Crónica de un yihadismo anunciado
DAVID ALVARADO | EL UNIVERSAL
domingo 29 de marzo de 2015 12:00 AM
Los textos árabes del medievo identifican el Sahel con una "frontera", un inmenso espacio desértico que, desde el Océano Atlántico hasta el Mar Rojo, discrimina el Magreb arabo-beréber del "bled as sudan", el "país de los negros". La franja sahelo-sahariana es presentada como un gran océano de arena, difícilmente regido por las leyes de los hombres, caracterizada por su dureza y meteorología caprichosa que pone continuamente a prueba a sus pobladores. Un espacio atormentado que cruzan las caravanas comerciales transaharianas, atravesado por no pocas líneas de fractura y factores de tensión. Siglos después muy pocas cosas han cambiado. El Sahel continúa siendo esa gran zona de separación entre dos campos geopolíticos, históricos y culturales sustancialmente distintos. Y en este eterno antagonismo entre el norte y el sur se sitúa el enésimo y último gran foco de conflicto en Malí, cuyos efectos perturban a toda la región.
La construcción del Estado maliense data de la época colonial francesa, con unas fronteras diseñadas de forma caprichosa, al albur de los coyunturales intereses de la metrópolis. Francia llegó incluso a valorar la formación de un conglomerado político con sus regiones saharianas de Argelia, Malí, Níger, Chad y Sudán, reputadas por sus ingentes riquezas minerales. Malí es una fusión de dos mundos, extranjeros el uno del otro. Al sur los herederos de las grandes confederaciones políticas del oeste africano (los imperios de Malí y Songhai, y el reino de Segou), que en un momento u otro se vieron confrontados a incursiones árabes y tuaregs que buscaban alimentar el floreciente comercio de esclavos. Los habitantes septentrionales pertenecen a la historia del Sáhara, de reinos nómadas y grandes rutas de caravanas, cuyo prestigio cultural y opulencia se identifica con el esplendor de Tombuctú, una perla en el desierto y principal referente del islam africano. Desde hace siglos, el norte y sur malienses interaccionan con recíproca animosidad, con un sentimiento de hostilidad siempre a flor de piel.
Hace poco más de medio siglo, con la independencia las autoridades malienses tratan de hacer emerger una cultura nacional que exalta el recuerdo del imperio de Malí, cuyos contornos nada tienen que ver con las actuales fronteras. En el norte, mientras, el sentimiento de discriminación es constante, al igual que los anhelos secesionistas. El principal exponente de este malestar son las episódicas revueltas tuaregs, que siempre concluyen con acuerdos que no llegan a cumplirse. El Estado maliense apenas sí ha obrado para el desarrollo septentrional. La política de inversión de Bamako responde a un criterio demográfico y la comunidad tuareg apenas sí representa el 4% de la población. Este abandono de parte del Estado tiene mucho que ver con la llegada y asentamiento de la rama magrebí de Al Qaeda (AQMI) a la zona, haciendo del Sahel su particular Afganistán africano, su área de entrenamiento y retaguardia en el Magreb. Perseguidos por el régimen argelino, efectivos del Grupo Salafista para la Predicación y el Combate, el precedente inmediato a AQMI, hallan refugio en el norte de Malí, donde se han enriquecido sobremanera con el negocio de los secuestros y su participación en el tráfico de drogas.
La franquicia magrebí de Al Qaeda se llega a convertir en el principal empleador de la región, tejiendo una red de intereses que incluye no sólo a tuaregs, sino también a peuls, songhais, mauros, malinkés, dogones... Ante la ausencia de expectativas y en virtud de su propia supervivencia, a éstos no les ha quedado más remedio que participar en todo tipo de actividades criminales. Por cantidades que oscilan entre los 3.000 y 5.000 dólares un tuareg es capaz de conducir un convoy de droga a través del desierto y garantizar su seguridad. La red de intereses tejida por AQMI es tan poderosa que ha conseguido doblegar a las históricas reivindicaciones de la comunidad tuareg del norte de Malí, cuyo exponente principal, el Movimiento Nacional para la Liberación de la Azawad, ha sido desalojado de numerosas localidades por organizaciones afines a AQMI como Ansar Dine y el Movimiento de Unidad de la Yihad en África del Oeste (Mujao). Los independentista tuaregs, impotentes, se han visto relegados a un segundo plano en detrimento de las katibas islamistas, que han impuesto su ley.
Pero su influencia no se detiene ahí. La trama de intereses de AQMI llega hasta el sur, hasta la propia capital, Bamako, donde cuentan con todo tipo de complicidades, a todos los niveles, que sufragan con el dinero de la droga. El norte de Malí no ha dejado, por tanto, de consolidarse como una zona de no derecho, escenario de todo tipo de tráficos y destino privilegiado por el salafismo argelino, con un actor ponderado, AQMI, que dispone de ingentes recursos económicos provenientes de patrocinadores extranjeros y sus actividades delictivas, que emplea para comprar nuevas adhesiones. Las condiciones para la tormenta perfecta están servidas. Sólo faltaba el detonante, que llegó en forma de derrocamiento de Muamar Gadafi en Libia ofreciendo un inesperado arsenal para el levantamiento tuareg de 2012 y abriendo la puerta de par en par a la barbarie yihadista, un dramático colofón a la crónica de un desastre anunciado.
@dalvaou
La construcción del Estado maliense data de la época colonial francesa, con unas fronteras diseñadas de forma caprichosa, al albur de los coyunturales intereses de la metrópolis. Francia llegó incluso a valorar la formación de un conglomerado político con sus regiones saharianas de Argelia, Malí, Níger, Chad y Sudán, reputadas por sus ingentes riquezas minerales. Malí es una fusión de dos mundos, extranjeros el uno del otro. Al sur los herederos de las grandes confederaciones políticas del oeste africano (los imperios de Malí y Songhai, y el reino de Segou), que en un momento u otro se vieron confrontados a incursiones árabes y tuaregs que buscaban alimentar el floreciente comercio de esclavos. Los habitantes septentrionales pertenecen a la historia del Sáhara, de reinos nómadas y grandes rutas de caravanas, cuyo prestigio cultural y opulencia se identifica con el esplendor de Tombuctú, una perla en el desierto y principal referente del islam africano. Desde hace siglos, el norte y sur malienses interaccionan con recíproca animosidad, con un sentimiento de hostilidad siempre a flor de piel.
Hace poco más de medio siglo, con la independencia las autoridades malienses tratan de hacer emerger una cultura nacional que exalta el recuerdo del imperio de Malí, cuyos contornos nada tienen que ver con las actuales fronteras. En el norte, mientras, el sentimiento de discriminación es constante, al igual que los anhelos secesionistas. El principal exponente de este malestar son las episódicas revueltas tuaregs, que siempre concluyen con acuerdos que no llegan a cumplirse. El Estado maliense apenas sí ha obrado para el desarrollo septentrional. La política de inversión de Bamako responde a un criterio demográfico y la comunidad tuareg apenas sí representa el 4% de la población. Este abandono de parte del Estado tiene mucho que ver con la llegada y asentamiento de la rama magrebí de Al Qaeda (AQMI) a la zona, haciendo del Sahel su particular Afganistán africano, su área de entrenamiento y retaguardia en el Magreb. Perseguidos por el régimen argelino, efectivos del Grupo Salafista para la Predicación y el Combate, el precedente inmediato a AQMI, hallan refugio en el norte de Malí, donde se han enriquecido sobremanera con el negocio de los secuestros y su participación en el tráfico de drogas.
La franquicia magrebí de Al Qaeda se llega a convertir en el principal empleador de la región, tejiendo una red de intereses que incluye no sólo a tuaregs, sino también a peuls, songhais, mauros, malinkés, dogones... Ante la ausencia de expectativas y en virtud de su propia supervivencia, a éstos no les ha quedado más remedio que participar en todo tipo de actividades criminales. Por cantidades que oscilan entre los 3.000 y 5.000 dólares un tuareg es capaz de conducir un convoy de droga a través del desierto y garantizar su seguridad. La red de intereses tejida por AQMI es tan poderosa que ha conseguido doblegar a las históricas reivindicaciones de la comunidad tuareg del norte de Malí, cuyo exponente principal, el Movimiento Nacional para la Liberación de la Azawad, ha sido desalojado de numerosas localidades por organizaciones afines a AQMI como Ansar Dine y el Movimiento de Unidad de la Yihad en África del Oeste (Mujao). Los independentista tuaregs, impotentes, se han visto relegados a un segundo plano en detrimento de las katibas islamistas, que han impuesto su ley.
Pero su influencia no se detiene ahí. La trama de intereses de AQMI llega hasta el sur, hasta la propia capital, Bamako, donde cuentan con todo tipo de complicidades, a todos los niveles, que sufragan con el dinero de la droga. El norte de Malí no ha dejado, por tanto, de consolidarse como una zona de no derecho, escenario de todo tipo de tráficos y destino privilegiado por el salafismo argelino, con un actor ponderado, AQMI, que dispone de ingentes recursos económicos provenientes de patrocinadores extranjeros y sus actividades delictivas, que emplea para comprar nuevas adhesiones. Las condiciones para la tormenta perfecta están servidas. Sólo faltaba el detonante, que llegó en forma de derrocamiento de Muamar Gadafi en Libia ofreciendo un inesperado arsenal para el levantamiento tuareg de 2012 y abriendo la puerta de par en par a la barbarie yihadista, un dramático colofón a la crónica de un desastre anunciado.
@dalvaou
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