31 de agosto, 2013
Como comentamos en la columna anterior, existen al menos tres niveles de felicidad: felicidad individual (conmigo mismo), felicidad relacional (con los otros) y felicidad trascendente (derivada de la relación con Lo Superior).
Ignacio Fernández
Director Departamento Psicología de Organizacional Universidad Adolfo Ibáñez www.ignaciofernandez.cl
Twitter @ignaciofernandz
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Lo Superior es la Fuente de todo lo bueno para la propia vida. Como esa definición es individual, cada persona lo nombra según su propia vivencia. Incluso puede no nombrarse y tenerse la intuición o la certeza de que existe una gran mente creadora de todo, una inteligencia directora vasta e ininteligible, aquella que, por ejemplo, diseñó las galaxias, los universos y los planetas y construyó la perfección de funcionamiento del cuerpo humano en equilibrio.
Para que la felicidad trascendente pueda ser parte de mis sentires, es imprescindible que Lo Superior ocupe un lugar relevante en mi propia vida, constituyéndose en uno de los referentes existenciales del propio vivir. El acceso a ello es experiencial, no es desde la formación teórica de valores y principios. La formación conceptual permite ponerle nombre a la relación con Dios y poner atención a su existencia, pero no sustituye el anclaje interior de Dios que se produce en la experiencia espiritual personal.
Lo Superior se nos aparece cuando lo sentimos dentro de nosotros mismos. Este punto es clave. Quienes articulan una concepción de Dios o Lo Superior lo hacen desde la sensación sentida, ya sea el amor incondicional, la gratuidad, el cuidado ante las dificultades, la consciencia expandida en contemplación y meditación profunda, la vivencia de ser padre-madre o la sensación de ser pequeño ante la inmensidad de la naturaleza, el universo, la noche estrellada o la magnificencia del sol.
Todos hemos sentido esos chispazos intuitivos de ser parte del todo, aunque nuestra mente no siempre pueda comprenderlo. Aquí es donde la pura racionalidad tropieza con la sensación de Lo Superior, pues es ambicioso suponer que nuestra mente tendrá todas las distinciones para explicar con detalle, ciencia y razón la existencia de Dios.
Los poetas místicos lo definen como una luz que llena su corazón e ilumina la comprensión en el centro de la frente. Incluso los místicos medievales usaban el método aporético para describir a Dios, es decir, se puede decir lo que no es, pues en su vastedad no existe lenguaje que permita abarcarlo. Por lo mismo, varios filósofos se refieren a Dios como el misterio.
Leyendo a diversos autores, poetas y teólogos, la palabra más usada para describir Lo Superior es amor. Ello indica que la causa de la existencia es el acto amoroso de ese creador (resolviendo la discusión entre creacionistas y evolucionistas, pues somos una creación evolutiva permanente). El amor es el elemento cohesionador de la vida en cualquiera de sus formas, siendo la matriz en la cual la vida encuentra sentido, razón y camino.
Comprender que la gratuidad del amor de Lo Superior es la causa de la propia vida exige humildad de alto nivel. Tomando una metáfora de Patricia May, es entender que uno es una gota de agua en el océano y que ese océano es Lo Superior. Cada uno, al ser gota, tiene la misma composición de Lo Superior. Como es arriba es abajo. O en lenguaje católico, somos creados a imagen y semejanza de Dios.
Quienes logran esa consciencia comprenden que el amor es el motor de la vida personal y con los otros. Bajado a nuestra realidad cotidiana, eso es ampliar los objetivos de la propia vida desde el logro exclusivamente personal al logro de otros y la comunidad en la que habito. Amar es comprometerse con la felicidad del otro. Es una conclusión científica que las personas más felices son aquellas capaces de amar de una manera más trascendente y transpersonal.
Al describir a Dios, las biografías de personas evolucionadas de diversas espiritualidades lo reportan como la causa de todo. De ahí provienen las denominaciones de la fuente, el origen, la luz, el creador, la inteligencia directora, el gran arquitecto, padre-madre o la poderosa presencia. Esa certeza del amor primigenio y gratuito genera una confianza incondicional en la bondad amorosa de Lo Superior, pasando a constituirse como la guía del gobierno personal. Esas personas han comprobado que entregarse a la voluntad de Dios y a sus deseos divinos produce sentido, misión, armonía, alegría, consciencia expandida y certeza en la razón de ser. Es lo que llamamos un referente de sentido trascendente.
También reportan la idea de lo perfecto. Al poner a Lo Superior como referente y norte del propio vivir, los sentimientos humanos y las acciones cotidianas se armonizan y organizan de un modo que parece mágico e incomprensible. Esto explica la elección libre de una actitud de obediencia ante la guía de Lo Superior y de humildad derivada de la consciencia de ser instrumento de servicio.
Esta felicidad trascendente se siente en el contacto y la entrega con otros. Es ser feliz haciendo el bien en el trabajo, en la crianza de los hijos, en la relación con la familia o en las actividades sociales de voluntariado. La felicidad trascendente no es para atesorarla como propiedad privada, sino para irradiarla y contagiar a muchas personas. El amor impulsa a generar más amor y a seguir expandiendo lo armónico, benéfico y ecológico hacia un número creciente de personas. Por eso es un camino y un norte existencial, y nunca tendrá un final.
Para que todo este amor se despliegue en la realidad diaria es central la conexión con Lo Superior, mediante la meditación, la oración u otras prácticas espirituales. Que mi yo humano (yo externo) esté permanentemente conectado con mi yo divino (yo interior conectado). Esa es la garantía que esa energía de amor universal se verterá permanentemente en cada uno.
El control de esa llave de conexión la tiene cada uno desde su libre albedrío: puedo conectarme o vivir desconectado, sumido sólo en lo humano y en piloto automático para conseguir sólo logros socio-económicos. Nadie está obligado a conectar con Lo Superior ni a vivir la felicidad trascendente.
En resumen, felicidad trascendente es la experiencia de armonía personal que resulta de la acción amorosa orientada al servicio y acompañamiento de otros, causada y motivada por la conexión con Lo Superior, sintiendo que el sentido de mi vida es ser con y para otros.
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