Autonomía
17 DE SEPTIEMBRE 2013 -El Nacional
A partir de la incondicional aceptación de las diversidades se puede abrir la capacidad de entablar un diálogo entre el pueblo y las élites, que hasta ahora no son ni han sido populares, según la manera en que estos dos conceptos han venido siendo tratados en esta serie de artículos.
Las élites no existen en abstracto ni tampoco en muchedumbre indiscriminada sino en organizaciones e instituciones de muy variada especie: políticas, educativas, científicas, profesionales, eclesiásticas y otras, tanto de carácter público como de carácter privado. Comparten un mismo mundo-de-vida y en este sentido, por el mismo hecho de compartirlo, podríamos decir que constituyen un sistema, el sistema de las élites. El mundo-de-vida popular se da de manera eminente en las comunidades populares de convivencia y de vecindad: barrios, urbanizaciones populares, aldeas y pueblos en las zonas rurales. Entre unas y otras han existido siempre no sólo distinciones de mundos-de-vida, cada uno de los cuales, con sus maneras de entender, conocer y habérselas con la realidad, de sentirla y de practicarla, rige no sólo las diversas formas de agrupación, sino también asimétricas diferencias de poder.
Las élites políticas de uno y otro signo han ejercido su poder sobre las comunidades populares imponiendo mediante constituciones y leyes las formas de organización, de autoridad y de convivencia, desde sus propias visiones de toda realidad física y humana sin tomar en cuenta para nada las reglas compartidas de convivencia presentes en esas comunidades. Las élites educativas han sido siempre enclaves del mundo de las élites en los ambientes populares intentando producir en los educandos una desidentificación de sus modos de vida y una reidentificación en los propios de su mundo, intento por muy diversos motivos generalmente fracasado. Las élites religiosas, y no sólo las católicas, se han dedicado a predicar y difundir una práctica de fe, una regulación moral de la vida y un sistema de símbolos y doctrinas sin considerar positivamente las condiciones antropológico-culturales de recepción, sino partiendo de las maneras en que todo ello ha sido recibido en otros mundos-de-vida. En todos los campos, las élites respectivas han ejercido un poder externo sin permitir ni reconocer ninguna posibilidad de poder propio al mundo popular. En el marco de semejante asimetría de poder, cualquier relación de diálogo se tornará imposible y a lo sumo, si se intenta, no será sino el encubrimiento del mismo ejercicio de dominación. La necesaria aceptación sin condiciones de la otredad mutua, exige la autonomía de poder, lo que no significa independencia, aislamiento o competencia agresiva, en todas las instancias de vida populares. Igualdad de condiciones de poder en el propio mundo y con las propias competencias.
Mucho se viene hablando, hasta incluso dominar el lenguaje y los nombres de las instituciones, de un poder popular omnímodo concebido como avasallante y totalitario, pero cuando se analizan, aun superficialmente, leyes, programas y prácticas, no se descubre sino un mayor sometimiento de ese pueblo a los proyectos, pensamientos y ejercicios del poder de unas nuevas élites. Sólo cambia la retórica.
No se trata, aun si fuera posible, de un simple volteo de tortilla después del cual, lo que está abajo se ponga arriba y lo que está arriba caiga abajo, sino de una igualdad de condiciones para entablar relaciones de reconocimiento, respeto y aceptación sobre las cuales basar una convivencia pacífica y productiva de vida y cultura entre las inevitables élites, que siempre existirán, y el propio pueblo con todo su mundo.
No se ha terminado el tema.
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