Miles de fieles acuden a San Pedro para la Pascua de Resurrección
Desde Holanda han llegado 35.000 plantas y flores para dar color a la plaza
Por Rocío Lancho García
CIUDAD DEL VATICANO, 20 de abril de 2014 (Zenit.org) - El Santo Padre ha presidido
en el sagrado de la Basílica Vaticana la solemne celebración de la misa del Domingo de
Pascua de la Resurrección del Señor.
En la celebración han participado fieles y peregrinos procedentes de todo el mundo venidos
a Roma en ocasión de las fiestas pascuales. Se calcula que unos 150.000 fieles han llenado
la plaza de San Pedro y parte de la Vía de la Conciliación para seguir la liturgia de este
Domingo de Pascua con el Pontífice. Hoy Francisco no ha dado homilía, ya que al finalizar
la misa impartirá desde la Loggia la bendición "Urbi et Orbi".
Desde primeras horas de la mañana, los fieles se fueron dirigiendo a la Plaza de San Pedro
para poder participar de la celebración con el Santo Padre. Francisco ha llegado pasadas
las 10.00 de la mañana y la misa dio inicio a las 10.15. El Pontífice, vestido con los
paramentos blancos ha sido el único celebrante de la misa de Pascua. Tal y como está
previsto en el ritual, los cardenales y los obispos presentes han asistido a la liturgia pero
sin concelebrar.
La celebración ha comenzado con el rito del "Resurrexis". Dos diáconos fueron los encargados
de abrir ante el Papa una imagen de Cristo resucitado y, tras la veneración, el Papa lo ha
besado y echado el incienso. Es un icono que fue realizado siguiendo el modelo medieval.
El nuevo ícono, igual que el antiguo, representa la figura del Salvador sentado en el trono.
Este año, Oriente y Occidente celebran en la misma fecha la Resurrección del Señor y por
eso hoy, al finalizar la lectura del Evangelio, se ha rezado la oración Stichi y Stichirá, canto
de la liturgia bizantina que antiguamente se cantaba ante el Papa el día de Pascua.
La Oración de los fieles ha reunido a representantes de diversas lenguas, quienes elevaron
plegarias a Dios en chino, hindi, alemán, francés y coreano. Así como en el Ofertorio, que se
ha podido ver a personas de distintas razas y culturas.
La misa ha concluido con el canto del Regina Coeli mientras el Santo Padre rezaba frente a
una estatua de la Virgen María. Al son de trompetas, Francisco se ha subido al jeep descubierto
para realizar un pequeña vuelta por los pasillos de la plaza y así saludar a los fieles.
Una florida Plaza de San Pedro ha dado el color a la mañana de la Resurrección. 12.000
tulipanes rosas, amarillos, naranjas, blancos, rosas y violetas junto a 6.000 narcisos de
varios colores y 2.500 perfumados jacintos enmarcados por arbustos y árboles jóvenes,
es lo que el grupo de 30 floristas holandeses ha creado con flores traídas desde su país,
para dar brillo y color a la Plaza en este soleado Domingo de Pascua.
Más de 2.500 rosas blancas han sido colocadas en torno al altar. La subida hacia el altar
ha estado marcada por 8.000 pequeños narcisos. Asimismo la Loggia de la bendición ha
estado adornada por flores blancas y verdes.
Las flores y las plantas en la Plaza de San Pedro ofrecidas por floricultores holandeses ya
se ha convertido en una tradición. La idea nació en 1985, cuando se pidió al florista holandés
Nic van der Voort acudir a Roma para preparar la decoración floral durante la ceremonia
de beatificación del sacerdote holandés Titus Brandsma. Fue entonces cuando nació la idea
de hacer en Pascua un homenaje floral y se pusieron de acuerdo para las celebraciones de
1986.
En total, 35.000 plantas y flores se han usado para la decoración de la Plaza. Todos los
bulbos se cultivan a propósito para este evento, así como arbustos y árboles en flor. Sólo
de esta manera se puede estar seguro que todos estén en floración en el momento adecuado.
en el sagrado de la Basílica Vaticana la solemne celebración de la misa del Domingo de
Pascua de la Resurrección del Señor.
En la celebración han participado fieles y peregrinos procedentes de todo el mundo venidos
a Roma en ocasión de las fiestas pascuales. Se calcula que unos 150.000 fieles han llenado
la plaza de San Pedro y parte de la Vía de la Conciliación para seguir la liturgia de este
Domingo de Pascua con el Pontífice. Hoy Francisco no ha dado homilía, ya que al finalizar
la misa impartirá desde la Loggia la bendición "Urbi et Orbi".
Desde primeras horas de la mañana, los fieles se fueron dirigiendo a la Plaza de San Pedro
para poder participar de la celebración con el Santo Padre. Francisco ha llegado pasadas
las 10.00 de la mañana y la misa dio inicio a las 10.15. El Pontífice, vestido con los
paramentos blancos ha sido el único celebrante de la misa de Pascua. Tal y como está
previsto en el ritual, los cardenales y los obispos presentes han asistido a la liturgia pero
sin concelebrar.
La celebración ha comenzado con el rito del "Resurrexis". Dos diáconos fueron los encargados
de abrir ante el Papa una imagen de Cristo resucitado y, tras la veneración, el Papa lo ha
besado y echado el incienso. Es un icono que fue realizado siguiendo el modelo medieval.
El nuevo ícono, igual que el antiguo, representa la figura del Salvador sentado en el trono.
Este año, Oriente y Occidente celebran en la misma fecha la Resurrección del Señor y por
eso hoy, al finalizar la lectura del Evangelio, se ha rezado la oración Stichi y Stichirá, canto
de la liturgia bizantina que antiguamente se cantaba ante el Papa el día de Pascua.
La Oración de los fieles ha reunido a representantes de diversas lenguas, quienes elevaron
plegarias a Dios en chino, hindi, alemán, francés y coreano. Así como en el Ofertorio, que se
ha podido ver a personas de distintas razas y culturas.
La misa ha concluido con el canto del Regina Coeli mientras el Santo Padre rezaba frente a
una estatua de la Virgen María. Al son de trompetas, Francisco se ha subido al jeep descubierto
para realizar un pequeña vuelta por los pasillos de la plaza y así saludar a los fieles.
Una florida Plaza de San Pedro ha dado el color a la mañana de la Resurrección. 12.000
tulipanes rosas, amarillos, naranjas, blancos, rosas y violetas junto a 6.000 narcisos de
varios colores y 2.500 perfumados jacintos enmarcados por arbustos y árboles jóvenes,
es lo que el grupo de 30 floristas holandeses ha creado con flores traídas desde su país,
para dar brillo y color a la Plaza en este soleado Domingo de Pascua.
Más de 2.500 rosas blancas han sido colocadas en torno al altar. La subida hacia el altar
ha estado marcada por 8.000 pequeños narcisos. Asimismo la Loggia de la bendición ha
estado adornada por flores blancas y verdes.
Las flores y las plantas en la Plaza de San Pedro ofrecidas por floricultores holandeses ya
se ha convertido en una tradición. La idea nació en 1985, cuando se pidió al florista holandés
Nic van der Voort acudir a Roma para preparar la decoración floral durante la ceremonia
de beatificación del sacerdote holandés Titus Brandsma. Fue entonces cuando nació la idea
de hacer en Pascua un homenaje floral y se pusieron de acuerdo para las celebraciones de
1986.
En total, 35.000 plantas y flores se han usado para la decoración de la Plaza. Todos los
bulbos se cultivan a propósito para este evento, así como arbustos y árboles en flor. Sólo
de esta manera se puede estar seguro que todos estén en floración en el momento adecuado.
Francisco: la Buena Nueva no es sólo una palabra, sino testimonio
de amor gratuito y fiel
Texto completo de la bendición Urbi et Orbi del Papa Francisco en el
Domingo de Pascua
Por Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 20 de abril de 2014 (Zenit.org) - A las 12.00 de este domigo, 20 de abril,
desde la Loggia central de la Basílica Vaticana, el Santo Padre Francisco ha dirigido a los fieles
presentes en la Plaza de San Pedro y a cuantos lo escuchen por radio y televisión y las nuevas
tecnologías de comunicación, el Mensaje y la felicitación pascual que publicamos a continuación.
Queridos hermanos y hermanas, Feliz y santa Pascua.
El anuncio del ángel a las mujeres resuena en la Iglesia esparcida por todo el mundo: «Vosotras
no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí. Ha resucitado... Venid a ver
el sitio donde lo pusieron».
Esta es la culminación del Evangelio, es la Buena Noticia por excelencia: Jesús, el crucificado,
ha resucitado. Este acontecimiento es la base de nuestra fe y de nuestra esperanza: si Cristo
no hubiera resucitado, el cristianismo perdería su valor; toda la misión de la Iglesia se quedaría
sin brío, pues desde aquí ha comenzado y desde aquí reemprende siempre de nuevo. El
mensaje que los cristianos llevan al mundo es este: Jesús, el Amor encarnado, murió en
la cruz por nuestros pecados, pero Dios Padre lo resucitó y lo ha constituido Señor de la vida
y de la muerte. En Jesús, el Amor ha vencido al odio, la misericordia al pecado, el bien al
mal, la verdad a la mentira, la vida a la muerte.
Por esto decimos a todos: «Venid y veréis». En toda situación humana, marcada por la
fragilidad, el pecado y la muerte, la Buena Nueva no es sólo una palabra, sino un testimonio
de amor gratuito y fiel: es un salir de sí mismo para ir al encuentro del otro, estar al lado de
los heridos por la vida, compartir con quien carece de lo necesario, permanecer junto al
enfermo, al anciano, al excluido... «Venid y veréis»: El amor es más fuerte, el amor da
vida, el amor hace florecer la esperanza en el desierto.
Con esta gozosa certeza, nos dirigimos hoy a ti, Señor resucitado.
Ayúdanos a buscarte para que todos podamos encontrarte, saber que tenemos un Padre
y no nos sentimos huérfanos; que podemos amarte y adorarte.
Ayúdanos a derrotar el flagelo del hambre, agravada por los conflictos y los inmensos d
erroches de los que a menudo somos cómplices.
Haz nos disponibles para proteger a los indefensos, especialmente a los niños, a las mujeres
y a los ancianos, a veces sometidos a la explotación y al abandono.
Haz que podamos curar a los hermanos afectados por la epidemia de Ébola en Guinea
Conakry, Sierra Leona y Liberia, y a aquellos que padecen tantas otras enfermedades,
que también se difunden a causa de la incuria y de la extrema pobreza.
Consuela a todos los que hoy no pueden celebrar la Pascua con sus seres queridos, por
haber sido injustamente arrancados de su afecto, como tantas personas, sacerdotes y
laicos, secuestradas en diferentes partes del mundo.
Conforta a quienes han dejado su propia tierra para emigrar a lugares donde poder esperar
en un futuro mejor, vivir su vida con dignidad y, muchas veces, profesar libremente su fe.
Te rogamos, Jesús glorioso, que cesen todas las guerras, toda hostilidad pequeña o grande,
antigua o reciente.
Te pedimos por Siria: la amada Siria, que cuantos sufren las consecuencias del conflicto
puedan recibir la ayuda humanitaria necesaria; que las partes en causa dejen de usar la
fuerza para sembrar muerte, sobre todo entre la población inerme, y tengan la audacia
de negociar la paz, tan anhelada desde hace tanto tiempo.
Jesús glorioso, te rogamos que consueles a las víctimas de la violencia fratricida en
Irak y sostengas las esperanzas que suscitan la reanudación de las negociaciones
entre israelíes y palestinos.
Te invocamos para que se ponga fin a los enfrentamientos en la República Centroafricana,
se detengan los atroces ataques terroristas en algunas partes de Nigeria y la violencia en
Sudán del Sur.
Y te pedimos por Venezuela, para que los ánimos se encaminen hacia la reconciliación y la
concordia fraterna.
Que port u resurrección, que este año celebramos junto con las iglesias que siguen el
calendario juliano, te pedimos que ilumines e inspires iniciativas de paz los esfuerzos en
Ucrania, para que todas las partes implicadas, apoyadas por la Comunidad internacional,
lleven a cabo todo esfuerzo para impedir la violencia y construir, con un espíritu de
unidad y diálogo, el futuro del País. Que como hermanos puedan hoy cantar Xphctoc
Boc9pec.
Te rogamos, Señor, por todos los pueblos de la Tierra: Tú, que has vencido a la muerte,
concédenos tu vida, danos tu paz. "Christus surrexit, venite et videte!" Queridos hermanos
y hermanas, feliz Pascua.
Tras la bendición, el Santo Padre ha añadido:
Renuevo mi felicitación pascual a todos los que, llegados desde todas las partes del mundo,
os habéis reunido en esta Plaza. Hago extensiva esta felicitación pascual a cuantos se unen
a nosotros a través de los medios de comunicación social. Llevad a vuestras familias y a
vuestras comunidades la alegre noticia de que Cristo nuestra paz y nuestra esperanza ha
resucitado.
Gracias por vuestra presencia, por vuestra oración y por vuestro testimonio de fe. Un
recuerdo particular y agradecido por el regalo de las bellísimas flores, que vienen de Holanda.
Buena Pascua a todos.
desde la Loggia central de la Basílica Vaticana, el Santo Padre Francisco ha dirigido a los fieles
presentes en la Plaza de San Pedro y a cuantos lo escuchen por radio y televisión y las nuevas
tecnologías de comunicación, el Mensaje y la felicitación pascual que publicamos a continuación.
Queridos hermanos y hermanas, Feliz y santa Pascua.
El anuncio del ángel a las mujeres resuena en la Iglesia esparcida por todo el mundo: «Vosotras
no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí. Ha resucitado... Venid a ver
el sitio donde lo pusieron».
Esta es la culminación del Evangelio, es la Buena Noticia por excelencia: Jesús, el crucificado,
ha resucitado. Este acontecimiento es la base de nuestra fe y de nuestra esperanza: si Cristo
no hubiera resucitado, el cristianismo perdería su valor; toda la misión de la Iglesia se quedaría
sin brío, pues desde aquí ha comenzado y desde aquí reemprende siempre de nuevo. El
mensaje que los cristianos llevan al mundo es este: Jesús, el Amor encarnado, murió en
la cruz por nuestros pecados, pero Dios Padre lo resucitó y lo ha constituido Señor de la vida
y de la muerte. En Jesús, el Amor ha vencido al odio, la misericordia al pecado, el bien al
mal, la verdad a la mentira, la vida a la muerte.
Por esto decimos a todos: «Venid y veréis». En toda situación humana, marcada por la
fragilidad, el pecado y la muerte, la Buena Nueva no es sólo una palabra, sino un testimonio
de amor gratuito y fiel: es un salir de sí mismo para ir al encuentro del otro, estar al lado de
los heridos por la vida, compartir con quien carece de lo necesario, permanecer junto al
enfermo, al anciano, al excluido... «Venid y veréis»: El amor es más fuerte, el amor da
vida, el amor hace florecer la esperanza en el desierto.
Con esta gozosa certeza, nos dirigimos hoy a ti, Señor resucitado.
Ayúdanos a buscarte para que todos podamos encontrarte, saber que tenemos un Padre
y no nos sentimos huérfanos; que podemos amarte y adorarte.
Ayúdanos a derrotar el flagelo del hambre, agravada por los conflictos y los inmensos d
erroches de los que a menudo somos cómplices.
Haz nos disponibles para proteger a los indefensos, especialmente a los niños, a las mujeres
y a los ancianos, a veces sometidos a la explotación y al abandono.
Haz que podamos curar a los hermanos afectados por la epidemia de Ébola en Guinea
Conakry, Sierra Leona y Liberia, y a aquellos que padecen tantas otras enfermedades,
que también se difunden a causa de la incuria y de la extrema pobreza.
Consuela a todos los que hoy no pueden celebrar la Pascua con sus seres queridos, por
haber sido injustamente arrancados de su afecto, como tantas personas, sacerdotes y
laicos, secuestradas en diferentes partes del mundo.
Conforta a quienes han dejado su propia tierra para emigrar a lugares donde poder esperar
en un futuro mejor, vivir su vida con dignidad y, muchas veces, profesar libremente su fe.
Te rogamos, Jesús glorioso, que cesen todas las guerras, toda hostilidad pequeña o grande,
antigua o reciente.
Te pedimos por Siria: la amada Siria, que cuantos sufren las consecuencias del conflicto
puedan recibir la ayuda humanitaria necesaria; que las partes en causa dejen de usar la
fuerza para sembrar muerte, sobre todo entre la población inerme, y tengan la audacia
de negociar la paz, tan anhelada desde hace tanto tiempo.
Jesús glorioso, te rogamos que consueles a las víctimas de la violencia fratricida en
Irak y sostengas las esperanzas que suscitan la reanudación de las negociaciones
entre israelíes y palestinos.
Te invocamos para que se ponga fin a los enfrentamientos en la República Centroafricana,
se detengan los atroces ataques terroristas en algunas partes de Nigeria y la violencia en
Sudán del Sur.
Y te pedimos por Venezuela, para que los ánimos se encaminen hacia la reconciliación y la
concordia fraterna.
Que port u resurrección, que este año celebramos junto con las iglesias que siguen el
calendario juliano, te pedimos que ilumines e inspires iniciativas de paz los esfuerzos en
Ucrania, para que todas las partes implicadas, apoyadas por la Comunidad internacional,
lleven a cabo todo esfuerzo para impedir la violencia y construir, con un espíritu de
unidad y diálogo, el futuro del País. Que como hermanos puedan hoy cantar Xphctoc
Boc9pec.
Te rogamos, Señor, por todos los pueblos de la Tierra: Tú, que has vencido a la muerte,
concédenos tu vida, danos tu paz. "Christus surrexit, venite et videte!" Queridos hermanos
y hermanas, feliz Pascua.
Tras la bendición, el Santo Padre ha añadido:
Renuevo mi felicitación pascual a todos los que, llegados desde todas las partes del mundo,
os habéis reunido en esta Plaza. Hago extensiva esta felicitación pascual a cuantos se unen
a nosotros a través de los medios de comunicación social. Llevad a vuestras familias y a
vuestras comunidades la alegre noticia de que Cristo nuestra paz y nuestra esperanza ha
resucitado.
Gracias por vuestra presencia, por vuestra oración y por vuestro testimonio de fe. Un
recuerdo particular y agradecido por el regalo de las bellísimas flores, que vienen de Holanda.
Buena Pascua a todos.
La resurrección y la justicia
Creer en la resurrección es creer realmente en la eternidad del amor
-
FÉLIX PALAZZI | EL UNIVERSAL
domingo 20 de abril de 2014 12:00 AM
Qué significa creer en la resurrección hoy? Se puede entender a la resurrección como un acontecimiento del todo particular que tuvo lugar hace un par de siglos atrás y en una persona concreta, Jesús de Nazaret. Indudablemente estamos ante un acontecimiento que marcó, definitivamente, el nacimiento de una nueva fe, el cristianismo. El cristiano común posiblemente no tenga muchas nociones teológicas que le permitan comprender la magnitud de aquel momento central para su fe. Tampoco el teólogo profesional deja de asombrarse ni agota las implicaciones que tiene la fe en la resurrección. Aún así, seamos conscientes o no de las múltiples preguntas que puedan surgir, una multitud se reúne en torno a este acontecimiento pascual que nos abre un nuevo tiempo y nos llena de esperanza.
Referirnos a la resurrección ignorando nuestro entorno presente, es hacerla una palabra vacía de todo contenido real. La teología no está para formular grandes frases huecas o elaborados pensamientos que no hagan referencia a la realidad. Al contrario, nace de la fe para mover y despertar nuestras corazones con la esperanza en una vida mejor. ¿Cómo hablar de resurrección ante realidades como la muerte, la injusticia y la opresión? Asistir a una homilía el día de Pascua que no haga referencia a nuestra situación actual es favorecer posturas evasivas que dejan a un gran número de cristianos desorientados frente a la realidad. No olvidemos lo que la Iglesia primitiva entendió y recordó a sus seguidores: "ustedes lo crucificaron y le dieron muerte por medio de gente sin ley. Pero Dios, liberándolo de los rigores de la muerte lo resucitó". (Hch 2,23-24).
Trascendencia y centralidad
Nos recuerda el apóstol Pablo: "si Cristo no está resucitado, vana es nuestra predicación, y vana es nuestra fe" (1 Cor 15,14). La simple evocación de estas palabras antepone la trascendencia y la centralidad del mensaje de la resurrección, ubicándola en lo más íntimo del sentido de la oferta cristiana. Es bueno advertir que toda reflexión sobre la resurrección es siempre limitada, así como la confusión que existe en algunos cristianos en creer que la resurrección consiste, única y fundamentalmente, en la revivificación del cuerpo de Jesús, como si Jesús luego de ser asesinado en la cruz volviese simplemente a las mismas condiciones de su vida anterior. La resurrección implica un amplio espectro de la fe. En esta ocasión queremos optar, en razón de las circunstancias que nos rodean, por entender que ella es un acto de justicia de parte de Dios frente a la vida de Jesús, y ante los que lo torturaron y asesinaron.
La nueva vida que le otorga el Padre a su Hijo al resucitarlo asume los signos de la injusticia que padeció: "pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado" (Jn 20,29). El crucificado es ahora el resucitado. No ha resucitado su causa o su recuerdo, sino a la persona de Jesús. Así, su vida se manifiesta ahora como plena, total y definitiva. Esta plenitud no olvida a la vida terrena que tuvo. Él lleva los signos de la cruz. Sin embargo, su justicia no consiste en condenar, castigar u olvidar. Su justicia radica en recrear la vida y otorgarle su forma definitiva en su gloria. Los asesinos de Jesús, y de tantos otros, son ineficaces frente a la oferta infinita de bondad y vida del Padre. Dios no deja caer en el olvido la vida de nadie: "Yo nunca me olvidaré de ti" (Is 49,15b).
Esperanza
La resurrección se convierte en esperanza para todos. La injusticia padecida tiene un tiempo limitado. No cabe la resignación ni la sumisión. Tantos se preguntan: ¿qué pasa con Dios? ¿Hasta cuándo tanta violencia, injusticia y muerte de inocentes? Si Cristo no hubiese resucitado entonces seríamos "como esos que no tienen esperanza" (1Tes 4,13), "los más desgraciados de los hombres" (1Cor 15,19). Es la resurrección de Cristo la que nos permite tener una esperanza distinta. Y en su resurrección, comprenderemos la nuestra, pero siempre en ella y desde ella, la que el Padre hizo en su Hijo, Jesús de Nazaret.
La resurrección no es una simple continuidad o perfeccionamiento de las condiciones actuales que vivimos. Al contrario, Dios nos hará justicia como ha hecho con Jesús, otorgándonos la plenitud de la vida y compartiendo su gloria, así como rechazando a todos los victimarios. La esperanza cristiana se basa en el poder de Dios contra toda injusticia que produce víctimas y contra toda dinámica de muerte y exclusión. La fe cristiana consiste en vivir, discernir y celebrar, constantemente, el misterio pascual: pequeñas muertes seguidas por el inicio de la resurrección.
La esperanza no ignora la realidad de la cruz, pues no es efímera ni evade la dureza de la realidad. No es una esperanza desencarnada. Cristianamente, es una esperanza contra toda esperanza, como afirma Pablo. Cuando se nos anuncia que Jesús ha resucitado y, en Él, nosotros resucitamos, se nos está anticipando, en el presente, nuestra realidad futura, el triunfo de la vida sobre la muerte, donde los verdugos y opresores ya no tienen la última palabra. Proclamar que el "Señor ha realmente resucitado" (Lc 24,34) es vivir en la esperanza cierta de que la injusticia no triunfará. Que es posible vivir de otro modo. Vivir humanamente en una historia donde la lógica del mal y la violencia no sean la dominante. Hemos sido liberados por su resurrección para nunca más volver a ser esclavos ni fomentar la esclavitud.
"La confianza en la resurrección permite comprender que la comunión entre los creyentes no se interrumpe con la muerte. Con sencillez de corazón podemos pedir a los que amamos y nos han precedido en la vida eterna: reza por mí, reza conmigo. Durante la vida en la Tierra su oración nos ha sostenido. Después de la muerte ¿cómo podríamos dejar de apoyarnos en su oración?" (Hermano Róger). Esperar mi resurrección es imposible sin esperar y participar en la resurrección de los demás, porque se trata de un acontecimiento absolutamente gratuito de parte de Dios.
Don inestimable
No habrá ninguna acción nuestra que pueda ser tan meritoria del don tan inestimable de la resurrección. Nuestros méritos sólo son una pequeña respuesta al don del amor sin límites que es Dios. Creer en la resurrección es creer en el destino común que compartimos como seres humanos. Es celebrar la comunión, la unidad del género humano en su origen y en su destino. No se trata, pues, de una teoría elaborada sobre el destino de un alma separada de su cuerpo luego de la muerte. Nunca la tradición cristiana ha considerado el destino individual desligándolo del colectivo. Ello quiere decir, más allá de toda discusión teológica reservada a los expertos, que existe un vínculo que la muerte no puede acabar. Este vínculo es el amor.
Creer en la resurrección es creer realmente en la eternidad del amor. Cuando aprendemos el duro ejercicio de construirnos en y desde el amor, nos damos cuenta lo implicados que estamos los unos con los otros. Amar se hace alma y se hace cuerpo. Ningún espacio que sea realmente humano puede estar ausente de esta realidad que es el amor en una vida recreada. El vínculo del amor no desaparece con la muerte. Resucitar es ser llevados, y dejarnos llevar, definitiva y plenamente en y desde el amor sin límites que es Dios.
Doctor en Teología
felixpalazzi@hotmail.com
@felixpalazzi
- FÉLIX PALAZZI | EL UNIVERSALdomingo 20 de abril de 2014 12:00 AMQué significa creer en la resurrección hoy? Se puede entender a la resurrección como un acontecimiento del todo particular que tuvo lugar hace un par de siglos atrás y en una persona concreta, Jesús de Nazaret. Indudablemente estamos ante un acontecimiento que marcó, definitivamente, el nacimiento de una nueva fe, el cristianismo. El cristiano común posiblemente no tenga muchas nociones teológicas que le permitan comprender la magnitud de aquel momento central para su fe. Tampoco el teólogo profesional deja de asombrarse ni agota las implicaciones que tiene la fe en la resurrección. Aún así, seamos conscientes o no de las múltiples preguntas que puedan surgir, una multitud se reúne en torno a este acontecimiento pascual que nos abre un nuevo tiempo y nos llena de esperanza.
Referirnos a la resurrección ignorando nuestro entorno presente, es hacerla una palabra vacía de todo contenido real. La teología no está para formular grandes frases huecas o elaborados pensamientos que no hagan referencia a la realidad. Al contrario, nace de la fe para mover y despertar nuestras corazones con la esperanza en una vida mejor. ¿Cómo hablar de resurrección ante realidades como la muerte, la injusticia y la opresión? Asistir a una homilía el día de Pascua que no haga referencia a nuestra situación actual es favorecer posturas evasivas que dejan a un gran número de cristianos desorientados frente a la realidad. No olvidemos lo que la Iglesia primitiva entendió y recordó a sus seguidores: "ustedes lo crucificaron y le dieron muerte por medio de gente sin ley. Pero Dios, liberándolo de los rigores de la muerte lo resucitó". (Hch 2,23-24).
Trascendencia y centralidad
Nos recuerda el apóstol Pablo: "si Cristo no está resucitado, vana es nuestra predicación, y vana es nuestra fe" (1 Cor 15,14). La simple evocación de estas palabras antepone la trascendencia y la centralidad del mensaje de la resurrección, ubicándola en lo más íntimo del sentido de la oferta cristiana. Es bueno advertir que toda reflexión sobre la resurrección es siempre limitada, así como la confusión que existe en algunos cristianos en creer que la resurrección consiste, única y fundamentalmente, en la revivificación del cuerpo de Jesús, como si Jesús luego de ser asesinado en la cruz volviese simplemente a las mismas condiciones de su vida anterior. La resurrección implica un amplio espectro de la fe. En esta ocasión queremos optar, en razón de las circunstancias que nos rodean, por entender que ella es un acto de justicia de parte de Dios frente a la vida de Jesús, y ante los que lo torturaron y asesinaron.
La nueva vida que le otorga el Padre a su Hijo al resucitarlo asume los signos de la injusticia que padeció: "pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado" (Jn 20,29). El crucificado es ahora el resucitado. No ha resucitado su causa o su recuerdo, sino a la persona de Jesús. Así, su vida se manifiesta ahora como plena, total y definitiva. Esta plenitud no olvida a la vida terrena que tuvo. Él lleva los signos de la cruz. Sin embargo, su justicia no consiste en condenar, castigar u olvidar. Su justicia radica en recrear la vida y otorgarle su forma definitiva en su gloria. Los asesinos de Jesús, y de tantos otros, son ineficaces frente a la oferta infinita de bondad y vida del Padre. Dios no deja caer en el olvido la vida de nadie: "Yo nunca me olvidaré de ti" (Is 49,15b).
Esperanza
La resurrección se convierte en esperanza para todos. La injusticia padecida tiene un tiempo limitado. No cabe la resignación ni la sumisión. Tantos se preguntan: ¿qué pasa con Dios? ¿Hasta cuándo tanta violencia, injusticia y muerte de inocentes? Si Cristo no hubiese resucitado entonces seríamos "como esos que no tienen esperanza" (1Tes 4,13), "los más desgraciados de los hombres" (1Cor 15,19). Es la resurrección de Cristo la que nos permite tener una esperanza distinta. Y en su resurrección, comprenderemos la nuestra, pero siempre en ella y desde ella, la que el Padre hizo en su Hijo, Jesús de Nazaret.
La resurrección no es una simple continuidad o perfeccionamiento de las condiciones actuales que vivimos. Al contrario, Dios nos hará justicia como ha hecho con Jesús, otorgándonos la plenitud de la vida y compartiendo su gloria, así como rechazando a todos los victimarios. La esperanza cristiana se basa en el poder de Dios contra toda injusticia que produce víctimas y contra toda dinámica de muerte y exclusión. La fe cristiana consiste en vivir, discernir y celebrar, constantemente, el misterio pascual: pequeñas muertes seguidas por el inicio de la resurrección.
La esperanza no ignora la realidad de la cruz, pues no es efímera ni evade la dureza de la realidad. No es una esperanza desencarnada. Cristianamente, es una esperanza contra toda esperanza, como afirma Pablo. Cuando se nos anuncia que Jesús ha resucitado y, en Él, nosotros resucitamos, se nos está anticipando, en el presente, nuestra realidad futura, el triunfo de la vida sobre la muerte, donde los verdugos y opresores ya no tienen la última palabra. Proclamar que el "Señor ha realmente resucitado" (Lc 24,34) es vivir en la esperanza cierta de que la injusticia no triunfará. Que es posible vivir de otro modo. Vivir humanamente en una historia donde la lógica del mal y la violencia no sean la dominante. Hemos sido liberados por su resurrección para nunca más volver a ser esclavos ni fomentar la esclavitud.
"La confianza en la resurrección permite comprender que la comunión entre los creyentes no se interrumpe con la muerte. Con sencillez de corazón podemos pedir a los que amamos y nos han precedido en la vida eterna: reza por mí, reza conmigo. Durante la vida en la Tierra su oración nos ha sostenido. Después de la muerte ¿cómo podríamos dejar de apoyarnos en su oración?" (Hermano Róger). Esperar mi resurrección es imposible sin esperar y participar en la resurrección de los demás, porque se trata de un acontecimiento absolutamente gratuito de parte de Dios.
Don inestimable
No habrá ninguna acción nuestra que pueda ser tan meritoria del don tan inestimable de la resurrección. Nuestros méritos sólo son una pequeña respuesta al don del amor sin límites que es Dios. Creer en la resurrección es creer en el destino común que compartimos como seres humanos. Es celebrar la comunión, la unidad del género humano en su origen y en su destino. No se trata, pues, de una teoría elaborada sobre el destino de un alma separada de su cuerpo luego de la muerte. Nunca la tradición cristiana ha considerado el destino individual desligándolo del colectivo. Ello quiere decir, más allá de toda discusión teológica reservada a los expertos, que existe un vínculo que la muerte no puede acabar. Este vínculo es el amor.
Creer en la resurrección es creer realmente en la eternidad del amor. Cuando aprendemos el duro ejercicio de construirnos en y desde el amor, nos damos cuenta lo implicados que estamos los unos con los otros. Amar se hace alma y se hace cuerpo. Ningún espacio que sea realmente humano puede estar ausente de esta realidad que es el amor en una vida recreada. El vínculo del amor no desaparece con la muerte. Resucitar es ser llevados, y dejarnos llevar, definitiva y plenamente en y desde el amor sin límites que es Dios.
Doctor en Teología
felixpalazzi@hotmail.com
@felixpalazzi
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