Lectura Tangente
07/09/2013 NotitardeEl boom del desastre
- Soledad Morillo Belloso (Notitarde / )
Soledad Morillo Belloso
Me fastidia vivir en un permanente “tuvimos”. Creo mucho más en desentrañar el “tenemos” y afanarnos en el “podemos tener”. Pero para la conjugación en tres tiempos hay que dejar de lloriquear cual plañideras de oficio, aunque vaya sí nos sobran razones para mojar ojeras y pañuelos.
Que tuvimos un país mucho mejor que el que tenemos ahora es una verdad que ni los mismos tontos que nos (des)gobiernan pueden negar. Que del boom del petróleo pasamos al boom del desastre es una verdad del tamaño de un templo. Que el remedio a nuestros males fue una droga aniquilante que nos está desahuciando, es triste aceptarlo. “Nunca es triste la vedad; lo que no tiene es remedio”, cantó el poeta.
Que nada ganamos con repetir incesantemente el “yo te lo dije”, no me queda la menor duda. Que los jóvenes están hartos, los viejos están extraviados, los de mediana edad estamos atrapados. A todos sin excepción nos robaron “los mejores años de nuestra vida”.
Encender el televisor y sintonizar cualquier canal nacional es pasearse por la vulgaridad que nos tomó por asalto y nos condenó a un estado de sitio. La buena letra ha sido confinada a pequeños espacios, algunos periódicos, algunas revistas, algunas páginas en la red. La sencillez y la elegancia son ahora mal vistas. Son, como me escribió una persona, “resabios de ustedes los pequeños burgueses”. Cree que me ofende. No entiende que yo creo en la burguesía, en la decente burguesía. Al fin y al cabo, es la clase social que puso al mundo a progresar. Es la gente que en el planeta surgió e irrumpió con trabajo y esfuerzo. Y aportó creatividad e ingenio. Y con ello benefició a la Humanidad.
“Ser pobre es bueno”. Triste frase que solo puede estar en boca de aprovechadores de oficio, de recostados y enchufados. De quienes sedujeron con malicia a millones con carencias para apoltronarse en el poder y sacarle el jugo a la fruta prohibida del engaño. Los gobiernos populistas y manirrotos hacen inviables a los países. Ellos, los que mandan, lo saben. Lo saben bien. Pero simplemente no les importa. Viven demasiado bien como para que un pensamiento honesto pueda perturbarlos.
En el intercambio epistolar con quien me acusó de burguesa, surge otra acusación que llama poderosamente mi atención: “Usted de seguro jamás ha pisado un barrio y conoce mucho mejor París o Nueva York que su propia patria”, me escribe. Río. Me irrito. Al final, siento lástima. Hay tantos estereotipos y tantos falsos argumentos en tal aseveración. “Yo he recorrido buena parte de mi país. Me faltan, creo, un par de estados –Amazonas y Delta Amacuro-, pero iré tan pronto pueda. Pero el mundo por fortuna a pesar de seguir siendo ancho ya no es ajeno. Y pensar que porque alguien conozca París, o Nueva York, o los confines de La Tierra ello lo hace un apátrida, eso es de mentalidades de La Inquisición”, le respondo.
El hombre lee. Procede a insultarme. A decirme que soy una “hija de p… vendida al establishment…”. Y luego desaparece del chat que él inició, violando una más de las elementales reglas del debate civilizado. Ni mi madre era una p… ni en modo alguno puedo ser parte del “establishment”, como él arguye. El establishment, este establishment de podredumbre y corrupción, de manipulación de las emociones de los pobres, de cifras oficiales maquilladas, de siembra de odios y resentimientos, de tantas mentiras y falsedades, me es ajeno. No formo parte de él ni quiero estar allí. Es el que está comiéndose a pedazos a mi país, tu país, nuestro país.
Con esa mentalidad gobiernan. Son los patrocinantes del boom del desastre. Auspician el caos y la violencia, bajo el estandarte de una terrible y tan conveniente (para ellos) lucha de clases. En río revuelto, ganancia de pescadores. Esa es su consigna. Son como los cazadores furtivos que atacan a las especies en peligro. Hay que derrotarlos. Democráticamente.
Que tuvimos un país mucho mejor que el que tenemos ahora es una verdad que ni los mismos tontos que nos (des)gobiernan pueden negar. Que del boom del petróleo pasamos al boom del desastre es una verdad del tamaño de un templo. Que el remedio a nuestros males fue una droga aniquilante que nos está desahuciando, es triste aceptarlo. “Nunca es triste la vedad; lo que no tiene es remedio”, cantó el poeta.
Que nada ganamos con repetir incesantemente el “yo te lo dije”, no me queda la menor duda. Que los jóvenes están hartos, los viejos están extraviados, los de mediana edad estamos atrapados. A todos sin excepción nos robaron “los mejores años de nuestra vida”.
Encender el televisor y sintonizar cualquier canal nacional es pasearse por la vulgaridad que nos tomó por asalto y nos condenó a un estado de sitio. La buena letra ha sido confinada a pequeños espacios, algunos periódicos, algunas revistas, algunas páginas en la red. La sencillez y la elegancia son ahora mal vistas. Son, como me escribió una persona, “resabios de ustedes los pequeños burgueses”. Cree que me ofende. No entiende que yo creo en la burguesía, en la decente burguesía. Al fin y al cabo, es la clase social que puso al mundo a progresar. Es la gente que en el planeta surgió e irrumpió con trabajo y esfuerzo. Y aportó creatividad e ingenio. Y con ello benefició a la Humanidad.
“Ser pobre es bueno”. Triste frase que solo puede estar en boca de aprovechadores de oficio, de recostados y enchufados. De quienes sedujeron con malicia a millones con carencias para apoltronarse en el poder y sacarle el jugo a la fruta prohibida del engaño. Los gobiernos populistas y manirrotos hacen inviables a los países. Ellos, los que mandan, lo saben. Lo saben bien. Pero simplemente no les importa. Viven demasiado bien como para que un pensamiento honesto pueda perturbarlos.
En el intercambio epistolar con quien me acusó de burguesa, surge otra acusación que llama poderosamente mi atención: “Usted de seguro jamás ha pisado un barrio y conoce mucho mejor París o Nueva York que su propia patria”, me escribe. Río. Me irrito. Al final, siento lástima. Hay tantos estereotipos y tantos falsos argumentos en tal aseveración. “Yo he recorrido buena parte de mi país. Me faltan, creo, un par de estados –Amazonas y Delta Amacuro-, pero iré tan pronto pueda. Pero el mundo por fortuna a pesar de seguir siendo ancho ya no es ajeno. Y pensar que porque alguien conozca París, o Nueva York, o los confines de La Tierra ello lo hace un apátrida, eso es de mentalidades de La Inquisición”, le respondo.
El hombre lee. Procede a insultarme. A decirme que soy una “hija de p… vendida al establishment…”. Y luego desaparece del chat que él inició, violando una más de las elementales reglas del debate civilizado. Ni mi madre era una p… ni en modo alguno puedo ser parte del “establishment”, como él arguye. El establishment, este establishment de podredumbre y corrupción, de manipulación de las emociones de los pobres, de cifras oficiales maquilladas, de siembra de odios y resentimientos, de tantas mentiras y falsedades, me es ajeno. No formo parte de él ni quiero estar allí. Es el que está comiéndose a pedazos a mi país, tu país, nuestro país.
Con esa mentalidad gobiernan. Son los patrocinantes del boom del desastre. Auspician el caos y la violencia, bajo el estandarte de una terrible y tan conveniente (para ellos) lucha de clases. En río revuelto, ganancia de pescadores. Esa es su consigna. Son como los cazadores furtivos que atacan a las especies en peligro. Hay que derrotarlos. Democráticamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario