Miserere
Miserere, Domine, es ya un clamor del venezolano con algo de educación y un mínimo de valores éticos y morales. Y es ese el clamor porque no supimos aprovechar las puertas que, a lo largo de 15 años, se nos fueron abriendo –y cerrando posteriormente- para resolver la dolorosa y miserable situación de nuestro amado país. En momentos así, recuerdo la carta de despedida de Miguel Ángel Quevedo, editor y propietario de la revista “Bohemia”, de Cuba, la cual “se convirtió en la principal voz de la oposición de la administración de Carlos Prio Socarras y apoyó la insurrección y la revolución en contra del régimen de Fulgencio Batista. El 26 de julio de 1958 la revista publicó el manifiesto de Sierra Maestra, un documento cuyo propósito fue la unificación de los grupos contrarios y opositores que combatían el régimen de Batista. El 11 de enero de 1959, la tirada del primer número edición especial de Bohemia después de la revolución fue de un millón de copias y fue vendidas en pocas horas.” Y fue debidamente pagado con el exilio en Miami, donde se suicidó en agosto de 1969, no sin antes dejar esta carta, cuyo enlace está al final de este artículo. En mayor o menor medida, somos culpables todos de haber dejado llegar las cosas a este extremo. Muchos, por la sordera con que acogieron advertencias serias y razonadas. Otros por no querer ver lo que estaba delante de sus ojos. Otros más, por creerse más vivos que los demás y resultar apaleados en consecuencia. Y otros por creer que así lograrían satisfacer su envidia y apropiarse de industrias y comercios exitosos que se manejarían por sí mismos mientras los nuevos dueños viajaban. Todo eso aunado a una dirigencia opositora más que mediocre, sin visión estratégica, infiltrada, como fue admitido por el propio difunto, “hasta el tuétano” y que, a pesar de ello, nada hizo para desplazarlos hasta que comenzaron a infligir daños, a veces irreparables, a la oposición. No hay que ir muy lejos para pensar en Arias Cárdenas, Escarrá, Ojeda y tantos otros que estaban totalmente a la vista pero fuera del campo visual de tales “dirigentes”. Que, por cierto, no sabemos tampoco dónde estaban cuando cambiaron las circunscripciones electorales para darle la mayoría legislativa a la minoría, cuando se les negaba el REP o cuando se pedían los resultados definitivos de cualquier elección. Culpables fueron, también, los cómodos que destinaban los días de elecciones a pasear o ir de vacaciones con la familia porque “un voto no va a hacer diferencia”, o quienes montaban tremendas pachangas en las marchas que por PROTESTA se convocaban y, de esa forma, quitándole toda seriedad al acto. O quienes convocaban a una marcha porque algún guardia los había mirado feo, y así las marchas, arma potente en manos serias, perdieron hasta la capacidad de convocatoria, a pesar de las miles de advertencias que, bajo la fábula de Pedro y el lobo, se hacían. Culpables fueron los partidos políticos. En su ambición por el poder, poco les importó nacionalizar extemporánea y/o ilegalmente, a miles de extranjeros que rellenaran las urnas electorales con sus colores, que pagaron la lealtad partidista con las arcas del estado (menos ostensible y numéricamente que ahora, pero un delito igual) o con cargos para los cuales no se encontraban preparados los premiados (¿habrá alguien que NO tenga un cuento sobre esto?). Culpables, los funcionarios públicos que pretendían una patente de corso mientras con sus dedos señalaban a los demás. De hecho, en el Ministerio de Relaciones Exteriores era imposible denunciar a algún corrupto/comerciante/malhechor: inmediatamente surgían los clamores de jubilarlo para evitar el escándalo. Si se hubiera permitido el escándalo, denunciando al malhechor con nombre y apellido, muchos delitos no hubieran sido cometidos. Igualmente en las Fuerzas Armadas, un delito de un alto oficial era inmediatamente silenciado y etiquetado como “ataque a la institución”. Si se hubiera llevado a la luz pública al autor y se hubiera tomado distancia de él, otro gallo cantaría en nuestras madrugadas. ¿Dónde se escondían esos altos funcionarios y altos oficiales probos en esos momentos? ¿Por qué nunca salieron al escenario público a distanciarse de semejantes “colegas”? Quien haya pasado por la Cancillería sabrá algunas historias de jubilados antes de tiempo por motivos que no han quedado claros. Y, ¿quién, conociendo los sueldos de un oficial, no ha visto a un capitán o teniente coronel en soberbia 4 X 4 sin que haya una investigación al respecto? Pero somos todos los culpables. Hemos demostrado que en nuestras estrechas mentes no hay más espacio que para las palabras “rancho” y “Bolívar”. El “rancho” es el “triunfo” sobre la banca, el mundo financiero y los poderosos (económicamente hablando) en general. “Tengo mi rancho, no se lo debo a nadie y ¿qué me importa el suelo de tierra o el techo de zinc si tengo un plasma de 40 pulgadas, ropa de Tommy, tremenda nave en la puerta y nevera y cocina americanas?” Y esa misma mentalidad nos construye un ¿obelisco? en la esquina de San Jacinto, una “ampliación” del Panteón Nacional, edificios en serie sin estacionamientos ni instalaciones apropiadas (agua, luz, aseo urbano) en urbanizaciones alguna vez ordenadas y bonitas, convierte establos del hipódromo (sí, aunque no se crea) en cubículos para la subsistencia de damnificados (¿”dignificados”?) por las lluvias y desastres naturales causados, justamente, por permitir la construcción de ranchos en ubicaciones peligrosas, propiciar la toma de edificios y casa para convertirlos en “casas de vecindario”, donde no hay privacidad, ni bienestar ni tranquilidad. Y la joya de la corona: “Bolívar”. Todo se reduce a Bolívar. Todo lleva a Bolívar. Todo empieza y termina en Bolívar. Pero nadie recuerda sus dichos sobre tiranía, opresión, y probidad, ni mucho menos aquel que dice: “”De lo heroico a lo ridículo no hay más que un paso.” Nuestra fuerza armada, hoy al servicio de Cuba, no tiene ningún empacho en seguir usando el lema “forjador de libertades”. Bolívar da la impresión de ser la panacea para todas las enfermedades, tanto de izquierda como de derecha. Es increíble como a un joven elitesco, de la oligarquía criolla, mantuano por donde se le mire, heredero de tierras sin fin y minas explotadas, odiado por ese ofidio envenenado y acomplejado llamado Karl Marx por eso mismo, sea alabado por Chávez, primero, y su cohorte y herederos después, por haber “sido socialista”, por “haber nacido en Birongo” y darle facciones negroides (en tiempos en que la genealogía se analizaba muy detalladamente antes de conceder “favores” reales) con la alevosa intención de alimentar el odio racial desconocido en el país hasta su llegada al poder. Recuerdo haber pensado desde pequeño, que si Bolívar era el “súper hombre” que todos describían, ¿por qué asombrarse de que hizo lo que hizo?. Nada tendría de admirable para un ultrahombre realizar la gesta realizada. Por el contrario, de no ser un ultrahombre resaltarían su capacidad y voluntad de realizarla hasta sin darse cuenta de lo que en realidad era. Y, poco a poco, fui entendiendo que se trataba de un hombre de baja estatura –alrededor de 1m 65 cm-, con serios problemas de salud y con un carácter parco y poco dado a las chanzas y francachelas entre amigos –de hecho, hombre de pocos amigos- que se había propuesto algo en que no cejaría hasta vencer. Y allí fue que sentí, por primera vez, admiración por él, el hombre que se supo imponer a las circunstancias y derrotarlas. Pero, y volvamos a nuestro tema, esa intoxicación bolivariana en mentes tan escasas de materia gris, los llevó a pensar que acudiendo a Bolívar tendrían una respuesta para cada cuestión. Mas el menú les quedó corto y se vieron obligados a improvisar… Improvisar, difícil arte para gente experimentada y de capacidad probada, ya ven lo que ha sido en manos de ineptos, inútiles, incapaces y aspirantes a mediocres… Y tampoco nos imaginamos a personajes como Pedro Carroña hablando sobre probidad en los mismos términos que Bolívar. Miserere, Domine… Culpables somos todos, y doblemente culpables por nuestro laissez faire, laissez passer , le monde va de lui même. Nadie quiso tomar en serio las advertencias, todos creían que un arcángel, al frente de un regimiento de ángeles sobre modernos pegasos y unicornios, nos libraría de estos miserables, cuando no apostaban por los marines, que vendrían en algún descubrimiento súper moderno y, luego de cumplir con el desgaste de su lucha con adversarios ajenos, en un acto público entregarían la corona de este valle de lágrimas al ganador del concurso Mister Venezuela. Cuando hubo que tomar las cosas en serio, saltaban “fulano es mi amigo, no puedo ir contra él”, “tengo un contratico que me va a dejar unos realitos para la familia”, “no me meto en política, si no trabajo no como” y demás palabras por el estilo. Y el eterno recurso criollo de defender al ¿amigo? a ultranza, así sea el ladrón de peor calaña conocido. Se olvidó la sanción moral, la exclusión de los ladrones y aquellos famosos “parejeros”, que llamaban los abuelos –quienes pretendían el mismo trato sin las capacidades necesarias- y el pésimamente mal entendido concepto de “igualdad”. Iguales somos ante la justicia y en asuntos de salud. Iguales somos en nuestra oportunidad de ser educados, pero de ahí en adelante, NO somos iguales. Cada hombre es hecho a su medida y siempre, léase bien, SIEMPRE, habrá uno más inteligente que otro; habrá el que nació para aseador y el que nació para neurocirujano; el motorizado y el abogado; el músico y el informático; el portero y el investigador científico. Y eso, caros amigos, no lo puede cambiar ni el socialismo, ni el comunismo, ni el capitalismo, ni la oligarquía… Cuando en enero veamos tiendas cerradas a falta de inventario, cuando logremos entender que, a cambio de un plasma de 32” nos privamos de las nuevas tecnologías, que ya no habrá un repuesto para SU nevera nueva, como no lo habrá para SU vehículo –si es que posee uno-, como no habrá un apartamento para alquilar gracias a las leyes sociolistas, y la búsqueda de un litro de leche nos lleve a dar vueltas por kilómetros a la redonda antes de que nos pongan el bocado fijo de la cartilla de racionamiento, le sugiero que busque la primera iglesia que haya cerca, eche rodilla en tierra –ya estará acostumbrado si es o fue del PSUV- y repita conmigo:
O Domine, miserere
O Domine, miserere,
Iesu Christe, miserere,
Salus es totius mundi,
salva nos et percipe,
o Domine, voces nostras ;
da cunctis, o Domine,
panem, pacem terrae ;
panem, pacem terrae.
Kyrie eleison ! -
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Carta de Miguel Ángel Quevedo en relación a su suicidio_ http://www.analitica.com/bitblioteca/miguel_quevedo/carta_suicidio.asp - See more at: http://www.frentepatriotico.com/inicio/2013/12/30/miserere/#sthash.zLrvm8KD.dpuf
Carta de suicidio del director de la revista cubana Bohemia
Miguel Ángel Quevedo
Tomado de Oscar Yanes, Pura pantalla, Caracas: Planeta, 2000.
Sr. Ernesto Montaner
Miami,
Florida
Miami,
Florida
12 de agosto de 1969
Querido Ernesto:
Cuando recibas esta carta ya te habrás enterado por la radio de la noticia de mi muerte. Ya me habré suicidado —¡al fin!— sin que nadie pudiera impedírmelo, como me lo impidieron tú y Agustín Alles el 21 de enero de 1965.
Sé que después de muerto llevarán sobre mi tumba montañas de inculpaciones. Que querrán presentarme como «el único culpable» de la desgracia de Cuba. Y no niego mis errores ni mi culpabilidad; lo que sí niego es que fuera «el único culpable». Culpables fuimos todos, en mayor o menor grado de responsabilidad.
Culpables fuimos todos. Los periodistas que llenaban mi mesa de artículos demoledores, arremetiendo contra todos los gobernantes. Buscadores de aplausos que, por satisfacer el morbo infecundo y brutal de la multitud, por sentirse halagados por la aprobación de la plebe. vestían el odioso uniforme que no se quitaban nunca. No importa quien fuera el presidente. Ni las cosas buenas que estuviese realizando a favor de Cuba. Había que atacarlos, y había que destruirlos. El mismo pueblo que los elegía, pedía a gritos sus cabezas en la plaza pública. El pueblo también fue culpable. El pueblo que quería a Guiteras. El pueblo que quería a Chibás. El pueblo que aplaudía a Pardo Llada. El pueblo que compraba Bohemia, porque Bohemia era vocero de ese pueblo. El pueblo que acompañó a Fidel desde Oriente hasta el campamento de Columbia.
Fidel no es más que el resultado del estallido de la demagogia y de la insensatez. Todos contribuimos a crearlo. Y todos, por resentidos, por demagogos, por estúpidos o por malvados, somos culpables de que llegara al poder. Los periodistas que conociendo la hoja de Fidel, su participación en el Bogotazo Comunista, el asesinato de Manolo Castro y su conducta gansteril en la Universidad de la Habana, pedíamos una amnistía para él y sus cómplices en el asalto al Cuartel Moncada, cuando se encontraba en prisión.
Fue culpable el Congreso que aprobó la Ley de Amnistía. Los comentaristas de radio y televisión que la colmaron de elogios. Y la chusma que la aplaudió delirantemente en las graderías del Congreso de la República.
Bohemia no era más que un eco de la calle. Aquella calle contaminada por el odio que aplaudió a Bohemia cuando inventó «los veinte mil muertos». Invención diabólica del dipsómano Enriquito de la Osa, que sabía que Bohemia era un eco de la calle, pero que también la calle se hacía eco de lo que publicaba Bohemia.
Fueron culpables los millonarios que llenaron de dinero a Fidel para que derribara al régimen. Los miles de traidores que se vendieron al barbudo criminal. Y los que se ocuparon más del contrabando y del robo que de las acciones de la Sierra Maestra. Fueron culpables los curas de sotanas rojas que mandaban a los jóvenes para la Sierra a servir a Castro y sus guerrilleros. Y el clero, oficialmente, que respaldaba a la revolución comunista con aquellas pastorales encendidas, conminando al Gobierno a entregar el poder.
Fue culpable Estados Unidos de América, que incautó las armas destinadas a las fuerzas armadas de Cuba en su lucha contra los guerrilleros.
Y fue culpable el State Department, que respaldó la conjura internacional dirigida por los comunistas para adueñarse de Cuba.
Fueron culpables el Gobierno y su oposición, cuando el diálogo cívico, por no ceder y llegar a un acuerdo decoroso, pacífico y patriótico. Los infiltrados por Fidel en aquella gestión para sabotearla y hacerla fracasar como lo hicieron.
Fueron culpables los políticos abstencionistas, que cerraron las puertas a todos los cambios electoralistas. Y los periódicos que como Bohemia, le hicieron el juego a los abstencionistas, negándose a publicar nada relacionado con aquellas elecciones.
Todos fuimos culpables. Todos. Por acción u omisión. Viejos y jóvenes. Ricos y pobres. Blancos y negros. Honrados y ladrones. Virtuosos y pecadores. Claro, que nos faltaba por aprender la lección increíble y amarga: que los más «virtuosos» y los más «honrados» eran los pobres.
Muero asqueado. Solo. Proscrito. Desterrado. Y traicionado y abandonado por amigos a quienes brindé generosamente mi apoyo moral y económico en días muy difíciles. ComoRómulo Betancourt, Figueres, Muñoz Marín. Los titanes de esa «Izquierda Democrática» que tan poco tiene de «democrática» y tanto de «izquierda». Todos deshumanizados y fríos me abandonaron en la caída. Cuando se convencieron de que yo era anticomunista, me demostraron que ellos eran antiquevedistas. Son los presuntos fundadores del Tercer Mundo. El mundo de Mao Tse Tung.
Ojalá mi muerte sea fecunda. Y obligue a la meditación. Para que los que pueden aprendan la lección. Y los periódicos y los periodistas no vuelvan a decir jamás lo que las turbas incultas y desenfrenadas quieran que ellos digan. Para que la prensa no sea más un eco de la calle, sino un faro de orientación para esa propia calle. Para que los millonarios no den más sus dineros a quienes después los despojan de todo. Para que los anunciantes no llenen de poderío con sus anuncios a publicaciones tendenciosas, sembradoras de odio y de infamia, capaces de destruir hasta la integridad física y moral de una nación, o de un destierro. Y para que el pueblo recapacite y repudie esos voceros de odio, cuyas frutas hemos visto que no podían ser más amargas.
Fuimos un pueblo cegado por el odio. Y todos éramos víctimas de esa ceguera. Nuestros pecados pesaron más que nuestras virtudes. Nos olvidamos de Nuñez de Arce cuando dijo:
Cuando un pueblo olvida sus virtudes, lleva en sus propios vicios su tirano.
Adiós. Éste es mi último adiós. Y dile a todos mis compatriotas que yo perdono con los brazos en cruz sobre mi pecho, para que me perdonen todo el mal que he hecho.
Miguel Ángel Quevedo
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