La Paciencia: François Villon, el poeta forajido
“La realidad con la que se topó este poeta durante su vida fue demoledora y calamitosa. Francia estaba asolada por la Guerra de los Cien Años, por la peste y la hambruna. El país estaba inmerso en luchas intestinas”
Durante ese invierno de 1463, un asesino recién desterrado de la ciudad de Paris se adentraba en la campiña francesa. En ese instante su rastro se fue difuminando, no sólo en el paisaje invernal sino en el registro histórico. Se trataba de François Villon, quien a la postre sería conocido como el más grande poeta francés de la Edad Media.
La vida de Villon fue turbulenta en extremo y estuvo vinculada al crimen de principio a fin. No obstante, ello no fue obstáculo para que tuviese una formación exquisita y obtuviese el título de Maître des Arts en la Universidad de París. Su origen fue bastante humilde y se supone que su nombre original fue François de Montcorbier. Sin embargo, durante su vivencia tomó el apellido Villon en homenaje a su protector, el canónigo y eclesiástico Guillaume de Villon.
La realidad con la que se topó este poeta durante su vida fue demoledora y calamitosa. Francia estaba asolada por la Guerra de los Cien Años, por la peste y la hambruna. El país estaba inmerso en luchas intestinas. Así mismo, su año de nacimiento –1431– coincidió con la quema en la hoguera de Juana de Arco, La Doncella de Orleans.
Y es que la manera como este autor recreó los aspectos más infaustos y miserables del devenir es lo que le singulariza respecto a otros registros líricos de ese período. La poesía de Villon es sumamente franca y visceral, incluso podría decirse que roza aspectos de lo macabro y lo escatológico.
Su vida fue un constante ir y venir en medio del hampa y de los ambientes de la crápula y lo sórdido. Así, hacia el año de 1455, se estrenó como asesino cuando mató en una pelea callejera por una prostituta a un religioso de dudosa reputación. Ante ello debió huir de París, pero regresó al año siguiente luego de que su mentor y un abogado amigo de éste le consiguiesen dos cartas de remisión. Sin embargo, el poeta era un transgresor de oficio y se vio vinculado a bandas de jóvenes delincuentes cultos. De este modo participó no sólo en disturbios estudiantiles sino en robos y tropelías como el saqueo acaecido ala sacristía del Colegio de Navarra. De igual manera tuvo vinculación con la banda hamponil de los Coquillards, cuya jerga integró a parte de su poesía.
Sus trabajos más celebrados, por el carácter explícito y honesto, más que por la línea formal, fueron El legado y El testamento. En ellos hay una mirada muy franca a su propia persona y sus desventuras, así como a sus constantes entradas a la cárcel. De hecho, esta potencia expresiva le coloca como el antecedente primordial del simbolismo francés del siglo XIX; la llamada “poesía maldita”.
El tono existencial es profundo en la lírica de Villon. El poeta mira con cierto escepticismo el paso del tiempo y se sitúa –¿por qué no?– en la atemporalidad. Igualmente, encontramos en su figura a un hombre que huye constantemente, no sólo de los procesos judiciales, sino del desamor. Esa intensidad inmaculada se observa por ejemplo cuando dice Muero como amante, mártir /cual un santo enamorado.
Si bien el tono de El legado es algo intenso en lo referido al amor, en El testamento se observa un mayor sosiego y carácter reflexivo, incluso ante la gravedad de los eventos mientras esperaba por ser colgado. El texto de Villon es crudo al instante de describir a los cuerpos pendulantes en la horca y no se detiene al momento de situarse a sí mismo como sujeto lírico que espera ser ajusticiado. Con gran humor negro enuncia: Yo soy François, aunque no quiera, / nacido en París, de Pontoise cerca, / y en el extremo de una cuerda / sabrá mi cuello lo que mi trasero pesa.
Nunca se sabrá exactamente qué ocurrió ese mes de enero de 1463, cuando el lírico se vio forzado a abandonar París luego de que le fuese conmutada su pena de muerte por el destierro. Lo que sí se sabe es que con él se iniciaba una tradición que llegaría a su clímax durante el siglo XIX con figuras como Rimbaud. Ello significaría la apoteosis del poeta forajido. Difícil resulta imaginar los pasos de François Villon que se disolvían en el paisaje nevado. Pero quizá una imagen que podría servir de pretexto para recrear ese momento límite entre la existencia temporal y la inmortalidad se encuentra en la poesía del propio Rimbaud, en su Being beauteous:
Ante la nieve, un Ser de Belleza de elevada estatura. Silbidos de muerte y círculos de música sorda hacen subir, alargarse y temblar como un espectro a ese cuerpo adorado (…)¡Oh el rostro ceniciento, el escudo de crin, los brazos de cristal! ¡el cañón sobre el que debo abatirme a través de la barahúnda de los árboles y del aire leve!
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