El Papa no quiere una “Iglesia-Museo”
Francisco, en la audiencia general, habló sobre la asamblea de Jesús como de una «familia hospitalaria», en donde hay sitio también para «el hambriento, el sediento, el extranjero y el perseguido, la pecadora y el publicano, los fariseos y las multitudes»
Iacopo Scaramuzzi: Ciudad del Vaticano - Jesús «aprendió la historia humana» en la familia de Nazaret y, cuando comenzó su vida pública, «formó a su alrededor una comunidad, una asamblea», una «familia hospitalaria», no una «secta exclusiva, cerrada», en la que encontraron sitio «Pedro y Juan, pero también el hambriento y el sediento, el extranjero y el perseguido, la pecadora y el publicano, los fariseos y las multitudes».
Papa Francisco dedicó la Audiencia general a la relación entre la familia y la comunidad cristiana, prosiguiendo su ciclo de catequesis en vista del Sínodo ordinario sobre la familia del mes de octubre, e indicó a los fieles la «lección» de Jesús para subrayar que la Iglesia debe tener las «puertas abiertas» y advertir que «las iglesias, las parroquias, las instituciones, con las puertas cerradas no se deben llamar iglesias, ¡se deben llamar museos!».
La Iglesia, dijo el Papa, «camina en medio de los pueblos, en la historia de los hombres y de las mujeres, de los padres y de las madres, de los hijos y de las hijas: esta es la historia que cuenta para el Señor. Los grandes eventos de las potencias mundanas se escriben en los libros de historia, y ahí se quedan. Pero la historia de los afectos humanos se escribe directamente en el corazón de Dios. Y es la historia que permanece eternamente. Este es el lugar de la vida y de la fe. La familia es el lugar de nuestra iniciación (insustituible, indeleble) a esta historia. A esta historia de vida plena que acabará en la contemplación de Dios por toda la eternidad en el Cielo, ¡pero que comienza en la familia! Por ello es tan importante la familia».
Jesús, prosiguió el Papa, «nació en una familia y allí ‘aprendió el mundo’: una bodega, cuatro casas, un pueblito de nada. Sin embargo, viviendo durante treinta años esta experiencia, Jesús asimiló la condición humana, acogiéndola en su comunión con el Padre y en su misma misión apostólica.
La Iglesia, dijo el Papa, «camina en medio de los pueblos, en la historia de los hombres y de las mujeres, de los padres y de las madres, de los hijos y de las hijas: esta es la historia que cuenta para el Señor. Los grandes eventos de las potencias mundanas se escriben en los libros de historia, y ahí se quedan. Pero la historia de los afectos humanos se escribe directamente en el corazón de Dios. Y es la historia que permanece eternamente. Este es el lugar de la vida y de la fe. La familia es el lugar de nuestra iniciación (insustituible, indeleble) a esta historia. A esta historia de vida plena que acabará en la contemplación de Dios por toda la eternidad en el Cielo, ¡pero que comienza en la familia! Por ello es tan importante la familia».
Jesús, prosiguió el Papa, «nació en una familia y allí ‘aprendió el mundo’: una bodega, cuatro casas, un pueblito de nada. Sin embargo, viviendo durante treinta años esta experiencia, Jesús asimiló la condición humana, acogiéndola en su comunión con el Padre y en su misma misión apostólica.
Después, cuando dejó Nazaret y comenzó su vida pública, Jesús formó a su alrededor una comunidad, una ‘asamblea’, es decir una convocación de personas. Este es el significado de la palabra ‘iglesia’.
En los Evangelios, la asamblea de Jesús tiene la forma de una familia y de una familia hospitalaria, no de una secta exclusiva, cerrada: encontramos en ella a Pedro y a Juan, pero también al hambriento y al sediento, al extranjero y al perseguido, a la pecadora y al publicano, a los fariseos y a las multitudes. Y Jesús no deja de acoger ni de hablar con todos, incluso con los que ya no esperan encontrar a Dios en su vida.
¡Es una lección fuerte para la Iglesia! Los mismos discípulos son elegidos para cuidar a esta asamblea, a esta familia de los huéspedes de Dios. Para que esté viva en el hoy esta realidad de la asamblea de Jesús, es indispensable revitalizar la alianza entre la familia y la comunidad cristiana. Podríamos decir que la familia y la parroquia son dos lugares en los que se lleva a cabo esa comunión de amor que encuentra su fuente última en Dios mismo».
«Una Iglesia de verdad según el Evangelio -dijo el Papa entre los aplausos de los fieles- no puede sino tener la forma de una casa acogedora, con las puertas abiertas siempre. Las Iglesias, las parroquias, las instituciones con las puertas cerradas no se deben llamar iglesias, ¡se deben llamar museos! Y hoy esta es una alianza crucial.
«Una Iglesia de verdad según el Evangelio -dijo el Papa entre los aplausos de los fieles- no puede sino tener la forma de una casa acogedora, con las puertas abiertas siempre. Las Iglesias, las parroquias, las instituciones con las puertas cerradas no se deben llamar iglesias, ¡se deben llamar museos! Y hoy esta es una alianza crucial.
¿En contra de los ‘centros de poder’ ideológicos, financieros y políticos -se preguntó el Papa citando un texto que se encuentra en el volumen de sus discursos sobre la vida y la familia pronunciados desde que era arzobispo de Buenos Aires publicado por el Pontificio Consejo para la Familia- volvemos a poner nuestras esperanzas en estos centros de poder? ¡No! ¡Centros del amor! Nuestra esperanza está en estos centros del amor, centros evangelizadores, ricos de calor humano, basados en la solidaridad y en la participación, y también en el perdón entre nosotros. Reforzar el vínculo entre la familia y la comunidad cristiana hoy es indispensable y urgente».
Las familias, indicó el Papa, «a veces se echan para atrás, diciendo que no están a la altura: ‘Padre, somos una pobre familia y un poco destartalada’. ‘No somos capaces’, ‘Ya tenemos muchos problemas en casa’. ‘No tenemos las fuerzas’. Esto es cierto. ¡Pero nadie es digno, nadie está a la altura, nadie tiene las fuerzas! Sin la gracia de Dios, no podemos hacer nada. Tono nos es dado, ¡dado gratuitamente!». Y el Señor «no llega nunca a una nueva familia sin hacer algún milagro», como hizo Jesús en las bodas de Caná: «Todos debemos estar conscientes de que la fe cristiana se juega en el campo abierto de la vida compartida con todos, la familia y la parroquia deben hacer el milagro de una vida más comunitaria para la sociedad entera».
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