23/11/2016
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FOTOGRAFÍA DE PORTADA: AVN
Aquí la semblanza de unos de los seguidores y defensores del
chavismo. El hombre que perjura el odio y, sin embargo, no se ufana de
resentimientos por los traumas del pasado. Jorge Rodríguez, contumaz, cree en
las izquierdas y en la revolución, aunque la suma se convierta en
totalitarismo. La vista gorda o la ceguera no las niega en tanto los errores
siguen y siguen en las sendas del socialismo de Maduro
Doloroso bis, las circunstancias espejean de nuevo:
la tenacidad de la oposición y el talante antidemocrático –totalitario y
dictatorial- del régimen. En 2004 ha comenzado a avanzar la calvicie, tiene ya
una espaciosa frente, bigotes, una moderada barba y es rector del Consejo
Nacional Electoral (CNE). “El papel de árbitro no es fácil, ni mucho menos,
cómodo, pero uno está prevenido, te harán blanco de todos los dardos”, dirá
entonces Jorge Jesús Rodríguez Gómez, al borde, literalmente, de un ataque de
nervios. El psiquiatra que sale del CNE a la Vicepresidencia de la república
—la imparcialidad no conoce de disimulos— antes va a tener que recluirse en la
Clínica Santiago de León en Caracas, donde, pese a la férrea custodia de los
pasillos, se colará la puntada indeseada: “¡Cínico! !El que la hace la
paga!”.
Habitué de Los Roques a donde suele ir en avión
privado, Rodríguez, surfeando sobre la flagrancia del conflicto de intereses,
por esos días ha aceptado la invitación de la empresa Smartmatic, seleccionada
para diseñar la armazón tecnológica del proceso electoral —las captahuellas,
mejor estratagema electrónica—; como muestra de agradecimiento, le ha pagado
por su favorable decisión unas vacaciones de lujo en un resort de Florida; él
se las ha gozado, sin rubor. Escabulléndose del dictamen oficialista de ser
“rico es malo”, lanzará su flecha: “El camino judicial, señores, es más
espinoso para el referéndum… y seguro será más largo”, apuntó en alusión a
referéndum para revocar este año al presidente Nicolás Maduro.
En 2016, ya sin un pelo en la cabeza, la sonrisa más ladeada
y más recalcitrante, Rodríguez, en la mesa del diálogo como representante de la
“nomenklatura” chavista, le dirá a José Vicente Rangel en televisión: “Es que
la oposición empezó sus afanes muy tarde… ya no hay chance de referéndum… la
verdad es que nunca quisieron hacer un revocatorio, Capriles sacó esta
ocurrencia de la chistera porque vio que Ramos Allup le sopla el bisté”. Y
Rangel, supuesto tutor suyo, asentirá tranquilazo, y cambiará de tema, pero no
le preguntará por la casa donde vive en La Florida —la caraqueña—, esa
flanqueada de guardias día y noche y que, según los entendidos, debió costar
millones de dólares: tan caro el metro cuadrado aquí como en Manhattan. En
realidad, su inversión se amplía a varias casas de la misma calle Ávila —junto
a la embajada de Grecia—; quiere la manzana. “La decadencia adeca llegó al cabo
de 40 años; la de los chavistas fue instantánea, se corrompieron de una,
llegaron resentidos y se aferraron al dinero de manera escandalosa”, asegura un
excompañero de andanzas universitarias, izquierdista moderado que se asombra de
lo atrasado del discurso oficialista, tan sesentoso, tan de involución y, sin
duda, de la ausencia de ética. “Después del periplo estudiantil se
distanció de la política hasta que reapareció en escena con el Partido
Socialista Unido de Venezuela (PSUV) convertido en radical, en realidad,
convertido en otro”.
El chavismo, como todo movimiento que se erige salvador y
viene con mesías incluído sin aviso y sin protesto, dogma de fe que llega con
ánimo de expiar pecados, pero solo los ajenos, es una especie de umbral
peligroso: una vez que lo franqueas es difícil retornar, o salir ileso en el
intento. Abduce, resetea, incuba, empadrona. Ahora mismo, sin embargo —ver los
portales de noticias de línea afín al régimen—, hay muchos críticos y conversos
que admiten la responsabilidad gubernamental en el caos imperante y,
cabizbajos, se desmarcan. Afectados por el desengaño que significó la promesa
de un cambio sustantivo a favor de la igualdad y la felicidad, que devino
ahorcamiento de las libertades, se lamentan por el fraude.
Otros, en cambio, callan porque no se atreven a reconocer la
corpulencia del desmán cometido con desparpajo y tonito burlón; admitirlo los
confronta con su propio mapa; o acaso es que necesitan hacerse de la vista
gorda para mantenerse asidos a la ñinga de la parcela de poder que les queda.
Pero los uña en el rabo, los que contra viento y marea defienden este fracaso,
el sueño que siempre fue pesadilla —desde la balacera del primer día de su
presentación el golpe de Estado—, los testarudos que persisten con ojos
vendados, no tienen el favor ni de los partidarios más extremosos, tampoco el
de los más compasivos.
En este grupo de incondicionales, de resteados pero no
con hambre y mucho menos sin empleo que persisten en despotricar de la
oposición sin ver la viga en el ojo propio está Jorge Rodríguez, hijo. Es
parte del inefable trío de los más rechazados del régimen —los otros son
Nicolás Maduro y Diosdado Cabello— aunque muchos insisten en asegurar que el
alcalde de Libertador —el 23 de noviembre cumple ocho años en el cargo y debe a
la Alcaldía Metropolitana más un millardo y medio de bolívares por concepto de
impuestos— no siempre fue así. De confrontación desde que se levanta. También
coinciden los excaramadas en decir que tiene talento, que es el más cultivado.
O sea, sí era intenso, pero era alguien con quien se podía
conversar. Muy distinto al Jorge Rodríguez que desde hace un buen tiempo se ha
revelado como esa suerte de Maquiavelo del Caribe que entra a la Asamblea
Nacional dizque a corretear a los colectivos que la invaden, a los malandros
que han sido convocados para que saboteen la sesión y de paso, roban carteras,
pero deben ser pastoreados por el flautista. Una colega egresada como
él en medicina por la Universidad Central de Venezuela (UCV) asegura que dio un
salto del cielo a la tierra. “¡No lo reconozco en la televisión! Jorge
Rodríguez no era así, tan malicioso, era amable, normal, pues”, asegura
recordando que incluso fue a su boda con Irina Pedraza. “Fue una fiesta
gratísima, gente muy chévere…era otro Jorge… a este parece que se le hubiera
metido un extraterrestre; va decidido a imponer un criterio a costa de lo que
sea, aunque tenga que jugar con fichas de embuste”, añade con pesar.
Nacido en Barquisimeto el 9 de noviembre de 1965, será
presentado con el mismo nombre de su padre; extraña circunstancia resultará que
su canción favorita sea esa setentosa de Los Terrícolas, Carta de
Néstor, en la que el intérprete le canta a su amada embarazada: “Tienes que
tener valor/ y si dios te manda un hijo/ por lo más grande te exijo/ que no le
pongas mi nombre/ ‘para que no sea como yo’”. Pues lleva el nombre del camarada
que, dedicado de manera exclusiva a la lucha armada, no está en casa cuando a
Delcy Gómez —su madre— se le presenta el parto.
Jorge
Antonio Rodríguez, figura mítica de la extrema izquierda venezolana, es también
imagen borrosa del hijo. Los encuentros de la familia se producirán,
la mayoría de las veces, de manera inesperada. Recordaría Jorge Jesús en la
revista Exceso estar en el parque o en una panadería y ver que
de repente se le aproxima un hombre con barba, o sombrero, o lentes, disfrazado
siempre y en cada ocasión de pies a cabeza y que le habla como si lo conociera.
Hasta que por fin lo identifica. Entonces juegan un rato, luego se va. En otra
ocasión se presentará como San Nicolás, por supuesto que nadie podría sospechar
de su verdadera identidad así, despojado de armas, sin pasamontaña, haciendo
contacto con la celebrante burguesía.
No tendría claras las andanzas del hombre que, para unos,
fue un valiente, un mártir, y para otros, un hombre leal pero no de muchas
luces, no un líder carismático y de brillo. Pero sabe que fue, como él, líder
estudiantil, y que ambos ejercieron la militancia sin ambages en la UCV. Jorge
Rodríguez padre, fundador del Movimiento Izquierda Revolucionaria (MIR),
partido que es escisión de Acción
Democrática (AD) y que dará origen a la Liga Socialista, protestará en la
casa que vence las sombras desde el Movimiento de Renovación Universitaria,
enfrentado al primer gobierno de Rafael Caldera. Jorge Rodríguez hijo asume
junto a Juan Barreto la Plancha 80, heredera de la Liga Socialista, y hay quien
asegura que usó capucha. Ahora mismo no defenderá a la UCV de nada, todo lo
contrario.
Muerto a los 34, no llegará su padre ni tan siquiera a rozar
el poder; Jorge Rodríguez hijo sí, es miembro del cogollo rojo, y salvo la vez
que Delcy
Eloína, su hermana, le espetó una palabrota a Chávez y este la execró —por
un tiempo— de sus predios, Jorge Rodríguez siempre estuvo en las buenas con el
PSUV. Y se toma por cierto que la memoria de su padre, muerto en
aberrantes circunstancias, habría sido una especie de credencial y
salvoconducto vitalicio con el cual abrirse paso a troche y moche.
Operación a cargo del PRV, y cuyo artífice es Carlos Lanz,
Jorge Antonio Rodríguez se involucra en el secuestro de William Frank Niehous,
a quien raptan en su residencia el 27 de febrero de 1973; al parecer el fiel
militante no está de acuerdo, pero es un plan al que se suma gente de la Liga y
probablemente otros militantes de la izquierda. Al presidente de la Owens
Illinois en el país lo mantienen en cautiverio por más de tres años, hasta que
la policía da con el escondrijo en que lo han ocultado; durante todo el tiempo
que dura el secuestro lo expolian para obtener financiamiento para la “causa”
—fue el primer secuestro asumido por la izquierda en el que se pide dinero,
antes habían sido solo golpes propagandísticos— y justifican sus captores el
crimen argumentando la supuesta vinculación del industrial estadounidense con
las andanzas del “imperio” contra Allende.
Maltratado con la intención de que suelte prenda con
respecto del paradero de Niehous, Jorge Rodríguez no delata a nadie, y la
policía, para presionarlo opta por la tortura. Una brutal golpiza: le parten
siete costillas, le hunden el tórax y le desprenden el hígado esperando que
suelte información, un infarto, según el parte médico, vendrá en su auxilio. El
este hecho sanguinario y repudiable le quita la vida el 25 de julio de 1976.
Estaba desaparecido desde el 23 del mismo mes. Los policías van presos, aunque
Delcy Rodríguez, hermana de Jorge, y actual ministra de Relaciones Exteriores,
diga que no y que el chavismo llegó para que cosas así no sucedieran nunca más.
Ay. Niehous por su parte regresa a Estados Unidos donde, según se ha dicho,
nunca se restableció del todo.
Amante de la poesía y cuentista premiado —se alzó con el
primer lugar del concurso anual de El Nacional—, muchos han pensado
que Jorge Rodríguez hijo encarna a Hamlet y que todo lo que haga será
en nombre de aquella barbaridad de la que fue víctima su padre —la palabra
víctima, diría, no le va— y que tanto los afectaría a su hermana y a él. Tiene
11 y Delcy seis cuando su padre, ese que va y viene, no regresa jamás, no
volverá al apartamento en el bloque 10 del sector UD3 de Caricuao. Le toca
decir unas palabras de despedida en un homenaje que le hacen en el Aula Magna.
Palabras de su puño y letra que serán consideradas muy conmovedoras:
“Padre, hoy te marchas cuando nos haces más falta, pero
tu ejemplo revolucionario lo llevaremos muy adentro. Escucha en estas mis
palabras el rumor del pueblo, de los desposeídos, de tus compañeros de siempre.
Te recordaremos tal cual fuiste. Padre nuestro, forjador de hombres, los que
hoy te apartan del camino no saben que están abriendo cien más. Padre, todos
tus compañeros pedimos justicia y castigo para los verdugos. Adiós para
siempre”.
Buena pluma, el escritor Federico Vegas, en el jurado del
premio de El Nacional, dirá, sin embargo, con su persistente
lucidez: “Yo fui juez de ese concurso y premié su cuento; él a mi voto
lo redujo a la mitad hasta hacerlo inútil ¿por qué tanta saña? Solo pido mi
derecho a elegir…”.
Quien dirá entre corrillos que tiene una opinión
fatalista de sí y que es melancólico, el hijo del que no suelta prenda escupirá
perlas asombrosas:“La oposición ha bajado 50 puntos en las encuestas”. “En
la ‘Cuarta’ sí se hacían muchos chanchullos electorales, yo voté por la Liga y
en la mesa en la que lo hice nunca se contabilizó un solo voto a su favor”.
“Fui presidente de la Federación de Centros cuya razón de ser era el
cuestionamiento del centralismo de los partidos a los que acribillamos, ahora
lo creo así, con exagerada vehemencia; pienso que tales organizaciones, sin los
vicios del clientelismo, son el vehículo ideal para comunicar a la sociedad con
el poder”. ¿No es asombroso?
Voz que parece que no viene de ese cuerpo, Jorge
Rodríguez, que trabajó por el medio pasaje estudiantil en el gobierno segundo
de Rafael Caldera cuando aún no tenía un Audi —y luego tendría dos—; que
convirtió en búnker pesuveco y propio la hacienda caraqueña Anauco arriba,
espacio cultural compartido por los vecinos que se quedaron con los ojos claros
y sin vista con la expropiación; el mismo que envió a sus hijos a vivir a
Australia, confiaría a la prensa —sí, esa voz no parece que viene de ese
cuerpo— que no cree representar un personaje hamletiano y otras singularidades
más: “No, no soy extremista para nada, más es mi
hermana”. “Las personas pueden ser infectadas de odio (…) Hay personas
que no viven en el territorio nacional y son los causantes de esta enfermedad
en la población, mucha de esta gente que convoca a la destrucción a la muerte,
no vive en Venezuela, Miguel Henrique Otero no vive en Venezuela, Rafael Poleo
no vive en Venezuela, Nelson Mezerhane, ese redomado ladrón, no vive en
Venezuela, ellos viven en Miami o viven en Madrid y convocan a la guerra entre
venezolanos”. “Yo he dado pruebas de que no guardo ningún tipo de resentimiento.
Soy amigo personal de la hija de uno de los torturadores de mi padre”.
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