Vaticano: JudÍos, cristianos y musulmanes demostraron que la convivencia es posible
El histórico momento en los jardines del Vaticano. Cada delegación rezó siguiendo las enseñanzas de su religión demostrando así que la convivencia es posible
Por H. Sergio Mora
CIUDAD DEL VATICANO, 08 de junio de 2014 (Zenit.org) - En el atardecer de este domingo 8 de junio de 2014, en los jardines del Vaticano se registró un hecho excepcional: por primera vez en la historia los presidentes de Israel, Shimon Péres; el de Palestina, Mahmud Abbas; se reunieron en el Vaticano por invitación del papa Francisco para realizar una oración por la paz. Estaba presente también el patriarca de Constantinopla, Bartolomé y el custodio de Tierra Santa, el franciscano Pierbattista Pizzaballa.
El Santo Padre realizó la invitación el 25 de mayo pasado en su viaje a Tierra Santa, cuando en Palestina dijo: 'Señor presidente Mahmoud Abbas, en este lugar donde nació el Príncipe de la paz, deseo invitarle a usted y al señor presidente Shimon Peres, a que elevemos juntos una intensa oración pidiendo a Dios el don de la paz. Ofrezco mi casa en el Vaticano para acoger este encuentro de oración'.
El Santo Padre recibió hoy poco después de las 18 horas, en su residencia la Domus Santa Marta, primero a un presidente y después al otro. Ambos mandatarios se reunieron en el hall de Santa Marta, en donde en un 'fuera de programa' se abrazaron. Se les ha unido el patriarca Bartolomeo. Desde Santa Marta juntos en coche se dirigieron hacia el sitio de la celebración: un espacio situado en el verde de los jardines del Vaticano, entre la Casina Pío IV y la zona de los Museos Vaticanos. Allí estaban también dos amigos de vieja data del Papa argentino, el rabino Abrahan Skorka y el jeque musulmán Abbud Omar, quienes desde hace años habían emprendido en Buenos Aires este camino de diálogo interreligioso.
El inicio del encuentro de oración por la paz comenzó al atardecer, las 19 horas locales, con una apertura musical. “¡El Señor les conceda la paz! Hemos venido a este lugar, israelíes y palestinos; judíos, cristianos y musulmanes, para ofrecer nuestra oración por la paz, por Tierra Santa y por todos sus habitantes”, fue una de las primeras frases de introducción.
El encuentro se realizó en tres momentos (alabanza, perdón, invocación de paz) al que le siguió una conclusión.
La oración de la delegación judíaEl salmo número ocho de David abrió la oración que realizaron los representantes judíos, y a continuación del salmo 147, le siguió el Himno al Omnipotente. Después del intermedio musical se realizó el pedido de perdón recitado en hebraico, seguido por el salmo 25 y el salmo 130. Concluyó con una meditación musical judía.
La oración de la comunidad cristianaLa comunidad cristiana realizó su plegaria, iniciando con un agradecimiento por la Creación, en inglés, seguido por la lectura del salmo 8 y la lectura del libro de Isaías.
“Recemos: Dios Padre Omnipotente, nosotros aquí reunidos, tus hijos judíos, cristianos y musulmanes, te reconocemos a tí como nuestro Creador. Venimos a darte gracias por la belleza y maravilla de tu creación".
Le siguió un intermedio musical. Y la segunda parte inició con un pedido de perdón recitado en italiano, con la lectura de una oración de Juan Pablo II: “... Rezamos para que contemplando a Jesús, nuestro Señor y nuestra paz, los cristianos sean capaces de arrepentirse de las palabras y de las actitudes causadas por el orgullo y el odio, por el deseo de dominar a los otros, por la enemistad hacia los miembros de otras religiones y hacia los grupos más débiles de la sociedad, como migrantes e itinerantes. Recemos por todos aquello que han sufrido contra la dignidad humana y por aquellos cuyos derechos han sido pisoteados...”.
“Concede que nuestros progenitores, nuestros hermanos y hermanas, y todos nosotros tus servidores que por gracia del Espíritu Santo nos dirigimos a ti con arrepentimiento sincero, podamos sentir tu misericordia y recibir el perdón de nuestros pecados. Nosotros te lo pedimos por medio de Cristo nuestro Señor. Amen.
Tras una pausa de silencio, prosiguió la oración: “Dios Padre Omnipotente, dónanos la gracia de presentarnos humilmente delante a ti y de implorar tu perdón por haberte ofendido a ti y a nuestros hermanos y hermanas. Nosotros no hemos sido custodios de nuestra creación, especialmente en tu Tierra Santa. Hemos emprendido guerras, realizado violencia, hemos enseñado el desprecio por nuestros hermanos y hermanas, ofendiendote profundamente a ti oh Padre de todos nosotros. Dónanos la gracia de empeñarnos nuevamente para 'actuar con justicia, amar la misericordia, y caminar humilmente con nuestro Dios', por medio de Cristo nuestro Señor. Amen.
Después de un breve intermedio musical, fue la invocación de paz, en árabe, que inició con la lectura de la oración de san Francisco de Asís: “Señor haz de mi un instrumento de tu paz...”.
La oración de la comunidad musulmana“Sea alabado Dios, que ha creado el cielo y la tierra, que ha convertido las tinieblas en luz, que ha hecho surgir todas las cosas de la nada...”. Así inició la oración, que terminó con el intermedio musical después del cual fue la invocación por la paz, siempre en árabe, que concluyó con una interpretación musical musulmana.
El evento concluyó con las palabras del papa Francisco: shalom, paz, salam. Le siguieron las palabras de los dos presidentes, cada uno de ellos en favor de la paz, con una estrecharse de manos. Entre Francisco, Peres y Abbas
plantaron un pequeño árbol de olivo, como deseo de paz entre el pueblo palestino y el israelí.
El Santo Padre realizó la invitación el 25 de mayo pasado en su viaje a Tierra Santa, cuando en Palestina dijo: 'Señor presidente Mahmoud Abbas, en este lugar donde nació el Príncipe de la paz, deseo invitarle a usted y al señor presidente Shimon Peres, a que elevemos juntos una intensa oración pidiendo a Dios el don de la paz. Ofrezco mi casa en el Vaticano para acoger este encuentro de oración'.
El Santo Padre recibió hoy poco después de las 18 horas, en su residencia la Domus Santa Marta, primero a un presidente y después al otro. Ambos mandatarios se reunieron en el hall de Santa Marta, en donde en un 'fuera de programa' se abrazaron. Se les ha unido el patriarca Bartolomeo. Desde Santa Marta juntos en coche se dirigieron hacia el sitio de la celebración: un espacio situado en el verde de los jardines del Vaticano, entre la Casina Pío IV y la zona de los Museos Vaticanos. Allí estaban también dos amigos de vieja data del Papa argentino, el rabino Abrahan Skorka y el jeque musulmán Abbud Omar, quienes desde hace años habían emprendido en Buenos Aires este camino de diálogo interreligioso.
El inicio del encuentro de oración por la paz comenzó al atardecer, las 19 horas locales, con una apertura musical. “¡El Señor les conceda la paz! Hemos venido a este lugar, israelíes y palestinos; judíos, cristianos y musulmanes, para ofrecer nuestra oración por la paz, por Tierra Santa y por todos sus habitantes”, fue una de las primeras frases de introducción.
El encuentro se realizó en tres momentos (alabanza, perdón, invocación de paz) al que le siguió una conclusión.
La oración de la delegación judíaEl salmo número ocho de David abrió la oración que realizaron los representantes judíos, y a continuación del salmo 147, le siguió el Himno al Omnipotente. Después del intermedio musical se realizó el pedido de perdón recitado en hebraico, seguido por el salmo 25 y el salmo 130. Concluyó con una meditación musical judía.
La oración de la comunidad cristianaLa comunidad cristiana realizó su plegaria, iniciando con un agradecimiento por la Creación, en inglés, seguido por la lectura del salmo 8 y la lectura del libro de Isaías.
“Recemos: Dios Padre Omnipotente, nosotros aquí reunidos, tus hijos judíos, cristianos y musulmanes, te reconocemos a tí como nuestro Creador. Venimos a darte gracias por la belleza y maravilla de tu creación".
Le siguió un intermedio musical. Y la segunda parte inició con un pedido de perdón recitado en italiano, con la lectura de una oración de Juan Pablo II: “... Rezamos para que contemplando a Jesús, nuestro Señor y nuestra paz, los cristianos sean capaces de arrepentirse de las palabras y de las actitudes causadas por el orgullo y el odio, por el deseo de dominar a los otros, por la enemistad hacia los miembros de otras religiones y hacia los grupos más débiles de la sociedad, como migrantes e itinerantes. Recemos por todos aquello que han sufrido contra la dignidad humana y por aquellos cuyos derechos han sido pisoteados...”.
“Concede que nuestros progenitores, nuestros hermanos y hermanas, y todos nosotros tus servidores que por gracia del Espíritu Santo nos dirigimos a ti con arrepentimiento sincero, podamos sentir tu misericordia y recibir el perdón de nuestros pecados. Nosotros te lo pedimos por medio de Cristo nuestro Señor. Amen.
Tras una pausa de silencio, prosiguió la oración: “Dios Padre Omnipotente, dónanos la gracia de presentarnos humilmente delante a ti y de implorar tu perdón por haberte ofendido a ti y a nuestros hermanos y hermanas. Nosotros no hemos sido custodios de nuestra creación, especialmente en tu Tierra Santa. Hemos emprendido guerras, realizado violencia, hemos enseñado el desprecio por nuestros hermanos y hermanas, ofendiendote profundamente a ti oh Padre de todos nosotros. Dónanos la gracia de empeñarnos nuevamente para 'actuar con justicia, amar la misericordia, y caminar humilmente con nuestro Dios', por medio de Cristo nuestro Señor. Amen.
Después de un breve intermedio musical, fue la invocación de paz, en árabe, que inició con la lectura de la oración de san Francisco de Asís: “Señor haz de mi un instrumento de tu paz...”.
La oración de la comunidad musulmana“Sea alabado Dios, que ha creado el cielo y la tierra, que ha convertido las tinieblas en luz, que ha hecho surgir todas las cosas de la nada...”. Así inició la oración, que terminó con el intermedio musical después del cual fue la invocación por la paz, siempre en árabe, que concluyó con una interpretación musical musulmana.
El evento concluyó con las palabras del papa Francisco: shalom, paz, salam. Le siguieron las palabras de los dos presidentes, cada uno de ellos en favor de la paz, con una estrecharse de manos. Entre Francisco, Peres y Abbas
Texto de las palabras del Papa Francisco en el encuentro interreligioso por la paz
En una combo blanca fueron llevados desde Santa Marta al lugar de la ceremonia en los jardines del Vaticano
Por Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 08 de junio de 2014 (Zenit.org) - En los jardines del Vaticano hoy se ha celebrado una oración por la paz, convocada por el papa Francisco en su viaje a Tierra Santa. Al concluir la ceremonia en la que cada una de las delegaciones rezó según su creencia religiosa, el Santo Padre recordó que "para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo".
Y recordó que "hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas... Pero nuestros esfuerzos han sido en vano". Y concluyó: "Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir: «¡Nunca más la guerra»; «con la guerra, todo queda destruido». Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz".
A continuación las palabras del santo padre Francisco:
Señores presidentes
Los saludo con gran alegría, y deseo ofrecerles, a ustedes y a las distinguidas Delegaciones que les acompañan, la misma bienvenida calurosa que me han deparado en mi reciente peregrinación a Tierra Santa.
Gracias desde el fondo de mi corazón por haber aceptado mi invitación a venir aquí para implorar de Dios, juntos, el don de la paz. Espero que este encuentro sea el comienzo de un camino nuevo en busca de lo que une, para superar lo que divide.
Y gracias a Vuestra Santidad, venerado hermano Bartolomé, por estar aquí conmigo para recibir a estos ilustres huéspedes. Su participación es un gran don, un valioso apoyo, y es testimonio de la senda que, como cristianos, estamos siguiendo hacia la plena unidad.
Su presencia, señores presidentes, es un gran signo de fraternidad, que hacen como hijos de Abraham, y expresión concreta de confianza en Dios, Señor de la historia, que hoy nos mira como hermanos uno de otro, y desea conducirnos por sus vías.
Este encuentro nuestro para invocar la paz en Tierra Santa, en Medio Oriente y en todo el mundo, está acompañado por la oración de tantas personas, de diferentes culturas, naciones, lenguas y religiones: personas que han rezado por este encuentro y que ahora están unidos a nosotros en la misma invocación. Es un encuentro que responde al deseo ardiente de cuantos anhelan la paz, y sueñan con un mundo donde hombres y mujeres puedan vivir como hermanos y no como adversarios o enemigos.
Señores presidentes, el mundo es un legado que hemos recibido de nuestros antepasados, pero también un préstamo de nuestros hijos: hijos que están cansados y agotados por los conflictos y con ganas de llegar a los albores de la paz; hijos que nos piden derribar los muros de la enemistad y tomar el camino del diálogo y de la paz, para que triunfen el amor y la amistad.
Muchos, demasiados de estos hijos han caído víctimas inocentes de la guerra y de la violencia, plantas arrancadas en plena floración. Es deber nuestro lograr que su sacrificio no sea en vano. Que su memoria nos infunda el valor de la paz, la fuerza de perseverar en el diálogo a toda costa, la paciencia para tejer día tras día el entramado cada vez más robusto de una convivencia respetuosa y pacífica, para gloria de Dios y el bien de todos.
Para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo.
La historia nos enseña que nuestras fuerzas por sí solas no son suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz, pero el maligno, por diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada, y debemos responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a doblegarla con una sola palabra: «hermano». Pero para decir esta palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos de un mismo Padre.
A él me dirijo yo, en el Espíritu de Jesucristo, pidiendo la intercesión de la Virgen María, hija de Tierra Santa y Madre nuestra. Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica.
Hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas... Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir: «¡Nunca más la guerra»; «con la guerra, todo queda destruido». Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz.
Señor, Dios de Abraham y los Profetas, Dios amor que nos has creado y nos llamas a vivir como hermanos, danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz; danos la capacidad de mirar con benevolencia a todos los hermanos que encontramos en nuestro camino. Haznos disponibles para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para tomar con paciente perseverancia opciones de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz.
Y que sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división, odio, guerra. Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre «hermano», y el estilo de nuestra vida se convierta en shalom, paz, salam. Amén.
Y recordó que "hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas... Pero nuestros esfuerzos han sido en vano". Y concluyó: "Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir: «¡Nunca más la guerra»; «con la guerra, todo queda destruido». Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz".
A continuación las palabras del santo padre Francisco:
Señores presidentes
Los saludo con gran alegría, y deseo ofrecerles, a ustedes y a las distinguidas Delegaciones que les acompañan, la misma bienvenida calurosa que me han deparado en mi reciente peregrinación a Tierra Santa.
Gracias desde el fondo de mi corazón por haber aceptado mi invitación a venir aquí para implorar de Dios, juntos, el don de la paz. Espero que este encuentro sea el comienzo de un camino nuevo en busca de lo que une, para superar lo que divide.
Y gracias a Vuestra Santidad, venerado hermano Bartolomé, por estar aquí conmigo para recibir a estos ilustres huéspedes. Su participación es un gran don, un valioso apoyo, y es testimonio de la senda que, como cristianos, estamos siguiendo hacia la plena unidad.
Su presencia, señores presidentes, es un gran signo de fraternidad, que hacen como hijos de Abraham, y expresión concreta de confianza en Dios, Señor de la historia, que hoy nos mira como hermanos uno de otro, y desea conducirnos por sus vías.
Este encuentro nuestro para invocar la paz en Tierra Santa, en Medio Oriente y en todo el mundo, está acompañado por la oración de tantas personas, de diferentes culturas, naciones, lenguas y religiones: personas que han rezado por este encuentro y que ahora están unidos a nosotros en la misma invocación. Es un encuentro que responde al deseo ardiente de cuantos anhelan la paz, y sueñan con un mundo donde hombres y mujeres puedan vivir como hermanos y no como adversarios o enemigos.
Señores presidentes, el mundo es un legado que hemos recibido de nuestros antepasados, pero también un préstamo de nuestros hijos: hijos que están cansados y agotados por los conflictos y con ganas de llegar a los albores de la paz; hijos que nos piden derribar los muros de la enemistad y tomar el camino del diálogo y de la paz, para que triunfen el amor y la amistad.
Muchos, demasiados de estos hijos han caído víctimas inocentes de la guerra y de la violencia, plantas arrancadas en plena floración. Es deber nuestro lograr que su sacrificio no sea en vano. Que su memoria nos infunda el valor de la paz, la fuerza de perseverar en el diálogo a toda costa, la paciencia para tejer día tras día el entramado cada vez más robusto de una convivencia respetuosa y pacífica, para gloria de Dios y el bien de todos.
Para conseguir la paz, se necesita valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pactos y no a las provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita valor, una gran fuerza de ánimo.
La historia nos enseña que nuestras fuerzas por sí solas no son suficientes. Más de una vez hemos estado cerca de la paz, pero el maligno, por diversos medios, ha conseguido impedirla. Por eso estamos aquí, porque sabemos y creemos que necesitamos la ayuda de Dios. No renunciamos a nuestras responsabilidades, pero invocamos a Dios como un acto de suprema responsabilidad, de cara a nuestras conciencias y de frente a nuestros pueblos. Hemos escuchado una llamada, y debemos responder: la llamada a romper la espiral del odio y la violencia; a doblegarla con una sola palabra: «hermano». Pero para decir esta palabra, todos debemos levantar la mirada al cielo, y reconocernos hijos de un mismo Padre.
A él me dirijo yo, en el Espíritu de Jesucristo, pidiendo la intercesión de la Virgen María, hija de Tierra Santa y Madre nuestra. Señor, Dios de paz, escucha nuestra súplica.
Hemos intentado muchas veces y durante muchos años resolver nuestros conflictos con nuestras fuerzas, y también con nuestras armas; tantos momentos de hostilidad y de oscuridad; tanta sangre derramada; tantas vidas destrozadas; tantas esperanzas abatidas... Pero nuestros esfuerzos han sido en vano. Ahora, Señor, ayúdanos tú. Danos tú la paz, enséñanos tú la paz, guíanos tú hacia la paz. Abre nuestros ojos y nuestros corazones, y danos la valentía para decir: «¡Nunca más la guerra»; «con la guerra, todo queda destruido». Infúndenos el valor de llevar a cabo gestos concretos para construir la paz.
Señor, Dios de Abraham y los Profetas, Dios amor que nos has creado y nos llamas a vivir como hermanos, danos la fuerza para ser cada día artesanos de la paz; danos la capacidad de mirar con benevolencia a todos los hermanos que encontramos en nuestro camino. Haznos disponibles para escuchar el clamor de nuestros ciudadanos que nos piden transformar nuestras armas en instrumentos de paz, nuestros temores en confianza y nuestras tensiones en perdón. Mantén encendida en nosotros la llama de la esperanza para tomar con paciente perseverancia opciones de diálogo y reconciliación, para que finalmente triunfe la paz.
Y que sean desterradas del corazón de todo hombre estas palabras: división, odio, guerra. Señor, desarma la lengua y las manos, renueva los corazones y las mentes, para que la palabra que nos lleva al encuentro sea siempre «hermano», y el estilo de nuestra vida se convierta en shalom, paz, salam. Amén.
El Santo Padre: Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas
En el Regina Coeli agradece las oraciones por el encuentro con los presidentes de Israel y Palestina
Por Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 08 de junio de 2014 (Zenit.org) - El papa Francisco rezó hoy la oración del Regina Coeli desde la ventana de su estudio en el Vaticano. Desde allí se dirigió a los varios miles de fieles que le escuchaban en la Plaza de San Pedro.
Les recordó que esta tarde en el Vaticano los presidentes de Israel y Palestina se unirán a él y al patriarca ecuménico de Constantinopla para invocar de Dios el don de la paz en Tierra Santa, en Medio Oriente y en el todo mundo.
“Deseo agradecer --dijo el Papa-- a todos los que, personalmente y en comunidad, han rezado y rezan por este encuentro y se unirán espiritualmente a nuestra súplica.
Antes de la oración del Regina Coeli el papa dijo:
“Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de Pentecostés recuerda la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en el cenáculo. Como en la Pascua, es un evento que sucedió durante la preexistente fiesta judía, y que conlleva un cumplimiento sorprendente”.
El libro de los Actos de los Apóstoles describe los signos y los frutos de esta extraordinaria efusión: el viento fuerte y las llamas de fuego; el miedo desaparece y deja lugar al coraje; las lenguas se desatan y todos entienden el anuncio. Donde llega el Espíritu de Dios, todo renace y se transfigura. El evento de Pentecostés indica el nacimiento de la Iglesia y su manifestación pública. Y nos impresionan dos aspectos: es una Iglesia que sorprende y desapunta.
Un elemento fundamental de Pentecostés es la sorpresa. Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas, lo sabemos. Nadie se esperaba másnada de los discípulos: después de la muerte de Jesús eran un grupito insignificante, derrotados y huérfanos de su Maestro. En cambio se verifica un evento inesperado que suscita maravilla: la gente se queda turbada porque cada uno oía a los discípulos hablar en el propio idioma, contando las grandes obras de Dios.
La Iglesia que nace en Pentecostés es una comunidad que despierta estupor, porque con la fuerza que le viene de Dios, anuncia un mensaje nuevo --la resurrección de Cristo-- con un lenguaje nuevo: el universal del amor. (...)
Los discípulos son revestidos de la potencia del alto y hablan con coraje, pero pocos minutos antes eran cobardes, en cambio ahora hablan con coraje y franqueza, con la libertad del Espíritu Santo.
Así siempre la Iglesia está llamada a ser: capaz de sorprender anunciando a todos que Jesucristo ha vencido la muerte, que los brazos de Dios están siempre abiertos, que su paciencia está siempre allí esperándonos para curarnos y perdonarnos.
Justamente para realizar esta misión Jesús resucitado ha donado su Espíritu a la Iglesia. (...) Alguien en Jerusalén habría preferido que los discípulos de Jesús, bloqueados por el miedo se hubieran quedado cerrados en su casa para no crear desapunte. También hoy tantos quieren esto de los cristianos.
En cambio, el Señor resucitado los empuja hacia el mundo: “Como el Padre me ha enviado, también yo les envío a ustedes”. La Iglesia de Pentecostés es una Iglesia que no se resigna a ser inocua, demasiado destilada, como un elemento decorativo.
Es una Iglesia que no tiene dudas en salir hacia fuera, hacia la gente, para anunciar el mensaje que le ha sido confiado, mismo si ese mensaje molesta e inquieta las conciencias, nos trae problemas y también nos lleva al martirio.
Ella nace una y universal, con una idea precisa pero abierta, una Iglesia que abraza al mundo pero no lo captura, como la columnata de esta plaza: dos brazos que se abren para acoger, pero no se cierran para retener. Los cristianos somos libres y la Iglesia nos quiere libres.
Nos dirigimos a la Virgen María, que en esa mañana de Pentecostés estaba en el Cenáculo, la Madre estaba con los hijos junto a los discípulos. En ella la fuerza del Espíritu Santo cumplió realmente “grandes cosas”.
Ella la Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, nos obtenga con su intercesión una renovada efusión del Espíritu de Dios en la Iglesia y en el mundo”.
Regina Coeli...
En los saludos finales, además de agradecer las oraciones por el encuentro por la paz en el Vaticano con los presidentes de Israel y Palestina, saludó a diversos grupos presentes, como los estudiantes de la diócesis española de Valencia.
Y concluyó deseando a todos “una buona domenica”, pidió “recen por mi; “buon pranzo y arrivederci”.
Les recordó que esta tarde en el Vaticano los presidentes de Israel y Palestina se unirán a él y al patriarca ecuménico de Constantinopla para invocar de Dios el don de la paz en Tierra Santa, en Medio Oriente y en el todo mundo.
“Deseo agradecer --dijo el Papa-- a todos los que, personalmente y en comunidad, han rezado y rezan por este encuentro y se unirán espiritualmente a nuestra súplica.
Antes de la oración del Regina Coeli el papa dijo:
“Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de Pentecostés recuerda la efusión del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en el cenáculo. Como en la Pascua, es un evento que sucedió durante la preexistente fiesta judía, y que conlleva un cumplimiento sorprendente”.
El libro de los Actos de los Apóstoles describe los signos y los frutos de esta extraordinaria efusión: el viento fuerte y las llamas de fuego; el miedo desaparece y deja lugar al coraje; las lenguas se desatan y todos entienden el anuncio. Donde llega el Espíritu de Dios, todo renace y se transfigura. El evento de Pentecostés indica el nacimiento de la Iglesia y su manifestación pública. Y nos impresionan dos aspectos: es una Iglesia que sorprende y desapunta.
Un elemento fundamental de Pentecostés es la sorpresa. Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas, lo sabemos. Nadie se esperaba másnada de los discípulos: después de la muerte de Jesús eran un grupito insignificante, derrotados y huérfanos de su Maestro. En cambio se verifica un evento inesperado que suscita maravilla: la gente se queda turbada porque cada uno oía a los discípulos hablar en el propio idioma, contando las grandes obras de Dios.
La Iglesia que nace en Pentecostés es una comunidad que despierta estupor, porque con la fuerza que le viene de Dios, anuncia un mensaje nuevo --la resurrección de Cristo-- con un lenguaje nuevo: el universal del amor. (...)
Los discípulos son revestidos de la potencia del alto y hablan con coraje, pero pocos minutos antes eran cobardes, en cambio ahora hablan con coraje y franqueza, con la libertad del Espíritu Santo.
Así siempre la Iglesia está llamada a ser: capaz de sorprender anunciando a todos que Jesucristo ha vencido la muerte, que los brazos de Dios están siempre abiertos, que su paciencia está siempre allí esperándonos para curarnos y perdonarnos.
Justamente para realizar esta misión Jesús resucitado ha donado su Espíritu a la Iglesia. (...) Alguien en Jerusalén habría preferido que los discípulos de Jesús, bloqueados por el miedo se hubieran quedado cerrados en su casa para no crear desapunte. También hoy tantos quieren esto de los cristianos.
En cambio, el Señor resucitado los empuja hacia el mundo: “Como el Padre me ha enviado, también yo les envío a ustedes”. La Iglesia de Pentecostés es una Iglesia que no se resigna a ser inocua, demasiado destilada, como un elemento decorativo.
Es una Iglesia que no tiene dudas en salir hacia fuera, hacia la gente, para anunciar el mensaje que le ha sido confiado, mismo si ese mensaje molesta e inquieta las conciencias, nos trae problemas y también nos lleva al martirio.
Ella nace una y universal, con una idea precisa pero abierta, una Iglesia que abraza al mundo pero no lo captura, como la columnata de esta plaza: dos brazos que se abren para acoger, pero no se cierran para retener. Los cristianos somos libres y la Iglesia nos quiere libres.
Nos dirigimos a la Virgen María, que en esa mañana de Pentecostés estaba en el Cenáculo, la Madre estaba con los hijos junto a los discípulos. En ella la fuerza del Espíritu Santo cumplió realmente “grandes cosas”.
Ella la Madre del Redentor y Madre de la Iglesia, nos obtenga con su intercesión una renovada efusión del Espíritu de Dios en la Iglesia y en el mundo”.
Regina Coeli...
En los saludos finales, además de agradecer las oraciones por el encuentro por la paz en el Vaticano con los presidentes de Israel y Palestina, saludó a diversos grupos presentes, como los estudiantes de la diócesis española de Valencia.
Y concluyó deseando a todos “una buona domenica”, pidió “recen por mi; “buon pranzo y arrivederci”.
plantaron un pequeño árbol de olivo, como deseo de paz entre el pueblo palestino y el israelí.
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