El término griego Epifanía tenía el significado de entrada poderosa, por méritos propios, en la fama de las gentes, y se refería a la llegada del rey a una ciudad. También servía para indicar la aparición de una divinidad o una intervención prodigiosa de ella. Esta fiesta nación en las iglesias de Oriente en la segunda mitad del s. IV, al mismo tiempo que la Navidad en Occidente, y tenía como objeto celebrar el nacimiento y el bautismo de Cristo. Posteriormente las dos fiestas se celebraron en todas partes, y la Epifanía quedó en Oriente como memoria del Bautismo mientras que en Occidente se propusieron celebrar sobre todo la venida de los Magos, presentados como primicia de los gentiles, manifestándose Jesús como primicia de todos los pueblos. Se revela así el misterio escondido en Dios: "Que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio". Es, pues, una solemnidad que desborda el tema concreto de los Magos de Oriente, cuya venida se recuerda en la lectura evangélica y cuyo significado es profetizado en la primera lectura y el salmo responsorial. La Epifanía del Señor en la liturgia romana tiene tres momentos: la adoración de los Magos, el Bautismo en el Jordán y las Bodas de Caná
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