Hay hombres excepcionales
“Con el abuso de la reiteración, debo afirmar que el Dr. Briceño G. fue y será un hombre excepcional, sí justamente reconocemos en su vida y en su obra a ese venezolano que supo interpretar nuestra identidad, que pudo asir los variados elementos de nuestra cultura a través del pensamiento y el ensayo”
“Mis únicos tesoros
son el alma y la palabra;
pero el alma es salvaje
y la palabra no se deja dominar”
Jonuel Brigue
“Yo escribo para ser querido” Había confesado el Maestro Briceño en una entrevista realizada en el marco de la FILVEN 2009, en ocasión de ser el escritor homenajeado. Aquella pregunta generó algunas otras muchas simpatías alrededor de la imagen de un escritor admirado por miles y poco conocido por otros tantos. Anécdotas como éstas le eran propias al Viejo -como acostumbraban llamarle-, quien poseía la magia para transformar algunas de estas experiencias cotidianas en el hilo conductor de sus reflexiones y posteriores enseñanzas. Lo hacía con la naturalidad de los sabios, pues no sólo escribía para ser querido, su capacidad de querer a los otros fue y será ejemplo fraterno entre sus discípulos y lectores. Yo comencé a quererle, hace poco más de 10 años; una vez que uno de sus discípulos puso entre mis manosRecuerdo y Respeto para el héroe nacional (1983).
Desde entonces, el Dr. Briceño se convirtió en uno de mis escritores más queridos, su palabra cobró materialidad y se convirtió en un rayo que no cesa. Precisamente, gracias a ese discurso, es que es posible poner sobre el papel estas digresivas líneas que elaboro a modo derecuerdo, una operación del afecto, tal como nos enseñara él mismo en su ejercicio de filólogo y políglota. Y hablo desde el afectoconfesando también, que aún cuando le quise y le quiero, quizá no resulte Yo ser el más idóneo para expresar la pena que embarga a miles por su desaparición física, por su viaje hacia la eternidad, periplo en el cual esperamos encuentre a Dios en su laberinto. Pues, aún cuando nuestra proximidad física no suma más de una decena de encuentros, él siempre estuvo allí, entre las lecturas de Dóulos Oukóon (1965-2007), mientras intentaba imaginarme a Helena Ukusa, la “sutilizadora de materia”, en aquélla imagen imborrable de un “influjo que hace girar hacia la izquierda los pétalos de un girasol oscuro” (300).
Con el abuso de la reiteración, debo afirmar que el Dr. Briceño G. fue y será un hombre excepcional, sí justamente reconocemos en su vida y en su obra a ese venezolano que supo interpretar nuestra identidad, que pudo asir los variados elementos de nuestra cultura a través del pensamiento y el ensayo; puesto que, fue al mismo tiempo el llanero de Palmarito, el guaro de Barquisimeto, el andino de Mérida, y un digno representante de nuestras letras y del pensamiento latinoamericanista más allá de nuestras fronteras. Justamente fue un hombre excepcional si lo vemos en parte bajo la luz de Tucídides ante las honras de Pericles, como nos legó ver a Bolívar. En efecto, el Dr. Briceño dedicó su vida a la atención diferenciada de todos aquellos que encontraron en él a un guía, un maestro, y –por qué no decirlo– a un padre; o ya en sus últimos años: a un cariñoso abuelo que increpaba o reprendía al tiempo con tan solo una leve sonrisa, con su “A ver, fulano cómo dice…” De igual modo, su nombre no quedará allí, en una tumba, con un epitafio que le condenará a una mera inscripción sobre la lápida y el mármol, por el contrario, su obra estará sembrada por toda la tierra.
Para cerrar, aún cuando ayer (viernes 31) la noticia de su muerte me tomó por sorpresa, y, tal asalto me desdibujó la sonrisa, he tratado de recordar algo que está en Para ti me cuento a China (2007). Creo que el asunto narrado allí trata de que un hombre estaba llorando en un parque, muy afligido, y el Viejo se le acercó para preguntarle qué le sucedía, en las lenguas que él creía que podía comunicarse con aquél. Si mal no recuerdo, el hombre –muy joven– quien se encontraba abatido por una desgracia, le contó qué le pasaba. Y el Maestro, al final de la confesión, le dijo: "Bienvenido a la condición humana, el hombre que no ha sufrido es un boceto de hombre... el verdadero hombre, el hombre posible, lleva una herida en medio de su ser que lo comunica con su origen".
He tratado de parafrasear ese relato con el riesgo y las fallas de la memoria (ruego me excusen) en la obligación de experimentar nuevamente su cercanía, su voz (La del Maestro). También, recuerdo que una vez, cuando acudí al seminario en Mérida en 2009, el Maestro hizo referencia a esta anécdota. El Viejo describía cómo aquel hombre había recibido uno de esos duros golpes, como esos mismos de los que habla Vallejo en "Los Heraldos Negros" Recuerdo que me dijo "A ver, Luis, cómo dice ese poema" Y aquel fue uno de los momentos más gratos de mi vida, pues lo tuve allí, muy cerca, por respeto, viéndolo seguir los versos del poeta César Vallejo. "Hay golpes en la vida, tan fuertes…Yo no sé...
Maestro:
Hoy tampoco sé si aquél que creí ver a las afueras del metro en la estación de Bellas Artes hace cinco días eras tú, pues cuando intenté alcanzarte te me perdiste en medio de una multitud de rostros desconocidos; más, te agradezco por esa forma de despedirte de este alumno que siempre te quiso y querrá en la distancia. Cuando recibí tu último libro encontré en la página 25 estas aladas palabras “La verdadera muerte/ es el olvido. / ¿Podrá recordarse siempre a sí mismo y así ser inmortal?” (Cantos de mi majano, 2014) Y nosotros, tus lectores, tus estudiantes y tus discípulos no te olvidaremos, estarás en nuestro recuerdo, contarás con nuestro respeto. ¡Gracias Maestro! ¡Vuela alto!
J.M. Briceño Guerrero (1929-2014): un archimandrita del espíritu
“Con la desaparición de Briceño Guerrero, para decirlo con palabras del filósofo Juan Nuño, desaparece, físicamente se entiende, el pensador más radicalmente original de América latina, se apaga un poderoso faro que alumbraba la tenebra de la Europa Segunda desde el pensar mantuano”
“La muerte se refugia en lo enigmático”
Martin Heidegger
Transcurrían los vertiginosos y trepidantes años de la octava década de la pasada centuria y yo, un fervoroso joven “intoxicado” con febriles lecturas de Emile Cioran, me negaba a escribir una tesis, para optar al título de Licenciado en Historia por la Universidad de Los Andes, que versara acerca de historia económica y social como solían hacerlo todos los compañeros de mi generación. Entonces me acerqué tímidamente al filósofo y pensador por intermedio de su esposa, Jacqueline Clarac de Briceño, de quien fui “auxiliar docente” en la Cátedra de Antropología I y II adscrito al Departamento de Sociología y antropología de la ULA. Recuerdo con meridiana claridad su gentil y afable gesto de cortesía intelectual y la emoción no tardó en apoderarse de mi cuando el mítico hombre de letras e ideas abstractas asintió a mi propuesta de aceptar ser mi tutor. A partir de ahí me convertí en asiduo oyente de sus clases sabatinas en la legendaria Residencia Los Caciques que no distaba nada de las antiguas instalaciones de la Facultad de Humanidades y Educación ubicada en la avenida universidad de la otrora apacible y bucólica ciudad Mérida.
Todo se conjugaba para reforzar los aires de clasicismo griego en el Maestro: su eterna barba blanquísima y sus bigotes apenas manchados por el humo de su pipa siempre llena de aromático tabaco en cuyo estuche se leía “made in Holanda”. Sus cuidados modales finamente cultivados en Viena, Paris, Berlín, Moscú, Londres, donde estudió y abrevó en las fuentes puras de la filosofía y del saber humanístico universal, su pulquérrimo trato naturalmente cortés e impregnado de delicados y suaves ademanes hacia sus alumnos, discípulos e interlocutores que puntualmente asistíamos a su Seminario de Filosofía de la Historia le convertían en blanco de comentarios y murmuraciones de toda índole. Sus detractores, que nunca fueron pocos, a través de los siglos los logócratas y epistemócratas de todos los tiempos han sido objeto de escarnio y blanco de la vindicta pública por, entre otras razones, pensar contracorriente y ser portaestandartes de sensibilidades e ideas iconoclastas, irreverentes y heterodoxas y tanto Briceño Guerrero, el filólogo y filósofo, como Jonuel Brigue, el narrador y poeta obviamente no fue la excepción. Subsumido como solía vérsele siempre en el cultivo y aprendizaje de cuanto idioma y lengua hablara homo sapienscuentan quienes le conocieron íntimamente que llegó dominar 17 idiomas. Entre los cuales destacan el griego antiguo, el mandarín, el arameo, el árabe, el japonés… Un auténtico y genuino políglota a quien le calzaba con exactitud la expresión antigua de “mi patria es el mundo y mi familia es la humanidad.”
Tantos libros, tantos idiomas, tantas palabras y conjugaciones; tanta metáfora y tantos tropos lingüísticos. Tanto saber acumulado en un solo hombre naturalmente lo convirtieron en más que un cultor de conocimiento en un sabio, estatuto sólo reservado para pocos miembros de la especie humana en un mundo y un siglo donde prevalece y domina lo que Johan Huizinga pudiera denominar homo videns y nuestro Mayz Vallenilla “la racionalidad ontolumínica” o “la ratio thecnica”. Con la desaparición de Briceño Guerrero, para decirlo con palabras del filósofo Juan Nuño, desaparece, físicamente se entiende, el pensador más radicalmente original de América latina, se apaga un poderoso faro que alumbraba la tenebra de la Europa Segunda desde el pensar mantuano. Con la sensible partida del esteta, ciudadano del mundo y apátrida translenguado y transterrado de todos los idiomas la sufriente humanidad que ama la belleza y cultiva la verdad prescinde con desgarrado dolor ontológico de una de las conciencias más lúcidas que ha dado el pensamiento ensayístico latinoamericano de entre siglos XX y XXI. El Maestro se ha ido: requiescat in pace.
2 comentarios:
Hace algunos años, saliendo hacia París el profesor Briceño Guerrero, era abordado por un periodista en el Aeropuerto de Maiquetía. Este, le dijo: "Pero a Usted no lo lee nadie, doctor Briceño". "Sí", contestó él. "Pero a mi, me publica Gallimard". Instante mágico por representativo del maestro Briceño, "el profesor", como le llamamos en su Aula de Humanidades en la Universidad de Los Andes, en Mérida, Venezuela. Escotero, en la vida. Quizás, en Jacqueline Clarac, su mujer, de la Martinique, haya tenido correspondiente a la par de Gallimard. ¡Adiós Maestro! Hasta más ver. Gracias por tus Seminarios: por Dante Allighieri y por Homero. Sabemos, que no has vuelto cargado de de vergüenza y deshonor, ante tus dioses. Vida limpia, como tu barba impoluta. Hernán Rubin
In Memoriam, para Leopoldo Armand. Para Ana María Del Re.
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