Razón del nombre del blog

Razón del nombre del blog
El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

domingo, 16 de noviembre de 2014

“Quiero ser muy cuidadoso, yo tengo miedo”, dijo Alfredo Guevara a dos periodistas que lo entrevistaron cuando estaba al borde de la muerte. Alfredo Guevara fue uno de los protagonistas estelares de la revolución cubana, cercano a Fidel Castro desde los tiempos del cuartel Moncada y líder del movimiento cultural, especialmente a través de su dirección del legendario Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, ICAI.Guevara reconoce, en primer lugar, la existencia de mecanismos de censura sin los cuales resultaba imposible el establecimiento del totalitarismo.

La mediocridad del pueblo cubano

autro image

“Quiero ser muy cuidadoso, yo tengo miedo”, dijo Alfredo Guevara a dos periodistas que lo entrevistaron cuando estaba al borde de la muerte. Alfredo Guevara fue uno de los protagonistas estelares de la revolución cubana, cercano a Fidel Castro desde los tiempos del cuartel Moncada y líder del movimiento cultural, especialmente a través de su dirección del legendario Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, ICAI. Agobiado por la enfermedad y deseoso de decir su verdad, se quiso confesar ante Abel Sierra y Nora Gámez, quienes hace poco publicaron unos comentarios sobre el encuentro en la revista mexicana Letras Libres. De allí se toman ahora unos fragmentos que parecen elocuentes para el entendimiento de un proceso al cual se vincula cada vez más Venezuela por decisión del gobierno.
Guevara reconoce, en primer lugar, la existencia de mecanismos de censura sin los cuales resultaba imposible el establecimiento del totalitarismo. Detalla las presiones de los “sectores duros” para la prohibición de películas contrarias al interés de la revolución, como La dolce vita de Fellini, Accattone de Pasolini y El ángel exterminador de Buñuel. “Actuaban como Stalin y Beria”, afirma. Atribuye el procedimiento inquisitorial a los grupos más recalcitrantes del Partido Socialista Popular, ahora desaparecido, pero no vacila en asegurar que después promovió, por necesidad política, la prohibición del documental PM realizado por Sabá Cabrera Infante. También llama la atención sobre su papel de cabecilla en la toma violenta del canal 12 de televisión, “acompañado de unos cuantos salvajes con mandarrias” a quienes animaban el Che, Raúl Castro y Ramiro Valdés. “Era importante el control de los medios de comunicación social”, agrega para justificar su conducta.
Después se atreve a tocar el tema de la decrepitud de Fidel Castro en los siguientes términos, partiendo de una versión reciente que el líder dio de su vida: “Se pone a hablar, como hacen los viejos, que se olvidan de las cosas”. Aunque sean evidentes, nadie dice verdades semejantes en Cuba sin dar con sus huesos en la cárcel. Pero, ¿por qué el desafío al líder sacrosanto? Para cuadrarse con la posibilidad de tiempos nuevos. Para justificar los cambios que entonces comenzaba a realizar el sucesor, Raúl Castro, orientación en cuyo apoyo llega a pronunciar afirmaciones lapidarias que nos conciernen aquí y ahora. Alfredo Guevara, un íntimo compañero de viaje del fidelismo, uno de los bueyes cansados que se siente cerca del cementerio y necesita distanciarse de la tropa vulgar, se manifiesta de acuerdo con el desmantelamiento del Estado que ayudó a construir cerca del máximo caudillo. Estos son sus argumentos: “Si se empieza el desmantelamiento de un Estado que usurpa a la sociedad –porque el Estado que ha sido creado en Cuba es usurpador de la sociedad, y la desburocratización es un modo de desmantelarlo de modo realista– resurgirá entonces una sociedad civil que ya existe pero que está aletargada”.
Si estas afirmaciones tajantes interesan a los venezolanos a quienes se pretende imponer un modelo parecido de régimen, sin duda también les conviene retener el pavoroso juicio que hace Guevara de la sociedad cubana. En un salón de ambiente lujoso, según los periodistas, rodeado de pinturas de los creadores más cotizados de la isla, proclamó sin siquiera parpadear: “No creo que mi pueblo valga la pena. Creo en sus potencialidades, pero no en su calidad. A nosotros siempre nos han querido meter en el molde de la Unión Soviética. Conversando con un intelectual francés sobre las particularidades de Cuba, yo lo quería convencer de que éramos diferentes y ese día lo convencí, porque le dije: Sal a la calle. ¿Tú crees que con esos culos y con esas licras alguien puede entender Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana? Acto seguido se rió y me entendió. Hay que tomar en cuenta el trópico, Dios mío”.
Pobre pueblo, juzgado así, menospreciado así, descalificado así por uno de los conductores de la revolución que antes de morir quiere ser cuidadoso porque tiene miedo. Es preciso recordar, desocupados lectores, que nuestras licras y nuestros culos tropicales son muy parecidos.

Los infiltrados

autro image

La censura oficial siempre es una señal de debilidad. Cuando un Estado persigue y encarcela tuiteros, más que ejercer su poder, demuestra su vulnerabilidad. Cuando, cada semana, Diosdado Cabello aparece repartiendo insultos y amenazas en la televisión, no hace más que ofrecerle al país una imagen de la creciente fragilidad del gobierno.
Uno de los logros fundamentales del oficialismo ha sido frivolizar la revolución. Frivolizar la palabra, la idea, el sentido que tiene dentro del espacio simbólico. Con la misma puntualidad que han devaluado la economía, también devaluaron el lenguaje. En este país, la palabra socialismo terminará siendo sinónimo de chanchullo. Independencia y soberanía ya pueden significar lo mismo que autocracia o nepotismo. La palabra oligarquía solo ha cambiado de color. La palabra corrupción sigue igualita. Diciendo lo mismo. Pronunciándose siempre de la misma manera.
Ser revolucionario se convirtió en una fórmula de mercado. El manejo de cierta retórica de izquierda, aderezada con alusiones permanentes a Hugo Chávez, se ha transformado en un protocolo para acceder y surgir en la corporación. Trabucaron el discurso de izquierda en un procedimiento comercial tan eficaz como el manual de ventas a domicilio de Electrolux. El país está lleno de un palabrerío hueco, sin complejidad, que repite expresiones como si fueran recetas de éxito; una gran nada que suena y suena sin dirección ni sentido. Cada vez somos más ruido.
El programa Con el mazo dando es un ejemplo privilegiado. Se puede considerar el show estelar del chavismo. De alguna manera, hereda o prolonga la tradición televisiva del Comandante Eterno. También pretende ser un espacio de ejercicio de poder, donde la eficiencia mediática se imponga sobre la eficiencia del Estado y de las instituciones. Es, además, un programa promovido por la presidencia, tanto que ya se ha anunciado la creación de un periódico con el mismo nombre. Y, sin embargo, es de una superficialidad casi infinita. No hay nada más parecido a Chepa Candela que los mazazos de Diosdado Cabello.
No deja de ser sorprendente que un gobierno que invoque la transparencia y denuncie la guerra mediática construya su principal espacio comunicacional sobre chismes de los que nadie se hace responsable, sobre dimes y diretes anónimos. Los “patriotas cooperantes” del programa actúan de la misma manera que los informantes secretos de la farándula. Cabello denuncia y acusa basado en las confidencias que le dicen sus amigos “Mundo”, “Chef” o “Hierrito”. Se propone ser deliberadamente aguerrido y confrontador, pero el resultado logra lo contrario. Es un luchador solitario, haciendo maromas y gritando sobre un rin. Buscando contrincantes. Buscando público.
Todo esto podría ser gracioso si no fuera, a la vez, tan crudamente trágico. Nada es igual cuando se sitúa en el contexto de una sociedad cuyas instituciones han sido desmanteladas y que se encuentra cada vez más sometida por la lógica de la fuerza. En ese contexto, los “patriotas cooperantes” son una perversión muy peligrosa. Tanto como la pugna entre los grupos armados del país. Tanto como la presencia militar, cada vez mayor, en todos los ámbitos de decisión y desarrollo de la sociedad. Tolstoi decía que la violencia puede servir para reprimir al pueblo, pero no para gobernar. Estamos ante un gobierno que solo es capaz de pensarse desde la guerra. Su fuerza es también su debilidad.
Los enemigos también se gastan. Ahora el poder ha descubierto a los infiltrados. Esta semana, Francisco Ameliach ha dado un número telefónico para denunciarlos. Es el (0416) 942-5792. ¿Qué esperas? Llama.
—Aló.
—Buenos días. ¿Tienes dónde anotar?
—Sí, pero…
—Anota, pues: Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Rafael Ramírez, Jorge Rodríguez, Elías Jaua…
—¡Epa, epa, epa! ¡Ya va! ¡Párate ahí! ¿Qué crees que estás haciendo?
—Cumpliendo con mi deber revolucionario, coño. ¡Estoy denunciando a los infiltrados!

No hay comentarios: