HOMBRE VIEJO, HOMBRE NUEVO
PRESENTACIÓN
Ya vimos que el tercer núcleo tiene como centro al hombre contemplado no desde la filosofa, la psicología o las ciencias, sino desde la imagen que nos ofrece el evangelio.
En esta Catequesis 13, titulada "Hombre viejo, hombre nuevo", se recogen dos características del hombre: es un hombre con pecado, hombre viejo según el modelo de Adán; pero es también un hombre redimido, hombre nuevo, y, por tanto, configurado según el modelo de Cristo.
Vivir en tensión continua por cambiar la realidad del "hombre viejo" por la del "hombre nuevo" es la tarea de laconversión. Convertirse es una de las grandes y primeras exigencias que trae Jesús: "Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos" (Mt 4, 7).
¿Por qué esta invitación de Jesús? Porque el hombre, todo hombre, ha quedado preso por el pecado, y El ha venido a que renazca el "hombre nuevo" a través de la conversión. Es importantísimo, pues, que en un proceso catecumenal haya esa experiencia de conversión, no como un acto aislado, sino como un proceso continuo de transformación. De ahí que en esta catequesis se pretenda:
* Que tomes conciencia y descubras la realidad del pecado como constante histórica del hombre, que le condiciona y le configura como hombre viejo, y, por otra parte, no te quedes ahí, sino que descubrastambién que ese mismo hombre "pecador" ha sido redimido por Cristo y, por tanto, está llamado a vivir como hombre nuevo.
* Pero no basta con que hagas los descubrimientos anteriores. Lo importante es que tengas la experiencia de hombre pecador y la experiencia del hombre redimido. Sólo así estarás en condiciones de valorar y asumir el proceso de conversión.
Primera parte
En otros tiempos erais tinieblas
1. Introducción
Vivir en "tinieblas" es la expresión de una vida alejada de Dios. El prólogo del evangelio de san Juan expone el enfrentamiento luz-tiniebla, siendo ésta símbolo del rechazo de Dios: "La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió" (Jn 1,5).
El paralelismo de "vivir en tinieblas" es el de "ser hombre viejo". Ambas expresiones son utilizadas por san Pablo para describir una realidad histórica del hombre: su condición de pecador, aunque en la misma formulación: "En otro tiempo erais tinieblas..." (Ef 5,7), está expresándose que no se trata de una situación definitiva, sino superada por la redención de Cristo (ver Documentación 5).
Reflexión sobre el pecado del hombre
a) El pecado, condición histórica del hombre
Lectura de la Documentación 1 (y 2).
Cuestionario para el diálogo:
- ¿Qué significa tener "conciencia de pecado"? ¿La tenemos?
- ¿Tenemos "experiencia de pecador"? ¿Cuáles serían sus actitudes básicas?
b) El pecado configura al hombre viejo
Lectura de la Documentación 3 (y 4).
Cuestionario para el diálogo:
Cuestionario para el diálogo:
- ¿Somos suficientemente conscientes del pecado en cuanto ruptura con Dios, con los demás y con nosotros mismos?
- ¿Cuáles son los impactos del pecado en relación a Dios, a los demás y a nosotros mismos?
c) Sólo desde la fe se descubre el sentido auténtico del pecado
Lectura de la Documentación 5.
Cuestionario para el diálogo:
Cuestionario para el diálogo:
- ¿Qué quiere decir que el auténtico sentido del pecado es descubierto sólo desde la fe? ¿Y por qué?
3. Posturas de Cristo ante los pecadores
Comentario-diálogo sobre las actitudes y comportamientos de Cristo:
- Ante la mujer adúltera: Jn 8,1-11.
- Ante Zaqueo: Lc 19,1-10.
- Ante el paralítico: Mc 2,1-12.
- En la parábola del hijo pródigo: Lc 15,11-24.
Conviene tener presentes, además de los gestos y comportamientos de Cristo, las posturas del interesado y las del ambiente.
Una vez descubierto el comportamiento de Cristo, ¿qué actitudes caben en nosotros, aun después del pecado?
4. Momento de oración
Como conclusión de esta sesión catequética, ninguna oración mejor que el salmo 50, a través del cual expresamos nuestra conciencia de pecado y nuestra actitud penitencial ante el Señor. También se puede cantar "¿Quién me librará?, de Camino de Emaús 1.
¿Quién me librará?
¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?
¿Quién me librará?
¡Pobre de mí!
Esclavo soy por mis pasiones.
¿Quién me librará'?
¿Quién me librará de esta fuerte cadena?
¿Quién me librará?
Pues hago el mal que aborrezco.
¿Quién me librará?
¿Quién me librará?
¡Pobre de mí!
Esclavo soy por mis pasiones.
¿Quién me librará'?
¿Quién me librará de esta fuerte cadena?
¿Quién me librará?
Pues hago el mal que aborrezco.
¿Quién me librará?
¿Quién me librará?
¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?
¿Quién me librará?
Señor, tú eres mi Salvador.
Señor, tú eres mi único Dios.
¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?
¿Quién me librará?
Señor, tú eres mi Salvador.
Señor, tú eres mi único Dios.
¿Quién me librará del temor que me ahoga?
¿Quién me librará?
Pobre de mí, sin rumbo voy en mi camino.
¿Quién me librará?
¿Quién me librará de esta ciega atadura?
¿Quién me librará?
Pues no hago el bien que deseo.
¿Quién me librará?
¿Quién me librará?
Pobre de mí, sin rumbo voy en mi camino.
¿Quién me librará?
¿Quién me librará de esta ciega atadura?
¿Quién me librará?
Pues no hago el bien que deseo.
¿Quién me librará?
Segunda parte
Pero ahora sois luz en el Señor
1. Introducción
El reverso del "hombre viejo", inmerso en tiniebla y oscuridad, es el "hombre nuevo", que camina en la luz, más aún, que "es luz en el Señor".
El nacer del hombre a una vida nueva no es mérito suyo, sino gratuidad del amor de Dios: "... mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rom 5,8).
Con la redención de Cristo, la condición de pecador que pesaba sobre el hombre adquiere una nueva perspectiva: Es un hombre "redimido". Y esta nueva condición le permite vivir conforme a la imagen de "hombre nuevo" según Jesucristo.
2. Trabajo en grupo
Se forman tres pequeños grupos, encargándose cada uno de ellos de preparar un aspecto de la reflexión sobre la palabra de Dios.
Textos bíblicos
- Redimidos en Cristo Jesús. Textos: Rom 6,1-14 y Col 2,12-15.
- Si redimidos, ¿quién contra nosotros? Texto: Rom 8,31-39.
- Vivir según el hombre nuevo. Textos: Col 3,1-14, Ef 4,17-23; 5,1-18.
Pautas para el trabajo en grupo
- Cada grupo se responsabiliza de la preparación de un apartado.
- Se hace en el grupo una lectura de cada texto.
- Se elabora una síntesis del mensaje, esto es, se entresacan las ideas fundamentales.
- Se hace un breve comentario sobre el significado de dicho mensaje aplicado a nuestra vida.
- Puesta en comúnCada grupo presenta los resultados de su reflexión. Como criterio metodológico, conviene que antes se lea de nuevo para todo el gran grupo cada uno de los textos.Para profundizar, leer la Documentación 6 y la síntesis de la Documentación 7.
- Momento de oración
Se puede concluir esta sesión catequética con el canto de Hombres nuevos, de Espinosa (CLN 718).
Danos un corazón grande para amar.
Danos un corazón fuerte para luchar.
Danos un corazón fuerte para luchar.
Hombres nuevos, creadores de la historia,
constructores de nueva humanidad.
Hombres nuevos que viven la existencia
como riesgo de un largo caminar.
constructores de nueva humanidad.
Hombres nuevos que viven la existencia
como riesgo de un largo caminar.
Hombres nuevos luchando en esperanza,
caminantes, sedientos de verdad.
Hombres nuevos, sin frenos ni cadenas,
hombres libres que exigen libertad.
caminantes, sedientos de verdad.
Hombres nuevos, sin frenos ni cadenas,
hombres libres que exigen libertad.
Hombres nuevos, amando sin fronteras,
por encima de razas y lugar.
Hombres nuevos, al lado de los pobres,
compartiendo con ellos techo y pan.
por encima de razas y lugar.
Hombres nuevos, al lado de los pobres,
compartiendo con ellos techo y pan.
Documentación
1. El pecado, condición histórica del hombre
"Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre". Así canta el salmista (Sal 50,7), reflejando la realidad del hombre en su contexto histórico. El pecado constituye una de las dos formas de estar y de vivir la existencia humana ante Dios: bajo el signo del pecado o bajo el signo de la gracia.
El mensaje religioso del origen del hombre según el Génesis nos relata la creación y en ella el pecado del hombre (Gén 3). Al hombre, pues, hay que entenderlo desde su realidad de "hombre pecador". Es una de las características de la visión que del hombre ofrece la Biblia. San Juan dirá: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros... Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y no poseemos su palabra" (1 Jn 1,2-10).
El pecado arraiga tan profundamente en la naturaleza humana y en el corazón del hombre, que se hace como connatural al hombre mismo. Se crea una "personalidad de pecador" (Rom 6,6). Y nadie puede llamarse ni considerarse "santo" ante Dios, porque, como el salmista, diremos: "Tengo siempre presente mi pecado" (Sal 50,5). Y san Pablo dice: "Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria" (Rom 3,23).
Por tanto, el hombre que conocemos, que existe, el hombre histórico, es un hombre impactado por el pecado. ¿Es el hombre consciente de ello? ¿Se lo plantea y lo asume con conciencia y responsabilidad? ¿Se acepta "pecador" y asume las exigencias que conlleva? Estas y otras cuestiones no pueden estar ausentes de la vida cristiana, porque no hay proceso de conversión si no hay conciencia de "ser pecador".
2. Pérdida del sentido del pecado
"Este sentido del pecado tiene su raíz en la conciencia moral del hombre y es como su termómetro. Está unido alsentido de Dios, ya que deriva de la relación consciente que el hombre tiene con Dios como su Creador, Señor y Padre. Por consiguiente, así como no se puede eliminar completamente el sentido de Dios ni apagar la conciencia, tampoco se borra jamás completamente el sentido del pecado.
Sin embargo, sucede frecuentemente en la historia, durante períodos de tiempo más o menos largos y bajo la influencia de múltiples factores, que se oscurece gravemente la conciencia moral en muchos hombres. `¿Tenemos una idea justa de la conciencia?' —preguntaba yo hace dos años en un coloquio con los fieles—. `¿No vive el hombre contemporáneo bajo la amenaza de un eclipse de la conciencia, de una deformación de la conciencia, de un entorpecimiento o de una anestesia de la conciencia?' Muchas señales indican que en nuestro tiempo existe este eclipse, que es tanto más inquietante, en cuanto esta conciencia, definida por el concilio como `el núcleo más secreto y el sagrario del hombre', está `íntimamente unida a la libertad del hombre (...). Por esto la conciencia, de modo principal, se encuentra en la base de la dignidad interior del hombre y, a la vez, de su relación con Dios'. Por tanto, es inevitable que en esta situación quede oscurecido también el sentido del pecado, que está íntimamente unido a la conciencia moral, a la búsqueda de la verdad, a la voluntad de hacer un uso responsable de la libertad. Junto a la conciencia queda también oscurecido el sentido de Dios, y entonces, perdido este decisivo punto de referencia interior, se pierde el sentido del pecado. He aquí por qué mi predecesor Pío XII, con una frase que ha llegado a ser casi proverbial, pudo declarar en una ocasión que `el pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado'.
(...)
La pérdida del sentido es, por tanto, una forma o fruto de la negación de Dios; no sólo de la atea, sino además de la secularista. Si el pecado es la interrupción de la relación filial con Dios para vivir la propia existencia fuera de la obediencia a El, entonces pecar no es solamente negar a Dios; pecar es también vivir como si El no existiera, es borrarlo de la propia existencia diaria. Un modelo de sociedad mutilado o desequilibrado en uno u otro sentido, como es sostenido a menudo por los medios de comunicación, favorece no poco la pérdida progresiva del sentido del pecado. En tal situación el ofuscamiento o debilitamiento del sentido del pecado deriva ya sea del rechazo de toda referencia a lo trascendente en nombre de la aspiración a la autonomía personal, ya sea del someterse a modelos éticos impuestos por el consenso y la costumbre general, aunque estén condenados por la conciencia individual, ya sea de las dramáticas condiciones socio-económicas que oprimen a gran parte de la humanidad, creando la tendencia a ver errores y culpas sólo en el ámbito de lo social; ya sea, finalmente y sobre todo, del oscurecimiento de la idea de la paternidad de Dios y de su dominio sobre la vida del hombre" (JUAN PABLO II, RP • 18).
3. El pecado configura la dimensión del hombre viejo
No basta con saber, ni siquiera con asumir responsablemente nuestra condición de "hombre pecador". Es fundamental que el hombre descubra la naturaleza del pecado y su repercusión.
El hombre construye su personalidad sobre tres pilares: relación con Dios, relación con los demás y relación consigo mismo. Pues el pecado trastorna esta situación de equilibrio provocando la ruptura en cada una de dichas instancias.
La "ruptura con Dios" es la fundamental de las rupturas, puesto que se rompe el proyecto de salvación sobre el hombre. Es el rechazo que el hombre hace a Dios y a su plan de salvación: "Vino a su casa y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11). La relación hombre-Dios, cuando se da el pecado, es una relación de tensión en la que Dios se hace continuamente "cercano" y "esperadizo" al reencuentro, mientras que el hombre se esconde, rehúye, porque "todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras" (Jn 3,19-20). El pecado desplaza a Dios para que el hombre pueda constituirse en "dios". Es la gran tentación de siempre: "Seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal" (Gén 3,5). ¿Cuál sería la razón de ser del hombre sin Dios?
La ruptura con los demás "hace que el hombre viva bajo la moral del egoísmo, del aislamiento, del odio y de la enemistad. La alianza, fundamento de la moral de gracia, queda rota por e pecado y, consecuentemente, la relación del hombre con sus hermanos es una relación hostil y de ignorancia". "¿Dónde está Abel, tu hermano?... No sé; ¿soy yo el guardián de mi hermano?" (Gén 4,9). De igual manera, dicha ruptura se manifiesta en laacusación que uno hace del otro, no queriendo cada uno asumir su propia responsabilidad: "Adán respondió: La mujer que me diste... Ella respondió: La serpiente..." (Gén 3,12-13). La solidaridad, la comunidad, la convivencia, la colaboración, la corresponsabilidad, etc., quedan destruidas porque el hombre por el pecado ha establecido una ruptura con los demás.
La tercera ruptura es "consigo mismo". El "yo" del hombre, rota su relación con Dios y con los demás, ha quedado cautivo de su propio egoísmo, que es lo mismo que decir que ha caído en el vacío de su propio "sin sentido". Porque, ¿qué es el hombre sin la verticalidad con Dios y sin la horizontalidad en los demás? ¿Cuál es el sentido de su "ser" y "existir"?
Desde la fe sabemos que el pecado impide que el hombre alcance su identidad de hombre, su plenitud de equilibrio y felicidad, y no digamos nada respecto a su identidad cristiana, cuya esencia consiste fundamentalmente en la apertura a la salvación, a Dios. El pecado, por tanto, rompe también la relación que el hombre tiene consigo mismo de construir su personalidad, de ser "persona". El pecado rebaja al hombre, impidiéndole lograr su plenitud (GS 13).
El hombre inmerso en esta condición de "ruptura consigo mismo" por el pecado quiere ser "norma" y "medida" de todas las cosas y para todos los demás. Cae en el infantilismo más desastroso, porque se incapacita para abrir los ojos fuera de sí y reconocer el valor y la identidad de los demás.
De estas tres "rupturas" es fácil deducir las consecuencias y las repercusiones sobre el orden moral, religioso, social e individual. No hay acción del hombre que no esté minada por la cordura del pecado: "Es esto lo que explica la división íntima del hombre". "Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía, el hombre se nota incapaz de dominar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas" (GS 13).
"Estas divisiones se manifiestan en las relaciones entre las personas y los grupos, pero también a nivel de colectividades más amplias: naciones contra naciones y bloques de países enfrentados en una afanosa búsqueda de hegemonía. En la raíz de las rupturas no es difícil individuar conflictos que, en lugar de resolverse a través del diálogo, se agudizan en la confrontación y el contraste.
Indagando sobre los elementos generadores de división, observadores atentos detectan los más variados: desde la creciente desigualdad entre grupos, clases sociales y países a los antagonismos ideológicos todavía no apagados; desde la contraposición de intereses económicos a las polarizaciones políticas; desde las divergencias tribales a las discriminaciones por motivos socio-religiosos.
Por lo demás, algunas realidades que están ante los ojos de todos vienen a ser como el rostro lamentable de la división de la que son fruto, a la vez que ponen de manifiesto su gravedad con irrefutable concreción. Entre tantos otros dolorosos fenómenos sociales de nuestro tiempo, podemos traer a la memoria:
- la conculcación de los derechos fundamentales de la persona humana; en primer lugar, el derecho a la vida y a una calidad de vida digna; esto es tanto más escandaloso en cuanto coexiste con una retórica hasta ahora desconocida sobre los mismos derechos;
- las asechanzas y presiones contra la libertad de los individuos y las colectividades, sin excluir la tantas veces ofendida y amenazada libertad de abrazar, profesar y practicar la propia fe;
- las varias formas de discriminación: racial, cultural, religiosa, etc.;
- la violencia y el terrorismo;
- el uso de la tortura y de formas injustas e ilegítimas de represión;
- la acumulación de armas convencionales o atómicas; la carrera de armamentos, que implica gastos bélicos que podrían servir para aliviar la pobreza inmerecida de pueblos social y económicamente deprimidos;
- la distribución inicua de las riquezas del mundo y de los bienes de la civilización que llega a su punto culminante en un tipo de organización social en la que la distancia en las condiciones humanas entre ricos y pobres aumenta cadavez más. La potencia arrolladora de esta división hace del mundo en que vivimos un mundo desgarrado hasta en sus mismos cimientos" (JUAN PABLO II, RP 2).
5. Sólo desde la fe se descubre el sentido auténtico del pecado
Si el fundamento de todas las rupturas es la ruptura con Dios, lógicamente el pecado hace siempre referencia a Dios, bien directamente, bien en relación al proyecto de salvación que existe sobre el hombre y el mundo. En definitiva, que el pecado es un concepto y una realidad moral religiosa. Es el juicio de Dios que calibra el comportamiento humano: "Al hombre le parece siempre recto su camino, pero es Dios quien pesa los corazones" (Prov 21,2).
La tendencia humana es de resistencia a reconocer el propio pecado. Quizá por aquello de "todo el que obra perversamente detesta la luz, para no verse acusado por sus obras" (Jn 3,19-20). Lo cierto es que el hombre tiende a justificarse y a enjuiciarse favorablemente. ¿Quién, entonces, puede desvelar mi pecado con justicia? Sólo la fuerza del Espíritu. Es decir, sólo desde la perspectiva de Dios, desde la perspectiva de la fe, es como el hombre se descubre pecador: "El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena" (Jn 16,13). Y la verdad plena de Dios es también la verdad total sobre el hombre en su realidad de luz y sombra, de pecado y gracia.
La fe es el paradigma de los valores sobrenaturales. Ella pone de manifiesto el bien, los mandamientos, nos descubre a Jesús como modelo, nos señala las exigencias morales, nos enfrenta cara a cara con el amor de Dios. Lógicamente, al descubrirnos el bien nos descubre el mal, al descubrirnos la luz nos descubre las tinieblas; al descubrirnos la verdad nos descubre la mentira. La fe, pues, pone al descubierto nuestro "yo" y lo que en él hay de bien, pero también de mal.
Esta toma de conciencia de nuestro pecado a la luz de la fe es un "don", una "gracia". Se convierte en "buena noticia", porque del descubrimiento de nuestro pecado se descubre la grandeza del amor y del perdón de Dios: "¡Oh feliz culpa, que ha merecido tan gran Redentor!", es el canto de la pascua. No se trata, por tanto, de un reconocimiento que lleva al pesimismo, a la depresión espiritual ni, por supuesto, a la desesperación o desesperanza: "Sabemos también que a los que aman a Dios, todo les sirve para el bien..." (Rom 8,28). Y en definitiva, el hombre con conciencia de pecado siempre puede decir con san Pablo: "Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?... Dios es quien justifica, ¿quién condenará?"
6. Vaticano II: Cristo, el hombre nuevo
"En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona.
El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado.
Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En El Dios nos reconcilió consigo y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios `me amó y se entregó a sí mismo por mí' (Gál 2,20). Padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo.para seguir sus pasos y, además, abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido.
El hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el primogénito entre muchos hermanos, recibe `las primicias del Espíritu' (Rom 8,23), las cuales le capacitan para cumplir la ley nueva del amor. Por medio de este Espíritu, que es `prenda de la herencia' (Ef 1,14), se restaurainternamente todo el hombre hasta que llegue `la redención del cuerpo' (Rom 8,23). `Si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu que habita en vosotros' (Rom 8,11). Urgen al cristiano la necesidad y el deber del luchar, con muchas tribulaciones, contra el demonio, e incluso de padecer la muerte. Pero asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado por la esperanza, a la resurrección.
Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual.
Este es el gran misterio del hombre que la revelación cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu:Abba!, ¡Padre!" (22).
La imagen paulina "hombre viejo"-"hombre nuevo" sintetiza al hombre en dos de sus más fundamentales características: el pecado y la gracia, la tiniebla y la luz, su miseria y su grandeza. Quien quiera comprender al hombre desde la perspectiva bíblica, necesariamente se encuentra con esas dos situaciones: pecador y santo. La primera forma de vida nos configura con Adán; la segunda, con Cristo: "Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida" (1 Cor 15,22).
Respecto al hombre viejo, cabe decir que el pecado constituye una constante en el hombre. Es su condición histórica, es decir, que el hombre que conocemos y existe es un hombre con "personalidad de pecador": "Pecador me concibió mi madre" (Sal 50,7). La raíz de todo pecado está en el llamado "pecado original", a partir del cual el hombre se sumerge en una triple ruptura, característica de todo pecado: ruptura respecto a Dios, rompiendo "la meta [que] es que todos juntos nos encontremos unidos en la misma fe y en el mismo conocimiento del Hijo de Dios, y con eso se logrará el hombre perfecto, que, en la madurez de su desarrollo, es la plenitud de Cristo" (Ef 4,13).
Esta dialéctica de paso del hombre viejo al nuevo es propiamente la conversión, exigencia nunca plenamente cubierta, porque siempre hay algo del hombre viejo que permanece, y algo del hombre nuevo que no se acaba de alcanzar. Lo cierto es, sin embargo, que ya se ha realizado un gran cambio con la redención de Cristo, hasta el punto que san Pablo nos dice: "En otros tiempos erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor".
8. Vaticano II: El pecado (GS 13)
"Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio, en el propio exordio de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios. Conocieron a Dios, pero no le glorificaron como a Dios. Oscurecieron su estúpido corazón y prefirieron servir a la criatura, no al Creador. Lo que la revelación divina nos dice coincide con la experiencia. El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordenación, tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación.
Es esto lo que explica la división íntima del hombre. Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lacha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Más todavía, el hombre se nota incapaz de domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas. Pero el Señor vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente y expulsando al príncipe del este mundo (cf Jn 12,31), que le retenía enla esclavitud del pecado. El pecado rebaja al hombre, impidiéndole lograr su propia plenitud.
A la luz de esta revelación, la sublime vocación y la miseria profunda que el hombre experimenta hallan simultáneamente su última explicación" (GS 13).
"Si leemos la página bíblica de la ciudad y de la torre de Babel a la nueva luz del evangelio, y la comparamos con aquella otra página sobre la caída de nuestros primeros padres, podemos sacar valiosos elementos para una toma de conciencia del misterio del pecado. Esta expresión, en la que resuena el eco de lo que escribe san Pablo sobre el misterio de la iniquidad, se orienta a hacernos percibir lo que de oscuro e inaprensible se oculta en el pecado. Este es, sin duda, obra de la libertad del hombre; mas dentro de su mismo peso humano obran factores por razón de los cuales el pecado se sitúa más allá de lo humano, en aquella zona límite donde la conciencia, la voluntad y la sensibilidad del hombre están en contacto con las oscuras fuerzas que, según san Pablo, obran en el mundo hasta enseñorearse de él.
La desobediencia a Dios
De la narración bíblica referente a la construcción de la torre de Babel emerge un primer elemento que nos ayuda a comprender el pecado: los hombres han pretendido edificar una ciudad, reunirse en un conjunto social, ser fuertes y poderosos sin Dios, o incluso contra Dios. En este sentido, la narración del primer pecado en el Edén y la narración de Babel, a pesar de las notables diferencias de contenido y de forma entre ellas, tienen un punto de convergencia: en ambas nos encontramos ante una exclusión de Dios, por la oposición frontal a un mandamiento suyo, por un gesto de rivalidad hacia él, por la engañosa pretensión de ser `como él'. En la narración de Babel la exclusión de Dios no aparece en clave de contraste con él, sino como olvido e indiferencia ante él; como si Dios no mereciese ningún interés en el ámbito del proyecto operativo y asociativo del hombre. Pero en ambos casos larelación con Dios es rota con violencia. En el caso del Edén aparece en toda su gravedad y dramaticidad lo que constituye la esencia más íntima y más oscura del pecado: la desobediencia a Dios, a su ley, a la norma moral que El dio al hombre, escribiéndola en el corazón y confirmándola y perfeccionándola con la revelación.
Exclusión de Dios, ruptura con Dios, desobediencia a Dios; a lo largo de toda la historia humana esto ha sido y es bajo formas diversas el pecado, que puede llegar hasta la negación de Dios y de su existencia; es el fenómeno llamado ateísmo. Desobediencia del hombre que no reconoce mediante un acto de su libertad el dominio de Dios sobre la vida, al menos en aquel determinado momento en que viola su ley" (14).
La división entre hermanos
"En las narraciones bíblicas antes recordadas, la ruptura con Dios desemboca dramáticamente en la división entre los hermanos.
En la descripción del `primer pecado', la ruptura con Yavé rompe al mismo tiempo el hilo de la amistad que unía a la familia humana, de tal manera que las páginas siguientes del Génesis nos muestran al hombre y a la mujer como si apuntaran su dedo acusando el uno hacia el otro; y más adelante el hermano que, hostil a su hermano, termina quitándole la vida.
Según la narración de los hechos de Babel, la consecuencia del pecado es la desunión de la familia humana, ya iniciada con el primer pecado, y que llega ahora al extremo de su forma social.
Quien desee indagar el misterio del pecado no podrá dejar de considerar esta concatenación de causa y efecto. En cuanto ruptura con Dios, el pecado es el acto de desobediencia de una creatura que, al menos implícitamente, rechaza a aquel de quien salió y que la mantiene en vida; es, por consiguiente, un acto suicida. Puesto que con el pecado el hombre se niega a someterse a Dios, también su equilibrio interior s'e rompe y se desatan dentro de sí contradicciones y conflictos. Desgarrado de esta forma, el hombre provoca casi inevitablemente una ruptura en sus relaciones con los otros hombres y con el mundo creado. Es una ley y un hecho objetivo que pueden comprobarse en tantos momentos de la psicología humana y de la vida espiritual, así como en la realidad de la vida social, en la que fácilmente pueden observarse repercusiones y señales del desorden interior.
El misterio del pecado se compone de esta doble herida, que el pecador abre en su propio costado y en relación con el prójimo. Por consiguiente, se puede hablar de pecado personal y social. Todo pecado es personal bajo un aspecto; bajo otro aspecto, todo pecado es social, en cuanto y debido a que tiene también consecuencias sociales" (JUAN PABLO II, RP 14 y 15).
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