La homofobia como arma política
7 DE SEPTIEMBRE 2013 - El Nacional
A mediados de agosto, el guapo protagonista de la serie Prison Break, Wentworth Miller, admitió ante la luz pública ser gay al rechazar la invitación al Festival de Cine de San Petersburgo. Miller, de 41 años, escribió una carta al organizador agradeciendo la invitación. En ella aducía: “Mi consciencia no me permite participar en una celebración en un país donde a gente como yo se le niega sistemáticamente el derecho de vivir y amar libremente”.
En junio fue aprobada una ley en la Rusia de Putin que prohíbe que “propaganda de relaciones no tradicionales” pudiera tener acceso a menores, ley que incluye cualquier discusión pública de temas como los derechos LGBT (Lesbianas-Gays-Bisexuales-Transgéneros).
La controversia internacional ante semejante ley comenzó en agosto en el Campeonato Mundial de Atletismo en Moscú, cuando el atleta norteamericano Nick Simmonds dedicó su medalla de plata en la carrera de 800 metros a sus amigos gays y lesbianas. Posteriormente, dos atletas suecas participaron en sus respectivas competencias con la uñas pintadas con los colores del arco iris, símbolo de la lucha por los derechos LGBT.
Yelena Isinbayeva, una de las deportistas rusas más populares y rostro del campeonato, criticó semejantes gestos de solidaridad con la comunidad gay rusa alegando que cuando uno está invitado a un país debe respetar sus leyes. Ante el repudio internacional suscitado por sus palabras, Isinbayeva dijo posteriormente algo así: “Conste que no tengo nada contra los homosexuales. Es que no sé expresarme bien en inglés”.
También en agosto, en un país al sur del mar Caribe aliado del presidente Putin, un asambleísta revolucionario conocido por sus lujosas corbatas y por sus fijaciones paranoicas, en plena sesión de la Asamblea Nacional no encontró mejor manera de increpar al líder de la oposición que llamándolo “maricón”.
Inmediatamente comenzaron a leerse manifestaciones de repudio en las redes sociales –de los pocos espacios todavía no tomados por la revolución–. Bajo el hashtag #PSUVhomofóbico, tantas fueron las expresiones de indignación por los ramplones insultos del diputado de las corbatas de seda que eventualmente, al igual que Isinbayeva, el parlamentario homofóbico se vio obligado a retractarse a medias: “Pido perdón si tuve excesos en el vocabulario, pero mi reacción es la de miles de venezolanos que se sienten representados por mi”.
Y quizás razón no le falte. La homofobia es un mal que afecta a rojos y a no rojos por igual. Entre quienes escribieron indignados en Twitter bajo el hashtag #PSUVhomofóbico, se leyeron expresiones como las del diputado de las corbatas de seda. Tampoco extrañó que en esta polarización, desde el “caribeo” de la bancada revolucionaria, esa que se autodenomina “humanista e incluyente”, no saliera alguna voz rechazando el uso de adjetivos homofóbicos como arma de esta cruenta guerra política.
Desde Hollywood, los simpatizantes de revoluciones ajenas quizás alegarán: “Es que eso de andarse llamando ‘maricón’ es parte de su cultura. Hay que entenderlo”. Por eso, es lógico preguntarse si un cacareado humanista como lo es Sean Penn, ganador del Oscar por su interpretación del activista de los derechos LGBT Harvey Milk, tendría el coraje de Miller de poner en su lugar a un país “revolucionario” donde se usa sin pudor a la homofobia como arma política.
En junio fue aprobada una ley en la Rusia de Putin que prohíbe que “propaganda de relaciones no tradicionales” pudiera tener acceso a menores, ley que incluye cualquier discusión pública de temas como los derechos LGBT (Lesbianas-Gays-Bisexuales-Transgéneros).
La controversia internacional ante semejante ley comenzó en agosto en el Campeonato Mundial de Atletismo en Moscú, cuando el atleta norteamericano Nick Simmonds dedicó su medalla de plata en la carrera de 800 metros a sus amigos gays y lesbianas. Posteriormente, dos atletas suecas participaron en sus respectivas competencias con la uñas pintadas con los colores del arco iris, símbolo de la lucha por los derechos LGBT.
Yelena Isinbayeva, una de las deportistas rusas más populares y rostro del campeonato, criticó semejantes gestos de solidaridad con la comunidad gay rusa alegando que cuando uno está invitado a un país debe respetar sus leyes. Ante el repudio internacional suscitado por sus palabras, Isinbayeva dijo posteriormente algo así: “Conste que no tengo nada contra los homosexuales. Es que no sé expresarme bien en inglés”.
También en agosto, en un país al sur del mar Caribe aliado del presidente Putin, un asambleísta revolucionario conocido por sus lujosas corbatas y por sus fijaciones paranoicas, en plena sesión de la Asamblea Nacional no encontró mejor manera de increpar al líder de la oposición que llamándolo “maricón”.
Inmediatamente comenzaron a leerse manifestaciones de repudio en las redes sociales –de los pocos espacios todavía no tomados por la revolución–. Bajo el hashtag #PSUVhomofóbico, tantas fueron las expresiones de indignación por los ramplones insultos del diputado de las corbatas de seda que eventualmente, al igual que Isinbayeva, el parlamentario homofóbico se vio obligado a retractarse a medias: “Pido perdón si tuve excesos en el vocabulario, pero mi reacción es la de miles de venezolanos que se sienten representados por mi”.
Y quizás razón no le falte. La homofobia es un mal que afecta a rojos y a no rojos por igual. Entre quienes escribieron indignados en Twitter bajo el hashtag #PSUVhomofóbico, se leyeron expresiones como las del diputado de las corbatas de seda. Tampoco extrañó que en esta polarización, desde el “caribeo” de la bancada revolucionaria, esa que se autodenomina “humanista e incluyente”, no saliera alguna voz rechazando el uso de adjetivos homofóbicos como arma de esta cruenta guerra política.
Desde Hollywood, los simpatizantes de revoluciones ajenas quizás alegarán: “Es que eso de andarse llamando ‘maricón’ es parte de su cultura. Hay que entenderlo”. Por eso, es lógico preguntarse si un cacareado humanista como lo es Sean Penn, ganador del Oscar por su interpretación del activista de los derechos LGBT Harvey Milk, tendría el coraje de Miller de poner en su lugar a un país “revolucionario” donde se usa sin pudor a la homofobia como arma política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario