El camino hacia el Ser
Nunca antes el hombre y la mujer habían vivido tiempos de tanto relativismo
RICARDO GIL OTAIZA | EL UNIVERSAL
domingo 5 de enero de 2014
Si nos plantearan la acuciante pregunta: "¿qué es realmente la vida?", formulada por el papa Benedicto XVI a los obispos de Alemania, en el contexto de la Jornada Mundial de la Juventud realizada en Colonia en agosto de 2005, no nos quedarían otras opciones sino el desconcierto, la mudez, el emplazamiento a una honda reflexión frente a un "algo" que nos mueve a la inquietud, a asirnos a muletillas doctrinarias (que puedan de algún modo darnos sustento), para terminar convencidos de la imposibilidad de dar respuesta sin antes revisarnos en lo ontológico: en el misterio de nuestra existencia desde una realidad plurifactorial, extremadamente compleja, que nos lleve a acotar la temática para asirla a un cognoscente y abrir espacios para la "comprensión" de lo inasible.
La vida, ese breve y extraño paréntesis que se nos abre en medio de la eternidad, nos impele a cada instante a una tregua en la vorágine de la realidad, y así poder asumir frente a ella posturas que traigan consigo el sosiego necesario para asumir con dignidad y valentía los inmensos retos que como personas estamos llamados a afrontar. Vivir sin interiorizar el compromiso ético con el "otro" es nadar a contracorriente, es buscar desde el vacío respuestas al silencio, es asumir sin verdaderos referentes un proceso que nos interpela a alcanzar la otra orilla (la plenitud del Ser) de la mano con esos "otros" con quienes nos toca compartir la Tierra. Sojuzgar la existencia sin el necesario cotejo con el mundo animal y vegetal, y las múltiples circunstancias y cruces dados en el camino, es creernos a pie juntilla la falsa interpretación bíblica de erigirnos en dueños y señores de todo lo creado.
Con el hoy Papa Emérito compartimos la necesidad de darle sentido a la vida desde una noción de lo espiritual, que nos conecte con un infinito para así revertir esa suerte de secularización, banalización y "nuevo paganismo" en boga, que hacen de la vida de millones de personas receptáculos ideales para la nada, para el vacío existencial, para la depresión; para la seducción frente al materialismo y las drogas. La humanidad luce deshumanizada, huérfana de espíritu y de sentido de lo "absoluto", lo que la empuja de manera inexorable hacia derroteros meramente fácticos, que la dejan desnuda y expuesta en medio de la incertidumbre epocal. Nunca antes el hombre y la mujer habían vivido tiempos de tanto relativismo como el actual, en el que nada de lo trascedente importa, a no ser que haya de por medio un saldo de orden crematístico traducido, no solo en dinero, sino en todo lo que por su intermedio se pueda hallar: belleza, fama, éxito, placer, posición, preponderancia tribal, y paremos de contar.
Desafortunadamente, muchos de los referentes civilizatorios que hasta ahora nos han servido de soportes y consuelo, no han podido llenar este vacío existencial con sus viejas y manidas formas (ideologías, religiones, corrientes y escuelas del pensamiento), y las instituciones establecidas (Estado, Iglesia y la Familia, entre otras), así como la Tecnociencia, se han quedado cortas a la hora de dar respuestas a las necesidades de una humanidad sin norte, sufriente, desfasada de su tiempo histórico, avasallada por sus propias creaciones, hundida hasta lo indecible en un foso de tergiversaciones propias de quienes no saben los cómo, los por qué ni los para qué de sus auténticos intereses. De allí, como se ha de suponer, la angustia frente a interrogantes como la planteada por el incisivo Joseph Ratzinger, que en lugar de exasperarnos frente a sus agudas aristas, debería prepararnos para el abordaje de nuestro camino hacia el Ser.
@GilOtaiza
rigilo99@hotmail.com
La vida, ese breve y extraño paréntesis que se nos abre en medio de la eternidad, nos impele a cada instante a una tregua en la vorágine de la realidad, y así poder asumir frente a ella posturas que traigan consigo el sosiego necesario para asumir con dignidad y valentía los inmensos retos que como personas estamos llamados a afrontar. Vivir sin interiorizar el compromiso ético con el "otro" es nadar a contracorriente, es buscar desde el vacío respuestas al silencio, es asumir sin verdaderos referentes un proceso que nos interpela a alcanzar la otra orilla (la plenitud del Ser) de la mano con esos "otros" con quienes nos toca compartir la Tierra. Sojuzgar la existencia sin el necesario cotejo con el mundo animal y vegetal, y las múltiples circunstancias y cruces dados en el camino, es creernos a pie juntilla la falsa interpretación bíblica de erigirnos en dueños y señores de todo lo creado.
Con el hoy Papa Emérito compartimos la necesidad de darle sentido a la vida desde una noción de lo espiritual, que nos conecte con un infinito para así revertir esa suerte de secularización, banalización y "nuevo paganismo" en boga, que hacen de la vida de millones de personas receptáculos ideales para la nada, para el vacío existencial, para la depresión; para la seducción frente al materialismo y las drogas. La humanidad luce deshumanizada, huérfana de espíritu y de sentido de lo "absoluto", lo que la empuja de manera inexorable hacia derroteros meramente fácticos, que la dejan desnuda y expuesta en medio de la incertidumbre epocal. Nunca antes el hombre y la mujer habían vivido tiempos de tanto relativismo como el actual, en el que nada de lo trascedente importa, a no ser que haya de por medio un saldo de orden crematístico traducido, no solo en dinero, sino en todo lo que por su intermedio se pueda hallar: belleza, fama, éxito, placer, posición, preponderancia tribal, y paremos de contar.
Desafortunadamente, muchos de los referentes civilizatorios que hasta ahora nos han servido de soportes y consuelo, no han podido llenar este vacío existencial con sus viejas y manidas formas (ideologías, religiones, corrientes y escuelas del pensamiento), y las instituciones establecidas (Estado, Iglesia y la Familia, entre otras), así como la Tecnociencia, se han quedado cortas a la hora de dar respuestas a las necesidades de una humanidad sin norte, sufriente, desfasada de su tiempo histórico, avasallada por sus propias creaciones, hundida hasta lo indecible en un foso de tergiversaciones propias de quienes no saben los cómo, los por qué ni los para qué de sus auténticos intereses. De allí, como se ha de suponer, la angustia frente a interrogantes como la planteada por el incisivo Joseph Ratzinger, que en lugar de exasperarnos frente a sus agudas aristas, debería prepararnos para el abordaje de nuestro camino hacia el Ser.
@GilOtaiza
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