principados, 
ni lo presente ni lo futuro, ni poderíos, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna será 
capaz de apartarnos del amor de Dios manifestado en Jesucristo nuestro Señor" (Rm 8, 35.37-39).

El Espíritu Santo nos ayudará a conocer íntimamente al Señor y a descubrir, junto al Corazón
 de Cristo, el sentido verdadero de nuestra vida, a comprender el valor de la vida verdaderamente 
cristiana, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. "Así - como pedía el Papa 
Juan Pablo II - sobre las ruinas acumuladas del odio y la violencia, se podrá construir la tan 
deseada civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo" (Carta al P. Kolvenbach).

Comentarios al autor en (Catecismo de la Iglesia Católica, 609) .

En la Cruz se expresa la Una inagotable abundancia de gracia

En la oración colecta de la Misa del Corazón de Jesús se pide a Dios todopoderoso que, al 
recordar los beneficios de su amor para con nosotros, nos conceda recibir de la fuente divina 
del Corazón de su Unigénito "Los sacramentos

Los sacramentos que edifican la Iglesia son los cauces de gracia a través de los cuales 
nos llega la vida nueva de la redención.

El agua del bautismo nos purifica y nos hace miembros del Cuerpo de Cristo. Dios infunde 
en nuestra alma las virtudes teologales para que podamos conocerle por la fe, amarle 
por la caridad, tender hacia la esperanza.

Primera Lectura del día de hoy en la Misa:

Ezequiel 34, 11-16
34:11 Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y 
las reconoceré.  
34:12 Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, 
así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día 
del nublado y de la oscuridad.  
34:13 Y yo las sacaré de los pueblos, y las juntaré de las tierras; las traeré a su propia 
tierra, y las apacentaré en los montes de Israel, por las riberas, y en todos los lugares habitados
 del país.  
34:14 En buenos pastos las apacentaré, y en los altos montes de Israel estará su aprisco; 
alli dormirán en buen redil, y en pastos suculentos serán apacentadas sobre los montes de Israel.  
34:15 Yo apacentaré mis ovejas, y yo les daré aprisco, dice Jehová el Señor.  
34:16 Yo buscaré la perdida, y haré volver al redil la descarriada; vendaré la perniquebrada, 
y fortaleceré la débil; mas a la engordada y a la fuerte destruiré; las apacentaré con justicia.  

La Segunda Lectura es: Rom 5, 5b-11
5. y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos ha sido dado.
6. En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; -
7. en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir -;
8. mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
9. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera!
10. Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta
más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!
11. Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por
quien hemos obtenido ahora la reconciliación.

Y el Evangelio es:

Lucas 15:3-7 



Entonces él les refirió esta parábola, diciendo:
¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla?
Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso;
y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido.
Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.


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