Razón del nombre del blog

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El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

domingo, 6 de septiembre de 2015

Fue Gramsci, uno de los más lúcidos y, por ello, más problematizados de entre los honestos intelectuales comunistas –son muy pocos– el que le atribuyó el pesimismo a la inteligencia y el optimismo a la voluntad. Corren tiempos en Venezuela en los que el "gobierno" de Nicolás Maduro, desde un tiempo para acá, ha creado una fantasiosa historia sobre la supuesta vinculación de los paramilitares colombianos y del ex presidente Álvaro Uribe con la oposición democrática venezolana. Es tiempo de clarificar la verdad de los hechos para desenmascarar la maniobra política que existe detrás de los señalamientos de Nicolás Maduro, de Diosdado Cabello y de otros dirigentes oficialistas.

El cuento del paramilitarismo

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El gobierno de Nicolás Maduro, desde un tiempo para acá, ha creado una fantasiosa historia sobre la supuesta vinculación de los paramilitares colombianos y del ex presidente Álvaro Uribe con la oposición democrática venezolana. Es tiempo de clarificar la verdad de los hechos para desenmascarar la maniobra política que existe detrás de los señalamientos de Nicolás Maduro, de Diosdado Cabello y de otros dirigentes oficialistas. La zona fronteriza ha estado sometida, durante los 16 años de régimen chavista, a una creciente inseguridad que ha comprometido ampliamente la tradicional forma de vida de su población, al tener que enfrentar, en medio de una total impunidad, todo tipo de delito:  el secuestro, la vacuna, el sicariato, el tráfico de drogas y el contrabando. La total falta de acción de la Fuerza Armada Nacional y de los organismos policiales ha comprometido gravemente la producción agrícola-pecuaria de esas zonas al tener que abandonar sus propietarios numerosas fincas que han sido tomadas por delincuentes e invasores…
El trágico proceso de violencia vivido por Colombia, durante estos sesenta años, hay que definirlo como una guerra asimétrica de baja intensidad cuyos principales actores han sido el Estado colombiano, las guerrillas de extrema izquierda y los grupos paramilitares de extrema derecha. Sus causas: las graves tensiones sociales existentes en la sociedad colombiana y la influencia cubana. El conflicto armado presentó, en la década de los ochenta, un rápido escalamiento que se caracterizó por el control de la guerrilla de numerosas regiones del país, por los asesinatos selectivos de miembros civiles de la izquierda a manos de los nacientes grupos paramilitares, así como la aparición del narcotráfico. Al pasar de los años, importantes sectores de la guerrilla y de los paramilitares se vincularon a ese flagelo, debilitándose toda orientación política de esos grupos armados. En  la década de los noventa se presentó la mayor degradación del conflicto, al generalizarse el asalto armado a poblaciones, las desapariciones, y las masacres indiscriminadas de civiles.
Durante esos mismos años, en pleno ejercicio de los gobiernos democráticos, grupos guerrilleros de izquierda atacaron puestos militares venezolanos, en distintas oportunidades, causando 62 bajas de efectivos militares. No es posible olvidar las masacres de Perijá, donde murieron 9 guardias nacionales, y de Cararabo, donde fueron asesinados, con gran saña, 8 efectivos de la Armada. La responsabilidad de esos ataques fue siempre asumida públicamente por las FARC y el ELN. El inaceptable coqueteo de Hugo Chávez con esos grupos de izquierda, responsables del asesinato de numerosos venezolanos, produjo una disminución de los  ataques a puestos militares, aunque todavía ocurrieron 2 casos: las emboscadas a una lancha de Pdvsa, donde murieron una ingeniero y 5 efectivos del Ejército y a una patrulla en el estado Táchira donde murió un efectivo del Ejercito. Justamente, esa es la gran diferencia entre los anteriores ataques, de cuya responsabilidad nadie duda, y cualquier acción vinculada con los paramilitares por el régimen chavista.
La presencia de ese grupo armado de la extrema derecha colombiana surgió como respuesta a la acción guerrillera en la década de los ochenta. Inicialmente  recibió el apoyo soterrado de políticos, militares, ganaderos y empresarios. Sus  operaciones militares se caracterizaron por un elevado grado de violencia criminal que los condujo a realizar numerosas masacres y asesinatos de civiles, campesinos y sindicalistas bajo el mando de jefes paramilitares como Carlos Castaño Gil y Salvatore Mancuso. Además de su acción criminal utilizaron como fuente de financiamiento el narcotráfico, el secuestro, la extorsión y el despojo de tierras. El presidente Álvaro Uribe planteó un polémico proceso de desmovilización que permitió la casi  total desaparición de dicho grupo armado, aunque algunos de sus integrantes se organizaron posteriormente en las denominadas bandas criminales emergentes que continúan en actividad. Un hecho positivo fue lograr la extradición a Estados Unidos de varios de los jefes paramilitares por narcotraficantes.
El régimen chavista ha tratado de confundir a la opinión pública al señalar que existen vínculos estrechos entre la oposición democrática venezolana y las Autodefensas Unidas de Colombia. La verdad histórica es que ese grupo armado desapareció totalmente como organización con alguna orientación ideológica, solo permaneciendo activas algunas de las bandas criminales, que se originaron después del proceso de desmovilización. Es posible que existan partidos políticos pertenecientes a la alianza opositora, ideológicamente de centro-derecha, que puedan tener alguna simpatía política por Álvaro Uribe y su partido Centro Democrático, pero de allí a vincular a la oposición venezolana con los paramilitares es una jugada política que solo muestra el desespero en que se encuentra Nicolás Maduro ante la estrepitosa caída de su popularidad. El presidente Álvaro Uribe mantiene actualmente un sólido prestigio, indicando que su gestión presidencial, con aciertos y errores, es valorada positivamente por el pueblo colombiano.

@FOchoaAntich

Razones para el pesimismo

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Puesto a considerar seriamente las duras verdades de Carlos Andrés Pérez, uno de nuestros más destacados políticos, en cuyas manos estuviera ese país invertebrado durante una larga década vital de nuestra existencia, descarto el fácil recurso a darlas por despechada expresión de su rencor y de su resentimiento, sabiéndolo ni rencoroso ni despechado. No hay ninguna razón para el optimismo

Fue Gramsci, uno de los más lúcidos y, por ello, más problematizados de entre los honestos intelectuales comunistas –son muy pocos– el que le atribuyó el pesimismo a la inteligencia y el optimismo a la voluntad. Su inteligencia le llevó a anticipar su propio y dramático fin asistiendo al desmoronamiento de todas sus ilusiones. Su voluntad lo llevó a vivir a plenitud todas sus certidumbres cuando no era más que un leve espíritu sobreviviente, su cuerpo aherrojado a las mazmorras de Mussolini. Su obra, un testimonio de grandeza escrito en cuadernos carceleros, que recogen deslumbrantes reflexiones sobre la tragedia de un pensador liberal metido en la horma de la tiranía marxista. El pendant de Rosa Luxemburg, otra comunista a pesar de ella misma.
Ambos se situaron en el vértice de la historia, esa máxima altura desde la cual se hacen comprensibles los lejanos orígenes de nuestras tribulaciones. Pues desde el divino y espontáneo Big Bang originario nada sucede desde su ahora, sino desde sus lejanos antecedentes. Lo que sitúa a la inteligencia ante la necesidad de aceptar lo que fue, pues está determinando lo que es, y a la voluntad a aspirar a lo que debiera ser, pues no existe otra vía para el cambio. De modo que al final del camino ni la inteligencia ni la voluntad son valores antinómicos o contradictorios, sino las dos extremidades del quehacer histórico. Soy inteligente, luego voluntarioso.
Aun así: nada más doloroso que asistir a las confesiones de un hombre de acción súbitamente arrojado a las playas del naufragio de sus actos, sin otro tablón al que asirse que no sea la descarnada revelación de sus adquiridas y sufridas verdades. Aquellas que pretendiera modificar, y no pudo. Dejándonoslas como tarea a resolver a los que vinimos. Un pesimismo heredado ante viejas verdades tenaces y aparentemente inalterables.
No hablamos de cualquier cosa. Hablamos de nuestro país, de nuestra sociedad, de nuestras familias, de nuestros semejantes. De nosotros mismos. Y así el término les disguste a los más conscientes: de nuestra patria. En este caso concreto, de las dolorosas y casi intolerables confesiones que sobre las carencias de Venezuela, sus inconsecuencias, sus frustraciones y sus extravíos, nos dejara Carlos Andrés Pérez, uno de los políticos más sobresalientes del siglo XX y uno de los más importantes personajes de la civilidad republicana bicentenaria. Desgraciadamente, sus Memorias proscritas, recogidas por Ramón Hernández y Roberto Giusti, están agotadas y las insólitas circunstancias que vivimos impedirán que vuelvan a ser editadas hasta el momento en que ya constituyan parte del pasado que muchos querrán olvidar.
En esencia, consciente de que ya estaba políticamente amortajado y nada perdía o ganaba contando su verdad en bruto, aquel deslumbrante acopio de experiencias y conocimientos de una vida dedicada a la política en su más alto nivel, coronada por dos presidencias de la república, soltó su más íntima verdad sobre hechos, sucesos y hombres de su amada Venezuela. Esa verdad es estremecedora, pues confirma la sospecha de algunos pensadores venezolanos a lo largo de nuestros dos siglos de historia republicana acerca de la inexistencia de una auténtica conformación sociohistórica llamada Venezuela o, si se prefiere, la inveterada crisis de nación y de pueblo que nos lastra, sin tener presente lo cual se dificulta enormemente comprender la tragedia desatada en nuestra sociedad a partir, precisamente, de la caída en los infiernos del mismo Carlos Andrés Pérez y la resurrección de nuestros más ínclitos desastres decimonónicos en la figura del caudillismo militarista y automutilador actualizado por un miembro de nuestras supuestas Fuerzas Armadas. En complicidad con las montoneras políticas de los partidos del siglo XX y los intelectuales y publicistas que le sirvieran de corifeos.
Pues amén del desprecio con que ningunea prácticamente a todos los otros presidentes de la República, a ninguno de los cuales, salvo a su maestro Rómulo Betancourt, les reconoce la más mínima jerarquía política, intelectual y moral como para haber ocupado la máxima magistratura de la nación –Lusinchi, “un pobre diablo”; Herrera, “un ser raro”; Caldera, “un impostor”– su verdadera crítica apunta al país que hizo posible la desventura de dichos sujetos dirigiendo los destinos de una nación invertebrada. Vista desde el práctico derrumbe de todas sus instituciones, para el doblemente ex presidente de la República Carlos Andrés Pérez en Venezuela no existen Fuerzas Armadas, no existe clase política, no existe ideología nacional, no existe empresariado, no existen intelectuales.
¿Qué queda de un país cuyas principales instituciones son unas imposturas? La nada. Es lo que afirma sin que le tiemble la voz respecto de las fuerzas que en un país en serio constituyen su columna vertebral: “Las Fuerzas Armadas no son una realidad real. Se sustentan en la nada. Son nada”. ¿Qué queda de un país carente de conciencia e ideología nacional? La nada. Venezuela habría llegado a su llegadero. Tras doscientos años de república carecer de los atributos que hacen a la esencia de una nación.
Puesto a considerar seriamente las duras verdades de uno de nuestros más destacados políticos, en cuyas manos estuviera ese país invertebrado durante una larga década vital de nuestra existencia, descarto el fácil recurso a darlas por despechada expresión de su rencor y de su resentimiento, sabiéndolo ni rencoroso ni despechado. Y al ver el comportamiento de las Fuerzas Armadas que incubaran en su seno el más feroz atentado contra nuestra propia existencia hasta convertirse en instrumento de la tiranía, el saqueo y la entrega de nuestra soberanía al castrocomunismo cubano; presenciando el silencio atronador de nuestros intelectuales que aclamaran, mayoritariamente, la automutilación puesta en acción por el golpismo cívico militar; asistiendo a la obsecuencia con que nuestra clase política se ha sometido al electorero juego del gato y el ratón del militarismo reinante; comprobando la complacencia con que el empresariado se presta a secundar las violaciones y atropellos al derecho de propiedad, no me queda más que concluir que, en efecto, como afirmara hace ya una década el hombre que salió de Rubio, no hay ningún motivo para el optimismo. Salvo que traicione a la inteligencia y haga como el avestruz, para sobrevivir sin descorazonamientos.

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