Buena nueva
¿Palmas nada más?
Isabel Vidal de Tenreiro
Ya estamos entrando en la Semana Santa, ese tiempo especialísimo que comienza con el Domingo de Ramos. Es el domingo del año en que posiblemente hay más gente en todas las Misas. Y ¿por qué?
Pareciera que todos vamos a buscar con mucho interés las palmas benditas que se reparten ese día. Y ¿por qué tanto interés en esas palmas? ¿qué tienen de especial?
Las palmas benditas del Domingo de Ramos son “sacramentales”; es decir, objetos benditos que la Iglesia pone a nuestra disposición y que pueden causar efectos espirituales. Pero no son instrumentos mágicos.
¿Y por qué abre la Semana Santa con la distribución de ese “sacramental”? La Iglesia nos hace recordar las palmas y ramos de olivo que los habitantes de Jerusalén batían y colocaban al paso de Jesús, cuando unos días antes de condenarlo a muerte lo aclamaban como Rey y como venido en nombre de Dios.
¿Y qué hicieron unos días después? Ya no lo quisieron como Rey, ni siquiera lo prefirieron al preso Barrabás, sino que pidieron su crucifixión. ¿Y nosotros? ¿Lo vamos a tener como Rey o lo vamos a rechazar también? ¿De qué lado nos vamos a colocar? Porque el proclamarlo como Rey tiene sus exigencias. Y en este caso no valen los ni-ni, aquéllos que quieren estar bien con Dios y con el diablo.
Tomemos las palmas benditas, eso es bueno. Eso es bueno, siempre que no las consideremos fetiches o cosas mágicas. Esas palmas en nuestras manos significan que con ellas proclamamos a Jesús como Rey de nuestro corazón.
Y ¿cómo es ese Reinado de Jesús en nuestro corazón? Significa que lo dejamos a El reinar en nuestra vida; es decir, que lo dejamos a El regir nuestra vida. Y dejar que Jesús rija nuestra vida son ¡palabras mayores!
Al contemplar los sucesos de la Pasión del Señor que nos narra el Evangelista San Marcos (Mc. 14, 1 a 15, 47), vemos como “Cristo, siendo Dios, no hizo alarde de su condición divina, sino que se rebajó a sí mismo” (Flp. 2, 6-11), haciéndose pasar por un hombre cualquiera. Llegó hasta la muerte y a la muerte más humillante que podía darse en el sitio y en la época en que El vivió en la tierra: la muerte en una cruz.
Seguidores de Cristo somos los cristianos, ¿no?. Es lo que nuestro nombre significa. Estos días de la Semana Santa nos llaman a la muerte con Cristo: a sacrificar nuestra vida por El y por lo que El nos dice en su Evangelio. No basta recoger palmas benditas este Domingo de Ramos, no basta visitar a Cristo expuesto solemnemente el Jueves Santo, no basta siquiera pensar en los sufrimientos de Cristo durante la ceremonia del Viernes Santo. Todo esto es necesario ... muy necesario. Pero todo esto debiera llevarnos a imitar a Cristo en esa cruz y en esa muerte que El nos pide para poder salvar nuestras vidas.
Y ¿qué es ese morir que Cristo nos pide? Estamos acostumbrados a consentirnos a nosotros mismos, a decirnos que sí a todos nuestros deseos, antojos, supuestas necesidades, apegos, etc. Nos amamos mucho a nosotros mismos; por eso nos consentimos tanto. El mundo nos vende la idea de complacer nuestro “yo”, con cosas lícitas o ilícitas, necesarias o innecesarias, buenas o malas. No importa. Lo importante es hacer lo que uno quiera. Y esto que está tan arraigado en nuestra forma de ser, va en contra de lo que Cristo hizo y nos pide con su ejemplo y su Palabra.
Si vamos a batir palmas y llevarlas a la casa, estamos diciendo que Jesús es nuestro Rey y a Él nos sometemos. Significa que entregamos nuestra voluntad a Dios, para hacer su Voluntad y no la nuestra. Significa que hacemos a Dios dueño de nuestra vida para que Él la rija. Si queremos tener palmas benditas, ¡ése es el reto!
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