Homilía de Francisco sobre el padre Fabre: La inquietud de Dios en el corazón
Advierte de la tentación de relacionar el anuncio del Evangelio con palazos inquisidores
Por Redacción
ROMA, 03 de enero de 2014 (Zenit.org)
- El santo padre Francisco celebró hoy en Roma una misa en la iglesia
'de Jesús', para agradecer la inscripción del jesuita Pedro Fabro en el
libro de los santos. A continuación las palabras de su homilía.
“San Pablo nos dice, lo han escuchado, 'Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús, Él mismo estando en la condición de Dios, no consideró un privilegio ser como Dios pero se anonadó a si mismo asumiendo una condición de siervo'. Nosotros, los jesuitas, queremos llevar el nombre de Jesús, militar debajo del estandarte de su cruz, y esto significa tener los mismos sentimientos de Cristo, significa pensar como Él; querer bien como Él; ver como Él; caminar como Él.
Significa hacer lo mismo que Él hizo y con sus mismos sentimientos, con los sentimientos de su corazón. El corazón de Cristo, de un Dios que por amor se ha vaciado. Cada uno de nosotros los jesuitas, que siguen a Jesús, deberían estar dispuestos a vaciarse a sí mismo. Estamos llamados a este vaciamiento, ser vaciados, ser hombres que no deben vivir centrados en si mismos, porque el centro de la Compañía es Cristo y su Iglesia.
Y Dios es siempre el 'Deus semper maior', el Dios de las sorpresas, y si el Dios de las sorpresas no está siempre en el centro, la Compañía se desorienta. Por eso ser jesuita significa ser una persona de pensamiento incompleto, de pensamiento abierto, porque piensa siempre mirando al horizonte que es la gloria de Dios, siempre mayor, que nos sorprende sin descanso. Es esta la inquietud de nuestra aspiración, la santa y bella inquietud.
Porque pecadores, podemos preguntarnos si nuestro corazón ha mantenido la inquietud de la búsqueda o si por el contrario se ha atrofiado, si nuestro corazón está siempre en tensión, un corazón que no se relaja, no se cierra en si mismo, pero que marca el ritmo de un camino que es necesario cumplir junto a todo el pueblo de Dios. Es necesario buscar a Dios para encontrarlo, y encontrarlo para buscarlo y siempre. Solamente esta inquietud le da paz al corazón de un jesuita.
Una inquietud también apostólica no nos debe hacer renunciar al anuncio del kerigma, a evangelizar con coraje. Es la inquietud que nos prepara para recibir el don de la fecundidad apostólica, sin inquietud somos estériles. En esta inquietud que tenía Pedro Fabro, hombre de grandes deseos, había otro Daniel.
Fabro era un hombre modesto, sensible, de profunda vida interior, dotado del don de tener amistad con personas de todo tipo. Era un espíritu inquieto, indeciso, nunca satisfecho. Bajo la guía de san Ignacio logró unir su sensibilidad inquieta, pero también dulce y exquisita, con la capacidad de tomar decisiones. Era un hombre de grandes deseos, se ha hecho cargo de sus deseos y los ha reconocido. Más aún, Pedro Fabro, cuando se proponen cosas difíciles es que se manifiesta el verdadero espíritu de un hombre de acción. Una fe profunda implica siempre un profundo deseo de cambiar el mundo.
Esta es la pregunta que debemos ponernos: tenemos también nosotros grandes visiones y arrojos? ¿Somos nosotros también audaces? Nuestro sueño vuela alto, el celo nos devora? O somos mediocres y nos conformamos de nuestras programaciones apostólicas de trabajadores. Recordémoslo siempre: la fuerza de la Iglesia no vive en sí misma y en su capacidad organizativa, pero se esconde en las aguas profundas de Dios. En estas aguas se agitan nuestros deseos y los deseos ensanchan el corazón, como decía san Agustín: rezar para desear y desear para ensanchar el corazón.
Justamente en sus deseos Fabro podía discernir la voz de Dios. Sin deseos no se va a ninguna parte. Es por ello que hay que ofrecer los propios deseos al Señor. En las constituciones se dice que se ayuda al prójimo con los deseos presentados a Dios Nuestro Señor. Fabro tenía el verdadero deseo de ser dilatado en Dios, estaba totalmente centrado en Dios, por eso podía ir en espíritu de obediencia, también muchas veces a pié por todas partes de Europa a dialogar con todos con dulzura, era la lanza del evangelio.
Me hace pensar a la tentación que quizás podemos tener nosotros, de relacionar el anuncio del evangelio con palazos inquisitorios y condenatorios. No, el evangelio se anuncia con dulzura, con fraternidad, con amor. Su familiaridad con Dios le llevaba a entender que la experiencia interior y la vida apostólica van siempre juntos. Escribe en sus memorias que el primer movimiento del corazón tiene que ser desear lo que es esencial y originario, o sea que el primer puesto sea dado a la solicitud perfecta de encontrar a Dios nuestro Señor. Fabro encuentra el deseo de dejar que Cristo opere en el centro del corazón. Solamente si se está centrado en Dios se puede ir a las periferias del mundo. Y Fabro viajó sin tregua también por las fronteras geográficas a tal punto, que se decía de él 'parece que haya nacido para no estar quieto en ninguna parte'.
Fabro era devorado por el intenso deseo de comunicar al Señor. Si nosotros no tenemos su mismo deseo entonces tenemos necesidad de detenernos en oración y con fervor silencioso pedirle al Señor por intercesión de nuestro hermano Pedro, que vuelva a fascinarnos con el brillo del Señor que llevaba a Pedro a todas estas locuras apostólicas y a ese deseo sin control.
Nosotros somos hombres en tensión, somos también hombres contradictorios e incoherentes, pecadores todos, pero hombres que quieren caminar bajo la mirada de Jesús. Somos pequeños, pecadores, pero queremos militar bajo el estandarte de la cruz, en la Compañía que lleva el nombre de Jesús. Nosotros que somos egoístas queremos entretanto vivir una vida agitada por grandes deseos. Renovemos entonces nuestra oración al Eterno Señor del Universo, para que con la ayuda de su Madre Gloriosa, podamos querer, desear, vivir el sentimiento de Cristo que se vació a si mismo. Como decía Pedro Fabro, no busquemos en esta vida un nombre que no se aferre a aquel de Jesús. Recemos a la Virgen para ser puestos con su Hijo.
“San Pablo nos dice, lo han escuchado, 'Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús, Él mismo estando en la condición de Dios, no consideró un privilegio ser como Dios pero se anonadó a si mismo asumiendo una condición de siervo'. Nosotros, los jesuitas, queremos llevar el nombre de Jesús, militar debajo del estandarte de su cruz, y esto significa tener los mismos sentimientos de Cristo, significa pensar como Él; querer bien como Él; ver como Él; caminar como Él.
Significa hacer lo mismo que Él hizo y con sus mismos sentimientos, con los sentimientos de su corazón. El corazón de Cristo, de un Dios que por amor se ha vaciado. Cada uno de nosotros los jesuitas, que siguen a Jesús, deberían estar dispuestos a vaciarse a sí mismo. Estamos llamados a este vaciamiento, ser vaciados, ser hombres que no deben vivir centrados en si mismos, porque el centro de la Compañía es Cristo y su Iglesia.
Y Dios es siempre el 'Deus semper maior', el Dios de las sorpresas, y si el Dios de las sorpresas no está siempre en el centro, la Compañía se desorienta. Por eso ser jesuita significa ser una persona de pensamiento incompleto, de pensamiento abierto, porque piensa siempre mirando al horizonte que es la gloria de Dios, siempre mayor, que nos sorprende sin descanso. Es esta la inquietud de nuestra aspiración, la santa y bella inquietud.
Porque pecadores, podemos preguntarnos si nuestro corazón ha mantenido la inquietud de la búsqueda o si por el contrario se ha atrofiado, si nuestro corazón está siempre en tensión, un corazón que no se relaja, no se cierra en si mismo, pero que marca el ritmo de un camino que es necesario cumplir junto a todo el pueblo de Dios. Es necesario buscar a Dios para encontrarlo, y encontrarlo para buscarlo y siempre. Solamente esta inquietud le da paz al corazón de un jesuita.
Una inquietud también apostólica no nos debe hacer renunciar al anuncio del kerigma, a evangelizar con coraje. Es la inquietud que nos prepara para recibir el don de la fecundidad apostólica, sin inquietud somos estériles. En esta inquietud que tenía Pedro Fabro, hombre de grandes deseos, había otro Daniel.
Fabro era un hombre modesto, sensible, de profunda vida interior, dotado del don de tener amistad con personas de todo tipo. Era un espíritu inquieto, indeciso, nunca satisfecho. Bajo la guía de san Ignacio logró unir su sensibilidad inquieta, pero también dulce y exquisita, con la capacidad de tomar decisiones. Era un hombre de grandes deseos, se ha hecho cargo de sus deseos y los ha reconocido. Más aún, Pedro Fabro, cuando se proponen cosas difíciles es que se manifiesta el verdadero espíritu de un hombre de acción. Una fe profunda implica siempre un profundo deseo de cambiar el mundo.
Esta es la pregunta que debemos ponernos: tenemos también nosotros grandes visiones y arrojos? ¿Somos nosotros también audaces? Nuestro sueño vuela alto, el celo nos devora? O somos mediocres y nos conformamos de nuestras programaciones apostólicas de trabajadores. Recordémoslo siempre: la fuerza de la Iglesia no vive en sí misma y en su capacidad organizativa, pero se esconde en las aguas profundas de Dios. En estas aguas se agitan nuestros deseos y los deseos ensanchan el corazón, como decía san Agustín: rezar para desear y desear para ensanchar el corazón.
Justamente en sus deseos Fabro podía discernir la voz de Dios. Sin deseos no se va a ninguna parte. Es por ello que hay que ofrecer los propios deseos al Señor. En las constituciones se dice que se ayuda al prójimo con los deseos presentados a Dios Nuestro Señor. Fabro tenía el verdadero deseo de ser dilatado en Dios, estaba totalmente centrado en Dios, por eso podía ir en espíritu de obediencia, también muchas veces a pié por todas partes de Europa a dialogar con todos con dulzura, era la lanza del evangelio.
Me hace pensar a la tentación que quizás podemos tener nosotros, de relacionar el anuncio del evangelio con palazos inquisitorios y condenatorios. No, el evangelio se anuncia con dulzura, con fraternidad, con amor. Su familiaridad con Dios le llevaba a entender que la experiencia interior y la vida apostólica van siempre juntos. Escribe en sus memorias que el primer movimiento del corazón tiene que ser desear lo que es esencial y originario, o sea que el primer puesto sea dado a la solicitud perfecta de encontrar a Dios nuestro Señor. Fabro encuentra el deseo de dejar que Cristo opere en el centro del corazón. Solamente si se está centrado en Dios se puede ir a las periferias del mundo. Y Fabro viajó sin tregua también por las fronteras geográficas a tal punto, que se decía de él 'parece que haya nacido para no estar quieto en ninguna parte'.
Fabro era devorado por el intenso deseo de comunicar al Señor. Si nosotros no tenemos su mismo deseo entonces tenemos necesidad de detenernos en oración y con fervor silencioso pedirle al Señor por intercesión de nuestro hermano Pedro, que vuelva a fascinarnos con el brillo del Señor que llevaba a Pedro a todas estas locuras apostólicas y a ese deseo sin control.
Nosotros somos hombres en tensión, somos también hombres contradictorios e incoherentes, pecadores todos, pero hombres que quieren caminar bajo la mirada de Jesús. Somos pequeños, pecadores, pero queremos militar bajo el estandarte de la cruz, en la Compañía que lleva el nombre de Jesús. Nosotros que somos egoístas queremos entretanto vivir una vida agitada por grandes deseos. Renovemos entonces nuestra oración al Eterno Señor del Universo, para que con la ayuda de su Madre Gloriosa, podamos querer, desear, vivir el sentimiento de Cristo que se vació a si mismo. Como decía Pedro Fabro, no busquemos en esta vida un nombre que no se aferre a aquel de Jesús. Recemos a la Virgen para ser puestos con su Hijo.
Francisco a los superiores religiosos: "Despierten al mundo"
El Papa indicó que la formación es una obra artesanal y no policiaca, que es necesario hablar a los jóvenes con su lenguaje y que existe también el peligro de 'la trata de novicias'.
Por Redacción
ROMA, 03 de enero de 2014 (Zenit.org)
- La revista Civiltà Cattolica ha publicado hoy en exclusiva la
conversación en el Vaticano que el Papa Francisco concedió a la Unión de
Superiores Generales (USG) de los Institutos religiosos masculinos al
final de su 82a Asamblea General.
"Viendo a los religiosos la gente debe entender: “¡Estas personas van más allá del horizonte mundano! Es decir --ha continuado el Papa, citando a Benedicto XVI-- la vida religiosa debe permitir el crecimiento de la Iglesia por el camino de la atracción”. Y les pidió “¡Sean testimonio de un modo distinto de hacer, de actuar, de vivir!”.
Para entender los problemas, dijo Franciso, “no sirve estar en el centro de una esfera. Para entender, nos debemos 'descolocar', ver la realidad desde más puntos de vista diferentes. Tenemos que habituarnos a pensar”.
Y ejemplificó con un caso concreto, el apostolado juvenil: “Quien trabaja con los jóvenes no puede detenerse a decir cosas demasiado ordenadas y estructuradas como un tratado, porque estas cosas les resbalan a los jóvenes. Se necesita un nuevo lenguaje, un nuevo modo de decir las cosas”.
“Entonces, ¿cuál es la prioridad de la vida consagrada? Respondió el Santo Padre: “La profecía del Reino, que no es negociable”.
Y sobre la nueva geografía que se va diseñando en la Iglesia con más personas de Asia y África indicó: que "esto nos obliga naturalmente a repensar la inculturación del carisma”. Y sobre el miedo de cometer errores invitó al coraje y recordó que “tenemos que pedir siempre perdón y mirar con mucha vergüenza las frustraciones apostólicas que fueron causadas por falta de coraje. Pensemos, por ejemplo, en las instituciones pioneras de Matteo Ricci que en sus tiempos las dejaron caer”. Y matizó que no es solamente una cuestión de folklore, sino que es necesario entender la mentalidad de cada pueblo.
El Papa Francisco reconoció los riesgos, también en términos de “reclutamiento vocacional”, de las Iglesias más jóvenes. Y recordó que en 1994 en un sínodo “los obispos filipinos denunciaron la 'trata de novicias', es decir, la masiva llegada de Congregaciones extranjeras que abrían casas en el Archipiélago con el fin de reclutar vocaciones y transplantarlas a Europa”.
Sobre las vocaciones indicó que la formación "es fundamental. Los pilares de la formación son cuatro: espiritual, intelectual, comunitario y apostólico. El fantasma que se debe combatir es la imagen de la vida religiosa entendida como refugio y consuelo ante un mundo “externo” difícil y complejo”. Por ejemplo dijo, “no se resuelven los problemas simplemente prohibiendo hacer esto o aquello. Es necesario mucho diálogo, mucha confrontación”.
Invitó por ello a evitar a todo costo la hipocresía y recordó que “la formación es una obra artesanal, no policíaca. Tenemos que formar el corazón. De otro modo formamos pequeños monstruos”. Y añadió que “el formador tiene que pensar que la persona en formación será llamada a cuidar el Pueblo de Dios”. Y que en los seminarios se pueden aceptar a los pecadores, porque todos lo somos “pero no a los corruptos”.
Sobre la vida de comunidad recordó la experiencia de la comunidad de Taizé. Y si bien reconoció que “a veces es difícil vivir la fraternidad, si no se la vive, no somos fecundos”. Si bien “La fraternidad religiosa --ha continuado el Papa-- más allá de todas las diferencias posibles, es una experiencia de amor que va más allá de los conflictos”.
Sobre las relaciones entre los obispos y los religiosos, el Santo Padre consideró que los tiempos están maduros para rever los criterios de 1978 y que ha ha confiado a la Congregación para los religiosos la tarea de retomar la reflexión y de trabajar en una revisión del documento Mutuae relationes.
Porque: “es necesario salvar el diálogo entre el obispo y los religiosos para evitar que, no entendiendo los carismas, los consideren simplemente como instrumentos útiles”.
Sobre el salir a las fronteras el Pontífice indicó que si bien quedan las geográficas hay también fronteras simbólicas, las cuales no son prefijadas y no son iguales para todos, sino que “deben buscarse sobre la base de los carismas de cada Instituto”.
Y ha citado otros dos desafíos siempre importantes: el cultural y el educativo en las escuelas y universidades. Los pilares de la educación dijo son: “transmitir conocimientos, transmitir modos de hacer, transmitir valores. A través de ellos se transmite la fe. Indicó también la preparación que se requiere para recibir en contextos educativos, a niños, adolescentes y jóvenes que viven en situaciones complejas, especialmente en familia".
Al concluir el encuentro el papa Francisco le dijo a los presentes: “Les agradezco, les agradezco por este acto de fe que han tenido en esta reunión". Gracias por aquello que hacen, por su espíritu de fe y la búsqueda del servicio. Gracias por su testimonio, por los mártires que continuamente dan a la Iglesia, y también por las humillaciones por las que tienen que pasar: es el camino de la Cruz. Gracias de corazón”.
"Viendo a los religiosos la gente debe entender: “¡Estas personas van más allá del horizonte mundano! Es decir --ha continuado el Papa, citando a Benedicto XVI-- la vida religiosa debe permitir el crecimiento de la Iglesia por el camino de la atracción”. Y les pidió “¡Sean testimonio de un modo distinto de hacer, de actuar, de vivir!”.
Para entender los problemas, dijo Franciso, “no sirve estar en el centro de una esfera. Para entender, nos debemos 'descolocar', ver la realidad desde más puntos de vista diferentes. Tenemos que habituarnos a pensar”.
Y ejemplificó con un caso concreto, el apostolado juvenil: “Quien trabaja con los jóvenes no puede detenerse a decir cosas demasiado ordenadas y estructuradas como un tratado, porque estas cosas les resbalan a los jóvenes. Se necesita un nuevo lenguaje, un nuevo modo de decir las cosas”.
“Entonces, ¿cuál es la prioridad de la vida consagrada? Respondió el Santo Padre: “La profecía del Reino, que no es negociable”.
Y sobre la nueva geografía que se va diseñando en la Iglesia con más personas de Asia y África indicó: que "esto nos obliga naturalmente a repensar la inculturación del carisma”. Y sobre el miedo de cometer errores invitó al coraje y recordó que “tenemos que pedir siempre perdón y mirar con mucha vergüenza las frustraciones apostólicas que fueron causadas por falta de coraje. Pensemos, por ejemplo, en las instituciones pioneras de Matteo Ricci que en sus tiempos las dejaron caer”. Y matizó que no es solamente una cuestión de folklore, sino que es necesario entender la mentalidad de cada pueblo.
El Papa Francisco reconoció los riesgos, también en términos de “reclutamiento vocacional”, de las Iglesias más jóvenes. Y recordó que en 1994 en un sínodo “los obispos filipinos denunciaron la 'trata de novicias', es decir, la masiva llegada de Congregaciones extranjeras que abrían casas en el Archipiélago con el fin de reclutar vocaciones y transplantarlas a Europa”.
Sobre las vocaciones indicó que la formación "es fundamental. Los pilares de la formación son cuatro: espiritual, intelectual, comunitario y apostólico. El fantasma que se debe combatir es la imagen de la vida religiosa entendida como refugio y consuelo ante un mundo “externo” difícil y complejo”. Por ejemplo dijo, “no se resuelven los problemas simplemente prohibiendo hacer esto o aquello. Es necesario mucho diálogo, mucha confrontación”.
Invitó por ello a evitar a todo costo la hipocresía y recordó que “la formación es una obra artesanal, no policíaca. Tenemos que formar el corazón. De otro modo formamos pequeños monstruos”. Y añadió que “el formador tiene que pensar que la persona en formación será llamada a cuidar el Pueblo de Dios”. Y que en los seminarios se pueden aceptar a los pecadores, porque todos lo somos “pero no a los corruptos”.
Sobre la vida de comunidad recordó la experiencia de la comunidad de Taizé. Y si bien reconoció que “a veces es difícil vivir la fraternidad, si no se la vive, no somos fecundos”. Si bien “La fraternidad religiosa --ha continuado el Papa-- más allá de todas las diferencias posibles, es una experiencia de amor que va más allá de los conflictos”.
Sobre las relaciones entre los obispos y los religiosos, el Santo Padre consideró que los tiempos están maduros para rever los criterios de 1978 y que ha ha confiado a la Congregación para los religiosos la tarea de retomar la reflexión y de trabajar en una revisión del documento Mutuae relationes.
Porque: “es necesario salvar el diálogo entre el obispo y los religiosos para evitar que, no entendiendo los carismas, los consideren simplemente como instrumentos útiles”.
Sobre el salir a las fronteras el Pontífice indicó que si bien quedan las geográficas hay también fronteras simbólicas, las cuales no son prefijadas y no son iguales para todos, sino que “deben buscarse sobre la base de los carismas de cada Instituto”.
Y ha citado otros dos desafíos siempre importantes: el cultural y el educativo en las escuelas y universidades. Los pilares de la educación dijo son: “transmitir conocimientos, transmitir modos de hacer, transmitir valores. A través de ellos se transmite la fe. Indicó también la preparación que se requiere para recibir en contextos educativos, a niños, adolescentes y jóvenes que viven en situaciones complejas, especialmente en familia".
Al concluir el encuentro el papa Francisco le dijo a los presentes: “Les agradezco, les agradezco por este acto de fe que han tenido en esta reunión". Gracias por aquello que hacen, por su espíritu de fe y la búsqueda del servicio. Gracias por su testimonio, por los mártires que continuamente dan a la Iglesia, y también por las humillaciones por las que tienen que pasar: es el camino de la Cruz. Gracias de corazón”.
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