Cubanos ricos
21 DE JULIO 2013 -
El miércoles pasado, al final del día, en algunos cafés del este de Caracas la omnipresencia de la política quedó suspendida. Por un rato. La acalló una angustia mayor, el resultado de la subasta de dólares del Sicad, el organismo del gobierno rojo creado para intentar aliviar la escasez de divisas en el mercado oficial y reducir la subida de precios en el paralelo. La subasta de esta vez era convocada para asignar divisas a viajeros y a importaciones de autopartes, productos de salud y zonas de puerto libre.
Los resultados eran previsibles. Cerca de 80.000 “personas naturales” hicieron los trámites para acceder aunque fuese a un trocito de la inmensa torta de 20 millones de dólares a repartir sólo entre los viajeros. La demanda, que ascendió a 80 millones, superó con creces la oferta. Y aunque al momento de escribir estas notas no hay todavía información oficial, se calcula que el tipo de cambio de las transacciones llegó a los 12 bolívares. Lo que significa una devaluación de 86% en relación con el cambio Cadivi, pero un precio aún muy por debajo del que hoy anuncia Internet para las “lechugas verdes”.
Consideraciones económicas aparte, ya se encargarán los economistas de explicar causas y consecuencias.
Aquella tarde entre las expresiones de quienes revisaban los resultados en sus teléfonos y las de quienes exclamaban con pesar o con alegría: “Yo oferté 11”, “yo, 14”, “yo no tenía pasaje”, “yo me apresuré con 18”, fui comprendiendo mejor en qué medida nuestra vida cotidiana se va asemejando a la de los cubanos. Sólo que en una versión de cubanos ricos y aún libres.
Por más que haya escasez de algunos productos, es obvio que en Venezuela no hemos llegado ni remotamente a las penurias cubanas que se resumen en los 50 años cumplidos por la libreta de racionamiento que fija periódicamente a cuántos y cuáles alimentos tiene derecho cada quién. Pero la asignación anual de los 3.500 dólares Cadivi para viajeros, los que se entregan a importadores y otros beneficiarios, y ahora la subasta del Sicad tienen un aroma de racionamiento sin libreta, un no sé qué de redistribución caprichosa de la escasez, de: “Yo, Gobierno, decido cuándo y cómo distribuir”, que no puedo evitar la analogía.
Claro, una cosa es angustiarse porque este mes sólo me corresponden una pastilla de jabón, un tubo de pasta dental y dos libras de arroz, que hacerlo por el costo real en bolívares del Ipad que pienso comprar por Internet o del viaje a Buenos Aires. Pero en ambos casos el control estatal produce el mismo efecto de aniñamiento y control del ciudadano y, sobre todo, lo acostumbra a los trámites burocráticos para solicitar la mesada, y a la rutina de rendir cuentas –mostrando detalladamente en qué fue usada– para que Padre-Estado-Piñata te la vuelva a asignar.
Lo peor de los controles es la doble moral que generan. Un creyente fervoroso del socialismo del siglo XXI tiene derecho de preguntarse por qué la revolución recurre a un mecanismo tan capitalista y poco igualitario como la subasta para redistribuir los dólares del ingreso petrolero. También de indignarse al calcular con horror los millones ganados por quienes manejan el mercado paralelo.
Porque el mercado negro y la corrupción son los símbolos más representativos de ciertos tipos de controles estatales. Cuando se escriba el Libro Negro de Cadivi sobrarán las historias de importadores que, como magos, introdujeron en el país productos invisibles para quedarse con los dólares. Como sobran las historias de lo que es capaz de hacer un cubano para comprar un blue jean o una toalla sanitaria en el mercado negro.
Alguna vez hice de correo y le llevé a una amiga cubana, locutora de radio, una encomienda que incluía cosméticos y ropa interior. La abrió y le brillaron los ojos. Graciosamente se puso de pie, levantó el puño izquierdo y gritó: “Patria, socialismo o muerte. ¡Hasta la Victoria Secret!”. Luego se despidió contenta. Dijo que iba a la radio a leer noticias antiimperialistas.
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