Tomado de "Las Guerras Secretas de Fidel Castro"Juan
F. Benemelis
Nunca en la historia
contemporánea un país tan pequeño y escaso de recursos ha ejercido la
influencia internacional de Cuba en los últimos decenios. Ni la revolución
China, ni el tercermundismo hindú, ni el nuevo marxismo europeo, ni el
naserismo, ni el prototipo tanzano, ni más adelante el sandinismo se
granjearían en estos últimos decenios la mitológica proyección alcanzada por
los guerrilleros cubanos en el poder, que invadió los mapamundis.
Con
desconcertante rapidez los cubanos fundaron uno de los más extensos aparatos de
espionaje del mundo a pesar de que Cuba carecía de una tradición en esa rama.
Esa prolongación paramilitar de corte fascista llegó a ser la tercera del
planeta, después de la KGB y de la CIA, no sólo por el volumen de personal y el
extenso número de operaciones en todas las latitudes, sino por los objetivos y
la efectividad de las mismas.
Ni el Mossad
israelí, ni los servicios secretos franceses o ingleses han conseguido
desplazarse en un radio de acción tan vasto y de forma tan sistemática. Ni la
Libia de Muamar Khadafi o el Irán del Ayatolá Khomeini han acumulado la
experiencia, la ramificación operacional, los recursos, la infraestructura y
las alianzas de que ha dispuesto el castrismo para desatar la violencia en
todos los continentes.
Los cuerpos
secretos cubanos, la DGI, el Departamento América y la Inteligencia Militar,
lograrían dominar con celeridad no sólo la ordenación de las acciones
encubiertas sino también la falsificación de documentos, el entrenamiento de
agentes y el procesamiento de información. Mostrarían además un sólido grado de
profesionalismo en la implantación de redes de espías en otros países; en la
penetración de gobiernos, ejércitos e instituciones civiles; en la adquisición
de secretos.
Como si esto
fuera poco, Cuba perfeccionará la organización de ataques fulminantes
terroristas, de guerrillas, de golpes de estado, de ejecuciones individuales,
de campañas de desinformación, de tentáculos para el narcotráfico, de
transferencia tecnológica, de lavado de dinero, de comercio ilegal y también el
desmantelamiento de su propia oposición política.
Cuba lograría
montar maquinaciones de espionaje o subversión en casi todos los países de
América Latina y África. Sus servicios, con flexibilidad felina, golpearían
simultáneamente en blancos estratégicos del mundo árabe y del asiático, desde
Marruecos en el Mediterráneo hasta Vanuatu en el Pacífico.
Entre los
beneficiados se encontrarán los separatistas vascos de España, y los
nacionalistas de Irlanda del Norte, los tribeños Moro de las Filipinas, y las
células beligerantes comunistas de Bélgica y la Hizb-Allah. Estados Unidos,
Canadá, Europa Occidental y Escandinava y Turquía no escaparían al frenético
trajín de los espías cubanos. En resumen, en una sorprendente paradoja de la
historia, Cuba ha tenido participación militar en todas las agrupaciones
políticas africanas de liberación y en todas las revoluciones latinoamericanas
que han existido desde 1960, a las que también ha suministrado ayuda financiera
y material. En palabras del historiador Andrew Conteh2 "ningún
otro país del tamaño de Cuba y pocos con más recursos, pueden igualar la proyección
mundial de la política exterior cubana"
Muy
poco se conoce sobre el grado de complejidad y las dimensiones de la subversión
cubana fuera de los círculos militares y de la inteligencia. A partir de que
Castro asume el mando en 1959, un verdadero racimo humano, alrededor de 25,000
personas de diversos continentes y filiaciones ideológicas, entre ellos 10,000
latinoamericanos, recibirán entrenamiento de guerrilla y terrorismo. Se calcula
que alrededor de otros veinte millares de peregrinos han acogido cursos
políticos. A finales de 1966 Cuba había establecido más de 12 campos
internacionales de entrenamiento guerrillero.
Castro se ha
desparramado por toda la superficie del planeta promoviendo la guerrilla en el
medio rural y el terrorismo urbano; despachando brigadas armadas y alquilando
guardias pretorianas para mandatarios de las junglas tropicales africanas;
transfiriendo tecnología occidental al bloque soviético y promoviendo la
narcoguerrilla. Cuba ha facilitado el abastecimiento de armas y municiones a
elementos radicales dedicados al derrocamiento de gobiernos, tanto los
autoritarios como aquellos elegidos electoralmente; ha costeado y brindado
asistencia material a infinidad de organizaciones desde los desiertos del
África hasta las junglas centroamericanas.
Los elegantes
arrabales habaneros han servido como el principal terreno de entrenamiento
ideológico y militar para las jóvenes generaciones del Tercer Mundo, proveedora
de mercenarios para los escenarios bélicos de América Latina y África, y base
principal de operaciones para planificar y ejecutar la guerra psicológica,
guerra de guerrillas, golpes de estado y otras formas de operaciones de baja
intensidad en partes dispares del mundo no comunista3.
Es interminable el número de estados latinoamericanos y
africanos que en los últimos treinta y tres años ha sido blanco de la marcha de
los centauros bárbaros de Castro. Lo mismo puede decirse de las organizaciones
terroristas internacionales que se han beneficiado de la bestialidad inteligente
de los cubanos. Castro se
ha inmiscuido en la batalla anticolonial, ha atentado contra gobiernos
legalmente establecidos, ha participado en contiendas civiles en otros países,
ha aupado la piratería aérea y el tráfico de drogas, y llevó al mundo al borde
del holocausto nuclear. Hasta el día de hoy, Castro sigue desplegando campañas
de desinformación en Occidente y alimenta un vasto cuerpo de espionaje. Los
ejércitos cubanos funcionaron con los designios imperiales de Moscú.
Los combatientes
internacionalistas cubanos llevarán al poder al movimiento angolano MPLA. Los
soldados de La Habana operarán en el desierto etíope del Ogadén y en Eritrea.
Los cubanos servirán de instructores militares en los campos de terrorismo de
Khadafi. Fungirán como los guardaespaldas de gorilas que velaron por la
seguridad del sangriento ex dictador guineano Francisco Macías Nguema; todo
será parte de la gran empresa del internacionalismo proletario4.
Castro transformaría a Cuba en un estado mayor de lucha
armada, terrorista, militar, y de inteligencia contra los Estados Unidos. En su
empeño arrastraría consigo a toda una generación de latinoamericanos y
africanos, y en muchas ocasiones a una cautelosa Unión Soviética, y probaría su
capacidad para golpear diversos objetivos en lugares dispares, y para
descubrir, identificar y explotar conflictos locales genuinos o evitables. Fue
doble el error de no considerar el terrorismo y la contienda guerrillera como
una verdadera guerra librada en una forma peculiar, ni a sus promotores como
enemigos frontales.
Los actos de
sabotaje en Beirut y en Kuwait; el terrorismo en aeropuertos europeos y en
aviones en pleno vuelo; el asesinato por motivos políticos del italiano Aldo
Moro, del presidente libanés Bashir Gemayel, del mandatario egipcio Anuar El
Sadat, y de los primeros ministros de la India; el fallido atentado al Papa
Juan Pablo II, todos se inscriben en una agenda de violencia desencadenada en
los primeros años de la década de los sesenta con la revolución cubana.
La magnitud y
el dinamismo del castrismo en el exterior, y en especial en el África, y el
haber convertido la Gran Antilla en la nación más influyente de Latinoamérica,
resultarán en extremo suicida para su economía y para su pueblo que pagaría un
precio exorbitante: la casi extinción de la nación.
*
Mucho más que una
consecuencia de la Revolución y de su enfrentamiento a Washington, la
militarización cubana fue la piedra de toque del castrismo, que empujó la evolución
del proceso socialista hacia el dilema de la construcción nacional o el
carácter internacionalista. Así, el desmoronamiento imperialista abogado por el
foco guerrillero, urbano o rural, se transfiguraría en el substrato primordial,
en el género agresivo de la revolución cubana.
Este fue el
dogma victoriano que escindió a la rapaz vanguardia bolchevique en sus primeros
años de poder, y que en Cuba habría de cobrar una forma inusual. Ambas
estrategias han ocupado alternativamente el epicentro, con desiguales grados de
énfasis y resumidos en el decorado de poderío y gloria de una persona: Castro.
La militarización y su impronta internacional responden a la débil estructura
social y al vacío institucional de su economía mono-productora que se ven aupados
por la índole de su participación exterior, por el origen guerrillero de la
élite política, y por el carácter autocrático de Castro.
La estructura y
mecanismos de la monstruosidad totalitaria cubana arrancan también de los
preceptos bolcheviques, pero contienen además reflejos primitivos del
coloniaje ibérico, en cuyo contexto la personalidad protagónica del líder o
caudillo se coloca por encima de los mecanismos políticos, administrativos e
incluso militares. No ha sido difícil a Castro imprimir su signo inequívoco en
cada acto de política exterior en una Cuba carente de instituciones
democráticas.
La incapacidad
de las primaveras antiestalinistas del eurocomunismo y del maoísmo para
explotar el decadentismo de Occidente llevaría a que las generaciones del
sesenta y de los setenta buscasen en el castrismo "la revelación en el
camino de Damasco". Con la revolución cubana retornan nuevamente los
conceptos de la ética del hombre nuevo, florece el nuevo marxismo, el
voluntarismo histórico de las vanguardias, el quebrantamiento de los viejos
moldes de conducta y de moral social, la rebeldía juvenil, el retorno a la vida
natural, el rechazo al consumismo, la canción protesta, el intelectual
comprometido, los collares y pelos largos e incluso el desaliño individual.
La extensión
exterior del modelo castrista, la más desconcertante política provocadora de
los tiempos modernos, buscaría su consolidación como pequeña potencia militar
en islas, estrechos y territorios claves de dos continentes: África y América
Latina. Lo ha hecho utilizando una red de organizaciones pantallas que le ha
permitido unificar recursos y percepciones ideológicas dentro del antiguo
bloque soviético y entre los movimientos de izquierda.
En el ámbito
del continente americano el castrismo resultará traumático; pondrá en discusión
la vieja prerrogativa intervencionista de la doctrina Monroe americana;
aniquilará el reformismo de las "suizas democráticas" del continente
como Uruguay y Costa Rica; polarizará las fuerzas sociales entre los
revolucionarios armados y las juntas dictatoriales.
Las
obligaciones globales de las potencias europeas en otras latitudes dejaron en
África un vacío de poder que se hizo evidente en los años sesenta. Salvo la
crisis congolesa y el conflicto nigeriano de Biafra5, nada alteró
tanto las cancillerías como el aprovechamiento de tal vacante por parte de
Castro. Las riesgosas peripecias del dictador de Cuba en el Cono Sur
latinoamericano y en el Mar Rojo complicarían la carrera entre la Unión Soviética
y los Estados Unidos por el Océano Indico, y llegaría hasta una posible
confrontación entre unidades blindadas cubanas y sudafricanas.
El compromiso
castrista con una ética marxista nunca ha sido orgánico, pese a su anterior
dependencia con la Unión Soviética y al actual postulado de pasar a la historia
como el último comunista. Por tal razón su régimen presentará además un listado
de vinculaciones moralmente dudosas: el espadón argentino Carlos Videla; los
golpistas brasileños; el panameño Manuel Noriega; Ramón Mercader, el asesino de
León Trotsky; el narcotraficante Pablo Escobar; el prófugo de la justicia
Robert Vesco; el asesino de la Rue Marbeuf: Ilich Ramírez Sánchez (Carlos, El
Chacal); el tirano ibérico Francisco Franco; los africanos Khadafi, Mengistu
Haile Mariam, Idi Amín Dada e incluso el emperador caníbal Jean Bedel Bokassa.
Todo esto se desplomó al combinarse una serie de factores
en su contra: la reforma en el bloque soviético, la reevaluación de las
prioridades en la política exterior de las grandes potencias, la contracción de
la URSS de los salientes críticos del Tercer Mundo, y la propia presión
de la deuda externa cubana. Hasta ese instante la historia parecía estar al
lado del socialismo, bajo los aullidos y las arengas de una legión de demagogos
y falsos mesías, y por tanto Castro, como gurú de la revolución tercermundista,
se hallaba en el bando de los vencedores.
Pero de pronto
los eventos se precipitarían en su contra: las revelaciones de su conexión al
narcotráfico, la democratización de la América Latina, los acuerdos de paz
sobre Angola que impuso la retirada de su legión extranjera, la irrupción
norteamericana en Panamá, y la guerra del Golfo Persa. La historia no daría la
razón al marxismo. El gladsnost, la caída del muro de Berlín, y el
colapso de la URSS situaron a Castro en la categoría de gobernante arcaico;
defensor de un sistema que el mundo entero ha repudiado.
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