Opinión | 22/09/2013 | 2 Comentarios
¡Se busca una épica!
Aún resuena en los oídos, a veces el recuerdo nos la trae, aquella famosa frase escuchada aquella famosa madrugada, pronunciada por aquel famoso general de la Fuerza Armada que decía: "la cual aceptó", y la recuerdo a propósito de los fastos con que la revolución bolivariana conmemoró la felonía del sangriento golpe de Estado en contra del, para aquel momento, presidente constitucional de la República de Chile, Salvador Allende
ALEJANDRO OROPEZA G.
Aún resuena en los oídos, a veces el recuerdo nos la trae, aquella famosa frase escuchada aquella famosa madrugada, pronunciada por aquel famoso general de la Fuerza Armada que decía: "la cual aceptó", y la recuerdo a propósito de los fastos con que la revolución bolivariana conmemoró la felonía del sangriento golpe de Estado en contra del, para aquel momento, presidente constitucional de la República de Chile, Salvador Allende.
En aquellos desafortunados eventos, sobre los cuales la historia apenas comienza a desvelar no pocas circunstancias, inherentes a uno y a otro bando, lo más relevante son dos realidades, a saber: en primer lugar, el fin violento de un proceso que a lo largo de la vida democrática de Chile condujo a la Unidad Popular y a Salvador Allende a la Presidencia de la República; en segundo lugar, la inmolación valiente y decidida de aquel gran hombre, estadista y demócrata.
Esos hechos abrieron la puerta a la satrapía, al asesinato, a los desaparecidos, a los exilados, al militarismo gorila y retrógrado, también al fascismo de renovado cuño de las botas en América Latina. Pero también abrieron la puerta a una solidaridad y apoyo de las naciones democráticas con los hermanos chilenos que debieron escapar de aquel infierno, para no terminar desaparecidos o huéspedes del tristemente célebre estadio.
Era Salvador Allende, lo que a no pocos apologistas adulantes rojos rojitos se les escapa, un demócrata a carta cabal, un estadista de cuerpo entero, un humanista universal y decidido y un republicano ejemplar en cuyo criterio no cabía la conjura demagógica contra el pueblo, la manipulación de la ley, la violación y/o relativización del Estado de derecho; es decir, un político cívico muy lejos de la imagen del caudillo militar goriloide que conocemos por estas regiones equinocciales.
Al parecer pretende el procerato revolucionario, recibir en endoso una épica prestada y asociar aquella terrible realidad histórica ajena con la situación actual propia del país que se des-administra.
Se tiene la ambición de paralelizar la vida y obra de Salvador Allende, el héroe definitivo de La Moneda, con la del anterior presidente. Pero, ¿se olvidan de quién dio un golpe de Estado en contra de un presidente constitucionalmente electo por el pueblo venezolano?
¿Existe conciencia de que se obvia el hecho histórico y real del bombardeo a una ciudad abierta como Caracas? ¿Quiénes tomaron las armas de la República para eliminarla y después, visto el fracaso de las (fueron dos) intentonas golpistas, utilizaron la vía electoral para con los mismos recursos que la democracia y la República poseían, desmantelar ese sistema democrático y dar al traste con la institucionalidad en pos de un futuro dorado solo existente en el actuar demagógico de una camarilla política, ahora sí, fascista?
Nos olvidamos, se olvidan de que en los infaustos hechos de abril de 2002 estuvo muy, pero muy lejana, la conducta del anterior presidente del arrojo de Salvador Allende en La Moneda. Y me pregunto: ¿Es que abandonó Allende La Moneda? Es inadmisible, por falaz y anti-histórica, la comparación de la realidad chilena de 1973, con la realidad que define el actuar de la supuesta revolución bolivariana venezolana. Ni siquiera la felonía de 2002 es comparable y ello, por la conducta de unos y otros actores políticos.
Es triste apreciar al procerato revolucionario buscando desesperado y ansioso una épica prestada, fundamentalmente porque no existe una propia o, la que podría erigirse como tal, no llena los requisitos mínimos para serla. Entonces se conmemora el cobarde golpe militar a Salvador Allende, o se celebra solemnemente el aniversario del Asalto al Cuartel Moncada por aquellas tierras o se ve en el genocidio del pueblo sirio una oportunidad para identificarse con una causa guerrera, no importa cuál sea su sino y así allá va a parar, a Siria, un diputado de nuestra Asamblea Nacional.
¿Alguien entiende ese acto? ¿Para qué y por quién fue electo como diputado ese señor? Pero lo cierto es que la articulación posible de una épica propia se da en el propio terreno nacional, es decir, en el cumplimiento de los deberes y atribuciones conferidas en la ya muy poco magna Carta Magna. Pero, quizás lo cierto es que el ámbito de lo nacional no satisface o merece la pena como realidad en la cual construir una épica de buen servicio público, de buena gestión de gobierno. ¡Por favor... qué bolas! Esta revolución trasciende al país y a la América toda (imperio incluido), es universal, planetaria, obedece a los fines de salvar a la humanidad completica de no sabemos qué, pero de algo ciertamente.
A quien, por el favor de Dios, se le ocurre que la acción política del procerato revolucionario se ocupe de evitar que mueran (según estimaciones para 2013) 25.000 venezolanos asesinados, que esta semana descuarticen a 18 reclusos en un motín en Sabaneta, que la inflación en los alimentos esté cerca del 75% en un año, que a los recién nacidos de un centro asistencial en Aragua, a falta de cunas, los pongan en cajas; o que nuestros supermercados den pena por el desabastecimiento.
Qué importa en fin que Venezuela, esa Venezuela que de verdad verdaíta no salió a la calle para apoyar los golpes de Estado de 1992 en contra del para aquel momento presidente constitucional de la república, dormite a punta de mengua pura y politiquera.
Pero nada de eso es relevante, mientras la masa crea que el anterior presidente es igualito a Allende y que libraron tres mil quinientas guerras contra cincuenta mil enemigos externos e internos que impiden que la revolución conquiste el futuro rodilla en tierra. ¡Por caridad... dennos una épica creíble!
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