En Venezuela hay 299 niños con uno de sus padres en Colombia por el cierre de la frontera
Publicado el 01.09.2015.
En Venezuela hay 299 menores de edad que tienen a uno de sus dos padres en Colombia luego de la crisis fronteriza que ha desencadenado la deportación de un millar de colombianos, aseguró hoy la directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF,estatal), Cristina Plazas.
“Se están haciendo todas las gestiones necesarias ante el Gobierno de Venezuela para reunificar a todas las familias porque no hay derecho a que existan niños separados de sus padres”, manifestó la funcionaria en Bogotá.
La crisis humanitaria en la frontera comenzó 12 días atrás tras la decisión del presidente venezolano, Nicolás Maduro, de cerrar un tramo de la frontera con el argumento de combatir el contrabando y a supuestos paramilitares.
Desde entonces, un millar de colombianos ha sido deportado y al menos otros 10 mil han retornado voluntariamente a Colombia, según datos de la ONU.
Plazas señaló, asimismo, que el ICBF trabaja para garantizar los derechos de todos los niños y adolescentes que se encuentran en los albergues de Cúcuta, capital del departamento de Norte de Santander, fronterizo con Venezuela.
Luego de recorrer los albergues, Plazas señaló que se tienen identificados 890 niños y adolescentes de los cuales 332 son menores de 5 años.
EFE
Con “D” de… “demoler”
"Expulsar a hermanos colombianos es huir de nuestros problemas” ● “¿Cómo es posible que los más pobres paguen nuestras diatribas?”: Arturo Peraza, S.j. Provincial jesuita ● 1.097 colombianos fueron deportados de Venezuela; poco más de 6 mil han cruzado los límites internacionales a través de un río para retornar a su país y anticiparse a la expulsión
El Nacional 1 DE SEPTIEMBRE 2015 - 10:26 AM
Como sustentó en el reciente documento que publicó la Conferencia de Religiosos y Religiosas, no se ataca al contrabando ni al paramilitarismo, sino a gente pobre. Y eso, para él, es hurgar en la llaga. Callar, por tanto, no es opción.
- En el comunicado, los religiosos y religiosas piden perdón por lo que ocurre en la frontera. ¿No deberían ser otros los que pidan perdón?
- Lo que siento es que uno es ciudadano venezolano y los religiosos nos sentimos venezolanos. Más allá del hecho de que haya sido acción del gobierno, a uno le toca asumir estas situaciones de dolor y era importante para nosotros expresarles a ellos el dolor que sentimos cuando se les ha maltratado. ¿Cómo sacar a una persona de su vivienda y de su vida de la manera en que se les sacó?
Es una cosa que golpea el espíritu de cualquier ser humano, y lo que a uno le produce como miembro de la sociedad venezolana, más allá del tema político, es asumir la actitud de: disculpen este acto, porque avergüenza.
- Sí. Yo siento que la sociedad venezolana en su polarización está huyendo de sí misma al no enfrentar sus verdades y al no trabajar en los hechos.
Creer que atacar el problema de Venezuela es expulsar a hermanos colombianos es huir de nuestros problemas y no darnos cuenta de que el problema es la incapacidad para el diálogo, la incapacidad para producir, la polarización… es decir, son problemas nuestros, no son problemas ajenos.
- Son demasiadas contradicciones y fracturas para una sola sociedad.
- Lamentablemente, eso se expresa en una cantidad de hechos de violencia que van desde la violencia que te consigues en el tránsito, en las colas que se están haciendo, en el sálvese el que pueda, hasta llegar luego a los niveles de la violencia que mata a nuestros jóvenes. En general, es un drama social más sólido que llevamos los venezolanos y que necesitamos resolver como sociedad.
A ellos, también
- Hay una política de silencio por parte de grupos sociales y religiosos que prefieren obviar lo que ocurre. Ante ello, ¿qué debe hacerse?
- Mira, un hecho como éste había que revelarlo y decir una palabra humana de acercar a la gente. No es tomar posición política, sino revelar que afecta a los más pobres. Necesitamos dar una palabra que no sea el simple silencio. Necesitamos hablar, no podemos callarnos: hay que decir lo que está ocurriendo y llamar a cierta humanidad para decir que esto no puede volver a ocurrir.
- Más allá de la razón de Estado, están las personas y sus historias. Hay que entender que la frontera no es una línea: es una oportunidad, y esa frontera, la gente que la habita, es de uno y del otro lado. Muchos de esos colombianos expulsados tienen hijos y nietos venezolanos. No sentir la realidad de la frontera es una injusticia muy grave que separa familias. Hay que abordar el problema de la frontera con un sentido más humano y menos de la posición de Estado.-
- Anunciaron que representantes de los religiosos y religiosas se trasladarán hasta la frontera. ¿Va a servir de algo, dada la actuación del gobierno venezolano?
- El primer objetivo es la misma gente, debo decir. No el gobierno. Queremos estar con ellos, tanto en un lado como del otro y acercarnos con una humilde petición de perdón, porque ellos son las víctimas y los que han sufrido la situación. Ojalá que las autoridades venezolana puedan escuchar este grito y este clamor de humanidad. Quienes han pagado los platos rotos son los pobres. Los vemos en los que cargan neveritas y camitas y las cositas que tienen. ¿Cómo es posible que los más pobres paguen nuestras diatribas?
- Hay una postura: la medida es necesaria porque se está salvando al país de paramilitares y contrabandistas. A los que la mantienen, ¿qué les dice?
- Creo que los que cargaban sus camitas, poca pinta de paramilitares tenían. Los paramilitares manejan una gran cantidad de recursos, y eso no lo denotan las imágenes. Por otro lado, como cristiano, nuestra respuesta es que lo que hiciste con el más pequeño y el más pobre me lo hiciste a mí. Esa es una palabra de Jesús, y tenemos la confianza de que en la medida que haya migrantes buscando refugio y les cerremos la puerta, a quien se la cerramos es al mismo Dios y al corazón humano. Como cristianos nos vemos en la necesidad de decir que vuelva el sentido de solidaridad. Además, si el socialismo significa algo de sentido de solidaridad, esto que hemos visto es lo más contradictorio al sentido de solidaridad humana.
- Una contradicción entre discurso y acción. ¿Se puede afirmar que lo que ocurre en Táchira es una definición del gobierno de hoy?
- Yo creo que es una actuación errónea. Equivocaron el objetivo. Enfrentar a las comunidades pobres y vulnerables es un error. Ojalá haya una rectificación del Gobierno venezolano y entienda que no va a enfrentar al narcotráfico, al paramilitarismo, a la guerrilla (que es parte del problema, aunque nunca la mencionan) y al contrabando enfrentando a los más pobres.
Hay que enfrentar es a los que propician estas situaciones. Creo que todo ese contrabando no es posible habiendo la cantidad de puestos del Ejército y de la Guardia Nacional que controlan la vialidad. Tenemos que revisar la condiciones de nuestra fuerza armada, qué condiciones económicas proponemos para este tipo de situaciones se están generando, no solo hacia Colombia, sino hacia Brasil.No es golpeando a los más pobres que se va a enfrentar el problema.
Como sustentó en el reciente documento que publicó la Conferencia de Religiosos y Religiosas, no se ataca al contrabando ni al paramilitarismo, sino a gente pobre. Y eso, para él, es hurgar en la llaga. Callar, por tanto, no es opción.
- En el comunicado, los religiosos y religiosas piden perdón por lo que ocurre en la frontera. ¿No deberían ser otros los que pidan perdón?
- Lo que siento es que uno es ciudadano venezolano y los religiosos nos sentimos venezolanos. Más allá del hecho de que haya sido acción del gobierno, a uno le toca asumir estas situaciones de dolor y era importante para nosotros expresarles a ellos el dolor que sentimos cuando se les ha maltratado. ¿Cómo sacar a una persona de su vivienda y de su vida de la manera en que se les sacó?
Es una cosa que golpea el espíritu de cualquier ser humano, y lo que a uno le produce como miembro de la sociedad venezolana, más allá del tema político, es asumir la actitud de: disculpen este acto, porque avergüenza.
- Sí. Yo siento que la sociedad venezolana en su polarización está huyendo de sí misma al no enfrentar sus verdades y al no trabajar en los hechos.
Creer que atacar el problema de Venezuela es expulsar a hermanos colombianos es huir de nuestros problemas y no darnos cuenta de que el problema es la incapacidad para el diálogo, la incapacidad para producir, la polarización… es decir, son problemas nuestros, no son problemas ajenos.
- Son demasiadas contradicciones y fracturas para una sola sociedad.
- Lamentablemente, eso se expresa en una cantidad de hechos de violencia que van desde la violencia que te consigues en el tránsito, en las colas que se están haciendo, en el sálvese el que pueda, hasta llegar luego a los niveles de la violencia que mata a nuestros jóvenes. En general, es un drama social más sólido que llevamos los venezolanos y que necesitamos resolver como sociedad.
A ellos, también
- Hay una política de silencio por parte de grupos sociales y religiosos que prefieren obviar lo que ocurre. Ante ello, ¿qué debe hacerse?
- Mira, un hecho como éste había que revelarlo y decir una palabra humana de acercar a la gente. No es tomar posición política, sino revelar que afecta a los más pobres. Necesitamos dar una palabra que no sea el simple silencio. Necesitamos hablar, no podemos callarnos: hay que decir lo que está ocurriendo y llamar a cierta humanidad para decir que esto no puede volver a ocurrir.
- Más allá de la razón de Estado, están las personas y sus historias. Hay que entender que la frontera no es una línea: es una oportunidad, y esa frontera, la gente que la habita, es de uno y del otro lado. Muchos de esos colombianos expulsados tienen hijos y nietos venezolanos. No sentir la realidad de la frontera es una injusticia muy grave que separa familias. Hay que abordar el problema de la frontera con un sentido más humano y menos de la posición de Estado.-
- Anunciaron que representantes de los religiosos y religiosas se trasladarán hasta la frontera. ¿Va a servir de algo, dada la actuación del gobierno venezolano?
- El primer objetivo es la misma gente, debo decir. No el gobierno. Queremos estar con ellos, tanto en un lado como del otro y acercarnos con una humilde petición de perdón, porque ellos son las víctimas y los que han sufrido la situación. Ojalá que las autoridades venezolana puedan escuchar este grito y este clamor de humanidad. Quienes han pagado los platos rotos son los pobres. Los vemos en los que cargan neveritas y camitas y las cositas que tienen. ¿Cómo es posible que los más pobres paguen nuestras diatribas?
- Hay una postura: la medida es necesaria porque se está salvando al país de paramilitares y contrabandistas. A los que la mantienen, ¿qué les dice?
- Creo que los que cargaban sus camitas, poca pinta de paramilitares tenían. Los paramilitares manejan una gran cantidad de recursos, y eso no lo denotan las imágenes. Por otro lado, como cristiano, nuestra respuesta es que lo que hiciste con el más pequeño y el más pobre me lo hiciste a mí. Esa es una palabra de Jesús, y tenemos la confianza de que en la medida que haya migrantes buscando refugio y les cerremos la puerta, a quien se la cerramos es al mismo Dios y al corazón humano. Como cristianos nos vemos en la necesidad de decir que vuelva el sentido de solidaridad. Además, si el socialismo significa algo de sentido de solidaridad, esto que hemos visto es lo más contradictorio al sentido de solidaridad humana.
- Una contradicción entre discurso y acción. ¿Se puede afirmar que lo que ocurre en Táchira es una definición del gobierno de hoy?
- Yo creo que es una actuación errónea. Equivocaron el objetivo. Enfrentar a las comunidades pobres y vulnerables es un error. Ojalá haya una rectificación del Gobierno venezolano y entienda que no va a enfrentar al narcotráfico, al paramilitarismo, a la guerrilla (que es parte del problema, aunque nunca la mencionan) y al contrabando enfrentando a los más pobres.
Hay que enfrentar es a los que propician estas situaciones. Creo que todo ese contrabando no es posible habiendo la cantidad de puestos del Ejército y de la Guardia Nacional que controlan la vialidad. Tenemos que revisar la condiciones de nuestra fuerza armada, qué condiciones económicas proponemos para este tipo de situaciones se están generando, no solo hacia Colombia, sino hacia Brasil.No es golpeando a los más pobres que se va a enfrentar el problema.
Los desgarradores testimonios de familias divididas entre Colombia y Venezuela
Una pequeña televisión está encendida en un rincón del Coliseo Cúcuta, donde opera un albergue para los colombianos que están llegando hasta esta ciudad del noreste de Colombia provenientes de la vecina Venezuela.
Muestra, en vivo, el noticiero de las 7:00 pm, rodeada por unas tres decenas de personas que miran cómo se cuentan los acontecimientos que ellos mismos han estado protagonizando.
Luis José Avendaño, Susana Leal y Yesid Montagú son parte del grupo de televidentes. y sus historias representan las de muchos otros –cientos– que fueron deportados desde Venezuela durante los últimos días.
BBC Mundo conversó con ellos.
Una historia de repetidas partidas obligadas
No es la primera vez que a Luis José Avendaño le toca irse a la fuerza. Un día, en los 90, volvió a la finca familiar y encontró el cuerpo de su padre acribillado, con diez tiros.
"Dicen que fue un grupo armado", cuenta. Pero no sabe más.
Se fue, partió hacia San José del Oriente, en el departamento del Cesar. "Y de allá me sacaron también los grupos armados, los paramilitares". Viajó, entonces, hacia Venezuela.
El pasado domingo otra vez tuvo que volver a salir obligado.
"Me levanté a las 7 de la mañana. Estaba cepillándome cuando me llegó la ley, la Guardia (Nacional)", cuenta Avendaño. Le preguntaron si era venezolano o colombiano. "Yo les dije que era colombiano; y de una me dijeron que tenía que desocupar".
Le preguntaron cuántos años hacía que estaba en Venezuela. 16, respondió. "¿Por qué no sacó la cédula en todo ese tiempo?", inquirieron. "No tuve oportunidad, porque he ido varias veces a los juzgados y me han dicho que no puedo".
"Y me pusieron la letra de demoler (la "D" con la que las autoridades venezolanas están pintando las casas a tumbar) en el ranchito. Me sacaron de una y yo me tuve que venir con lo que tenía puesto", cuenta.
Dice que le dieron unos diez minutos para salir.
Su mujer quedó del lado venezolano, en otro ranchito. Se casaron hace un año. "Ella es colombiana también. (Pero) tiene cinco hijos venezolanos, por eso está allá", explica.
Según Avendaño, su esposa vive ahora con miedo. "Ya no quiere salir a la calle, porque iban a agarrarla". Así que "está viviendo escondida", dice.
Y él se siente "bastante mal" por no poder estar con ella, aunque hablan por teléfono todos los días. "Ella me dice que tiene ganas de venirse, pero como el hijo es venezolano...".
Él, por su parte, ya no quiere volver a Venezuela.
Hermanas separadas
Susana Leal llegó al albergue con dos hijos de 14 y 15 años, su esposo y su cuñado.
A mis hijos también les dijeron que si los encontraban por la calle los metían presos"
BBC Mundo
De Venezuela la deportaron sin aviso. "La guardia llegó a las casas, nos pidió papeles". Le mostraron la cédula colombiana y le dijeron que tenían que irse. Preguntó si podía llevarse al menos un bolsito de ropa. "No, no puede sacar nada, váyase", dice que le respondieron.
"A mis hijos también les dijeron que si los encontraban por la calle los metían presos" cuenta. Dice que tenía miedo de que se los quitaran.
Estuvo cuatro años en Venezuela, pero nunca le gustó del todo. Se sintió discriminada, especialmente cuando iba a hacer las compras. Y tras cuatro o cinco horas de fila, le decían que no, que no había más o le decían "no, eso es solo para venezolanos".
Muchas veces terminaba yendo a comprar –productos contrabandeados– del lado colombiano, a un precio algo más alto. El contrabando era algo público: ella veía a sus vecinos llevar mercadería hacia Colombia.
Cuenta que ella decía: "mire cuántos nos estamos aguantando hambre, porque esa gente pasa (contrabandea) la comida". Y que le contestaban: "Ah, me pagan tanto y yo la paso".
En Venezuela "hay bastante familia mía", afirma. Con lágrimas en los ojos menciona a sus dos hermanas, que quedaron del otro lado.
"No me he podido comunicar con ellas", dice decepcionada. Lo intentó, pero no logró contactarse.
¿Podrán verse pronto? "Está complicado", sentencia.
Hoy, a pesar de estar sin nada, en un refugio, con familia del otro lado, dice que se siente más segura en Colombia.
El heladero engañado
A Yesid Montagú, de 48 años, las autoridades venezolanas le dijeron que fuera a una cancha de fútbol de tierra, para controlar que tuviera en regla los papeles de luz, de agua.
Al llegar, "nos dijeron venezolanos para allá, colombianos para acá; a los colombianos nos subían a un carro", cuenta.
Entonces, explica, "nos quitaron los documentos y se los entregaron a Migraciones". Él no tiene cédula venezolana. Dice que la intentó sacar, pero que el trámite era muy complejo y no lo pudo hacer.
¿A quiénes se llevaron cuando lo deportaron a él? Con una sonrisa de sorpresa por la pregunta responde: "A todo el barrio".
Más allá del engaño, dice que la Guardia Nacional de Venezuela no tuvo mal trato con él.
Cuando se lo llevaron estaba solo pues su esposa había viajado a Maturín, en el noreste de Venezuela, con una de sus hijas. "Viene viajando ya", cuenta. "Ella puede llegar a San Antonio (del lado venezolano de la frontera) y de pronto ahí la migren".
Una vez juntos de nuevo, el plan de Yesid es ir hacia Bucaramanga, la ciudad colombiana, de donde salió hace ocho años. Estuvo dos en Cúcuta y luego se fue para el lado venezolano.
Ahí las condiciones de vida le resultaban más accesibles: "Yo tengo los recibos de la luz, pagaba 30 bolívares; tenía aire acondicionado, congelador", relata.
Incluso había comprado una casa y tenía una heladería. ¿Ahora quién se las va a cuidar?
Y su respuesta sugiere que no pierde la esperanza de regresar.
"Tengo unos vecinos, venezolanos, a los que les dije que le echaran un ojito".
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