Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

domingo, 15 de septiembre de 2013

Estaba con mi amiga María Elena Bermúdez en el Hotel "Bella Vista" de la isla de Margarita cuando sucedió la caída y muerte de Salvador Allende.Buscamos un periódico por toda Porlamar que nos informara sobre el titular que habíamos leído en un El Nacional que leía un turista en el desayuno y no lo encontramos...40 años después sólo publico este artículo porque me cansa la repetidera que este gobierno ha hecho sobre el suceso, y lo hago por el carácter testimonial y coherente que le da Antonio Sánchez García...

Chile: «La reconciliación no se impone por decreto sino que brota de un corazón misericordioso»
Mensaje de los obispos en los 40 años del golpe de Estado
Por Redacción

SANTIAGO, 14 de septiembre de 2013 (Zenit.org) - El presidente de la Conferencia Episcopal de Chile (CECh), monseñor Ricardo Ezzati, SDB, dio a conocer este 9 de septiembre el Mensaje del Comité Permanente del Episcopado con relación a los 40 años del Golpe de Estado.
Según información divulgada por la CECh, el también arzobispo de Santiago respondió las preguntas de los medios de comunicación y se refirió al tema del perdón, argumentando que esta acción "no es solo un tema de fe, sino también algo muy humano". En este sentido, señaló que "si la Iglesia tiene que pedir perdón, se hace y se debe hacer todos los días".
Respecto a lo ocurrido el 11 de septiembre de 1973, el presidente de la CECh recordó que tanto la Iglesia, los obispos y en especial el cardenal Raúl Silva Henríquez, "han asumido una tarea gigantesca de reconciliación y de suplencia a tantas falencias en el camino de los derechos humanos".
“Siempre, la medida que el Evangelio nos propone es una medida grande propuesta a personas que somos limitadas. Sin duda alguna se ha hecho mucho. ¿Qué se ha podido hacer mucho más?, ciertamente", afirmó monseñor Ezzati.
En cuanto al papel más específico de la Iglesia en materia de derechos humanos, el arzobispo de Santiago recordó que el Comité Pro Paz y después la Vicaría de la Solidaridad, no solamente han realizado un trabajo directo de atención a las víctimas, sino que también han podido ofrecerles al país una gran cantidad de documentación sobre personas desaparecidas, los que siempre han estado a disposición de la justicia.
En este contexto, destacó el servicio que la Iglesia sigue prestando a Chile, al mantener abierto, todos los días y a todas las personas, el archivo de la Vicaría.
A continuación ofrecemos el texto de los obispos chilenos.
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40 años después del Golpe de Estado: tareas pendientes
Mensaje del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile
1. Recordamos los 40 años del golpe de Estado, un momento doloroso de la historia chilena cuyas heridas no han terminado de cicatrizar.
2. En estas últimas semanas, las causas y las consecuencias de la acción militar de 1973 han sido objeto de diversos análisis. En el actual contexto pre-electoral, lamentablemente parecieran más fuertes las recriminaciones y acusaciones que la necesaria autocrítica y gestos de encuentro que el país agradece y valora.
3. Más allá de las diversas y legítimas lecturas de los hechos, como Pastores de la Iglesia queremos recordar esta fecha desde una mirada a la dignidad de la persona humana. Precisamente motivada por este valor fundamental, la Iglesia católica junto a otras Iglesias cristianas debieron asumir, en un momento en que se abandonó el diálogo razonable, un rol preponderante en la defensa de los derechos humanos y el amparo a compatriotas perseguidos. Nada justifica los atropellos a la dignidad de las personas cometidos a partir del 11 de septiembre de 1973.
4. Verdad, justicia y reconciliación: es el camino que hemos propuesto para una vida digna y una convivencia humanizante. Más que nunca, seguimos creyendo en esta vía, a pesar de las dificultades que se le oponen. Es el camino que Jesús ofrece para alcanzar una Patria grande de hermanos y hermanas. La reconciliación no se impone por decreto sino que brota de un corazón misericordioso. Es nuestra convicción que pequeños gestos personales e institucionales pueden ser vitales para ayudar a sanar heridas y contribuir a una verdadera reconciliación.
5. Nos duelen las lágrimas de todos estos años, como dolía a los Obispos el 13 de septiembre de 1973. Ellos pedían respeto. También lo hacemos hoy, 40 años después. Sólo desde el respeto al otro podremos construir de un modo fraterno la memoria, para desde ella poder levantar la mirada y trabajar con renovada esperanza por el porvenir de nuestra patria.
6. Hacemos nuestro el clamor del papa Francisco: “no es la cultura de la confrontación, la cultura del conflicto, la que construye la convivencia en los pueblos y entre los pueblos, sino esta: la cultura del encuentro, la cultura del diálogo; este es el único camino para la paz” (Angelus, 1 septiembre 2013).
EL COMITÉ PERMANENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHILE
+ Ricardo Ezzati Andrello
Arzobispo de Santiago
Presidente
+ Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua
Vicepresidente
+ Gonzalo Duarte García de Cortázar
Obispo de Valparaíso
+ Horacio Valenzuela Abarca
Obispo de Talca
+ Ignacio Ducasse Medina
Obispo de Valdivia
Secretario General
Santiago, 9 de septiembre de 2013.


14/09/2013 Notitarde Lectura TANGENTE

Aquel nefando 11 de septiembre de hace cuarenta años


Antonio Sánchez García
"Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón."

Borges

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Nada más poderoso que el olvido. Contra el que ningún esfuerzo recordatorio sirve de mucho. Bien vistas las cosas, no son ni la memoria ni el recuerdo la clave del avance de la historia: es el omnímodo, el turbulento, el atronador poder del olvido. Que le ha permitido a la humanidad dar vuelta a sus páginas más ominosas, ilusionar a cada generación con el consuelo del adanismo, hacer como que la historia comienza con cada recién nacido y arrinconar, de ese pasado ensangrentado y colmado de horrores, las pocas perlas de lucidez y el escaso diamante de sabiduría que, a pesar de los pesares, nos rescatan lo más valioso de este doloroso tránsito por guerras y revueltas, genocidios y desmanes que nos han traído, con sus resacas y naufragios, a estas desangeladas costas del presente. Como para seguir caminando erguidos. Lastra, ante ese ser humano cicatrizado por los horrores de la historia, el título de uno de los más bellos y estremecedores libros de memorias escritos por una víctima de Auschwitz, el judío piamontés Primo Levy: "Si esto es un hombre". Lot, huyendo de Sodoma y Gomorra, prefirió cuatro mil años antes mirar al futuro.

La política suele ser esa prolija labor de buhonería que lleva a los ambiciosos a expurgar entre los despojos para escribir sus propias historias. Una suerte de maniqueísmo que extiende certificados de buena conducta y condenas inmisericordes para desviar las turbias aguas del pasado a sus inmaculados molinos. Recuerdo a Primo Levy mientras leo a Günther Grass, quien en una memorable disertación en memoria del 8 de mayo de 1945, día de la capitulación de los ejércitos alemanes, escribiera: "Para hacerles comprender a los muchachos que hoy tienen diecisiete años el grado de servidumbre al que estuvo sometida mi generación, incluso más allá del 8 de mayo, diré que hubo que esperar hasta la confesión ante el tribunal de Nuremberg de nuestro antiguo responsable de asuntos de la juventud para que la pregunta "¿Es posible que semejantes crímenes sean obra de alemanes?" hallase una respuesta, que al mismo tiempo era una acusación en toda regla y que nos liberó de la compulsiva disposición a obedecer y abrió las puertas a una verdadera conmoción. La respuesta fue: "Sí, lo son".

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Pero hay algo peor que el olvido: es la carencia de coraje para asumir las acciones que emprendimos para permitir el futuro que tenemos, así fuera al precio de volver a revivir el trauma originario: la maldición cainita. De allí que peor que el olvido sea el falso arrepentimiento, ese compuesto acomodaticio de oportunismo, ambición y mezquindad que lleva a los hombres a renegar de su pasado o intentar acomodarlo a las necesidades de poder del presente.

Bien por lo alemanes que debieron y supieron asumir sus culpas: nadie asesina a seis millones de seres humanos para sacudirse las cenizas de las manos y sentarse a escuchar la Pasión Según San Mateo en la catedral de Frankfurt, como si el asunto no fuera con ellos. Mal, muy mal por los rusos, que cerraron el negocio de 70 años de horror totalitario como si el Muro se hubiera caído por su propio peso.

De la cruel fantasmagoría hitleriana no quedan rastros. Duró 13 años y fue erradicada como la mala hierva, para ejemplo de la humanidad. El pueblo judío tuvo a buen recaudo mantener viva la llama de la memoria. Pero el estalinismo soviético sobrevive en dos tiranías ejemplarizantes: Cuba y Corea del Norte. Y para vergüenza de la memoria, continúan ejerciendo la fascinación de la crueldad, la idiotía del delirio utópico y el atractivo de la auto mutilación. ¿Cuántos comunistas militan por el mundo con miradas angelicales, como si las hambrunas, persecuciones y mortandades provocadas consciente y sistemáticamente por el comunismo no hubieran existido jamás?

Si hay quien lo dude, que pregunte por Fidel Castro, así se oculte tras la guitarra de Silvio Rodríguez. Resulta insólito y asombroso que la tiranía cubana, tras 53 años de derrotas y fracasos, de vergüenzas, cárcel, fusilamientos, asesinatos y destierros, sobreviva sin una gota de autocrítica, sin un adarme de arrepentimiento, sin ver menguada la soberbia y el desplante homéricos del anciano anclado en sus odios y sus rencores como si se tratara del despojo de un Prometeo caribeño. Montado sobre la proa de su balsa de piedra, anclada en su mar de la felicidad.

Y aún peor: asombra que naciones que se preciaran de saber defender sus tradiciones libertarias, por las que entregaran la sangre de sus pueblos y la inteligencia de sus élites, puedan manipular el espantajo del castrismo como si se tratara de una obra de Miguel Ángel o de una pintura de Leonardo. Que en Venezuela, país que puede preciarse de haber encaminado a América del Sur al reino de su libertad, gobierne un espantajo de dudosos orígenes puesto a cargo de la satrapía por una tiranía que no participó de las luchas independentistas, ni sacrificó uno solo de sus hombres por la libertad de nuestros países, es como para no dar crédito a lo que vivimos. Pues si alguien todavía lo duda, es bueno saber que en Venezuela no gobiernan los venezolanos.

Y aún peor: que esta satrapía sirva de plataforma al expansionismo del castrismo cubano por toda la región, en andas del Foro de Sao Paulo y el concurso de los gobiernos de Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador y Uruguay, la apatía de los restantes países de la región y la activa complicidad de las máximas autoridades de las organizaciones multinacionales encargadas de velar por nuestras democracias, da pie a pensar que un grave mal se ha enseñoreado de las Américas: el mal de la estupidez. Ilimitada y en expansión, como el universo, al saber de Albert Einstein. Y al de Antonio Gramsci: "Solo tú estupidez eres eterna". Lo dice todo.

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"Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos."

Borges

Han transcurrido cuarenta años desde el golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Y tras caravanas de la muerte y una mordaza cuartelera de 17 años, de la más chilena y rancia estirpe, otros veinte de diplomática convivencia de izquierdas y derechas en que los chilenos jugaron a ser europeos y los últimos cuatro, de madurez plena como para que gobierne su derecha, en solitario - que absoluto derecho tiene -, vuelven a oírse los ecos lejanos de trompetas y atabales de la Unidad Popular. Y se reinicia la andanada de acusaciones de parte y parte. Con muy escasas mea culpas.

No deja de avergonzar que el pandero de este revival lo toque la izquierda. Y que a la derecha se la vea como acorralada en su mala conciencia. Nada de lo cual sucedió en España, en plena transición, por consenso de republicanos y monárquicos. Ni en la Alemania post hitleriana, por imposición de las tropas de los aliados. A Franco se lo dejó dormir en paz y a Hitler se le hurgaron las gusaneras, para escarmiento del horror.

Pero en Chile pareciera que izquierdas y derechas decidieron hacer como que el asunto no fue con ellos. Cuando lo lógico y natural, lo adulto, lo digno de naciones con pantalones largos, sería haber acordado un catálogo consensuado de verdades, sólidas y monumentales como una catedral. Que permitirían compartir la carga de una tragedia a la que todos, cual más, cual menos, contribuyeron con tenaz prolijidad. Así el precio máximo a pagar por ese consenso necesario sea reconocer que nuestras fuerzas armadas fueron la quijada de Caín. Y que ante las evidencias de campos de concentración y horrores inenarrables cometidos por chilenos contra chilenos, la mayoría de ellos, la llamada civilidad que aplaudió el golpe de Estado e izó banderas la tarde misma de la ignominia, guardaran un discreto silencio.

Compartir las culpas. La izquierda, en primer lugar, que quiso imponer, con el 34% de los votos, un sistema objetivamente opuesto y contrario a las tradiciones democráticas que le permitieran a Allende - como lo reconocería el día de su proclamación - asumir el poder, así dos terceras partes del país no estuvieran de acuerdo con la aventura: el centro democratacristiano y la derecha liberal conservadora. Así el intento pretendiera travestirse de "rostro humano": socialismo a la chilena, la cuadratura del círculo. Y dentro de la izquierda, la incapacidad en establecer mínimos consensos de gobernabilidad y comprender que el país, sólido en sus tradiciones seculares, no iba a permitir perder la brújula e irse al garete tras una catástrofe anunciada.

Esa primera verdad es tan obvia, tan elemental, tan de Perogrullo, que asombra la cara de virginidad con que las damiselas del Partido Comunista hacen como si sus camaradas fueran vírgenes vestales, el estalinismo un cuento de hadas y el castrismo un paraíso real imaginario. Quisimos asaltar el poder, arrasar con la institucionalidad burguesa, triturar y reescribir la historia y poner el país patas arriba. De Allende a Miguel Enríquez y de Carlos Altamirano a José Viera Gallo. Todo lo demás es cuento de chinos.

Del otro lado, y como lógica reacción, la ultraderecha quiso poner en marcha un brutal proceso de fascistización de la sociedad. Asesinar a quien se le pusiera por delante. Entre la verdad del MIR - pueblo, conciencia, fusil - y la de Patria y Libertad - religión, familia y propiedad - vivimos el fracaso de toda mediación, el naufragio de la sensatez ante el delirio y el surgimiento de falacias con las que comulgáramos día tras día y noche tras noche. La crisis existencial que brotó de las entrañas de un país desquiciado clamó a gritos por una solución que nadie, absolutamente nadie, tomó en serio o promovió sin mala conciencia.

Pues querámoslo o no, el golpe de Estado fue la evidencia del más grave fracasado político y moral de la República. La resurgencia de nuestras peores taras y nuestros más graves defectos. Tanto aserramos la rama sobre la que estábamos sentados, que el golpe de Estado se cayó de maduro. ¿Es tan difícil aceptar esos hechos, que de obvios dan asco? De allí en adelante vienen las otras verdades. Merecen un próximo artículo.

E-mail: sanchezgarciacaracas@gmail.com Twitter: @sangarccs


La plusvalía de los muertos

El pinochetazo fue buscado por todos los factores, porque la cordura había huido

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CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ |  EL UNIVERSAL
domingo 15 de septiembre de 2013  
Shakespeare en el lecho de muerte dictó el epitafio para su tumba de la Iglesia de la Santísima Trinidad de Stratford. Dice más o menos así: "Buen amigo, abstente por Jesús, de remover el polvo aquí enterrado/ Bendito el hombre que respete estas piedras y maldito sea quien perturbe estos huesos". El principio en la política es dejar tranquilo lo que está tranquilo, a menos que sea un imperativo estratégico. No remover fondos turbios de lo accesorio es una de las pruebas de sabiduría que dan grandes jefes y estadistas. Los españoles superaron los desgarramientos de uno de los episodios más sangrientos de la Historia, la Guerra Civil de 1936, porque tendieron una lápida de silencio sobre los asesinatos de padres a hijos e hijos a padres, lo mismo que los norteamericanos con su propia Guerra Civil. En su evidente sapiencia, Zapatero quiso sacarle plusvalía a los muertos y se le armó un atajaperro. 

Algunos historiadores dicen que las guerras civiles son más crueles que las convencionales porque desatan viejos odios soterrados en la convivencia, y en ellas combaten los de la misma sangre, mientras en las otras pelean hombres que nunca se han visto entre sí. Como producto de los errores "revolucionarios" de la AD del 45-48 y de la imprudencia de Villalba y Caldera, Venezuela vivió 10 años de dictadura. Y en 1958 lejos de retaliaciones y rencores, Betancourt tuvo la agudeza de incorporar a su gobierno los factores de la anterior desestabilización, con el Pacto de Punto Fijo. Jamás sacó facturas arrugadas, y construyó la democracia. Los líderes chilenos parecían (?) entender eso. 

Socialistas dementes

Los socialistas crearon uno de sus consabidos naufragios en el descocado intento de convertir Chile en una nueva Cuba, y la Democracia Cristiana apostó a un golpe de Estado en la suposición de que sería efímero. De ahí nació el gran drama del que "todos son culpables", como espetaría el Príncipe ante la muerte de Romeo y Julieta. Gracias a la Concertación entre esos culpables, se lograron luego de 17 años de horror, la paz y el progreso. Por eso el ataque agudo de memoria que acaba de sobrevenirles con la "conmemoración" de los 40 años del golpe contra Allende es una fanfarronada electorera, como si los rusos conmemoraran los fusilamientos campesinos en 1936 por Stalin, o los alemanes la designación de Hitler canciller del Reich en 1933. En septiembre de 1970 a Salvador Allende lo designan presidente por votación constitucional en el Congreso, luego que en los comicios ningún candidato obtuviera mayoría calificada. 

En Chile existía una poderosa izquierda desde los años 30. Recabarren funda el Partido Obrero Socialista en 1912, antes de la Revolución Bolchevique. En 1932 el comodoro Marmaduke Grove crea la "república socialista" por un pronunciamiento de facto, pero apenas dura 12 días. En 1938, en la política de los frentes populares stalinistas, la izquierda gana las elecciones con un candidato rosado, Pedro Aguirre Cerda. Vuelven a triunfar en los comicios de 1946 con Gabriel González Videla, que una vez electo, abandona el barco revolucionario, y al que Neruda dedica uno de los poemas más demoledores de la lengua en Canto General. Allende obtiene la primera minoría en los comicios y la Democracia Cristiana no tuvo más alternativa que votarlo en el Parlamento. 

Desgracias inevitables

El contaba con amplia simpatía en las propias bases socialcristianas, permeadas por los planteamientos socialistas, y con una profunda influencia en las Fuerzas Armadas. No hacerlo, dicen los expertos, hubiera podido precipitar una guerra civil. Después de tres años de un gobierno equivocado en todo, y la acción demencial de los partidos de la Unidad Popular, con acelerado deterioro institucional y económico, se crea el ambiente para el golpe. No existe lugar sobre la tierra que las políticas hiperestatistas no hayan conducido a la ruina y como debían saberlo los gobernantes venezolanos. Mientras Allende intentaba actuar con "el escudo de la Constitución" como decía, el saco de gatos de la Unidad Popular se dedicaba al vandalismo tan familiar en Venezuela, y el proceso carecía de dirección. El Partido Socialista estaba dividido en varias fracciones, desde la derecha hasta la ultra izquierda, que andaba cada una de su cuenta. 

Así la disidencia socialcristiana del MAPU y los radicaloides (siempre ellos) que no pertenecían de la UP, adherían "la causa" para radicalizarla, como el MIR, la Izquierda Cristiana y el VOP. Tomas de fincas, manifestaciones, ocupaciones de fábricas de botones, insultos y ruina para las clases medias, atracos a bancos por militantes revolucionarios. El triunfo de Allende y el golpe de Estado fueron desgracias, pero desgracias inevitables. El pinochetazo fue incansablemente buscado por todos los factores, porque la cordura había huido. Los radicaloides querían la "confrontación final" en la que las masas derrotarían los tanques, y armaban los trabajadores con revolvones y escopetas para dar la batalla decisiva contra el Ejército. Pinochet dio el zarpazo cuando el caos disolvió la fuerza de Allende en el aparato militar y pudo asumir el control pleno. "El pobre Augusto ya debe estar muerto" (por los golpistas), dijo Allende en medio delputch. Y el otro gran responsable ante la historia fue el secretario general de los socialistas, Carlos Altamirano, quien el 9 de septiembre le retira el apoyo del partido al presidente. Esa fue la señal para el golpe. La historia se vistió de rojo.

@carlosraulher

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